Flores Flores, G., La Ciudad, Sus Guardianes y La Justicia 1824-1846
Flores Flores, G., La Ciudad, Sus Guardianes y La Justicia 1824-1846
Flores Flores, G., La Ciudad, Sus Guardianes y La Justicia 1824-1846
3-40
ISSN 0185-2620 / e-ISSN 2448-5004
artículo
Resumen
En 1782 se mandó dividir la ciudad de México en ocho cuarteles mayores y 32 menores con
ánimo de facilitar el camino de la justicia. A la par, se crearon distintos personajes para
cuidar del orden. El presente artículo tiene por principal finalidad conocer a los agentes de
seguridad y vigilancia (auxiliares de cuartel, “guardafaroleros”, cabos y vigilantes nocturnos,
etcétera) de la ciudad de México, sus funciones y la organización que asumieron para des-
empeñarlas, además de señalar la estrecha relación que mantuvieron con la justicia durante
las dos primeras repúblicas (1824-1846). A través de la cartografía, podremos conocer cómo
distribuyeron sus rondas y patrullas para poder dimensionar qué tan efectiva fue su labor al
perseguir, aprehender y consignar a los alteradores del orden público ante el juez.
Palabras clave: agentes de seguridad, Ordenanza de 1782, cuarteles mayores, cuarteles me-
nores, jueces.
Abstract
In 1782 it was ordered to divide Mexico City into eight major barracks and 32 minor barracks
in order to facilitate the path of justice. At the same time, different characters were created
to take care of the order. The main purpose of this article is to get to know the security and
surveillance agents (barracks assistants, “guardafaroleros”, corporals and night watchmen,
etcetera) of Mexico City, their functions and the organization they assumed to perform them,
in addition to note the close relationship they had with justice during the first two republics
(1824-1846). Through cartography, we will be able to know how they distributed their rounds
and patrols to be able to measure how effective their work was in pursuing, apprehending and
consigning the disrupters of public order in front of the judge.
Keywords: security agents, Ordinance of 1782, main quarters, minor barracks, judges.
Introducción
1
Algunos autores son Jorge Nacif Mina, “Policía y seguridad pública en la ciudad de
México, 1770-1848”, en Regina Hernández Franyuti (comp.), La ciudad de México en la pri-
mera mitad del siglo xix, 2 v., México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora,
1994, v. ii, p. 9-50, y José Antonio Yáñez Romero, Policía mexicana: cultura política, (in)se-
guridad y orden público en el gobierno del Distrito Federal, 1821-1876, México, Universidad
Autónoma Metropolitana/Plaza y Valdés, 1999.
2
Regina Hernández Franyuti, “Historia y significados de la palabra policía en el queha-
cer político de la ciudad de México. Siglos xvi-xix”, Ulúa. Revista de historia, sociedad y cul-
tura, n. 5, 2005, p. 9-34, y Diego Pulido Esteva, “Policía: del buen gobierno a la seguridad,
1750-1850”, Historia Mexicana, n. 3, enero-marzo 2011, p. 1595-1642, respectivamente.
3
Nacif Mina, “Policía y seguridad pública en la ciudad de México, 1770-1848”, p. 11.
Para conocer las implicaciones de policía en sentido extenso, tal como se entendía a finales
del Siglo de las Luces, véase el estudio de Hira de Gortari Rabiela, “La ciudad de México de
finales del siglo xviii: un diagnóstico de la ‘ciencia de policía’ ”, Historia Contemporánea, n. 24,
2002, p. 115-135.
4
Juan Antonio Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares y seguridad
pública, 1820-1840”, en Carlos Illades y Ariel Rodríguez Kuri (eds.), Instituciones y ciudad.
Ocho estudios históricos sobre la ciudad de México, México, Sociedad Nacional de Estudios
Regionales/Uníos, 2000, p. 21-60.
