Menandro, Hoy

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Tan faltos de sosiego andamos t o d o s , q u e la lectura de los clsicos se va haciendo una especie de fruto prohibido que slo prospera

y se degusta en el vallado paraso de la especializacin. Y es lstima, porque c o n ello n o s vam o s alejando cada vez ms de las races, e n c a p s u l n d o n o s en un presente problemtico, sin otra va de evasin q u e la futorologa, ese m o d e r n o correlato de la mntica. Parece c o m o si, n o c o n t e n t o s con los problemas de h o y , e x p e rimentsemos un malsano placer en i m a g i n a m o s los q u e habr de aqu a veinte, a treinta, a cien a o s vista. Pero por qu n o revivir de vez en cuando la experiencia de nuestros antepasados y meditar un p o c o sobre ella? Quiz nos deparara esto algn p r o v e c h o , aunque slo fuera el consuelo de ver c m o , mutatis mutandis, sus problemas son los nuestros y los nuestros fueron los s u y o s , pues en esta especie de osmosis entre el presente y el pasado radica el misterio de lo clsico. Misin de fillogo es facilitar a sus c o n t e m p o r n e o s ese retorno a los orgenes, sobre t o d o cuando stos d e b e n amorosamente recomponerse a partir de sus fragmentos dispersos, de sus disiecta membra. Tal es el caso sobre t o do de Menandro, un autor cuya obra se va recuperando de da en da gracias a los constantes hallazgos de papiros. Basta para ponderar la amphtud e importancia de
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stos en los d o s l t i m o s d e c e n i o s una simple ojeada a la recentsima c o l e c c i n de Sandbach' j u n t o a la ya anticuada edicin teubneriana^ de Korte-Thierfelder. Todava est lejano el m o m e n t o en que un Menandro casi ntegro pueda pasar al d o m i n i o del gran pblico en traducciones realizadas sobre un t e x t o firmemente establecido. Pero, a partir del acervo de datos disponibles, h o y ya cabe realizar sobre su obra estudios hasta e l m o m e n t o vedados. De la fase de la reconstitucin del t e x t o h e m o s pasado a la de investigar el p e n s a m i e n t o del poeta con slo c o m pulsar sobre el c o n t e x t o amplio de las piezas casi enteras devueltas por los papiros la congruencia de las conclusiones obtenidas de la comparacin de sus fragmentos. La tarea es tentadora, porque Menandro fue autor de enjundia y , c o m o tal, sus m x i m a s pregnantes fueron ampliam e n t e citadas por la posteridad. Pero m u c h o ms tentadora se presenta esa tarea cuando se piensa en que el acceso al m u n d o del p o e t a es algo todava reservado a un grupo p e q u e o de especiaUstas. Transmitir, en lo q u e las propias luces llegan, su mensaje a los c o n t e m p o r n e o s es algo que redime al fillogo clsico de la mala conciencia de vivir enclaustrado en un particular Parnaso o q u e , cuando m e n o s , le permite imaginarse ser til alguna vez a los dems. Qu puede decir Menandro al h o m b r e de nuestros das? Qu asertos s u y o s p o d r a m o s hacer nuestros? Qu orientaciones p u e d e d a m o s ? Eso va a ser lo q u e , a m o d o de arquelogo, pretendo ir a extraer del c a m p o de ruinas m e n a n d r e o . El m u n d o de h o y se caracteriza por la bsqueda angustiosa de nuevas estructuras de convivencia q u e aseguren la plena dignidad del individuo, ehminando desigualdades e c o n m i c a s , discriminaciones injus88

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tas y condiciones alienantes, a fin de q u e el ser h u m a n o pueda reahzarse plenamente c o m o persona. Este n u e v o humanismo, tan noble en sus aspiraciones, ha dado ori gen, en razn de la crtica sistemtica de la herencia del pasado, a una aguda crisis de las creencias religiosas, a fisuras en la institucin familiar, a tensiones generaciona les, a m o v i m i e n t o s de emancipacin femenina y a toda una serie de convulsiones polticas y sociales q u e , por ser tan conocidas de t o d o s , n o es menester enumerar aqu. El hombre del ltimo tercio del siglo X X cree firmemente asistir al crepsculo de una poca y vislumbrar los albores de un nuevo . Y c o m o la experiencia de la vida e m pieza y acaba en u n o m i s m o , n o s ocurre lo q u e a los ena morados al creernos q u e slo en el hic et nunc de nuestra propia circunstancia ha sido posible vivk m o m e n t o s de tanta intensidad. Por eso n o est de ms escuchar las refle xiones de un testigo presencial del derrumbamiento de la polis griega y la instauracin de un n u e v o tipo de estado territorial; de un h o m b r e q u e , e n la linde misma del pe r o d o clsico y del h e l e n i s m o , tuvo la suerte o la desgracia de vivir un giro histrico de e n o r m e magnitud. En lo q u e sigue vamos a oirle expresarse sobre problemas q u e , c o n diferencias de p l a n t e a m i e n t o , son m u y similares a los enu merados, y si sus p u n t o s de vista n o s parecen todava apli cables a las actuales circunstancias, daremos por bien e m pleada nuestra excursin por las reliquias menandreas. C o m o paso previo se i m p o n e recordar aqu la trayec toria vital de Menandro a fin de c o n o c e r la perspectiva desde la q u e se e m i t e n sus asertos. N a c i d o en el 3 4 2 , cua tro aos antes de Queronea, en su infancia c o n t e m p l a el derrumbamiento de Atenas, la h e g e m o n a de Filipo y la de Alejandro Magno. Quiz recordara durante t o d a su vi

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da el impacto producido entre sus compatriotas por d o s famosos discursos, el Contra Lecrates de Licurgo y el Sobre la corona de D e m s t e n e s , q u e vinieron a ser el epitafio de la democracia ateniense y se pronunciaron cuando tena respectivamente diez y d o c e aos. Durante su efebia, de los d i e c i o c h o a los diecinueve, vive el escndalo de Hrpalo, la huida de D e m s t e n e s y el levantamiento de los atenienses contra la d o m i n a c i n m a c e d n i c a con la derrota de los sublevados frente a Antpatro en Crann. Apenas terminada su adolescencia el p o e t a ha sid o testigo de tres intentos falhdos atenienses por sacudirse el y u g o m a c e d n i c o . Desde e n t o n c e s hasta su muerte, a los cincuenta y seis aos, en el 2 9 2 , Atenas ser g o bernada por agentes de Macedonia en rgimen oligrquico cuando n o en tirana declarada. Antpatro restringi el derecho pleno de ciudadana a los posesores de una fortuna m n i m a de 2 . 0 0 0 dracmas, con lo cual se d e s m o n taba el mecanismo de la democracia ateniense. Cuando nuestro poeta tena veinticuatro aos o c u p a el poder Demetrio el Falereo, q u e a t e n u en cierto m o d o el rigor del rgimen existente al reducir a 1.000 dracmas la cuahficacin pecuniaria de los ciudadanos, aunque reforzase el autoritarismo del sistema con instituciones de control c o m o los vonoipvXaKe<;. Las nuevas condiciones polticas favorecieron el desarrollo del gran capitahsmo y acentuaron brutalmente las diferencias de clase. El 3 0 7 , D e m e trio el Falereo es expulsado por su h o m n i m o D e m e t r i o Pohorcetes, quien, so p r e t e x t o de liberar a las ciudades griegas, implanta un nuevo rgimen autocrtico. Se aprueba un control estatal de las escuelas filosficas y Teofrast o , maestro de Menandro, es desterrado aunque regrese p o c o despus. Menandro frisa la cincuentena cuando c o n -

