Flores Flores, G., La Ciudad, Sus Guardianes y La Justicia 1824-1846

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Estudios de Historia Moderna y Contemporánea de México 57, enero-junio 2019, p.

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ISSN 0185-2620 / e-ISSN 2448-5004

artículo

LA CIUDAD, SUS GUARDIANES Y LA JUSTICIA


Un estudio de su relación durante la vida republicana
de la ciudad de México (1824-1846)*

THE CITY, ITS GUARDIANS AND JUSTICE


A Study of Their Relationship during the Republican Life
of Mexico City (1824-1846)

Graciela Flores Flores


El Colegio de México
Centro de Estudios Históricos
Becaria Posdoctoral
[email protected]

Resumen
En 1782 se mandó dividir la ciudad de México en ocho cuarteles mayores y 32 menores con
ánimo de facilitar el camino de la justicia. A la par, se crearon distintos personajes para
cuidar del orden. El presente artículo tiene por principal finalidad conocer a los agentes de
seguridad y vigilancia (auxiliares de cuartel, “guardafaroleros”, cabos y vigilantes nocturnos,
etcétera) de la ciudad de México, sus funciones y la organización que asumieron para des-
empeñarlas, además de señalar la estrecha relación que mantuvieron con la justicia durante
las dos primeras repúblicas (1824-1846). A través de la cartografía, podremos conocer cómo
distribuyeron sus rondas y patrullas para poder dimensionar qué tan efectiva fue su labor al
perseguir, aprehender y consignar a los alteradores del orden público ante el juez.
Palabras clave: agentes de seguridad, Ordenanza de 1782, cuarteles mayores, cuarteles me-
nores, jueces.

Abstract
In 1782 it was ordered to divide Mexico City into eight major barracks and 32 minor barracks
in order to facilitate the path of justice. At the same time, different characters were created
to take care of the order. The main purpose of this article is to get to know the security and
surveillance agents (barracks assistants, “guardafaroleros”, corporals and night watchmen,
etcetera) of Mexico City, their functions and the organization they assumed to perform them,
in addition to note the close relationship they had with justice during the first two republics
(1824-1846). Through cartography, we will be able to know how they distributed their rounds
and patrols to be able to measure how effective their work was in pursuing, apprehending and
consigning the disrupters of public order in front of the judge.
Keywords: security agents, Ordinance of 1782, main quarters, minor barracks, judges.

Información del artículo


Recibido: 24 de enero de 2018.
Aceptado: 17 de junio de 2019.
DOI:10.22201/iih.24485004e.2019.57.69978

* unam. Programa de Becas Posdoctorales. Becaria del Instituto de Investigaciones Sociales.


Tutor: doctor Hira de Gortari.
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Introducción

Tras el estertor político que supuso la emancipación novohispana, quedó


un enorme reto para los políticos y prohombres del gobierno mexicano: la
configuración de un nuevo orden político, jurídico y judicial. Si bien las
bases ya se habían colocado años atrás —Cádiz había señalado el camino:
la Constitución de Apatzingán respondió a ese impulso—, nada se pudo con-
cretar durante la efímera y convulsa monarquía de Agustín I sino hasta
1823, cuando se concretó el Acta Constitutiva que dio origen a la primera
Constitución Federal en 1824. La norma constitucional señaló entonces
la senda: una división tripartita de poderes.
El Poder Judicial, según el artículo 123 de la Carta Magna, residiría en
una Corte Suprema de Justicia, juzgados de Distrito y Tribunales de Circui-
to a nivel federal, mientras que, en el ámbito estatal, según el Acta Consti-
tutiva, la justicia recaería en los tribunales (arts. 18 y 23). En cuanto a la
justicia ordinaria, el Tribunal Superior se ocuparía de la revisión de sen-
tencias en segunda y tercera instancias, en tanto que los juzgados de letras
se encargarían de la primera instancia judicial. Por su parte los alcaldes
constitucionales, que pertenecían al Ayuntamiento de la ciudad, fungirían
como jueces, aunque no tuvieran formación en derecho, ocupándose de la
justicia inmediata, de carácter “doméstico”, a través de trámites amistosos
o de común acuerdo entre las partes, conocidos como “conciliaciones” y
“juicios verbales”.
A excepción de los negocios judiciales iniciados por querella de parte
en primera instancia y de los realizados por los alcaldes constitucionales,
el aparato judicial comenzó a funcionar cuando hubo delito que perseguir
(o algún pleito a dirimir), por lo que, custodiados lo mejor posible por
auxiliares de cuartel, oficiales auxiliares, cabos, guardafaroleros, vigilantes
y demás agentes de seguridad y orden, llegaban diariamente al juzgado
carcelario todo tipo de alteradores del orden público, algunos por asuntos
que habían terminado en golpizas y heridas, robo de enseres de poca cuan-
tía hasta los que implicaban “escalación” u horadación de muro, “fractura”
de puertas o uso de ganzúas y montos considerables, así como los de índole
sexual (estupro, violaciones, prostitución, “incontinencia”, sodomía, bes-
tialidad [zoofilia] y lenocinio, entre otras variantes).
La historiografía que ha centrado su atención en los elementos de segu-
ridad antes mencionados lo ha hecho con la finalidad de conocer la confor-
mación de la policía en sentido moderno, esto es, abocada a las funciones

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de orden y seguridad de la ciudad de forma exclusiva, desde la vertiente


institucional1 o bien en la lingüística y conceptual;2 en ambos casos ya
desprendida del concepto de “policía” vigente en el Antiguo Régimen, que
era más amplio por cuanto comprendía el buen gobierno de las ciudades,
o en palabras de Nacif Mina, eran “las acciones administrativas, controladas
por el Ayuntamiento de México, y utilizadas para la vigilancia del cumpli-
miento de los bandos públicos y órdenes en la ciudad, con la intención de
que los servicios públicos fueran para el bien común”.3
Uno de los estudios que se centra en los auxiliares de cuartel, sin pre-
tender encontrar la raíz de la policía moderna, es el de José Antonio Serra-
no Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares y seguridad pública,
1820-1840”,4 en el que aborda diversas e interesantes esferas relativas a la
administración de seguridad en la ciudad, como las controversias entre los
ediles del ayuntamiento y las “autoridades superiores”, el control social y
las demandas de justicia en medio de las agitaciones políticas y sociales que
hacían clamar por mejores aparatos de vigilancia y en el que aborda la re-
lación de los auxiliares con la justicia, aunque no como tema principal.
El presente estudio, por tanto, pretende servir como un acercamiento
a la forma de proceder de los cuerpos y agentes de seguridad capitalinos y
su relación con la justicia durante el periodo que abarca dos experimentos
republicanos, de 1824 a 1846, para conocer cómo es que procedían y cómo
se distribuyeron en la ciudad y poder determinar qué tan eficaz pudo haber

1 
Algunos autores son Jorge Nacif Mina, “Policía y seguridad pública en la ciudad de
México, 1770-1848”, en Regina Hernández Franyuti (comp.), La ciudad de México en la pri-
mera mitad del siglo xix, 2 v., México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora,
1994, v. ii, p. 9-50, y José Antonio Yáñez Romero, Policía mexicana: cultura política, (in)se-
guridad y orden público en el gobierno del Distrito Federal, 1821-1876, México, Universidad
Autónoma Metropolitana/Plaza y Valdés, 1999.
2 
Regina Hernández Franyuti, “Historia y significados de la palabra policía en el queha-
cer político de la ciudad de México. Siglos xvi-xix”, Ulúa. Revista de historia, sociedad y cul-
tura, n. 5, 2005, p. 9-34, y Diego Pulido Esteva, “Policía: del buen gobierno a la seguridad,
1750-1850”, Historia Mexicana, n. 3, enero-marzo 2011, p. 1595-1642, respectivamente.
3 
Nacif Mina, “Policía y seguridad pública en la ciudad de México, 1770-1848”, p. 11.
Para conocer las implicaciones de policía en sentido extenso, tal como se entendía a finales
del Siglo de las Luces, véase el estudio de Hira de Gortari Rabiela, “La ciudad de México de
finales del siglo xviii: un diagnóstico de la ‘ciencia de policía’ ”, Historia Contemporánea, n. 24,
2002, p. 115-135.
4 
Juan Antonio Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares y seguridad
pública, 1820-1840”, en Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri (eds.), Instituciones y ciudad.
Ocho estudios históricos sobre la ciudad de México, México, Sociedad Nacional de Estudios
Regionales/Uníos, 2000, p. 21-60.

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sido su actuación, pues de ella dependía, en buena medida el funciona-


miento de la maquinaria judicial (juzgados y cárceles).
Un primer acercamiento será a través de la cartografía elaborada con
base en documentación oficial,5 principalmente reglamentos y nombramien-
tos en los que se mencionan datos como el número de individuos por zonas
y algunos domicilios (cuando menos calles) que fue posible cartografiar;
quizás al comparar lo que sugieren los planos con la práctica, se pueda llegar
a responder sobre la eficacia de éstos para detener y conducir reos a los
juzgados. Por supuesto, llegado el momento, haré un alto en el juzgado, para
conocer el proceso que los reos experimentaron luego de la detención.