5
Agradezco la valiosa colaboración del geógrafo José Marcos Osnaya Santillán, quien
trazó los planos que se presentan en este estudio con base en los datos y la información re-
copilados para la presente investigación. El plano base está georreferenciado y se trazó a
partir del de Diego García Conde, Plano general de la Ciudad de México. Levantado por el Te-
niente Coronel Don […] en el año de 1793. Aumentado y corregido en lo más notable por el Te-
niente Coronel retirado, Don Rafael María Calvo en el de 1830, que custodia la Mapoteca Manuel
Orozco y Berra. La división de la capital en cuarteles mayores, menores, secciones y manza-
nas para la primera mitad del siglo xix se trazó a partir de Archivo Histórico del Distrito
Federal (en adelante, ahdf), Demarcaciones: Cuarteles, v. 650, exps. 5 y 8, años 1830 y 1846,
respectivamente.
6
José Luis Vázquez Alfaro, Distrito Federal. Historia de las instituciones jurídicas, México,
Universidad Nacional Autónoma de México, Instituto de Investigaciones Jurídicas/Senado
de la República, 2010, p. 10.
7
Regina Hernández Franyuti, El Distrito Federal: historia y vicisitudes de una invención,
1824-1994, México, Instituto de Investigaciones Dr. José María Luis Mora, 2008 (Historia
Urbana y Regional), p. 44.
8
Sobre la controversia para mantener o cambiar la ciudad de México como capital,
véase Vázquez Alfaro, Distrito Federal. Historia de las instituciones jurídicas, p. 4-6.
9
ahdf, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 1.
10
Otra medida de la que da cuenta la Ordenanza de 1782 ocurrió en 1744, cuando se le
propuso al rey que para hacer eficiente el ejercicio de la justicia, se asignaran algunas pocas
iglesias para que los delincuentes gozaran de inmunidad y que fueran las más alejadas del
comercio. Dicha medida fue la única donde no se mencionó una nueva división de la ciudad.
ahdf, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 2 y 3.
11
En 1778 hubo otro intento por mantener el orden y la justicia en la ciudad. Por real
orden se dispuso que “los Alcaldes de Corte y los Ordinarios vivan precisamente en sus
respectivos cuarteles, y visiten con frecuencia las Pulquerías, practicando quantos juiciosos
arbitrios les dicte su zelo, para evitar en ellas las embriagueces y demás desórdenes”, medi-
da que quedó sin efecto al morir el virrey Bucareli. ahdf, Ayuntamiento, Ordenanzas y Otros
Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 4 y 5.
12
En Madrid, luego de la conmoción social generada por los motines y revueltas de la
primavera y el verano del año de 1766, como el “motín contra Esquilache”, las autoridades
contemplaron la reforma del orden y control de la ciudad: su división en ocho cuarteles
mayores y 64 menores o barrios (por real cédula de Carlos III, el 6 de octubre de 1768) y en
cada uno de los mayores, un alcalde de barrio. Véase Brigitte Marin, “Los alcaldes de barrio
en Madrid y otras ciudades de España en el siglo xviii: funciones de policía y territoriales”,
Antropología. Boletín oficial del Instituto Nacional de Antropología e Historia, n. 94, 2012, p. 19-
31, p. 21, y Arnaud Exbalin Oberto, “Los alcaldes de barrio. Panorama de los agentes del
orden público en la ciudad de México a finales del siglo xviii”, Antropología. Boletín Oficial
del Instituto Nacional de Antropología e Historia, México, n. 94, 2012, p. 49-59, p. 50.
13
Por supuesto, tales medidas, de uno y otro lado del Atlántico, obedecieron a las dis-
cusiones en Europa sobre un nuevo modelo de policía y su mejora, sobre todo en el último
tercio del siglo xviii, un movimiento de reformas muy amplio en las capitales y grandes
ciudades.
14
ahdf, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23, f. 2, 4 y 5.