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templa la tirana de Lcares para ver un ao antes de su muerte ( 3 9 3 ) c m o la huida del tirano slo ha valido para que el Pohorcetes de nuevo o c u p e la ciudad de Palas. Esta breve ojeada a la vida de Menandro permite reconocer que perteneci a una generacin silenciosa q u e , educada durante la niez en los ideales democrticos, tuvo la amargura de irlos viendo derrumbarse u n o a u n o a lo largo del resto de sus das. Por las mismas circunstancias que le t o c vivir n o cabe esperar del p o e t a manifestaciones explcitas de su ideario p o l t i c o , y estn en un error quienes de este silencio s u y o y de sus relaciones de amistad con Demetrio el Falereo y Teofrasto d e d u c e n q u e fue de tendencias promacednicas y e n e m i g o de la d e m o cracia^. Si, durante el decenio en que estuvo Demetrio el Falereo en el poder, n o se expres en contra de ese sistema de gobierno, evidentemente se debi a q u e n o le inspiraba una especial aversin. Menandro fue sin duda, c o m o son por lo c o m n los miembros de las generaciones silenciosas, un desengaado de la poltica, un h o m b r e reducido a ser un mero espectador de los a c o n t e c i m i e n t o s y que c o m o tal se hallaba en una situacin privilegiada para enjuiciarlos con ponderacin. En lo q u e sigue tendrem o s ocasin de ver c m o algunos de d i c h o s a c o n t e c i m i e n tos influiran poderosamente en l. Con este excurso introductorio h e m o s ganado u n o s criterios para abordar lo que p o d r a m o s amar el mensaje de Menandro al hombre de h o y . Pasarnos, pues, a considerar el primer p u n t o que n o s interesa, el de la actitud religiosa del poeta o , si se quiere emplear una expresin ms cauta, el de los aspectos religiosos que sus obras muestran. Hasta el m o m e n t o , q u e y o sepa, los d o s estudios ms ampUos de esta cuestin son el de Ludwig'' en la
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Fundacin Hardt, seguido de amplia discusin, y un amplio artculo m o publicado n o Ijace m u c h o ' . A m b o s trabajos, persiguiendo objetivos diferentes y con distinto m t o d o , llegan a resultados quiz ms diferentes en la apariencia que en el f o n d o . A Ludwig le m o v a el inters histrico-literario de estudiar la funcin dramtica del i>ec irpoXoy^ojv en el reducido n m e r o de piezas d o n d e este recurso puede contrastarse en un c o n t e x t o a m p l i o , mostrando cierto escepticismo sobre la posibihdad de llegar a conclusiones ciertas sobre las creencias religiosas de su autor a travs de su obra. A m , por el contrario, m e m o v a el inters histrico de reconstruir el c o n t o r n o rehgioso del p o e t a y el de aventurar, a travs de la descripcin del m i s m o , cul p u d o ser la actitud personal de Menandro con respecto a las creencias religiosas de sus c o n temporneos. Por eso anahc exhaustivamente t o d o s los pasajes de la obra menandrea que tenan una relacin directa o indirecta con el tema. A partir de la funcin de Auxilium en la Cistellaria plautina (equivalente a Bor7i?eui en las 'LvvapiaT^aaL m e nandreas), de la de Lar en Aulularia, una pieza q u e tiene ciertas analogas de estructura c o n El dscolo, de "Ar(voia en la Perikeiromene y, sobre t o d o , de Pan en El dscolo, Ludwig llegaba a las siguientes conclusiones: a) Mediante la introduccin de un dios e n el prlogo y ciertas alusiones posteriores a su a c c i n , Menandro daba una dimensin religiosa a sus comedias (a la manera, por ejemplo, del Ion euripideo), de tal m o d o que el desenlace final pudiera ser susceptible de una interpretacin "profana", c o m o resultado del acontecer i n t r a h u m a n o , y de una

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interpretacin religiosa, c o m o c u m p l i m i e n t o final de la voluntad divina q u e premia la virtud y castiga la maldad. 6 ) Esta dimensin o esta perspectiva desaparece p o r c o m p l e t o en las imitaciones de Plauto y de Terencio, q u e legan a la posteridad un teatro de carcter y a t o t a l m e n t e profano sin dimensin trascendente alguna, e n el q u e los hombres quedan reducidos a su propia esfera. c) En cuanto a la actitud religiosa de Menandro, cabe suponer q u e , si daba cabida a la accin divina e n el acontecer de sus piezas, n o tendria escrpulo t a m p o c o e n admitirla en la reahdad. Las conclusiones de Ludwig s o n correctas desde u n punto de vista formal, estrictamente literario, pero e n
eas se da una y.eT^aoL<^ eL<; aXko yuoq, un salto del pla-

n o de la ficcin artstica al de la realidad de las creencias religiosas. Un ente de ficcin puede operar c o m o factor decisivo en una trama literaria, de un m o d o coherente con los diversos e l e m e n t o s de la estructura d e sta, y c o m o tal puede ser aceptado por la ilusin dramtica, pero de a h a establecer un n e x o de causalidad entre l o q u e la imaginacin admite y lo q u e se considera existente o valedero media un abismo. Ni la A y u d a , ni la Ignorancia, ni la Ira ('OP777) ni la embriaguez (Met^r?) ni nmguna de las criaturas de esta ndole s o n verdaderas divinidades, ni c o m o tales eran consideradas por el auditorio del p o e t a .
El n i c o eq TrpXoyL^cov verdadero es el Pan del Dsco-

lo, una pieza que se recrea e n jugar c o n ingredientes reales de la religiosidad y de las creencias populares, c o m o ya h e m o s tenido ocasin de sealar e n p u n t o a la onirocrisia^. N o son t a m p o c o esas figuras, c o m o sugiere Ludwig adelantndose a la objecin expuesta, hipstasis de deterga

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minados aspectos de la divinidad, sino meras personificaciones de abstractos c o m o otras mltiples de la Literatura griega. Por lo dems, el que los dioses a y u d e n a los buenos puede considerarse n o slo una c o n c e s i n a la religiosidad de la e s p e r a n z a ' , sino una exigencia misma de la c o media, q u e , tal c o m o la definieron Aristteles y Teofrast o * , descartaba la /caraarpoi^T? y deba terminar en un final feliz. Estimo, pues, que los p u n t o s de vista de Ludwig n o invalidan los resultados de mi trabajo que vamos a e x p o ner en sus lneas generales. Menandro se muestra interesado por las manifestaciones de la religiosidad c o n t e m p o r nea: las supersticiones, los cultos e x t t i c o s , la creencia de los aparecidos y las prcticas mgicas. Critica la inoperancia de las prcticas devotas, los sacrificios, los orculos y la mntica. Sus personajes tienen fe y d e s c o n f a n a la vez de la justicia y providencia divina; pero sobre t o d o e m plean abusivamente el trmino ^eq, aplicndolo n o slo en el sentido tradicional, a f e n m e n o s de la Naturaleza divinizados (N^, Ovpauq), sino a cualidades, d e f e c t o s , pasiones o estados de n i m o , a f e n m e n o s psicosomticos y a muchas cosas ms. El m o t i v o de ello es q u e la n o c i n de deq se haba degradado en un c o n c e p t o funcional operativo, en un significante de eficacia, de poder, de utilidad. Los dioses de la tradicin eran entidades personales, con determinados atributos y esfera de accin propia en la que se revelaba su SvvapLq especfica. La mentalidad popular c o n f u n d i las operaciones con la esencia. De la consideracin de q u e los dioses hacen esto o aquello, se pas a la de que lo q u e hace esto y aquello es "dios". De ah que los personajes menandreos puedan emitir asertos c o m o lo que me alimenta es lo que estimo