La ciudad de México y su división por cuarteles

El 18 de noviembre de 1824 el Congreso federal emitió el decreto que daba


a conocer la creación del Distrito Federal, sede de los poderes políticos,
cuya extensión comprendió dos leguas (aproximadamente nueve kilóme-
tros) de radio a partir de la Plaza Mayor. El territorio del Distrito Federal
cubría aproximadamente 55 kilómetros cuadrados6 y comprendió once
municipalidades: México, Guadalupe Hidalgo, Tacubaya, Azcapotzalco, Ta-
cuba, Iztacalco, Mixcoac, Iztapalapa, Popotla, La Ladrillera, Nativitas, Mexical­
zingo; dos ciudades, dos villas, 32 pueblos, 85 barrios, 16 haciendas, 22
ranchos, dos molinos, un fuerte y dos huertas.7 La capital seguiría siendo,
tal como durante el periodo novohispano, la Ciudad de México, y continuó

5 
Agradezco la valiosa colaboración del geógrafo José Marcos Osnaya Santillán, quien
trazó los planos que se presentan en este estudio con base en los datos y la información re-
copilados para la presente investigación. El plano base está georreferenciado y se trazó a
partir del de Diego García Conde, Plano general de la Ciudad de México. Levantado por el Te-
niente Coronel Don […] en el año de 1793. Aumentado y corregido en lo más notable por el Te-
niente Coronel retirado, Don Rafael María Calvo en el de 1830, que custodia la Mapoteca Manuel
Orozco y Berra. La división de la capital en cuarteles mayores, menores, secciones y manza-
nas para la primera mitad del siglo xix se trazó a partir de Archivo Histórico del Distrito
Federal (en adelante, ahdf), Demarcaciones: Cuarteles, v. 650, exps. 5 y 8, años 1830 y 1846,
respectivamente.
6 
José Luis Vázquez Alfaro, Distrito Federal. Historia de las instituciones jurídicas, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas/Senado
de la República, 2010, p. 10.
7 
Regina Hernández Franyuti, El Distrito Federal: historia y vicisitudes de una invención,
1824-1994, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2008 (Historia
Urbana y Regional), p. 44.

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siéndolo durante las siguientes administraciones políticas,8 e incluso man-


tuvo la estructura organizativa que le había heredado la Ordenanza de 1782
al dividirla en 8 cuarteles mayores y 32 menores; es decir, cada uno de los
mayores quedó conformado por cuatro menores y tal división obedeció a
la observancia del orden y la justicia en la capital. Las razones de la Orde-
nanza se expresaron así:

La dilatada extensión de esta Ciudad: la irregular disposición de sus barrios y arra-


bales, y la situación de las habitaciones de éstos, que los hace imposibles al registro,
y en muchos de ellos aun al tránsito; y su numerosísimo vecindario, especialmen-
te de la Pleve [sic], han dificultado en todos tiempos, que el corto número de Se-
ñores Ministros de la Real Sala del Crimen, y Jueces Ordinarios, pueda llevar su
vigilancia a todas partes, y mucho menos visitarlas con Rondas nocturnas.9

Es decir, el crecimiento de la urbe y la falta de orden dificultaban la


adecuada vigilancia y el alcance de la justicia, por lo que se tomaron previ-
siones para subsanar deficiencias y atender dichas necesidades. Si bien la
Ordenanza de 1782 no fue la única en la materia, sí fue la que mayor im-
pacto, utilidad y vigencia tuvo, pues la Ciudad de México siguió utilizando
tal estructura organizativa hasta principios del siglo xx. Anteriormente
hubo varios intentos por dividir la capital en cuarteles para su mejor control,
según la misma Ordenanza, los hubo en 1713, 1720 y 1750,10 cada cuartel
quedaría bajo resguardo de los “señores alcaldes”, corregidores y alcaldes
ordinarios, o bien de los Ministros de vara y ronda, o bien de “Comisarios
y Quadrilleros”.11 Sin embargo, cada proyecto enfrentó dificultades que
impidieron su puesta en marcha, siendo el 4 de diciembre de 1782 cuando

 8 
Sobre la controversia para mantener o cambiar la ciudad de México como capital,
véase Vázquez Alfaro, Distrito Federal. Historia de las instituciones jurídicas, p. 4-6.
 9 
ahdf, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 1.
10 
Otra medida de la que da cuenta la Ordenanza de 1782 ocurrió en 1744, cuando se le
propuso al rey que para hacer eficiente el ejercicio de la justicia, se asignaran algunas pocas
iglesias para que los delincuentes gozaran de inmunidad y que fueran las más alejadas del
comercio. Dicha medida fue la única donde no se mencionó una nueva división de la ciudad.
ahdf, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 2 y 3.
11 
En 1778 hubo otro intento por mantener el orden y la justicia en la ciudad. Por real
orden se dispuso que “los Alcaldes de Corte y los Ordinarios vivan precisamente en sus
respectivos cuarteles, y visiten con frecuencia las Pulquerías, practicando quantos juiciosos
arbitrios les dicte su zelo, para evitar en ellas las embriagueces y demás desórdenes”, medi-
da que quedó sin efecto al morir el virrey Bucareli. ahdf, Ayuntamiento, Ordenanzas y Otros
Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 4 y 5.

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se aprobó, al fin, la división en cuarteles semejantes a los madrileños, in-


cluyendo la figura representativa del orden: el alcalde de barrio,12 que por
entonces, según voces enteradas, estaba dando muy buenos resultados; el
responsable para tamaña empresa en la capital de Nueva España fue el oidor
Baltasar Ladrón de Guevara.13
La implementación de los alcaldes de barrio fue toda una innovación en
materia de orden y control social, pues anteriormente, las funciones de
aprehender reos para ponerlos a resguardo carcelario y luego ante la pre-
sencia del juez, había sido una función exclusiva de los alcaldes ordinarios
de la ciudad, el corregidor y los alcaldes del crimen de la Real Audiencia.
Posteriormente, también comenzó a operar el Tribunal de la Acordada que
persiguió y juzgó delitos contra la propiedad, personas y bebidas prohibidas
y que, de hecho, contaba con su propia cárcel. Sin embargo, sus funciones
se vieron rebasadas ante el crecimiento de la ciudad y los crímenes, por lo
que la adopción de los alcaldes de barrio que además poseían fuero judicial
fue muy conveniente para asegurar un mayor alcance de la justicia, mantener
el orden entre los vecinos y sus propiedades y así conseguir “saludables
efectos tanto en la administración de justicia como en el gobierno político”.14
Al llegar a la vida independiente y al extinguirse las instancias judicia-
les de Antiguo Régimen, el enorme vacío que pudo suponer la ausencia de
aquellos agentes fue cubierto por los “auxiliares de cuartel” y algunos nue-
vos cuerpos de seguridad que surgieron como iniciativa del Ayuntamiento
o bien del gobernador o el prefecto del Distrito durante el federalismo o el
centralismo, y que aprovecharon la división por cuarteles de 1782, que
permaneció vigente apenas con una pequeña modificación en 1846.

12 
En Madrid, luego de la conmoción social generada por los motines y revueltas de la
primavera y el verano del año de 1766, como el “motín contra Esquilache”, las autoridades
contemplaron la reforma del orden y control de la ciudad: su división en ocho cuarteles
mayores y 64 menores o barrios (por real cédula de Carlos III, el 6 de octubre de 1768) y en
cada uno de los mayores, un alcalde de barrio. Véase Brigitte Marin, “Los alcaldes de barrio
en Madrid y otras ciudades de España en el siglo xviii: funciones de policía y territoriales”,
Antropología. Boletín oficial del Instituto Nacional de Antropología e Historia, n. 94, 2012, p. 19-
31, p. 21, y Arnaud Exbalin Oberto, “Los alcaldes de barrio. Panorama de los agentes del
orden público en la ciudad de México a finales del siglo xviii”, Antropología. Boletín Oficial
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, n. 94, 2012, p. 49-59, p. 50.
13 
Por supuesto, tales medidas, de uno y otro lado del Atlántico, obedecieron a las dis-
cusiones en Europa sobre un nuevo modelo de policía y su mejora, sobre todo en el último
tercio del siglo xviii, un movimiento de reformas muy amplio en las capitales y grandes
ciudades.
14 
ahdf, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 2, 4 y 5.

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En el plano 1 se puede ver la división que estuvo vigente durante la


primera república federal y durante casi todo el centralismo, mientras que
en el plano 2 son visibles las demarcaciones definidas en 1846 al final del
centralismo para el cuartel mayor 8.15

De la ciudad y sus guardianes

En 1842 la ciudad de México contaba con una población menor a los 120 000
habitantes, pues entre los últimos años del siglo xviii y hasta mediados del
siglo xix el espacio urbano no tuvo un crecimiento social importante,16
debido a que “las condiciones económicas y la serie de patologías biosocia-
les limitaron el crecimiento natural de la urbe, pues sus habitantes enfren-
taron un número importante de epidemias que incidieron negativamente
sobre el tamaño de la población de la ciudad”.17
Aunque la población no creció de forma importante, sí poseyó carac-
terísticas que la hacían atractiva a propios y extraños: no sólo era la sede
de los poderes federales y, más tarde, del centralismo; también se mantuvo
como el innegable centro espiritual, comercial y financiero de la República,
a la vez que fungía como faro para las mentes más brillantes —que acudían a
formarse a los mejores institutos, liceos, colegios… a la universidad—.
Asimismo, fue la ciudad de las grandes imprentas que abastecían la deman-
da de textos académicos y literarios, además de capital del entretenimien-
to no sólo por sus teatros y plazas de toros, sino por los lugarejos que servían
como puntos de encuentro y solaz a las distintas clases sociales en sus
muchas tabernas, pulquerías y hasta billares.
A la par de su innegable oropel, había una parte de la ciudad que no era
lustrosa ni digna de orgullo. Hacia la primera mitad del siglo xix, a la capi-
tal la describían como sucia, caótica y hasta peligrosa, escenario de críme-
nes atroces y delitos de poca monta, paraíso de ladronzuelos, parias y pros-
titutas, vagos y mal entretenidos. Los contrastes de la urbe, su peligrosidad
y la necesidad de mantenerla pacífica condujeron a su división en cuarteles

15 
ahdf, Demarcaciones: Cuarteles, v. 650, exp. 8.
16 
Sonia Pérez Toledo, Población y estructura social en la ciudad de México, 1790-1842,
México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2004, p. 123.
17 
Idem. Sobre el impacto de las epidemias o patologías “biosociales” en la población de
México durante los siglos xvi al xx, véase Elsa Malvido, La población, siglos xvi al xx, México,
Universidad Nacional Autónoma de México/Océano, 2006.