En 1842 la ciudad de México contaba con una población menor a los 120 000
habitantes, pues entre los últimos años del siglo xviii y hasta mediados del
siglo xix el espacio urbano no tuvo un crecimiento social importante,16
debido a que “las condiciones económicas y la serie de patologías biosocia-
les limitaron el crecimiento natural de la urbe, pues sus habitantes enfren-
taron un número importante de epidemias que incidieron negativamente
sobre el tamaño de la población de la ciudad”.17
Aunque la población no creció de forma importante, sí poseyó carac-
terísticas que la hacían atractiva a propios y extraños: no sólo era la sede
de los poderes federales y, más tarde, del centralismo; también se mantuvo
como el innegable centro espiritual, comercial y financiero de la República,
a la vez que fungía como faro para las mentes más brillantes —que acudían a
formarse a los mejores institutos, liceos, colegios… a la universidad—.
Asimismo, fue la ciudad de las grandes imprentas que abastecían la deman-
da de textos académicos y literarios, además de capital del entretenimien-
to no sólo por sus teatros y plazas de toros, sino por los lugarejos que servían
como puntos de encuentro y solaz a las distintas clases sociales en sus
muchas tabernas, pulquerías y hasta billares.
A la par de su innegable oropel, había una parte de la ciudad que no era
lustrosa ni digna de orgullo. Hacia la primera mitad del siglo xix, a la capi-
tal la describían como sucia, caótica y hasta peligrosa, escenario de críme-
nes atroces y delitos de poca monta, paraíso de ladronzuelos, parias y pros-
titutas, vagos y mal entretenidos. Los contrastes de la urbe, su peligrosidad
y la necesidad de mantenerla pacífica condujeron a su división en cuarteles
15
ahdf, Demarcaciones: Cuarteles, v. 650, exp. 8.
16
Sonia Pérez Toledo, Población y estructura social en la ciudad de México, 1790-1842,
México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa, 2004, p. 123.
17
Idem. Sobre el impacto de las epidemias o patologías “biosociales” en la población de
México durante los siglos xvi al xx, véase Elsa Malvido, La población, siglos xvi al xx, México,
Universidad Nacional Autónoma de México/Océano, 2006.
www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/moderna/vols/ehmc57/M57.html
Plano 1. División de la ciudad de México en cuarteles mayores y menores, 1830. Fuente: ahdf,
Ayuntamiento, Demarcaciones: Cuarteles, 650, exp. 5, f. 1-4
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Plano 2. División de la ciudad de México en cuarteles mayores y menores, 1846. Fuente: ahdf, Ayuntamiento,
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18
ahdf, Ayuntamiento, Ordenanzas y Otros Documentos, 1736-1836, v. 2984, exp. 23,
f. 28. El subrayado es mío.
19
El uniforme consistía en “casaca y calzón azul, vuelta de manga encarnada, y en me-
dio de ella, a lo largo, un alamar de plata: llevarán bastón, como insignia de la Real Justicia…”.
Ibidem, p. 26.
20
Yáñez Romero, Policía mexicana: cultura política…, p. 85-87.
21
“Reglamento de alcaldes auxiliares para la seguridad de las personas y bienes de los
vecinos de esta capital, y la observancia de las leyes de policía”, en Juan Rodríguez de San
Miguel, Pandectas hispano-megicanas, o sea, Código general comprensivo de las leyes generales,
útiles y vivas de las Siete Partidas, recopilación novísima, la de Indias, autos y providencias cono-
cidas por de Montemayor y Belaña, y cédulas posteriores hasta el año de 1820: con exclusión de
las totalmente inútiles, de las repetidas, y de las expresamente derogadas, 3 v., México, Impreso
en la Oficina de Mariano Galván Rivera, 1839, v. i, p. 677-679.
22
“Se establece en el Distrito un cuerpo de policía municipal bajo el título de celadores
públicos”, 28 de mayo de 1826, en Juan Rodríguez de San Miguel, Manual de providencias
económico-políticas para uso de los habitantes del Distrito Federal, México, Imprenta de Galván
a cargo de Mariano Arévalo, 1834, p. 146-147.
23
“Reglamento para el alumbrado de Méjico”, 29 de diciembre de 1829, en Rodríguez
de San Miguel, Manual de providencias económico-políticas…, p. 147-149.