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como un dios (fr. 1, 9 K.) o ese otro de que los nicos dioses que nos son tiles son la plata y el oro. Si la tierra que nos da de comer es una diosa, tanto ms lo ser el dinero que nos permite comprarla y m u c h o ms an la desvergenza y el atrevimiento que n o s hacen adquirir el oro y la plata: Oh, Desvergenza, la ms grande de las diosas, si diosa se te debe llamar! Y se te debe, pues todo lo que tiene el poder se considera ahora dios. A cuanto te encaminas all llegas (fr. 2 2 3 K.). No hay dios ms manifiesto que el Atrevimiento (fr. 551 K.). Estas amargas exclamaciones se e x p h c a n perfectam e n t e dentro de la experiencia vital de Menandro. Los viejos dioses de la polis y el panten tradicional estaban agonizando y un nuevo tipo de religiosidad se iba abriend o paso en las clases populares. Las formas antiguas de culto haban q u e d a d o desprovistas de sentido y hasta la misma n o c i n de i?ec iba perdiendo sus c o n n o t a c i o n e s propias. Pero, n o obstante, las palabras y las formas estaban todava ah a la disposicin del manipulador q u e quisiera darles un nuevo e m p l e o , por e j e m p l o , el del m o d o de expresar la leaUad poltica. A Menandro le t o c vivir varios a c o n t e c i m i e n t o s que probablemente contribuyeron de un m o d o decisivo a formar su conciencia religiosa: la propuesta de D m a d e s en 3 2 3 de rendir honores divinos a Alejandro Magno en el m o m e n t o en q u e los viej o s paladines de la democracia, D e m s t e n e s e Hiperides, iban a ser empujados a la muerte; la c o n c e s i n de un culto c o m o eoL aojTripef; a D e m e t r i o Pohorcetes y A n t i g o n o el m i s m o ao ( 3 0 7 ) en q u e partan al destierro sus

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amigos D e m e t r i o el Falereo y Teofrasto; las sucesivas profanaciones del Partenn, primero por el m i s m o Demetrio en una segunda aparicin en Atenas el 3 0 5 / 3 0 4 , despus por el general Lcares cuando se alz con la tirana de la ciudad de Palas. A Demetrio fueron los propios atenienses quienes le alojaron en el m i s m s i m o t e m p l o de su deidad pollada, y en l vivi en vergonzosa c o m p a a de clebres heteras; Lcares, por su propia cuenta y riesgo, hizo fundir sacrilegamente el m a n t o de oro de la diosa, as c o m o otros m u c h o s tesoros de los t e m p l o s para pagar a sus mercenarios. Se necesitaba m a y o r prueba de la muerte de Atenea y de la entronizacin en su lugar de la Desvergenza y la Osada? El cinismo con que los hombres aphcaban las formas lingsticas y rituales de la religin tradicional a nuevos usos tiene su ms cabal expresin en el pean de H e r m o c l e s ' , con el que el servilismo de los atenienses, que lo cantaron en pleno durante la triunfal a c o gida dispersada al Pohorcetes el 2 9 1 / 2 9 0 , a la manera de la epifana de un dios, quiso manifestar sus sentimientos de adhesin al nuevo gobernante : Otros dioses o se mantienen distantes a lo lejos o no tienen odos o no existen o no nos atienden en nada. Pero a ti te vemos presente, no como imagen de madera o piedra, sino de verdad. N o slo Menandro - o sus p e r s o n a j e s - , sino la gran masa de la poblacin estaba ya convencidad de la inexistencia, la lejana o la inoperancia de los antiguos dioses patrios. Y el v a c o producido en sus creencias trataban de colmarlo con nuevos i?eot de variopinta ndole. Lo mism o hizo Menandro, pero, en vez de ir a buscar su )>e<; en

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el m u n d o exterior, lo e n c o n t r e n el interior del h o m b r e . En el fr. 7 1 4 K., d o n d e se alude al problema del mal, a la providencia divina y a la responsabilidad d e l individuo, se dice que el hombre es el forjador de su destino y se m e n ciona, empleando un lenguaje religioso, a un , un d e m n iniciador e n los miste rios de la vida asignado a cada u n o de n o s o t r o s . En o t r o s lugares esta instancia que n o s gua es llamada ? y se identifica c o n el individual. La mente es el dios que hay en cada uno de nosotros (fr. 7 4 9 K.); la mente es siempre un dios para los hombres (fr. 13 K.); la mente es el dios que nos hablar (fr. 6 4 , 2 K.). Qu alcance se debe dar a estas palabras? Para res ponder a esta pregunta hay q u e traer a colacin la acti tud vital de Menandro y sus convicciones sobre la ultra tumba. Menandro es pesimista sobre la vida en este m u n do y n o se hace ilusiones sobre la pervivencia post mor tem. Qu cosa buena puede tener un muerto cuando los que estamos vivos no tenemos ni una sola? (fr. 157 K.). La nica satisfaccin que le cabe al ser h u m a n o es c o n templar el maravilloso espectculo de la naturaleza y g o zar de las diversiones de esta fiesta, , de la exis tencia, adonde h e m o s venido c o m o a u s e n t n d o n o s de nuestra patria verdadera q u e es el abismo s o m b r o de la nada. Dar largas a nuestra provisional ausencia carece de sentido, porque el m u n d o es m o n t o n o e n sus ciclos, y jams p o d r e m o s ver otro espectculo ms bello por m u cho que prolonguemos nuestra estancia arriba, en la su perficie de la tierra (fr. 4 1 6 K.). Menandro, pues, c o m parte el pesimismo tradicional de los griegos, pero c o n la imagen de la ^ logra dar a la vida una justifi