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Plano 1. División de la ciudad de México en cuarteles mayores y menores, 1830. Fuente: ahdf,
Ayuntamiento, Demarcaciones: Cuarteles, 650, exp. 5, f. 1-4
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Plano 2. División de la ciudad de México en cuarteles mayores y menores, 1846. Fuente: ahdf, Ayuntamiento,
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Demarcaciones: Cuarteles, v. 650, exp. 8


12 Graciela Flores Flores

mayores y menores, y a la creación de cuerpos y agentes de vigilancia.


Durante el periodo que me ocupa hubo varios de ellos.
Algunos databan de las últimas décadas del virreinato; otros, se habían
generado según los pareceres y necesidades de las administraciones polí-
ticas, ya federalistas o centralistas. Algunos obedecían al Ayuntamiento,
otros al gobernador del distrito o al prefecto; aunque sin importar su
signo o forma, ni filiación política, la consigna fue única: vigilar para pre-
venir y disuadir las conductas peligrosas y/o criminales. Por supuesto, a
los agentes y cuerpos de vigilancia competía poner a disposición del juez
de turno de la cárcel de la Diputación (principalmente) o la Nacional a
aquellos detenidos que osaban alterar el orden público o que simplemen-
te fueran sospechosos; correspondía al juez determinar la sanción a la que
se harían acreedores.
Dentro de los cuerpos y agentes de seguridad vigentes en la época re-
publicana, y cuyos antecedentes se remontan a las últimas décadas del vi-
rreinato, figuran los alcaldes auxiliares de cuartel, cuyo reglamento se pu-
blicó el 7 de febrero de 1822, en plena administración de Iturbide. Su
actividad fue más que evidente a lo largo de las dos administraciones polí-
ticas que sucedieron a la breve monarquía mexicana, equiparables a los
“alcaldes de barrio” cuyas funciones principales, al gozar de jurisdicción
criminal, según la Ordenanza de 1782, consistieron en administrar justicia,
prevenir y castigar los delitos, recabar las pruebas en delitos graves e inte-
grar la sumaria para el juez.18
Al ser nombrados por el virrey, no podían excusarse del cargo (pese a
ser concejil y no percibir sueldo alguno), so pena de ser multado y hasta
desterrado. Los alcaldes debían vivir en el cuartel a su encargo y portarían
un uniforme.19 Aunque se desconoce cuándo salieron del escenario judicial,
hay indicios de su actuación hacia 1815-1816.20 No fue hasta la consumación
de la Independencia, y plenamente en la vida republicana, cuando los al-
caldes auxiliares de cuartel tomaron la escena callejera para hacerse cargo
de la seguridad, la vigilancia y el orden.

18 
ahdf, Ayuntamiento, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23,
f. 28. El subrayado es mío.
19 
El uniforme consistía en “casaca y calzón azul, vuelta de manga encarnada, y en me-
dio de ella, a lo largo, un alamar de plata: llevarán bastón, como insignia de la Real Justicia…”.
Ibidem, p. 26.
20 
Yáñez Romero, Policía mexicana: cultura política…, p. 85-87.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 13

Según el “Reglamento de los alcaldes auxiliares…”,21 éstos debían ser


designados por el “regidor del cuartel” y el ayuntamiento los nombraría
dando a conocer al público sus nombres y domicilios para que los ciudada-
nos supieran a quién recurrir en caso de necesidad, ya para demandar
auxilio, presentar quejas o denunciar la inobservancia de los bandos de
policía, pues tuvieron una doble función: vigilar el orden y garantizar el
cumplimiento de los bandos de policía (limpieza de la ciudad, iluminación,
que no se vendiera comida en lugares prohibidos, etcétera).
Los regidores eran electos cada dos años y tenían a su encargo dos
cuarteles menores cada uno pero, a diferencia de los auxiliares, no estaban
obligados a vivir en los cuarteles a su encargo, lo que es visible en el plano
3, por ejemplo, en 1824 el regidor de los cuarteles 1 y 2 habitaba en el
cuartel menor 14 del mayor 4, o el regidor de los cuarteles 11 y 12 habita-
ba en el cuartel menor 22 perteneciente al mayor número 6. Fueron pocos
los casos en que el domicilio del regidor coincidía con el de los cuarteles
a su cargo, como el de los cuarteles menores 9 y 10, que sí tenía su mora-
da en el menor 10 del mayor 3. En ambos casos, y al igual que los ya ex-
tintos alcaldes de barrio, sus cargos eran honoríficos y estaban sujetos a
sanciones si declinaban tomar posesión de ellos.
Dentro de los cuerpos de seguridad, otros que poseyeron larga tradición
fueron los “celadores públicos”. Instituidos el 28 de mayo de 182622 y más
tarde complementados con el Reglamento del 29 de diciembre de 1829,23
sustituyeron al virreinal “alumbrado de las calles de Méjico” (cuyo regla-
mento propio, del 6 de abril de 1790, fue mandado elaborar por el virrey
conde de Revillagigedo, a sólo ocho años de que se estableciera la nueva

21 
“Reglamento de alcaldes auxiliares para la seguridad de las personas y bienes de los
vecinos de esta capital, y la observancia de las leyes de policía”, en Juan Rodríguez de San
Miguel, Pandectas hispano-megicanas, o sea, Código general comprensivo de las leyes generales,
útiles y vivas de las Siete Partidas, recopilación novísima, la de Indias, autos y providencias cono-
cidas por de Montemayor y Belaña, y cédulas posteriores hasta el año de 1820: con exclusión de
las totalmente inútiles, de las repetidas, y de las expresamente derogadas, 3 v., México, Impreso
en la Oficina de Mariano Galván Rivera, 1839, v. i, p. 677-679.
22 
“Se establece en el Distrito un cuerpo de policía municipal bajo el título de celadores
públicos”, 28 de mayo de 1826, en Juan Rodríguez de San Miguel, Manual de providencias
económico-políticas para uso de los habitantes del Distrito Federal, México, Imprenta de Galván
a cargo de Mariano Arévalo, 1834, p. 146-147.
23 
“Reglamento para el alumbrado de Méjico”, 29 de diciembre de 1829, en Rodríguez
de San Miguel, Manual de providencias económico-políticas…, p. 147-149.

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14 Graciela Flores Flores

división de la ciudad de México).24 El “alumbrado” novohispano cumplía


una función vital: mantener iluminada la capital en las noches, gracias a
doce farolas a cargo de cada “guardafarolero” con los enseres para su labor
(que consistían en chuzos, aceite y mechas) que debían solicitar a su jefe
inmediato, el “guarda mayor de alumbrado”. Posteriormente, luego de una
adición al reglamento del alumbrado25 se crearon ocho plazas que consti-
tuyeron el “brazo armado” de los guardas, pues además de llevar farol,
cargaban un sable. Así de bárbaras parecían las calles de la ciudad.
Finalmente, en 1829 se suprimieron las ocho plazas de cabos creadas
por Revillagigedo y se instituyeron los “guarda serenos” que eran también
ocho y provenían de la compañía de caballería de celadores públicos, ins-
taurándose, de hecho, una estructura mucho más compleja. En la cúspide
de la pirámide organizacional se encontraba el gobernador del distrito,
seguido del jefe superior de celadores públicos, un cabo primero de alum-
brado y en la base de la estructura los cabos de alumbrado. Los guardafa-
roles realizaban rondas y patrullas. Para ejercer su labor, acudían al cuartel
de seguridad pública por aceite y mechas para proveer los faroles y también
se aseguraban de mantenerlos limpios.
Cuando menos estos dos cuerpos de seguridad y vigilancia se mantu-
vieron activos durante el federalismo y el centralismo; mientras que, a la
par, en cada administración política se crearon otros más, lo que de entra-
da denota la insuficiencia de aquéllos o bien la cada vez más demandante
necesidad de orden y control social.26 Desde su creación y en la vida repu-
blicana, el alumbrado de las calles de México tuvo por encargo “aprehender