24
“Reglamento formado de orden del exmo. sr. virrey conde de Revillagigedo, para el
gobierno que ha de observarse en el alumbrado de las calles de Mégico”, en Rodríguez de
San Miguel, Pandectas hispano-megicanas…, v. i, p. 683.
25
“Adición al reglamento del alumbrado”, en Rodríguez de San Miguel, Pandectas his-
pano-megicanas…, v. i, p. 684.
26
Durante el primer federalismo también se instituyeron los “vigilantes del orden pú-
blico”, cuyo reglamento data del 20 de diciembre de 1828 y si bien sus funciones y modus
operandi fue semejante al de los auxiliares de cuartel, no me ocuparé de ellos por no haber
más referencia a su presencia que dicho reglamento; tales vigilantes pudieron haber sido
creados debido a los disturbios ocasionados durante el llamado “Motín de la Acordada” y que
condujo al saqueo del mercado de El Parián el 4 de diciembre de 1828. Sobre las referencias
a los vigilantes del orden público, consúltese Yáñez Romero, Policía mexicana: cultura políti-
ca…, p. 108 y 258, 259. El reglamento íntegro puede consultarse en Basilio José Arrillaga,
Recopilación de leyes, decretos, bandos, reglamentos, circulares y providencias de los supremos
poderes y otras autoridades de la República Mexicana formada por orden del supremo Gobierno,
México, Imprenta de J. M. Fernández de Lara, calle de la Palma núm. 4, 1838, p. 178-182.
27
“Reglamento formado de orden del exmo. sr. virrey conde de Revillagigedo, para el
gobierno que ha de observarse en el alumbrado de las calles de Mégico”, en Rodríguez de
San Miguel, Pandectas hispano-megicanas…, v. iii, p. 683.
28
“Reglamento para el alumbrado de México”, del 20 de diciembre de 1829, en Rodríguez
de San Miguel, Manual de providencias económico-políticas…, p. 685.
29
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 48, “José María Tornel, gobernador del
Distrito Federal. Se nombrará un oficial auxiliar de policía en cada manzana, por los regido-
res encargados de los cuarteles en que está dividida la Ciudad para evitar la inseguridad que
se vive en ésta”, 4 de febrero de 1834, art. 1.
30
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 11, exp. 37, “El ciudadano Francisco Ortiz de
Zárate, ayudante general de la Plana mayor del ejército, General de brigada graduado y Go-
bernador interino del Departamento de México. Reglas para los oficiales de policía distribui-
dos en las manzanas de la capital”, 22 de septiembre de 1841.
31
“Reglamento del cuerpo de policía municipal de vigilantes nocturnos”, 7 de abril de
1838, en Manuel Dublán y José María Lozano, Legislación mexicana o colección completa
de las disposiciones legislativas expedidas desde la independencia de la República ordenada por
los licenciados Manuel Dublán y José María Lozano, México, Imprenta del Comercio, a cargo
de Dublán y Lozano, Hijos, Calle de Cordobanes, número 8, 1876, t. iii, p. 470-474.
32
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 9, exp. 60, “El ciudadano Luis Gonzaga Vieyra,
Coronel retirado, y Gobernador constitucional del Departamento de México. Reglamento
para los vigilantes diurnos”, 7 de abril de 1838.
Para el periodo de estudio que nos ocupa no hay un cuerpo único encar-
gado de la vigilancia sino varios; algunos cuerpos usaban uniforme, otros
no; algunos eran asalariados y en otros casos el cargo era honorífico;
había quienes contaban con fuero militar y otros más empleaban civiles
para hacer rondas. Tal disparidad (y variedad) puede explicarse, como
bien estudia Serrano Ortega, en una necesidad urgente de vigilancia y
orden, y en la disputa entre los ediles del ayuntamiento y el gobernador
del Distrito, durante el federalismo, o el prefecto de distrito, durante el
centralismo, quienes aportaron sus mejores argumentos jurídicos para
ocuparse de la vigilancia y la seguridad de la capital, un territorio que se
convirtió en escenario de discordias entre ambos. No obstante, abande-
raron una clara consigna: velar por la seguridad de los bienes de los ciu-
dadanos. Ello implicó aprehender o perseguir a los que osaran transgredir
aquel sagrado mandato.