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cacin por s misma sin necesidad de recurrir a m o t i v a c i o nes ajenas a ella. La vida deja de ser e x p i a c i n de p e c a d o s c o m e t i d o s antes de entrar e n la existencia o p e r o d o de prueba c o n vistas a conseguir una felicidad perfecta en la ultratumba para convertirse en una romera de la q u e de b e m o s disfrutar c o m o b u e n o s romeros, sin renunciar a los placeres propios de la festividad, pero sin abusar de ellos y , sobre t o d o , sin pedirles m a y o r satisfaccin de la q u e n o s pueden dar. El h o m b r e es Ubre de gastar su t i e m p o c o m o quiera, al n o estar cumpliendo en este m u n d o una misin impuesta por instancias superiores, c o m o ya de por s su giere la imagen de la fiesta. N o tiene otro &eq rector q u e su , es decir, su buen criterio y su sentido de la res ponsabihdad personal, q u e ser lo q u e seale y determine la trayectoria de su vida. La actitud de Menandro, c o m o puede verse, est m u y lejos de ser la del homo religiosas, pero es tal la simpata c o n q u e mira las formas depuradas de la eva^ea, sobre t o d o esa q u e d e n o m i n a m o s religiosidad de la esperanza, que se puede uno dejar engaar por l a primera vista, c o m o le ha ocurrido a Ludwig. A u n q u e los dioses o n o exis tan o permanezcan lejanos y silentes, es h e r m o s o creer que velan por el c u m p l i m i e n t o de la justicia y la piedad, r e c o m p e n s a n d o a los b u e n o s a la postre. Es sta una ac titud q u e ayuda a soportar las penas y calamidades y da consuelo en la afliccin y en la indigencia. A s , Pan en El dscolo o Lar en la Aulularia premian la piedad y la virtud de una muchacha pobre c o n c e d i n d o l e a la pos tre a u n j o v e n b u e n o y rico por e s p o s o . Los dioses ampa ran siempre a los m e n e s t e r o s o s (aet ' o , fr. 2 5 6 .) y se cuidan de los b u e n o s ( ' ' iripXeiav , fr. 3 2 1 ,).

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Pudiera parecer q u e aqu se da una contradiccin entre las convicciones ntimas del p o e t a y las palabras q u e dirige a sus c o n t e m p o r n e o s , c o m o si hipcritamente mintiera, administrando una dosis alienante de o p i o religioso a los sectores deprimidos de la p o b l a c i n . Esta sospecha, e m p e r o , cae por su base, n o ya si se cotejan esos asertos con el resto del mensaje m e n a n d r e o , sino desde el m o m e n t o e n q u e se tiene presente la extraccin social del pbUco que asista a las representaciones teatrales. Aunque n o supiramos que la caja del ^ecoptKv, destinada a sufragar la entrada a los teatros de los ciudadanos indigentes, se suprimi durante la d o m i n a c i n macednica, la restriccin de los derechos plenos de ciudadana sobre una base censitaria vedara el acceso a las representaciones teatrales a las clases bajas de la p o b l a c i n . El pblico de Menandro perteneca a la burguesa y a los estamentos elevados, c o n lo q u e el c o n t e n i d o de sus palabras, lejos de ser c o n s u e l o hipcrita, se manifiesta com o inquietante a m o n e s t a c i n . La razn de ser de la simpata de Menandro a esa religiosidad de la esperanza radica e n las valencias morales q u e i m p h c a y q u e sustenta. A u n q u e en la realidad se vea el derecho c o n c u l c a d o , imperen los desafueros y las desigualdades e c o n m i c a s , n o por eso pierde vigencia el desideratum tico que quiere que el bien prevalezca, se castigue la injusticia y se d a cada cual lo s u y o . A c u a n t o s su propio i?ec interior n o se lo haga ver as, Menandro les recuerda q u e hay u n o s "dioses" q u e custodian el universo de los valores ticos, aunque a la postre e s t o s dioses n o sean sino las conciencias de los hombres honrados. Son mltiples los parangones actuales q u e se podran poner al ambiente religioso que r o d e a Menandro y a su
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propia actitud personal frente a la religin. En una p o ca de creciente desacralizacin c o m o la nuestra, j u n t o a las reliquias religiosas del pasado aparecen nuevas formas de idolatra, nuevas modalidades de mitos y ritos y n u e vas hipstasis de n o c i o n e s abstractas que suplantan la funcin de las antiguas representaciones numinosas. F r o m m ' define a las nuevas formas de idolatra c o m o la deificacin de las cosas, de aspectos parciales del mundo, y la sumisin del hombre a tales cosas, en contraste con una actitud en la cual la vida est dedicada a la realizacin de unos altos principios de vida, los del amor y la razn. Estas palabras suyas tienen una cabal aplicacin a lo que de Menandro acabamos de decir: tambin el poeta denunciaba a quienes deificaban las cosas, c o m o el oro o la plata, o aspectos parciales del m u n d o , c o m o el poder, con olvido de los verdaderos principios q u e d e b e n presidir la vida de los hombres. Krueger'' ha puesto de reheve c m o el hombre m o d e r n o se siente juguete de fuerzas sobrehumanas, misteriosas e inaprehensibles, llmense Desarrollo, Sociedad, Vida, Historia, e t c . , de las que se dicen cosas que antes slo se d e c a n del Dios de la Bibha. Tambin en la p o c a de Menandro la operatividad de los antiguos dioses se haba desplazado y transferido a fuerzas semejantes que regan de manera arbitraria e impredictible el destino de los h o m b r e s . En las comedias menandreas son m u y numerosas las alusiones a la Tvxq, la fortuna, de la q u e u n o de sus personajes n o sabe decir si es un TTvevpa o un i^o? divino (fr. 4 1 7 , 3 K.), y al avTpaTOV, el azar e s p o n t n e o . Las c o n v e n c i o n e s escnicas obligaban a veces al propio poeta a poner la trama y el desenlace de sus piezas bajo la presidencia tambin de

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fuerzas de ese tip o, ' o I gnorancia, " O Prueba, pero esta licencia de artista n o e m p e c a su c o n viccin de que es el o carcter y el lo q u e marca la trayectoria de la vida individual. Es ms, contra el peligro de hipostasiar magnitudes de esa ndole avisa cuando declara a y c o m o las nicas divi nidades a quienes en realidad rendan culto sus c o n t e m porneos. En la e n o r m e crisis religiosa de su poca el nico asi dero firme que encuentra el poeta es la conciencia perso nal, c o m o si intuyese el agustiniano in interiore homine habitat neritas. Pero este refugiarse en la intimidad n o de be entenderse al m o d o de una conversin interior, c o m o una , para encontrar dentro de u n o m i s m o la imagen de la divinidad trascendente. L o q u e Me nandro contempla en el espejo de su muerte es una ima gen suya q u e le recuerda a la del prjimo, en cuyas reac ciones, a su vez, ve proyectarse su propia imagen interior, llegando de este m o d o al c o n v e n c i m i e n t o de la unidad de la naturaleza humana ( , fr. 4 7 5 .) y del deber, por t a n t o , de la soUdaridad con t o d o s los de ms hombres q u e n o le son ajenos, sino algo m u y propio, pues que con ellos comparte el soporte de su ser, la : innecesario es recordar aqu el homo sum: humani nil a me alienum puto de Terencio {Heaut. 7 ) al q u e responde el del fr. 4 7 5 . En este humanismo de Menandro, con c o n n o t a c i o n e s q u e lo distinguen perfectamente de otras corrientes h u m a n s ticas de su poca c o m o el estoicismo y el e p i c u r e i s m o , es donde se perciben sus mayores afinidades c o n el talante espiritual de la nuestra y ello es tambin lo q u e le hace