24 
“Reglamento formado de orden del exmo. sr. virrey conde de Revillagigedo, para el
gobierno que ha de observarse en el alumbrado de las calles de Mégico”, en Rodríguez de
San Miguel, Pandectas hispano-megicanas…, v. i, p. 683.
25 
“Adición al reglamento del alumbrado”, en Rodríguez de San Miguel, Pandectas his-
pano-megicanas…, v. i, p. 684.
26 
Durante el primer federalismo también se instituyeron los “vigilantes del orden pú-
blico”, cuyo reglamento data del 20 de diciembre de 1828 y si bien sus funciones y modus
operandi fue semejante al de los auxiliares de cuartel, no me ocuparé de ellos por no haber
más referencia a su presencia que dicho reglamento; tales vigilantes pudieron haber sido
creados debido a los disturbios ocasionados durante el llamado “Motín de la Acordada” y que
condujo al saqueo del mercado de El Parián el 4 de diciembre de 1828. Sobre las referencias
a los vigilantes del orden público, consúltese Yáñez Romero, Policía mexicana: cultura políti-
ca…, p. 108 y 258, 259. El reglamento íntegro puede consultarse en Basilio José Arrillaga,
Recopilación de leyes, decretos, bandos, reglamentos, circulares y providencias de los supremos
poderes y otras autoridades de la República Mexicana formada por orden del supremo Gobierno,
México, Imprenta de J. M. Fernández de Lara, calle de la Palma núm. 4, 1838, p. 178-182.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 15

a los malhechores o ladrones que encontrasen, depositándolos en la guardia,


cuartel o cárcel más inmediata, dando parte al guarda mayor o su teniente
cuando pase la ronda”.27
Según su Reglamento, expedido en 1829, sus funciones de vigilancia
comenzaban al encenderse las farolas, recorrían la ciudad e informaban a
sus superiores sobre todos los pormenores de sus rondas; sus funciones
también consistieron en aprehender a ladrones, ebrios, y a cuanto facine-
roso encontrasen, “depositándolos en el vivac más inmediato o en la cárcel
de la Diputación”.28
Posteriormente, el 4 de febrero de 1834, durante el federalismo, se creó el
llamado “oficial auxiliar de policía” que dependió del ayuntamiento de la capi-
tal y que no debe confundirse con los alcaldes auxiliares de cuartel, pues a
diferencia de éstos se les dio una encomienda muy puntual: auxiliar “en todas
sus providencias” a los capitulares del ayuntamiento y jueces de letras,29 cons-
tituyéndose en una especie de “policía judicial”, aunque al igual que aquéllos,
daban cuenta de los pormenores de sus rondas a los regidores de su cuartel.
Por su utilidad, dicha figura se mantuvo vigente durante el centralismo.30
Un poco más adelante, en 1838 la Junta Departamental creó su propio
“cuerpo de policía municipal” integrado por vigilantes nocturnos31 y diur-
nos,32 cuya designación correspondió al prefecto de la capital (con la apro-

27 
“Reglamento formado de orden del exmo. sr. virrey conde de Revillagigedo, para el
gobierno que ha de observarse en el alumbrado de las calles de Mégico”, en Rodríguez de
San Miguel, Pandectas hispano-megicanas…, v. iii, p. 683.
28 
“Reglamento para el alumbrado de México”, del 20 de diciembre de 1829, en Rodríguez
de San Miguel, Manual de providencias económico-políticas…, p. 685.
29 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 48, “José María Tornel, gobernador del
Distrito Federal. Se nombrará un oficial auxiliar de policía en cada manzana, por los regido-
res encargados de los cuarteles en que está dividida la Ciudad para evitar la inseguridad que
se vive en ésta”, 4 de febrero de 1834, art. 1.
30 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 11, exp. 37, “El ciudadano Francisco Ortiz de
Zárate, ayudante general de la Plana mayor del ejército, General de brigada graduado y Go-
bernador interino del Departamento de México. Reglas para los oficiales de policía distribui-
dos en las manzanas de la capital”, 22 de septiembre de 1841.
31 
“Reglamento del cuerpo de policía municipal de vigilantes nocturnos”, 7 de abril de
1838, en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa
de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República ordenada por
los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano, México, Imprenta del Comercio, a cargo
de Dublán y Lozano, Hijos, Calle de Cordobanes, número 8, 1876, t. iii, p. 470-474.
32 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 9, exp. 60, “El ciudadano Luis Gonzaga Vieyra,
Coronel retirado, y Gobernador constitucional del Departamento de México. Reglamento
para los vigilantes diurnos”, 7 de abril de 1838.

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16 Graciela Flores Flores

bación del gobernador). También se trató de una organización compleja y


jerarquizada: los vigilantes dependían de cabos y todos, a su vez, rendían
cuentas al gobernador.
Igualmente, durante el centralismo el 26 de septiembre de 1845 se creó
la “fuerza de policía”:33 un cuerpo de organización compleja, jerarquizada y
mixta; algunos montaban a caballo, otros eran “de a pie” y sus hombres
podían poseer o no fuero militar. Los primeros obedecían a un jefe de poli-
cía, un teniente de policía y a cuatro comisarios; mientras que los segundos,
a tres subalternos de policía. Todos estaban sujetos al gobernador del depar-
tamento de México. Hasta aquí esbozamos las figuras de algunos cuerpos y
agentes de la seguridad y vigilancia creadas hasta en tres momentos políticos
distintos, algunas con raíces novohispanas y hasta de tradición madrileña,
y otras surgidas en la administración federal o central. Ahora veamos con
detenimiento únicamente los cuerpos de vigilantes más nutridos y con más
presencia en la ciudad; a través de la cartografía, será posible aproximarnos
a su organización y distribución para efectuar sus rondas y patrullas.

Atajar delitos y delincuentes: auxiliares de cuartel

Para el periodo de estudio que nos ocupa no hay un cuerpo único encar-
gado de la vigilancia sino varios; algunos cuerpos usaban uniforme, otros
no; algunos eran asalariados y en otros casos el cargo era honorífico;
había quienes contaban con fuero militar y otros más empleaban civiles
para hacer rondas. Tal disparidad (y variedad) puede explicarse, como
bien estudia Serrano Ortega, en una necesidad urgente de vigilancia y
orden, y en la disputa entre los ediles del ayuntamiento y el gobernador
del Distrito, durante el federalismo, o el prefecto de distrito, durante el
centralismo, quienes aportaron sus mejores argumentos jurídicos para
ocuparse de la vigilancia y la seguridad de la capital, un territorio que se
convirtió en escenario de discordias entre ambos. No obstante, abande-
raron una clara consigna: velar por la seguridad de los bienes de los ciu-
dadanos. Ello implicó aprehender o perseguir a los que osaran transgredir
aquel sagrado mandato.

33 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 15, exp. 3, “Mucio Barquera, presidente de la
Asamblea de México y gobernador interino de su departamento. Decreto y reglamento para
el cuerpo de policía”, 26 de septiembre, 1845.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 17

Los auxiliares de cuartel se distinguieron por tener presencia en toda


la ciudad; como se recordará, se designaron dos por cada cuartel menor:
así que, si existían 32 cuarteles menores, hubo entonces 64 auxiliares; ellos
debían rendir cuenta a su respectivo regidor de cuartel, a la sazón, 16 de
ellos, cada uno con la obligación de ocuparse de dos cuarteles menores. En
el plano 3, perteneciente a la distribución de los regentes y auxiliares para
1824, se puede apreciar que guardaron una distribución equitativa y que
cubrían prácticamente toda la ciudad,34 y no sólo eso, cada auxiliar contó
con el apoyo de seis vecinos; precisamente por ello, el Reglamento exigió
que tanto unos como otros fueran de “reconocida probidad, honradez y
buen nombre”.35
En un libro que pagaba el ayuntamiento debían llevar un control escru-
puloso de los vecinos, anotando de cada casa de su medio cuartel el número
de personas que en ella vivían, sus edades y ocupaciones; también la informa-
ción relativa a cada taller, almacén, vinatería y fonda; además del movimiento
de inquilinos de los mesones (los que llegaban y los que partían).
Según el Reglamento y según el plano elaborado a partir de los domi-
cilios de cada uno de ellos, su distribución los hizo idóneos para “evitar
todo desorden e infracción de las leyes de policía y buen gobierno”,36 lo que
implicó dar noticia a su respectivo regidor del estado del aseo, el alumbra-
do y el empedrado de las calles, cuidar que en su territorio no hubiera vagos
ni gente mal entretenida, casas de prostitución o borrachos tirados en las
calles37 y que no se practicaran “juegos prohibidos”.
Aunado a dichas labores, también desempeñaron otras más dinámicas
y no exentas de riesgo: capturar in fraganti o cuando se temiera la fuga de
algún reo, en cuyo caso debían presentarlo al alcalde constitucional para
conducirlo a la cárcel de la Diputación o de la Ciudad, y en menor medi-
da a la Nacional de Palacio y, después de 1831, a la de la ex Acordada,
nueva sede de la cárcel nacional (véase plano 4). Sin embargo, al calor de

34 
El plano se construyó a partir de los domicilios de los regidores y auxiliares que el
Ayuntamiento mandó hacer de conocimiento público, ahdf, Auxiliares, v. 389, exp. 16,
“Auxiliares. Nombramiento de los que funcionan este año”, 1824.
35 
“Reglamento de alcaldes auxiliares para la seguridad de las personas y bienes de los
vecinos de esta capital, y la observancia de las leyes de policía”, en Rodríguez de San Miguel,
Pandectas hispano-megicanas…, v. i, p. 677.
36 
“Reglamento de alcaldes auxiliares para la seguridad de las personas y bienes de los
vecinos de esta capital, y la observancia de las leyes de policía”, art. 28, en Rodríguez de San
Miguel, Pandectas hispano-megicanas…, v. i, p. 677.
37 
ahdf, v. 390, “Cartilla para los auxiliares y ayudantes de cuartel”, art. 9.