33
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 15, exp. 3, “Mucio Barquera, presidente de la
Asamblea de México y gobernador interino de su departamento. Decreto y reglamento para
el cuerpo de policía”, 26 de septiembre, 1845.
34
El plano se construyó a partir de los domicilios de los regidores y auxiliares que el
Ayuntamiento mandó hacer de conocimiento público, ahdf, Auxiliares, v. 389, exp. 16,
“Auxiliares. Nombramiento de los que funcionan este año”, 1824.
35
“Reglamento de alcaldes auxiliares para la seguridad de las personas y bienes de los
vecinos de esta capital, y la observancia de las leyes de policía”, en Rodríguez de San Miguel,
Pandectas hispano-megicanas…, v. i, p. 677.
36
“Reglamento de alcaldes auxiliares para la seguridad de las personas y bienes de los
vecinos de esta capital, y la observancia de las leyes de policía”, art. 28, en Rodríguez de San
Miguel, Pandectas hispano-megicanas…, v. i, p. 677.
37
ahdf, v. 390, “Cartilla para los auxiliares y ayudantes de cuartel”, art. 9.
www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/moderna/vols/ehmc57/M57.html
Plano 3. Distribución de los regidores y alcaldes auxiliares de cuartel, 1824. Fuente: ahdf, Auxiliares, v. 389,
exp. 16, “Auxiliares. Nombramiento de los que funcionan este año”
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Plano 4. Cárceles en la ciudad de México. A: Cárcel de Palacio Nacional, en servicio hasta 1831.
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38
ahdf, v. 390, “Cartilla para los auxiliares y ayudantes de cuartel”, art. 17.
39
Ibidem, art. 9.
40
Ibidem, art. 26.
41
“Policía de seguridad”, El Sol, 6 de agosto de 1824, p. 4.
42
“Policía de seguridad”, El Sol, 25 de julio de 1824, p. 4.
del gobierno del Distrito, los auxiliares y sus ayudantes no percibían sueldo
alguno. El cabildo respondió a la queja ordenando que se amonestara úni-
camente a los que negaron el socorro.43
Aunque en apariencia fue muy provechoso que los auxiliares vivieran
en los cuarteles debido a que conocían, en mayor o menor medida a sus
vecinos, algunas de sus costumbres y podían ubicar y reconocer las zonas
más conflictivas o que merecían mayor atención, lo cierto fue que tanta
cercanía actuó muchas veces en contra de la seguridad de los ciudadanos,
como bien enuncia Serrano Ortega, abusando de su cargo concejil, algún
auxiliar se había enriquecido, prolongando vejaciones y molestias de los
vecinos;44 otros ni siquiera realizaban la detención de vagos, no perseguían
a los ladrones y no obligaban a acatar los bandos de buen gobierno, como
el que se refería a las pulquerías que no cerraban sus puertas después de
las ocho de la noche.45
También les fueron adjudicadas arbitrariedades. En el bando fechado
el 17 de abril de 1834 se daba cuenta de su cuestionable conducta; en él se
señaló que algunos habían incurrido en detenciones arbitrarias de ciuda-
danos encerrándolos en lugares que no eran las cárceles y por tiempo que
excedía el prevenido por las leyes. Según el artículo 151 de la Constitución
de 1824 la detención no debía exceder de 60 horas, mientras que en el
artículo 2, fracción ii, de la primera ley centralista, la detención no debía
ser mayor a tres días si la realizaba alguna autoridad política.
Otra denuncia común fue el cateo o allanamiento de casas, por lo que
un bando publicado en 1834 se vio forzado a reivindicar la ley de 7 de
febrero de 1822 en materia de justicia, en la que se estipuló que ningún
alcalde auxiliar o ayudante podía allanar ni catear una casa sin previo man-
dato escrito de juez, ni realizar aprehensiones que no fueran in fraganti o
en fuga de reo; en cualquier caso, la detención se efectuaría en la cárcel y
no en sitio distinto a ésta, multando con 100 pesos a quien admitiera en
su casa algún reo en calidad de detenido. Las detenciones debían infor-
marse a algún alcalde constitucional durante las siguientes ocho horas,
43
ahdf, Auxiliares, v. 390, exp. 26, “Que les presten auxilio los militares a estos funcio-
narios”, año 1830, f. 2r.