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ms simptico, en el sentido griego de la palabra, al h o m bre actual. Los p e r o d o s de plenitud, cuando estn e n ebullicin los ideales p o l t i c o s y rehgiosos, tienen cierta tendencia a anteponerlos a cualquier consideracin humanitaria, ol vidndose peligrosamente de que es precisamente la re ferencia al ser h u m a n o lo q u e a d i c h o s ideales les da su ltimo sentido: es e n t o n c e s el m o m e n t o de los mrtires y de los hroes, pero tambin el de los verdugos y las vc timas i n o c e n t e s . Por el contrario, en las p o c a s de crisis que suelen suceder a las grandes h e c a t o m b e s provocadas por entusiasmos antagnicos, la atencin se polariza en ese p u n t o de referencia sobre el cual se definieron las res pectivas ideologas: el ser h u m a n o en cuanto realidad concreta y nica, el h o m b r e c o m o individuo. Desde el existencialismo de la postguerra, especialmente el de un Camus con quien nuestro poeta tiene ciertos p u n t o s de c o n t a c t o , a los ltimos intentos dentro del c a m p o mar xista, por llegar a un h u m a n i s m o socialista, pasando por las nuevas posiciones del cristianismo en general y la o r t o d o x i a catlica en particular, parece sentirse con la misma intensidad con que Menandro la senta la peren toriedad de estrechar los vnculos de sohdaridad huma na. Frente a la va de la c o n t e m p l a c i n c o r r e l a t o m s tico del aristotlico h o y se opta deci didamente por la va de la caridad; a la piedad "vertical" se prefiere h u m i l d e m e n t e la piedad "horizontal", en el con vencimiento de que mal puede amar a D i o s quien n o ha sabido primero amar al prjimo. Con lo dicho hasta aqu queda definida e n profundi dad la perspectiva desde la cual Menandro se enfrenta a

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los problemas de la vida de relacin de los h o m b r e s . Una inspeccin a los fragmentos n o s permite ver c o n q u agudeza percibi el e f e c t o de los c o n d i c i o n a m i e n t o s socioe c o n m i c o s en sus c o n t e m p o r n e o s . El p o e t a , t e n i e n d o ante sus ojos las e n o r m e s desigualdades e c o n m i c a s de su poca, se enfrenta a ellas con seriedad, sin ese t o n o trivial con que en pocas anteriores se discuti el topos de las ventajas e inconvenientes respectivos de la pobreza y la riqueza. Menandro se encuadra e n este aspecto dentro de las ms puras tradiciones de la comedia media, q u e van desde el Aristfanes tardo del Planto a Alexis. Son tres los aspectos en lo que pudiramos llamar el p e n s a m i e n t o tico-social'^ de Menandro q u e conviene destacar: a) la riqueza y la pobreza n o son magnitudes absolutas, sino relativas; n o son estados perennes o h e c h o s naturales que n o se p u e d e n cambiar, sino vaivenes altert e m a t i v o s de fortuna; b) aunque favorezcan en el individuo tendencias opuestas (timidez y susceptibilidad, la indigencia, insensatez, arrogancia y hbertinaje, la riqueza), en el f o n d o n o afectan a la dignidad de la persona humana. L o s condicionamientos de clase se pueden superar: el p o b r e , sin avergonzarse de su situacin ni sucumbir a la debilidad, debe entregarse con ahinco al trabajo, aprendiendo u n oficio, que es lo nico que da seguridad en la vida. El rico debe evitar la ambicin, el vergonzoso afn de lucro y la avaricia, guardndose bien de agraviar al pobre prevahdo de su superioridad e c o n m i c a ; c) las diferencias sociales desaparecen o se mitigan con la soUdaridad: la pobreza es el mal ms ligero de todos por ser su mdico un buen amigo prestador de auxi103

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lio (Cit. fr. 2 K.).; si t o d o s n o s ayudramos siempre unos a o t r o s , nadie q u e fuese hombre necesitara de (fr. 4 6 7 K.). Pues bien, precisamente en este mensaje de sohdari dad radica la moraleja del Dscolo. C n e m n , un misntro p o grun q u e vive retirado en el c a m p o r e h u y e n d o el trato de los hombres con una hija j o v e n , un da cae al p o zo de su finca y es salvado por el j o v e n pretendiente de la muchacha, q u e por aadidura pertenece a un e s t a m e n t o social ms elevado. El viejo e n t o n c e s reconoce el error (v. 7 1 4 ) de haberse credo elvaL ' , aunque n o por eso cambie de carcter ni de modales. En C n e m n , el personaje ms complejo de la pieza, confluyen las corrientes diversas de una larga tradicin cmica. Por un l a d o , comporta las caractersti cas generales del senex tal c o m o las defina a principio de siglo Sss'^ en su excelente disertacin sobre los ti pos c m i c o s . Por o t r o , influye e n su retrato la figura le gendaria del misntropo T i m n , c o n o c i d o ya en p o c a de Aristfanes y de Platn el c m i c o , segn seal Schmid''', que recibi un tratamiento literario en el de F r n i c o . Pero la riqueza de ma tices psi colgicos del persona je n o se a gota en la misa ntropa : S t e i n m e t z ' ' ha credo reconocer en l los ra sgos de a l gunos de los ca ra cteres de Teofra sto, c o m o el , el , el ?; Gorler'^ a a de a esto la s coin cidencias con el , [& y el de otra s ca ra cterologa s peripa ttica s. C n e m n , con t o d o , se resiste a cua lquier enca silla miento dentro de tipos htera rios tra diciona les y en los esta blecidos por la psicologa filosfica . La ra zn de ello es q u e Mena ndro ha tra ta do a su persona je con ca rio a tribuyndole j u n

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to a los trozos caricaturescos del ttere escnico ciertos rasgos de nobleza que le granjean nuestra simpata. Ms que liov^po-noq, C n e m n es un pLOonur^poq q u e rehuye el ambiente podrido de la ciudad, y ms todava q u e eso es un hombre celossimo de su hbertad personal que estima n o poder guardar sino en la ampKea, e n la a u t o suficiencia. Y en e s t o reside precisamente la innovacin de Menandro en el tipo c m i c o del viejo misntropo. El ideal de la autarca del sabio, que apunta en el dilogo h e r o d o t e o entre Soln y Creso y tiene una encarnacin histrica en el sofista Hipias de Elide, fue lanzado c o m o "slogan" de su escuela por A n t s t e n e s el cnico y practicado por D i o g e n e s , a quien t u v o ocasin de conocer Menandro en Atenas durante su infancia y a d o lescencia, as c o m o a otros m i e m b r o s de la secta, c o m o Crates de Tebas (fr. 1 0 4 K.) y un tal M n i m o m e n c i o n a d o en el fr. 2 1 5 K. Menandro e n esta pieza demuestra la inadecuacin del ideal individuahsta a la realidad del hombre, que es un animal social, coincidiendo en e s t o n o slo con Aristteles, sino con Platn y seguramente con la inmensa m a y o r a de los atenienses sensatos. Creo, en e f e c t o , que los estudiosos de la figura de C n e m n han exagerado los influjos aristothcos y teofrasteos en Menandro, tanto quienes entienden el mensaje de solidaridad a nivel personal, Steinmetz'"', G r l e r ' * , Schottlnder'^, c o m o quienes, al m o d o de Barigazzi^, lo e n tienden a nivel de clase social, c o m o una ejemphficacin tpiXCa aristotUca que garantiza sobre la de la TTOXLTIKT] base de la bpcvota la estabilidad de la ciudad-estado. Menandro da un giro diferente a su idea de la sohdaridad. El joven ciudadano est dispuesto por amor n o slo a prestar su ayuda a un campesino m e t i d o e n un apuro, sino a