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Plano 3. Distribución de los regidores y alcaldes auxiliares de cuartel, 1824. Fuente: ahdf, Auxiliares, v. 389,
exp. 16, “Auxiliares. Nombramiento de los que funcionan este año”
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Plano 4. Cárceles en la ciudad de México. A: Cárcel de Palacio Nacional, en servicio hasta 1831.
09/12/2019 13:09:13

B: Cárcel de Ciudad o de Diputación. C: Cárcel Nacional de la Ex Acordada, en servicio de 1831 a 1863


20 Graciela Flores Flores

la detención panaderías, tocinerías y atolerías sirvieron como sitios impro-


visados e ilegales de aseguramiento, como solía denunciarse.
Dentro del microuniverso de agentes y cuerpos de seguridad y orden,
probablemente los auxiliares de cuartel desempeñaron una relación mucho
más estrecha con la justicia que el resto. No sólo representaron en un primer
momento la opción de seguridad del Ayuntamiento, también encarnaron
sus facultades judiciales frente a los juzgados de primera instancia y tribu-
nales superiores ligados por excelencia al poder del Estado. La justicia del
ayuntamiento se manifestó a través de los llamados alcaldes constituciona-
les que fungían como jueces sin formación en derecho y que llevaban a cabo
conciliaciones y juicios verbales y también precisamente a través de los
auxiliares de cuartel, quienes además de efectuar detenciones y remisiones
a los juzgados, poseyeron una pequeña atribución judicial: podían efectuar
juicios verbales.
Considerados como “los padres del vecindario”, ellos podían “avenir,
conciliar y pacificar las disensiones domésticas de que tengan noticia”,38 es
decir, podían desempeñarse, según la Cartilla, como “jueces de paz” del
cuartel,39 pero no podían realizar conciliaciones ni admitir demandas por
ser atribución de los alcaldes constitucionales las primeras, y de los jueces
letrados las segundas. Al tratar con los vecinos y sus discordias, en general,
se les encargó actuar paternalmente, con moderación y prudencia, pudien-
do dar aviso a los alcaldes constitucionales de mayor fuero judicial, cuando
las riñas sobrepasaban su paternal paciencia.
Y en delitos de mayor proporción, prestaban sus servicios a la justicia
letrada, en primera, segunda y hasta tercera instancias, por ejemplo, en
homicidios, debían especificar en el parte que se entregaba en el juzgado
de la cárcel la información correspondiente a los testigos presenciales
—si es que los había— y las casas donde vivían, tomando nota de los por-
menores de los delitos y todo cuanto “pudiera servir al juez en la suma-
ria”.40 En suma, los auxiliares actuaron como el gozne que unía las atribu-
ciones judiciales del ayuntamiento y las del gobierno central, en la
primera actuando como ejecutor y en las segundas como un instrumento
al servicio de la justicia.

38 
ahdf, v. 390, “Cartilla para los auxiliares y ayudantes de cuartel”, art. 17.
39 
Ibidem, art. 9.
40 
Ibidem, art. 26.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 21

Cotidianamente, algunas otras de sus funciones consistieron en llamar


al médico o al sacerdote allí donde riñas y golpes habían resultado en graves
lesiones, o bien remitían al Hospital de San Andrés a los heridos y, si se
trataba de alguien que mereciera ser conducido ante el juez, el auxiliar daba
aviso a su regente para que el alcaide se hiciera cargo de los trámites co-
rrespondientes y se absorbieran los gastos que el detenido erogara.
Como las labores de los auxiliares eran demandantes, aun cuando con-
taban con ayudantes, una cédula ordenó que “todos los cuerpos de guardia
disponibles” los ayudaran en sus deberes. La prensa reflejó la cooperación
entre ellos; por ejemplo El Sol, en su sección “Policía de Seguridad”, dio a
conocer pequeños y muy interesantes reportes sobre la interacción entre
los agentes del orden.
Uno de ellos, publicado el 6 de agosto de 1824, reseñó la jornada de la
noche del 3 del mismo mes en que el auxiliar del cuartel menor número 31
fue socorrido por un guarda de alumbrado para conducir al cuartel de cí-
vicos a un hombre que, armado de “sable y pistolas”, estaba dando escán-
dalo en la vía pública.41 La noche del 23 de julio del mismo año se capturó
a dos hombres que llevaban dos extraños envoltorios. Según la nota de
prensa, el guarda de alumbrado número 31 les mandó hacer alto, por lo que
se dieron a la fuga dejando en la calle su botín, que consistía en 79 piezas
de ropa. El auxiliar del cuartel número 7 llevó el bulto a su casa, ubicada en
una panadería en calle de las Damas.42
Por supuesto que no todo marchó a la perfección y la cooperación en-
tre ellos implicó un escenario no exento de discordias, como la suscitada
el 19 de octubre de 1830 entre un ayudante de cuartel y un oficial. El pri-
mero, con la premura que la captura in fraganti de un reo ameritaba, soli-
citó ayuda al segundo, a lo que se negó, solicitándole la credencial que lo
identificaba como ayudante de cuartel. Al negarse aquél a presentarla por
saber del mal uso que solía hacerse de ella, el oficial le negó el auxilio. Tal
actitud condujo al ayudante, llamado Ignacio López, a solicitar a su regidor
de cuartel que elevara su queja al ayuntamiento, pues según él “no era la
primera vez que se le negaba el auxilio aun yendo él en persona”. Y no
sólo se corrió el riesgo de que el reo volviera a fugarse, sino también se
puso en peligro él mismo; su reclamo tenía sobrada razón, en vista de que,
como se recordará, a diferencia de los cuerpos de seguridad que dependían

41 
“Policía de seguridad”, El Sol, 6 de agosto de 1824, p. 4.
42 
“Policía de seguridad”, El Sol, 25 de julio de 1824, p. 4.

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22 Graciela Flores Flores

del gobierno del Distrito, los auxiliares y sus ayudantes no percibían sueldo
alguno. El cabildo respondió a la queja ordenando que se amonestara úni-
camente a los que negaron el socorro.43
Aunque en apariencia fue muy provechoso que los auxiliares vivieran
en los cuarteles debido a que conocían, en mayor o menor medida a sus
vecinos, algunas de sus costumbres y podían ubicar y reconocer las zonas
más conflictivas o que merecían mayor atención, lo cierto fue que tanta
cercanía actuó muchas veces en contra de la seguridad de los ciudadanos,
como bien enuncia Serrano Ortega, abusando de su cargo concejil, algún
auxiliar se había enriquecido, prolongando vejaciones y molestias de los
vecinos;44 otros ni siquiera realizaban la detención de vagos, no perseguían
a los ladrones y no obligaban a acatar los bandos de buen gobierno, como
el que se refería a las pulquerías que no cerraban sus puertas después de
las ocho de la noche.45
También les fueron adjudicadas arbitrariedades. En el bando fechado
el 17 de abril de 1834 se daba cuenta de su cuestionable conducta; en él se
señaló que algunos habían incurrido en detenciones arbitrarias de ciuda-
danos encerrándolos en lugares que no eran las cárceles y por tiempo que
excedía el prevenido por las leyes. Según el artículo 151 de la Constitución
de 1824 la detención no debía exceder de 60 horas, mientras que en el
artículo 2, fracción ii, de la primera ley centralista, la detención no debía
ser mayor a tres días si la realizaba alguna autoridad política.
Otra denuncia común fue el cateo o allanamiento de casas, por lo que
un bando publicado en 1834 se vio forzado a reivindicar la ley de 7 de
febrero de 1822 en materia de justicia, en la que se estipuló que ningún
alcalde auxiliar o ayudante podía allanar ni catear una casa sin previo man-
dato escrito de juez, ni realizar aprehensiones que no fueran in fraganti o
en fuga de reo; en cualquier caso, la detención se efectuaría en la cárcel y
no en sitio distinto a ésta, multando con 100 pesos a quien admitiera en
su casa algún reo en calidad de detenido. Las detenciones debían infor-
marse a algún alcalde constitucional durante las siguientes ocho horas,

43 
ahdf, Auxiliares, v. 390, exp. 26, “Que les presten auxilio los militares a estos funcio-
narios”, año 1830, f. 2r.
44 
Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares y seguridad pública…”,
p. 31).
45 
Ibidem, p. 32.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 23

para que éste pudiera efectuar las diligencias necesarias,46 y así debía pro-
cederse aun cuando primero se hubiera presentado al reo al juez de turno.47
En los claroscuros de su desempeño, muy seguramente influyó que era
un cargo honorífico, por tanto, sin goce de sueldo y no exento de riesgo,
pues al ser civiles y no pertenecer a la corporación militar —como ocurría
con aquellos adscritos en su mayoría al gobierno del Distrito Federal o a la
Junta Departamental— carecían de la pericia debida. No por nada se pidió
recurrir a las sanciones para quienes se negaran a recibir “el premio del
tigre” que implicaba ser auxiliar.

Atajar delitos y delincuentes: oficiales auxiliares de policía,


guardas diurnos y nocturnos

Probablemente, de los cuerpos de vigilancia más nutridos y que también


tuvieron gran presencia en la ciudad (además de los auxiliares de cuartel)
fueron los oficiales auxiliares de policía, pues según el bando de su creación
(1834) se nombraría uno de ellos por cada manzana, por lo que en total
hubo 245 y, como ya se dijo, bien podrían considerarse como el anteceden-
te de la “policía judicial” en el sentido moderno, pues debían prestar sus
servicios a los jueces de letras, si bien es verdad que los auxiliares de cuar-
tel y el resto de agentes y cuerpos de seguridad poseían igual obligación,
éstos tuvieron por misión, relevar a los auxiliares de cuartel cuando menos
de las funciones judiciales en atención a que no podían velar por los asun-
tos de policía sin descuidar sus obligaciones de seguridad y vigilancia y
viceversa. Así, los oficiales auxiliares se hicieron cargo de las necesidades
de los jueces de letras: presentaban testigos, recababan pruebas del delito
y todo lo necesario para instruir la sumaria. Para el desempeño de su labor,
tuvieron la obligación de realizar un escrupuloso registro ciudadano en
libros financiados por el Ayuntamiento.
En atención a los peligros que podían enfrentar, tanto a los oficiales
auxiliares como a los ciudadanos o “cabezas de familia” que los socorrieran

46 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 77, “José María Tornel, gobernador del
Distrito Federal. Restricciones para los alcaldes constitucionales al momento de aprehender
a presuntos delincuentes”, 17 de abril de 1834.
47 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 89, “El ciudadano José María Tornel,
Gobernador del Distrito Federal. Las consignaciones de reos deben realizarlas los alcaldes
auxiliares”, 28 de abril de 1834.