44
Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares y seguridad pública…”,
p. 31).
45
Ibidem, p. 32.
para que éste pudiera efectuar las diligencias necesarias,46 y así debía pro-
cederse aun cuando primero se hubiera presentado al reo al juez de turno.47
En los claroscuros de su desempeño, muy seguramente influyó que era
un cargo honorífico, por tanto, sin goce de sueldo y no exento de riesgo,
pues al ser civiles y no pertenecer a la corporación militar —como ocurría
con aquellos adscritos en su mayoría al gobierno del Distrito Federal o a la
Junta Departamental— carecían de la pericia debida. No por nada se pidió
recurrir a las sanciones para quienes se negaran a recibir “el premio del
tigre” que implicaba ser auxiliar.
46
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 77, “José María Tornel, gobernador del
Distrito Federal. Restricciones para los alcaldes constitucionales al momento de aprehender
a presuntos delincuentes”, 17 de abril de 1834.
47
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 89, “El ciudadano José María Tornel,
Gobernador del Distrito Federal. Las consignaciones de reos deben realizarlas los alcaldes
auxiliares”, 28 de abril de 1834.
48
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 6, exp. 48, “José María Tornel, gobernador del
Distrito Federal. Se nombrará un oficial auxiliar de policía en cada manzana, por los regido-
res encargados de los cuarteles en que está dividida la Ciudad para evitar la inseguridad que
priva en ésta”, 4 de febrero de 1834, art. 2.
49
Ibidem, art. 9.
50
Ibidem, art. 17.
51
María Gayón Córdova, “Guerra, dictadura y cobre. Crónica de una ciudad asediada
(agosto-diciembre, 1841)”, Historias. Revista de la Dirección de Estudios Históricos del inah,
n. 5, 1984, p. 53-65, p. 53.
Fue a este célebre general a quien tocó hacer frente a una nueva crisis
luego de que el levantamiento cesara: la devaluación de hasta un cincuenta
por ciento de la moneda de cobre. La cosa no era para nada baladí, en tan-
to que dicha moneda se empleaba para pagar los salarios de los trabajadores
(“empleados públicos, sirvientes, peones, jornaleros artesanos…”) y debido
a que los comerciantes se negaban a recibirla como pago válido en las tran-
sacciones más comunes y cotidianas, durante varios meses “se sucedieron
tumultos, motines, asaltos a las panaderías, maicerías, tiendas de comesti-
bles y talleres”.52 En medio del caos, algunos agentes y cuerpos de seguridad
asalariados —como fue el caso de los vigilantes de alumbrado y serenos— se
negaron a prestar sus servicios a no ser que se les pagara en plata.53 De ahí
la importancia de reforzar la vigilancia con aquellos que no percibían suel-
do alguno, como los oficiales auxiliares de policía para los que se estable-
cieron multas que consistieron en un pago mínimo de 10 pesos y máximo
de 200, y a los ayudantes de mínimo un peso y máximo de 25 pesos o
arresto proporcional,54 si se rehusaban a ocupar el cargo. Probablemente
debido a su actuación, la ciudad pudo sobreponerse y no caer en niveles
más alarmantes de crisis social, aunque sobre este punto, de momento, sólo
caben las especulaciones.
Como iniciativa del prefecto de distrito para desplazar al ayuntamiento
del ramo de seguridad pública,55 durante el centralismo, se puso en acción
el cuerpo de policía municipal que se integró por vigilantes nocturnos y
diurnos, una corporación asalariada, armada y uniformada, creada para
“evitar toda clase de excesos, perseguir y aprehender a los delincuentes y
conservar la tranquilidad pública”.56 El destacamento de los nocturnos se
integró por 114 individuos a caballo que obedecían a ocho cabos asignados
cada uno a un cuartel mayor. Debido a que su Reglamento no mencionó el
número ni la distribución de los vigilantes, pero suponiendo que ésta fuera
52
Ibidem, p. 61.