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compartir su m o d o de vida y su a rduo tra ba jo de la bra dor con ta l de ha cerse bienquisto de un h o m b r e q u e , c o m o los c n i c o s , ha ba puesto en el el idea l de su vida y odiaba a los seoritos de ciuda d inca pa ces de empu a r una herr a mient a . La solid a rid a d e n t e n d i d a a la ma nera menandrea n o s l o empuja a l riesgo por el semeja nte, si n o a la cola bora cin con el tra ba jo persona l a los intere ses del vecino y a l i n t e n t o de compa rtir sus hbitos y pun tos de vista . Un ca so especia l desde la perspectiva de los a ntiguos lo c o n s t i t u y e n los extra njeros y escla vos. En lo q u e res pecta a lo primero, Mena ndro se ma nifiesta en contra de los prejuicios socia les de los griegos. La verda dera n o b l e z a del hombre n o la determina n ni la ra za ni la a lcurnia , sino el . Por JvLo , a djetivo q u e se a pUca por igual a l hijo l e g t i m o y a l bien n a c i d o , se ha de tener a t o d o hombre h o n r a d o , y por & "ba sta rdo" a l ma lva do (fr. 2 4 8 K.). N o b l e ibyev , "de b u e n lina je") es t o d o aquel que ha na cido bien d o t a d o pa ra la virtud, aunque sea etope (fr. 6 1 2 K.). Al lina je slo a cuden pa ra justi ficarse a quellos que n o p u e d e n a ducir ningn mrito per sonal, ninguna virtud propia , ningn ya^v oiKeov, c o m o si el resto de los morta les n o hubiera t e n i d o ta mbin sus a ntepa sa dos (fr. 6 1 2 K.). Por consiguiente, n o son la s circunstancias a jena s a la v o l u n t a d , a quello q u e n o d e pende de n o s o t r o s - ' c o m o dira n despus los estoicos lo que define la ca tegora del ser h u m a n o , sino los mritos persona les. Mena ndro se decla ra , pues, decididamente en contra de t o d a discrimina cin por na c i m i e n t o , ra za y na ciona lida d. En cua nto a la escla vitud.

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proclama que es una contingencia del azar que slo afec ta al ( " c u e r p o " y "personalidad j u r d i c a " ) , pero n o al . Muchas veces el criado de carcter honesto es ms prudente que sus amos; si la fortuna esclaviz su , su es libre en su manera de ser (fr. 7 2 2 K . ) . Desde el Jantias y el Carin aristofnico, la comedia media elabor el tipo del esclavo c o n unas caractersticas comunes condensadas en las d e n o m i n a c i o n e s posteriores de fallax seruus, seruulus callidus, astutus Getas. N o o b s tante basndose en las diferencias de sus n o m b r e s , u n gra mtico antiguo. D o n a t o ^ \ observ q u e frente al esclavo bribn, caracterizado con los n o m b r e s de Syrus o Ge ta, haba tambin un siervo fiel al q u e se apHcaba el n o m b r e de Parmeno. R e c i e n t e m e n t e en un interesante trabajo^^ McCary demostr q u e la o p o s i c i n fundamental de carc ter entre los esclavos se expresaba c o n los n o m b r e s de Davo y el antedicho de Parmenn. El primero sera un , un intrigante, y el segundo un , un curioso e n t r o m e t i d o . A m b o s tipos convencionales de es clavos estn ampliamente representados en las c o m e d i a s de Menandro; pero recientemente la Aspis n o s ha dado a conocer un tipo de Davo q u e , aun conservando las d o t e s para intrigar de sus congnes, representa m o r a l m e n t e la anttesis misma de stos. Muerto, segn cree, su a m o en un c o m b a t e , en lugar de aprovechar la oportunidad para huir con sus riquezas, vuelve a A t e n a s para entregarlas a la joven hermana de aqul y , n o c o n t e n t o con e s t o , logra librarla, gracias a un ardid, de la codicia de su t o consi guiendo que se case con el j o v e n del que est enamorada. En un m o m e n t o de la pieza un cocinero se burla de la ne cedad de Davo y tilda su c o m p o r t a m i e n t o de cobarda. Davo se Umita a responder: Soy un frigio. Sherk^^ ha

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observado q u e el i m p a c t o sarcstico de esta resp uesta se basa e n p roverbios q u e corran p or Atenas, c o m o el de (el Frgio mejora a golpes y se hace ms servicial, Par. Graec. I 3 7 6 ) , en los que se verta el desprecio a los natura les de un pas que abasteca de esclavos los mercados de Grecia. Sherk estima q u e esta puntualizacin en p blico a un prejuicio ateniense debe ponerse en relacin con las nuevas tendencias c o s m o p o l i t a s y c o n la c o s t u m bre menandrea de permitir a los esclavos discutir su status o pronunciar profundas sentencias filosficas. Pero esto n o basta. El verdadero alcance de la tan slo puede apreciarse dentro del sistema coherente de pensa m i e n t o sobre la unidad de la naturaleza humana y la h bertad del aun dentro de la esclavizacin del , que acabamos de reconstruir. Estimo harto e l o c u e n t e de por s lo d i c h o para insis tir en las analogas de ideario y encarecer la vigencia ac tual del p e n s a m i e n t o m e n a n d r e o e n p u n t o a la tica so cial. Una sola observacin m e v o y a permitir hacer so bre las conclusiones de Dubkin^'* sobre el mensaje s o c i o lgico menandreo q u e estima un llamamiento al confor m i s m o , algo as c o m o un instrumento de alienacin de masas puesto al servicio de la burguesa d o m i n a n t e . Dubkin incurre en el error de aphcar las categoras del p e n s a m i e n t o m o d e r n o a un c o n t e x t o histricocultural d o n d e eran t o t a l m e n t e inexistentes. A Menandro es im posible exigirle anhsis ms p r o f u n d o s de las tensiones sociales q u e le t o c vivir, porque n o p u d o enfocar su m u n d o sino desde el nico p u n t o de vista e n t o n c e s c o n o c i d o , el de la tica. Y se i m p o n e reconocer q u e desde su p u e s t o de observador independiente y con su espe

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cial simpata para acercarse al semejante lleg a posiciones ms progresivas, realistas y humanitarias que sus predecesores. Si Menandro n o s u p o , n o quiso o n o p u d o sealar remedios para las injusticias sociales de su poca, tuvo al m e n o s el mrito i n m e n s o de haber sentado los presupuestos ticos a partir de los cuales se debe a c o m e t e r cualquier reforma poltica y social: la unidad esencial del gnero h u m a n o , la dignidad y la libertad de t o d o s los individuos sin e x c e p c i n . Algo parecido h e m o s de decir de la actitud menandrea en lo tocante a las tensiones generacionales. Actualmente est de moda hablar de la contestacin juvenil com o si ste fuese un f e n m e n o que padeciera en exclusiva el m u n d o de nuestros das. Pero nada ms lejos de lo cierto. Los lectores de Aristfanes c o n o c e n bien la petulancia de aquella juventud educada por los sofistas que despreciaba la mentalidad conservadora y los m o d o s ms austeros de vida de las generaciones anteriores, precisamente las que con su esfuerzo hicieron posible el "milagro ateniense". Su protesta adoptaba manifestaciones externas de atuendo y p o h c a personal, c o m o esa costumbre exasperante de renunciar a los servicios del peluquero, hasta el punto de que llevar melena (fco/xf) pas a significar en el argot de la p o c a "ser insolente". Y n o se caracterizaban los discpulos de Scrates por gustar de andar descalzos c o m o el maestro y por su desalio? N o s l o , pues, en las ideas, sino hasta en los hbitos de higiene y m o d o s de vestir aquellos padres atenienses tuvieron que padecer, c o m o tantos colegas suyos de h o y , lo q u e se les antojaba capricho incomprensible, cuando n o pura insensatez, de sus retoos. El tema del antagonismo entre padre e hijo aparece insistentemente repetido en la comedia aristofnica