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24 Graciela Flores Flores

en la aprehensión de malhechores48 se les permitió disponer de un arma


que no fuera de munición; así que tomando en cuenta que además cada
oficial auxiliar designó a ocho vecinos de su manzana para hacer rondas,
tenemos entonces una ciudad fuertemente vigilada… y legítimamente ar-
mada; según el plano 5 en que se representa su disposición territorial y los
vecinos que los socorrían, prácticamente no habría un lugar sin vigilar.
En cada calle cuidaban “de la conservación del orden evitando pleitos,
violencias y toda clase de insultos y tropelías”,49 aprehendían in fraganti a
los delincuentes. En los informes mensuales rendidos a los regidores de
cuartel, debían asentar de cuanto vago y sospechoso tuvieran noticia y
de cada delito y arresto efectuado en su manzana.50
Los oficiales auxiliares y los primeros cuatro vecinos comenzaban las
rondas desde el inicio de las oraciones hasta la diez de la noche, mientras que
los otros cuatro rondaban desde las cuatro a las seis de la mañana. Los indi-
viduos de la ronda no salían de su propia calle a no ser que fuera necesario.
Para identificarse, pues no eran uniformados, llevaban una cédula impresa
firmada por el auxiliar en la que se especificaba la calle de su ronda.
Durante el centralismo, el 22 de septiembre de 1841 se reivindicó la
figura de los oficiales auxiliares por una razón de suma importancia. La ciu-
dad de México se encontraba transitando por una convulsión social luego de
que los primeros días de agosto de aquel año llegaran a la capital noticias
de un nuevo pronunciamiento encabezado por el general Mariano Paredes
y Arrillaga, jefe militar del estado de Jalisco, que se levantó en armas contra
el presidente de la República, Anastasio Bustamante.51 María Gayón, quien
reconstruyó los hechos vividos en la capital con motivo de tal pronuncia-
miento, encontró que los meses de agosto a diciembre de 1841, “la ciudad
de México viviría días de guerra, hambre y angustia”. Producto de las dis-
putas políticas, la urbe fue escenario de luchas armadas, hasta que final-
mente Antonio López de Santa Anna se hizo nuevamente del poder.

48 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 48, “José María Tornel, gobernador del
Distrito Federal. Se nombrará un oficial auxiliar de policía en cada manzana, por los regido-
res encargados de los cuarteles en que está dividida la Ciudad para evitar la inseguridad que
priva en ésta”, 4 de febrero de 1834, art. 2.
49 
Ibidem, art. 9.
50 
Ibidem, art. 17.
51 
María Gayón Córdova, “Guerra, dictadura y cobre. Crónica de una ciudad asediada
(agosto-diciembre, 1841)”, Historias. Revista de la Dirección de Estudios Históricos del inah,
n. 5, 1984, p. 53-65, p. 53.

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Plano 5. Oficiales auxiliares de cuartel, 1834. Fuente: ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 48
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26 Graciela Flores Flores

Fue a este célebre general a quien tocó hacer frente a una nueva crisis
luego de que el levantamiento cesara: la devaluación de hasta un cincuenta
por ciento de la moneda de cobre. La cosa no era para nada baladí, en tan-
to que dicha moneda se empleaba para pagar los salarios de los trabajadores
(“empleados públicos, sirvientes, peones, jornaleros artesanos…”) y debido
a que los comerciantes se negaban a recibirla como pago válido en las tran-
sacciones más comunes y cotidianas, durante varios meses “se sucedieron
tumultos, motines, asaltos a las panaderías, maicerías, tiendas de comesti-
bles y talleres”.52 En medio del caos, algunos agentes y cuerpos de seguridad
asalariados —como fue el caso de los vigilantes de alumbrado y serenos— se
negaron a prestar sus servicios a no ser que se les pagara en plata.53 De ahí
la importancia de reforzar la vigilancia con aquellos que no percibían suel-
do alguno, como los oficiales auxiliares de policía para los que se estable-
cieron multas que consistieron en un pago mínimo de 10 pesos y máximo
de 200, y a los ayudantes de mínimo un peso y máximo de 25 pesos o
arresto proporcional,54 si se rehusaban a ocupar el cargo. Probablemente
debido a su actuación, la ciudad pudo sobreponerse y no caer en niveles
más alarmantes de crisis social, aunque sobre este punto, de momento, sólo
caben las especulaciones.
Como iniciativa del prefecto de distrito para desplazar al ayuntamiento
del ramo de seguridad pública,55 durante el centralismo, se puso en acción
el cuerpo de policía municipal que se integró por vigilantes nocturnos y
diurnos, una corporación asalariada, armada y uniformada, creada para
“evitar toda clase de excesos, perseguir y aprehender a los delincuentes y
conservar la tranquilidad pública”.56 El destacamento de los nocturnos se
integró por 114 individuos a caballo que obedecían a ocho cabos asignados
cada uno a un cuartel mayor. Debido a que su Reglamento no mencionó el
número ni la distribución de los vigilantes, pero suponiendo que ésta fuera

52 
Ibidem, p. 61.
53 
Idem.
54 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 11, exp. 37, “El ciudadano Francisco Ortiz de
Zárate, ayudante general de la Plana mayor del ejército, General de brigada graduado y Go-
bernador interino del Departamento de México. Reglas para los oficiales de policía distribui-
dos en las manzanas de la capital”, 22 de septiembre de 1841, arts. 7-8.
55 
Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares…”, p. 53).
56 
“Reglamento del cuerpo de policía municipal de vigilantes nocturnos”, art. 9, 7 de
abril de 1838, Dublán y Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones
legislativas…, t. iii.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 27

equitativa, podrían haber sido aproximadamente 14 caballeros por cuartel


mayor bajo las órdenes de su respectivo cabo, y su distribución podría
haber sido como se representa en el plano número 6.
Como se aprecia en el plano anterior, la distribución de los vigilantes
y las facilidades de movilidad por el uso de caballos pudieron haber asegu-
rado una cobertura mucho más amplia y eficaz, siendo uno de sus princi-
pales cometidos frente a la opción del ayuntamiento que encarnó en los
auxiliares de cuartel y los oficiales auxiliares, su opción de vigilancia y
seguridad más prolífica.
La faena de los vigilantes concluía a las 5:30 de la mañana los meses
de marzo a agosto y hasta las 6:00 de la mañana de septiembre a enero.
Detenían e inspeccionaban las cargas que circulaban por la ciudad, sepa-
raban “prudentemente a los que riñen antes de que se consume alguna
desgracia”, prevenían y disolvían reuniones callejeras mayores a diez per-
sonas; detenían a todo sospechoso auxiliándose de los guardafaroleros
para conducirlos a la cárcel. Se les aconsejó usar a discreción su arma para
no enfrentar cargos ante la justicia (criminal ordinaria o militar, según
fuera el caso).
Por su parte, el cuerpo de vigilantes diurnos se integró por 1 coman-
dante, 5 cabos y 44 guardias que debían reunirse todos los días a las 6:00
de la mañana en el Portal de la Diputación. Salían de ahí a los sitios que les
fueran asignados; cuatro rondines tendrían un lugar fijo mientras que uno
de ellos sería “ambulante”. Los cuatro rondines fijos y las zonas que abar-
caron se pueden apreciar en el siguiente plano (zonas grises).
El rondín ambulante, el número uno, se integró con un jefe, un cabo y
ocho hombres; recorría las zonas no contempladas por los rondines fijos;
el resto de los rondines se integraron por un cabo y nueve guardias.57 Del
plano anterior se desprende que los rondines no se organizaron tomando

57 
Las zonas de los rondines fijos se delimitaron de la siguiente manera: el rondín nú-
mero dos recorría los trayectos comprendidos dentro del ángulo que formaban las calles de
Santo Domingo a Santa Catarina Mártir, y de Tacuba a San Fernando, hasta la esquina llama-
da de Valdez. Al rondín tres tocó recorrer el área comprendida dentro del ángulo formado
por las calles de Monterilla a Joya en adelante, y de la esquina de Profesa y San Francisco en
adelante hasta la esquina de Plateros. Al rondín cuatro correspondieron las calles Flamencos
y Rastro en adelante, y costado de Palacio y Acequia en adelante, cuyo vértice era la esquina
de Palacio. A los del rondín cinco les competía el ángulo formado por las calles de Santa
Teresa y Hospicio en adelante, y las del Relox en adelante, cuyo vértice quedaba en “la es-
quina de la botica llamada de Cervantes”.