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desde los c o m i e n z o s m i s m o s de su actividad dramtica, en Los comensales, Las nubes, Las avispas, con un tratam i e n t o desenvuelto y hasta desenfadado. Otros c m i c o s c o n t e m p o r n e o s s u y o s , c o m o Fercrates en su Coriano, tuvieron el cinismo de trasponer el conflicto al plano ertico presentando a padre e hijo en porfia por los favores de una hetera. El m o t i v o , rico en posibihdades cmicas, pas a travs de la comedia media a la nueva y de sta a la latina, que populariz en el teatro e u r o p e o el tipo del vejete rijoso y el del pater durus. Si en la comedia antigua la contraposicin de las generaciones se proyectaba preferentemente al plano p o l t i c o e i d e o l g i c o , en la nueva se sita en el tico y en el e c o n m i c o . Los padres ahora ya n o se escandahzan de las ideas de sus hijos, sino de sus costumbres disolutas y sus gastos, quejndose amargam e n t e de c m o dilapidan un patrimonio q u e t a n t o s esfuerzos y sacrificios les c o s t reunir a lo largo de t o d a una vida de trabajo. Menandro, c o m o es lgico, hace a m p h o uso en t o d a su produccin de estas tensiones generacionales q u e estn en la base misma de un gnero teatral q u e aspiraba a ser imagen de la vida y espejo de la costumbre. Pero introduce modificaciones importantes en su tratamiento escnico al contraponer d o s progenitores o d o s hermanos de m u y distinto talante, con lo q u e la profundidad psicolgica de sus piezas se agrandaba e n o r m e m e n t e . En los Adelphoe y el Heautontimorumenos terencianos, basados en d o s originales menandreos del m i s m o n o m b r e , v e m o s las variaciones a que p o d a prestarse la o p o s i c i n entre el pater durus y el padre comprensivo. En la primera D m e a educa con t o d o rigor a su hijo e n el c a m p o e n t a n t o q u e Micin, su hermano, educa al s u y o en la ciudad, dejndole

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entera libertad y dndole un amplio margen de confianza, en la conviccin de que es preferible inculcar a los hijos el sentido del honor y los nobles sentimientos a infundirles miedo. El resultado de ambas posturas se hace visible al final de la pieza, cuando el hijo criado de acuerdo c o n estos principios revela su superioridad moral sobre el que fue sometido a una disciplina estricta. En el Heautontimorumenos se nos presenta a un padre, M e n e d e m o , q u e se autocastiga por el remordimiento de haber provocado con su severidad la huida de casa de su hijo, y a un vecin o s u y o , Cremes, que, si sabe dar acertados consejos al prjimo en punto a la buena crianza de la prole, arde en indignacin al enterarse de los malos pasos de su hijo, en tanto que M e n e d e m o , arrepentido, se declara dispuesto a consentir cualquier capricho al s u y o c o n tal de tenerle de nuevo en casa. En ambas piezas Menandro ironiza sobre las posturas exageradas y parece c o m o si quisiera ejemplificar la c o n c e p c i n aristotUca de la virtud c o m o laov, c o m o j u s t o trmino m e d i o . Un mensaje parecido de mesura transmite el p o e t a en La samia, donde se da un giro casi trgico al m o t i v o de la rivalidad ertica entre padre e hijo. Un padre, D m e a s , y su hijo adoptivo viven en una armnica relacin caracterizada por la areia xpi^, que p o d r a m o s traducir por la amabilidad urbana, y la Koa^tTT??, el c o m e d i m i e n t o , segn el propio joven Mosquin declara en un m o n l o g o . Durante una larga ausencia del padre, el j o v e n entrega a la concubina de ste. Crisis, un hijo q u e ha t e n i d o de un amor clandestino para q u e lo cre c o m o propio e n lugar del s u y o , habido de D m e a s y recientemente m u e r t o . A su regreso, o y e n d o una conversacin, el padre se entera del engao y , en una lucha interior entre su amor paterno
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y su amor de h o m b r e , decide sacrificar el segundo echan d o de casa a Crisis, n o sin afear a Mosquin su c o n d u c t a , aun disculpndola e n cierto m o d o . El j o v e n , herido en sus sentimientos, decide abandonar la casa paterna, hasta q u e al fin se deshace el e q u v o c o y t o d o termina f e h z m e n t e . En un reciente estudio Mette^' ha e n t e n d i d o q u e Me nandro basaba en la ou^eoLq la nica posibilidad de superar den alten, fast schon zur Natur gewordenen Gegensatz der Generationen, sin reparar en q u e precisa m e n t e este c o m e d i m i e n t o , llevado a sus l t i m o s extre m o s , es la causa del e q u i v o c o q u e est a p u n t o de produ c h una tragedia. Igualmente en los Adelphoe la d e h c a d e z a de Micin con su hijo, tambin a d o p t i v o , provoca el q u e ste n o se atreva a deshacer un m a l e n t e n d i d o que est, a s i m i s m o , a p u n t o de provocar una catstrofe. El mensaje de ambas piezas es precisamente el contrario del q u e s u p o n e M e t t e . Si n o m e e q u i v o c o , es un aviso contra los e x c e s o s del c o m e d i m i e n t o que abocan en timidez y e n inhibiciones q u e anulan la sinceridad en las relaciones paternofiliales y ori ginan e q u v o c o s funestos. El buen padre ha de ser c o m prensivo con sus hijos, pero sin lenidad; el b u e n hijo ha de guardar c o m e d i m i e n t o , pero n o hasta el e x t r e m o de per der la confianza de trato c o n el autor de sus d a s ; u n o y otro deben ser siempre sinceros. El pensamiento de Me nandro en p u n t o al conflicto generacional m u y bien pu dieran resumirlo estas d o s m x i m a s suyas q u e c o n t i e n e n otras tantas advertencias a los padres de h o y y de siem pre: (qu cosa tan agradable, un padre templado y juvenil de carc ter, fr. 7 4 9 K.).; ^ '' (es dulce el padre con sensatez y no colrico, fr. 8 0 7 .).