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Plano 6. Cabos y vigilantes nocturnos en los cuarteles mayores, 1838. Fuente: “Reglamento del cuerpo
de policía municipal de vigilantes nocturnos”, 7 de abril de 1838, Dublán y Lozano,
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Legislación mexicana…, t. iii, p. 470-474


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Plano 7. Rondines de los vigilantes diurnos, 1838. Fuente: “Reglamento del cuerpo de policía municipal
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de vigilantes nocturnos”, 7 de abril de 1838, Dublán y Lozano, Legislación mexicana…, t. iii, p. 470-474
30 Graciela Flores Flores

la división por cuarteles vigente, probablemente debido a que los auxiliares


de cuartel estaban adscritos a ellos; más bien se procuró mantener cubier-
ta la zona central de la ciudad, correspondiente a los cuatro primeros cuar-
teles mayores (y parte del 6), por ser la más poblada y con mayor actividad
económica durante el día.
A los vigilantes diurnos también se les asignó velar por la policía de la
ciudad, una función también desempeñada por el Ayuntamiento, por lo que
vigilaban que se cumplieran los bandos correspondientes a la limpieza,
cuidando que la basura no se arrojara en caños descubiertos, ni quedara en
las calles al descargar la mercancía de las mulas y que luego éstas no per-
manecieran agolpadas en la calle y menos en la banqueta.58 Impedían que
“comistrajos, dulces ni vendimias, asaduras, tripas, ni que nada de esto se
venda por las calles sino precisamente en las plazas”.59
Obviamente, todo esto, según su Reglamento, ya que en la práctica, esos
deberes si no se llevaron a efecto, difícilmente se cumplieron, según María
Gayón, en la vigencia de la reglamentación urbana que databa de las últimas
décadas del virreinato, que permite ver “que la insalubridad que se vivía
en la ciudad no era por falta de reglamentos, sino por el incumplimiento
de estos”,60 debido a prácticas como “la corrupción de los encargados por
aplicarlos”,61 lo que no sólo afectó a ese importante ramo, también al de la
seguridad pública. En cuanto a sus funciones de seguridad, éstas consistie-
ron en las mismas que las de los nocturnos.62
La fuerza de policía de la ciudad instaurada en 1845 también alcanzó
una importante presencia, pues se compuso de 140 elementos (100 a ca-
ballo y 40 pedestres). A diferencia de los anteriores, éstos sí usaban uni-
forme de color azul con la leyenda “policía” en la cinta del sombrero y
hasta armas, pues varios de sus miembros poseían fuero militar. Las armas
que podían emplear fueron sables, carabinas, cananas y municiones otor-
gadas por el gobierno. Lamentablemente no fue posible reconstruir carto-

58 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 9, exp. 60, “El ciudadano Luis Gonzaga Vieyra,
Coronel retirado, y Gobernador constitucional del Departamento de México. Reglamento
para los vigilantes diurnos”, 7 de abril de 1838, art. 12, “Tercera”.
59 
Ibidem, art. 12, “Quinta”.
60 
Gayón Córdova, 1848. Una ciudad de grandes contrastes. i. La vivienda en el censo de
población levantado durante la ocupación militar norteamericana, México, Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 2013, p. 88.
61 
Idem.
62 
Ibidem, art. 12, “Primera”.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 31

gráficamente su radio de acción, sólo se sabe que el gobernador procuró


que se distribuyeran “en cada punto cardinal de la ciudad”. La consigna
de su encargo, ya podrá preverse, consistió en “conservar el orden, cui-
dar de la seguridad pública y auxiliar la ejecución de los mandatos de las
autoridades políticas y judiciales”.63
Si la ciudad estuvo fuertemente custodiada como parecen sugerir los
planos elaborados a partir de reglamentos y fuentes oficiales, entonces, ¿a
qué se debió que pese a todos los empeños realizados tanto por el ayunta-
miento de la ciudad y los gobiernos federal y centralista, las quejas sobre
la inseguridad de la ciudad prosiguieran en semejantes términos práctica-
mente dos décadas después de alcanzada la independencia? Por ejemplo,
según lo expuesto por Serrano Ortega, en 1822 un escritor anónimo se
quejaba de que en la capital “se cometen porción de homicidios y robos,
cuyas escandalosas perpetuaciones tienen compungidos los ánimos de sus
habitantes; no se oyen por las plazas y calles otras voces que las de asesi-
naron y robaron.64
Hacia 1845, Francisco Ortiz Zárate, describió la inseguridad de la si-
guiente manera: “llegará y no muy tarde el caso de que tengamos cerrados
de día nuestros hogares para custodiar nuestras propiedades y el reposo de
nuestras familias, y que no podamos transitar las calles ni aún a la mitad
del día sin ser asaltados”.65 Obviamente, los planos sólo muestran el estado
ideal de los servicios de seguridad asalariados y no asalariados en los que
no están presentes las causas de sus deficiencias. Por ejemplo, fue muy
común el ausentismo de los auxiliares de cuartel.
En 1829 José María Torices, regidor de los cuarteles 7 y 8,66 elevó una
sentida queja al gobernador del Distrito Federal, José María Tornel, denun-
ciando que la noche del 21 de agosto de aquel año varios de los auxiliares
de cuartel no se presentaron a sus respectivas rondas, faltando al debido
“amor a sus habitantes”, lo que había puesto a merced de los delincuentes
casi a la ciudad entera, ya que fueron únicamente los auxiliares de los cuar-
teles mayores 1, 2 y 8 los que obedecieron el llamado del deber (véanse los

63 
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 15, exp. 003, “Mucio Barquera, presidente de la
Exma. Asamblea y Gobernador interino del Departamento de México. Decreto y reglamen-
to para el Cuerpo de Policía”, 26 de septiembre de 1845, art. 12 del Decreto.
64 
Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares…”, p. 21.
65 
Idem.
66 
ahdf, Auxiliares, v. 390, exp. 24, “Lista de los auxiliares nombrados para el presente
año en cabildo de 9 de enero; y de los Sres. Regidores respectivos”, 1829, f. 8, 9.

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planos 1 o 2 para dimensionar el tamaño del descuido). Falta de pago o de


incentivos, peligros constantes, o simple indolencia pudieron haber influi-
do en que los no asalariados desistieran de cumplir con su deber.
En el caso de las opciones asalariadas del gobierno y prefecto del Dis-
trito, en épocas de crisis ya sociales o económicas podían, como en efecto
hicieron durante la crisis de la moneda de cobre, negarse a prestar sus
servicios sin el pago correspondiente. Pese a todo, con los vaivenes propios
de una nave puesta a merced de la tempestad, la ciudad se mantuvo viva y
los aparatos de justicia en funciones, no de forma eximia, claro está, pero
sí suficiente.

De los detenidos y la justicia

¿Qué pasaba una vez que los agentes y cuerpos de seguridad, venciendo la
suspicacia de su actuación y cumpliendo con su deber, lograban consignar
a alguien a la cárcel? Como se mencionó, cuando una persona era detenida
por delito presunto o comprobado, se le remitía a la cárcel, usualmente a la
de la Diputación o Ciudad ubicada en el cuartel mayor 3, menor 9; o cuan-
do el caso lo ameritaba, a la Cárcel Nacional, pues ahí había un juzgado
atendido por un juez letrado de turno.
Los delitos más comunes en una noche de rondas y patrullas estribaban
en golpes, riñas, heridas, robos o lances perpetrados por gente con actitud
sospechosa. Los pormenores de la remisión debían ser consignados por el
agente que la realizaba —por lo que, de preferencia, debían saber leer y
escribir—, anotando el nombre del reo, la razón y las circunstancias de su
detención, presentando, además, de ser el caso, el arma agresora para el
mejor entendimiento del médico y el juez. Ahí concluía la labor de los
vigilantes citadinos, a no ser que el juez requiriera mayor testimonio sobre
las circunstancias del delito, en cuyo caso podía solicitar nuevamente el
auxilio de aquéllos, ya para rendir ellos mismos testimonio de lo visto,
conducir testigos del hecho, recabar pruebas del delito y cuanto el juez
indicara. En general los vigilantes terminaban asumiendo funciones de
policía en sentido moderno, no sólo de “seguridad” sino incluso especia-
lizada, “judicial”.
Los expedientes que contienen la hoja de remisión al juzgado muestran
pasajes interesantes que condensan el fin de la vigilancia: no sólo el orden,
sino el principio de la justicia. Así, por ejemplo, el 16 de agosto de 1844 el

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auxiliar del cuartel menor número 6 remitió a la cárcel de Diputación o


Ciudad, a disposición del juez, a Anselmo Navarrete e Isidro Asencio por
haberle “roto la cabeza” al primero con un serrote que, según el parte ex-
pedido, envió junto con los revoltosos. Ya en el juzgado, el médico de la
cárcel inspeccionaba las heridas, luego de lo cual expedía un certificado;
en este caso se mencionó que Navarrete estaba ya sano de la herida que le
fue atendida en la enfermería de la cárcel. En vista de que no hubo compli-
caciones médicas que lamentar, el juez (cuyo nombre no se consignó) or-
denó que Navarrete fuera dejado en libertad por compurgado y que el he-
ridor Asencio sufriera ocho días de servicio de cárcel.67
Otra remisión a la cárcel de Ciudad la efectuó el auxiliar del cuartel
menor 1, el 29 de agosto de 1844, por el delito de golpes al encontrar a tres
hombres ensañándose con otro. José María Cadena recibió “muchos azotes”
en el cuerpo propinados por Tomás Maldonado, Manuel Rodríguez y algún
otro que no se pudo aprehender. Tal como lo marcaba el protocolo, el au-
xiliar actuó con prudencia y buen juicio, por lo que envió lo antes posible
al herido al Hospital de San Andrés, pues el certificado médico fue expe-
dido en la misma fecha que la remisión a la cárcel de los dos presuntos
culpables. En dicho documento el médico expresó que las contusiones eran
de “primer grado” y las clasificó de ligeras. Aproximadamente dos semanas
después, el 13 de septiembre, el juez de turno de la Cárcel de Ciudad sen-
tenció a Rodríguez a una multa de 30 pesos y dos meses de servicio de
cárcel desde la fecha de su prisión; por su parte Maldonado tuvo que pagar
20 pesos de multa y purgar un mes de servicio de cárcel; el herido recibiría
la mitad de cada multa como indemnización y la otra parte se destinó a
pagar las costas de la escribanía.68
En otro caso, fechado el 5 de junio de 1844, el guarda mayor Pomposo
Gómez envió a la Cárcel de Ciudad a un par de personas que capturó el
guarda número once. Los dos reos, José María Ángeles y Zenobia Eslava,
quedaron consignados por riña y heridas. El mismo día fueron inspeccio-
nados por el médico José María Maldonado, quien asentó en su certificado
que Zenobia tenía una mordida en la punta de la nariz que interesó los
tegumentos y el cartílago y que estaba muy inflamada, además de una la-
ceración en el cuello que clasificó como leve, no así la de la nariz que

67 
Archivo General de la Nación, Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (en
adelante, agn, tsjdf), caja 5, 1844, exp. 844.
68 
agn, tsjdf, caja 5, 1844, exp. 237.

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consideró “no carecer de peligro por accidentes”, es decir, que mal curada
podía representar un riesgo para la presa. Por fortuna no fue el caso y la
sentencia emitida por el juez de turno, varios días después, el 19 de junio,
puso en libertad a ambos, por compurgados y “seriamente apercibidos”
para que, en lo sucesivo, guardaran el debido comportamiento.69
En términos generales los reos detenidos por rondas y patrullas que
se remitían a la cárcel solían ser debido a delitos menudos (lo que no
excluye, obviamente, a los de mayor cuantía, escándalo y gravedad). Ese
tipo de delitos se seguían de oficio y por lo general implicaban sentencias
“livianas” en un juicio sumario, es decir, por ofensas menores y solían
comprender la mayoría de los juicios en la capital; según Michael Scarda-
ville, a principios del siglo xix, éstos comprendían hasta el 92% de los
enjuiciados.70 Dicho porcentaje, de corroborarse para el periodo de las
dos repúblicas, mostraría la importancia que los cuerpos y agentes de
seguridad tuvieron para la ciudad, pues fueron ellos los que efectuaron
buena parte de las remisiones al juzgado carcelario, principalmente al de
la Diputación. Sobre este punto, cabe aclarar que no fueron la única vía
para llegar a los juzgados ni los carcelarios fueron los únicos. La doctrina
vigente estableció tres vías: la acusación, la denuncia y la pesquisa,71 y
éstos eran frecuentes en los juzgados de letras capitalinos (hubo seis de
ellos durante la primera república federal y cinco en la centralista) y que
solían proceder a pedimento de parte. Por supuesto los procesos de ca-
rácter ordinario seguidos en aquéllos serán parte de otro estudio, pues su
importancia también es vital para comprender, en su conjunto, el funcio-
namiento de las instituciones judiciales.

69 
agn, tsjdf, caja 5, 1844, exp. 710.
70 
Michael C. Scardaville, “Los procesos judiciales y la autoridad del Estado: reflexio-
nes en torno a la administración de la justicia criminal y la legitimidad en la ciudad de
México, desde finales de la Colonia hasta principios del México independiente”, en Brian
F. Con­naughton (coord.), Poder y legitimidad en el México del siglo xix. Instituciones y cul-
tura política, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/Miguel Ángel Porrúa/
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2003, p. 379-428, p. 389-390.
71 
Anastasio de la Pascua (ed.), Febrero mejicano, o sea la librería de los jueces, abogados
y escribanos que refundida, ordenada bajo nuevo método, adicionada con varios tratados y con el
título de Febrero novísimo; dio a la luz D. Eugenio de Tapia: nuevamente adicionada con otros
diversos tratados, y las disposiciones del derecho de Indias y del patrio, México, Imprenta de
Galván a cargo de Mariano Arévalo, 1835, v. vii, p. 184, 190, 192.

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La ciudad y sus guardianes en la ciudad de México, 1824-1846 35

Reflexiones finales

La división de la capital con la Ordenanza de 1782 tuvo una función muy


clara: facilitar los tractos de la justicia. Una ciudad ordenada podía favo-
recer su necesaria vigilancia. Del orden urbano se dio paso a la creación de
diversos agentes de seguridad y vigilancia y en buena medida utilizaron la
traza urbana para planear sus rondas y patrullas. Los planos de la capital en
los que se ha reconstruido o representado la distribución de los vigilantes
resultan muy claros al respecto y, de hecho, dimensionan hipotéticamente
la magnitud y los alcances de su vigilancia. Así que, cuando menos en teo-
ría, se trató de una capital fuertemente custodiada, pues en la práctica no
siempre los agentes del orden (asalariados o no) se sintieron comprometi-
dos con el desempeño de su encargo, el que era sumamente demandante y
peligroso.
Algunos agentes y cuerpos de seguridad se disolvieron al relevo políti-
co, otros se mantuvieron pese a él, como los que dependieron del ayunta-
miento de la ciudad: tal fue el caso de los regidores y auxiliares de cuartel
y los oficiales auxiliares de policía. Los primeros surgieron durante la ad-
ministración de Iturbide, aunque sus raíces son novohispanas y los otros,
a finales del primer federalismo, manteniéndose ambos vigentes durante
el centralismo.
Entre los vigilantes hubo una organización más o menos compleja, de-
rivada de su origen. Aquellos creados y dependientes del gobierno del Dis-
trito Federal o de la Junta Departamental durante el centralismo solían
mostrar estructuras organizativas mucho más complejas: por lo general,
utilizaban armas, sables o pistolas, concentraban a las patrullas a caballo,
eran asalariados y utilizaban uniforme para su debida distinción. Entre ellos
encontramos a los responsables del alumbrado de las calles y celadores
públicos, a la fuerza de policía y al cuerpo de policía municipal, integrado
por civiles y, según los documentos de su creación, varios de sus individuos
poseían fuero militar y podían ser juzgados en sus respectivos tribunales
si cometían algún delito fuera o dentro del desempeño de su labor.
En cuanto a los que dependieron del Ayuntamiento, se encuentran
principalmente los auxiliares de cuartel y oficiales auxiliares que no usaban
uniforme, no eran asalariados y utilizaban a los ciudadanos como su pilar
operativo, algo muy conveniente pues, al ser vecinos de los lugares que
custodiaban, contaban con un mejor conocimiento de sus paisanos, hábi-
tos y costumbres, así como de los sitios y lugarejos que debían vigilar con

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mayor escrúpulo. Ello les otorgó enormes ventajas sobre la policía mon-
tada y demás destacamentos asalariados, externos o ajenos a los lugares
que vigilaban, aunque paradójicamente tal conocimiento favoreció prácti-
cas ilegales y abusos.
Aunque no eran asalariados y solían descuidar sus labores y no presen-
tarse a las rondas debidas, en tiempos de crisis, como la del cobre, al fallar
las corporaciones pagadas que no percibían un sueldo adecuado, las hono-
ríficas pudieron ser la mejor opción para mantener a la capital y sus ciuda-
danos bajo control.
Todos los agentes y cuerpos de seguridad que se han explorado aquí
tuvieron por misión primordial vigilar, perseguir, aprehender y conducir a
la cárcel a hombres y mujeres que alteraban el orden público, y lejos de lo
que puede creerse, sólo dos de ellos se ocuparon de labores de policía de
manera expresa: los alcaldes auxiliares de cuartel y los vigilantes diurnos
pertenecientes al cuerpo de la policía municipal del centralismo. Estos úl-
timos, dependientes de la Junta Departamental, complementaban a los al-
caldes auxiliares, cuando menos sólo de día y en los cuarteles más céntricos,
concurridos y por tanto que suscitaban mayor interés en las autoridades
(véase plano 6).
Por otro lado, los cuerpos y agentes de seguridad interactuaban entre
ellos, lo que ayudó a subsanar la ausencia de algunos o la falta de pericia y
responsabilidad de otros. Algunas veces disuadían paternal y amistosamen-
te a los escandalosos, o por las armas cuando la situación lo ameritaba.
Aunque en general las detenciones se lograban cumpliendo las expectativas
de formalidad debidas, no estuvieron exentas de abusos, arbitrariedades y
hasta corruptelas. Sin embargo, sorteados los inconvenientes y las críticas,
lograron alimentar al gran lobo de la justicia que abría sus fauces diaria-
mente, a todas horas, en el juzgado carcelario. Escandalosos, ebrios, vagos,
mal entretenidos, heridores, rateros, ladrones y hasta homicidas llenaron
el largo tracto de la justicia cotidiana. Cuando los delitos eran menudos el
juez mandaba poner en libertad a los reos a los pocos días; otras veces, por
la gravedad, se mandaba instruir la sumaria y dar inicio a un cansino pro-
ceso judicial. Así, la vigilancia de la ciudad se constituyó en el motor de la
justicia cuando menos en su forma más prolífica.

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Archivos

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Ramos: Auxiliares; Bandos, Leyes y Decretos; Demarcaciones: Cuarteles; Orde-
nanzas y Otros Documentos.

Archivo General de la Nación (agn)


Sección: Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal

Hemeroteca

Hemeroteca Nacional Digital de México (hndm)


Prensa:
El Sol, 1824, 1825.
El Mosquito Mexicano, 1837.

Mapoteca

“Manuel Orozco y Berra”


Plano:
García Conde, Diego, Plano general de la Ciudad de México. Levantado por el Te-
niente Coronel Don Diego García Conde en el año de 1793. Aumentado y corregido
en lo más notable por el Teniente Coronel retirado, Don Rafael María Calvo en el
de 1830, 1830.

Leyes

Acta Constitutiva de la Federación Mexicana, 31 de enero de 1824.


Constitución Federal de los Estados Unidos Mexicanos. Sancionada por el Congreso
general constituyente, el 4 de octubre de 1824.
Siete Leyes Constitucionales (1836).

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