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Por ltimo, digamos d o s palabras sobre la posicin de la mujer en el teatro m e n a n d r e o . C o m o en el caso del enfrentamiento generacional, los aspectos profundos de la secreta y declarada guerra entre los s e x o s recibieron un tratamiento escnico e n la tragedia euripidea y en las fases finales de la comedia antigua. N o s referimos a piezas c o m o la Lisstrata de Aristfanes, d o n d e las mujeres, adelantndose en siglos a Kate Millet y a la "Women Liberation", t o m a n conciencia plena de su superioridad sexual sobre el varn; a Las asamblestas del m i s m o autor y a ciertas piezas perdidas que llevaban por t t u l o el de La ginecocracia, en las q u e las representantes del bello s e x o invertan la prelacin sexual en materias de poltica y g o bierno. Nada de eso hay en el teatro m e n a n d r e o , sino un reflejo de la situacin social, jurdica y famiUar de la m u jer en su poca sobre el espejo deformante de las convenciones dramticas heredadas y de esa ancestral misoginia que parece ser u n o de los veneros de lo c m i c o . El h e c h o m i s m o de q u e los argumentos de la comedia nueva reposen sobre una trama amorosa, en la q u e la b o d a de una joven sin d o t e , el rescate de una hetera, las seducciones de vrgenes, partos clandestinos y e x p o s i c i n de recin nacid o s juegan un papel preponderante, es indicio: primero, de que los atenienses en el siglo IV t o m a r o n plena c o n ciencia del derecho a amar del ser h u m a n o sin discriminacin de s e x o ; segundo, de q u e los c o n d i c i o n a m i e n t o s sociales que pesaban sobre la mujer en el siglo anterior se haban en parte mitigado. El "happy e n d " de las piezas exalta el triunfo del amor frente a los obstculos q u e los azares de la vida, la maldad humana o los m e c a n i s m o s de instituciones jurdicas anticuadas, c o m o el epiclerado, o p o n e n a la pareja de j v e n e s amantes. Las circunstan113

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cias que rodean los encuentros a m o r o s o s , as c o m o la misma forma de expresarse los personajes masculinos y femeninos, muestran que la mujer distaba ya de ser la eterna menor de edad reclusa en el g i n e c e o . U n gran papel desempeaba en el teatro m e n a n d r e o la figura tradicional de la hetera, heredada de la comedia media^* en su triple modahdad de mala, buena y aparente, pero la suerte ha querido que en sus piezas conservadas slo se n o s ofrezcan ejemplos de la modahdad ms noble. Se nos ha perdido aquea Thais, desvergonzada, hermosa, persuasiva, pedigea siempre, q u e estremeca a Ovidio, y slo las d o s Bquides plautinas y la igualmente llamada del Heautontimorumenos n o s pueden dar una idea del tratamiento menandro de la faceta perversa del tipo. Por el contrario, en la H a b r t o n o n de los Epitrepontes n o s e n c o n t r a m o s con una hetera sin codicia, sinceram e n t e enamorada y con u n o s sentimientos tan altruistas, que se muestra dispuesta hasta a sacrificar su amor por la fehcidad de los dems. En cierta ocasin m e refer a las simihtudes de diluido humor, de t e m u r i s m o afable y sentimentahsmo humanitario q u e entre las heronas de Menandro y las de Mihura pensemos en Maribel y la extraa familiapueden encontrarse. Y aunque e n t o n c e s sealaba las diferencias de t o n o e i n t e n c i n , se i m p o n e reconocer q u e la realidad humana observada y la manera de enfocarla es sumamente parecida e n u n o y otro autor. Menandro est consciente de que n o hay h o m b r e , por m u y envilecido q u e se e n c u e n t r e , q u e n o conserve una chispa de nobleza. Y sabe tambin q u e , si ese f o n d o b u e n o q u e t o d o s llevamos dentro a veces n o se manifiesta, es porque los dems se cuidan bien de que n o lo exterioricem o s , c o m o ' les ocurre sobre t o d o a esa clase de mujeres a

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quienes farisaicamente s o l e m o s llamar "malas". A las hijas de familia, dice la Bquide del Heautontimorumenos, expedt bonas esse, les trae cuenta el ser honestas y cuidarse de la belleza moral tanto c o m o de la del cuerpo; a nosotras, e n cambio aade, los h o m b r e s n o n o s dejan, quippe forma impulsi nostra nos ama tores colunt (v. 389). Las mujeres de Menandro n o se revelan de forma airada, c o m o Lisstrata o Praxgora, contra las injusticias de su status, pero n o por eso dejan de denunciarlas con dignidad y mansedumbre, c o m o esa pobre hetera con cuyas palabras terminamos.

NOTAS

1 SANDBACH Memndri reliquiae selectae. Oxford, 1972. 2 KOERTE-THIERFELDER Leipzig, 1955-1959. Menander. Reliquiae, I-II,

3 Cf. LURIA Menander, Icein Peripatetiker und kein Feind der Demokratie, en Menanders Dyskolos als Zeugnis seiner "poc/2e, Berlin, 1965,23-31. 4 LUDWIG Die plautinische Cistellaria und die Verhltnis von Gott und Handlung bei Menander, en Mnandre, Ginebra, 1970,43-96. 5 GIL Menandro y la religiosidad de su poca, en Cuad. Filai a I 1971,109-179. 6 GIL El ensueo del Dyskolos, en Homenaje a Tovar, Madrid, 1972, 159-168. 7 Por eso entiendo una cierta actitud de escepticismo escatolgico, atenuado por la voluntad de creer, como la que aparece al final del Fedn (114 c-d). All se califica el esfuerzo por vivir virtuosa y sensatamente con vistas a la definitiva beatitud post mortem de KaXf dXoi) y de ya^^ri Xniq, aadindose que el tener fe no slo es un riesgo hermoso de correrse, sino un ensalmo que el hombre debe repetirse para perseverar en su propsito. 8 Sobre las teoras de ambos en lo tocante a la comedia,
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LUIS GIL

puede consultarse con fruto PLEBE La nascita del comico nella vita e nell'arte degli antichi Greci, Bari, 1956, 227-259. 9 POWELL Collectanea Alexandrina, 175. 10 FROMM Psicoanlisis y religin, tr. esp. Buenos Aires, 1965, 152. 11 KRUEGER Mythisches Denken in der Gegenwart, en Die Gegenwart der Griechen im neueren Denken. Festschrift fr Hans Georg Gadamer zum 60. Geburtstag, Tubinga, 1960, 117-122. 12 Cf. GIL Menandro y la tica social, en Homenaje a Aranguren, Madrid, 1972, 169-176. 13 SUESS De personarum antique comoediae Atticae usu atque origine, dis. Bonn, 1905. 14 SCHMID Menanders Dyskolos und die Timonlegende, en Rh. Mus. CII 1959,157-182. 15 STEINMETZ Menander und Theophrast. Folgerungen aus dem Dyskolos, ibid. CHI 1960,185-191. 16 GOERLERKnemon, 17 STEINMETZ o. c. 18 GOERLERo.c19 SCHOTTLAENDER Menanders Dyskolos und der Zusammenbruch der Autarchie, en o. c. (en n. 3) 33-42. 20 BARIGAZZI // Dyscolos di Menandro o la commedia della solidariet umana, en Athenaeum XXXVII 1959, 184-195. 21 Ad. Terent. Adelph. I 1. 22 McCARY Menander's Slaves: Their Names, Roles and Masks, en Trans. Am. Philol Ass. C 1969,277-294. 23 SHERK Daos and Spinther in Menander's Aspis, en Am. Journ. Philol CI 1970, 341-343. Hermes XCI 1963, 268-287. Oxford, 1925, 173-

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MENANDRO, HOY

24 DIBKIN Post-Aristophanic Comedy. Studies i~ the Social Outlook o f Middle and New Comedy at both Athens and Rome, Urbana 111. 1946.

25 METTE Moschion O 432-439.

K O O ~ W C en ,

Hermes XCVII 1969,

26 Cf. HAUSCHILD Die Cestalt der Hetare in der griechischen Komodie, dis. Leipzig, 1933.

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