53
Idem.
54
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 11, exp. 37, “El ciudadano Francisco Ortiz de
Zárate, ayudante general de la Plana mayor del ejército, General de brigada graduado y Go-
bernador interino del Departamento de México. Reglas para los oficiales de policía distribui-
dos en las manzanas de la capital”, 22 de septiembre de 1841, arts. 7-8.
55
Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares…”, p. 53).
56
“Reglamento del cuerpo de policía municipal de vigilantes nocturnos”, art. 9, 7 de
abril de 1838, Dublán y Lozano, Legislación mexicana o colección completa de las disposiciones
legislativas…, t. iii.
57
Las zonas de los rondines fijos se delimitaron de la siguiente manera: el rondín nú-
mero dos recorría los trayectos comprendidos dentro del ángulo que formaban las calles de
Santo Domingo a Santa Catarina Mártir, y de Tacuba a San Fernando, hasta la esquina llama-
da de Valdez. Al rondín tres tocó recorrer el área comprendida dentro del ángulo formado
por las calles de Monterilla a Joya en adelante, y de la esquina de Profesa y San Francisco en
adelante hasta la esquina de Plateros. Al rondín cuatro correspondieron las calles Flamencos
y Rastro en adelante, y costado de Palacio y Acequia en adelante, cuyo vértice era la esquina
de Palacio. A los del rondín cinco les competía el ángulo formado por las calles de Santa
Teresa y Hospicio en adelante, y las del Relox en adelante, cuyo vértice quedaba en “la es-
quina de la botica llamada de Cervantes”.
www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/moderna/vols/ehmc57/M57.html
Plano 6. Cabos y vigilantes nocturnos en los cuarteles mayores, 1838. Fuente: “Reglamento del cuerpo
de policía municipal de vigilantes nocturnos”, 7 de abril de 1838, Dublán y Lozano,
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www.historicas.unam.mx/publicaciones/revistas/moderna/vols/ehmc57/M57.html
Plano 7. Rondines de los vigilantes diurnos, 1838. Fuente: “Reglamento del cuerpo de policía municipal
09/12/2019 13:09:33
de vigilantes nocturnos”, 7 de abril de 1838, Dublán y Lozano, Legislación mexicana…, t. iii, p. 470-474
30 Graciela Flores Flores
58
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 9, exp. 60, “El ciudadano Luis Gonzaga Vieyra,
Coronel retirado, y Gobernador constitucional del Departamento de México. Reglamento
para los vigilantes diurnos”, 7 de abril de 1838, art. 12, “Tercera”.
59
Ibidem, art. 12, “Quinta”.
60
Gayón Córdova, 1848. Una ciudad de grandes contrastes. i. La vivienda en el censo de
población levantado durante la ocupación militar norteamericana, México, Instituto Nacional
de Antropología e Historia, 2013, p. 88.
61
Idem.
62
Ibidem, art. 12, “Primera”.
63
ahdf, Bandos, Leyes y Decretos, caja 15, exp. 003, “Mucio Barquera, presidente de la
Exma. Asamblea y Gobernador interino del Departamento de México. Decreto y reglamen-
to para el Cuerpo de Policía”, 26 de septiembre de 1845, art. 12 del Decreto.
64
Serrano Ortega, “Los virreyes del barrio: alcaldes auxiliares…”, p. 21.
65
Idem.
66
ahdf, Auxiliares, v. 390, exp. 24, “Lista de los auxiliares nombrados para el presente
año en cabildo de 9 de enero; y de los Sres. Regidores respectivos”, 1829, f. 8, 9.
¿Qué pasaba una vez que los agentes y cuerpos de seguridad, venciendo la
suspicacia de su actuación y cumpliendo con su deber, lograban consignar
a alguien a la cárcel? Como se mencionó, cuando una persona era detenida
por delito presunto o comprobado, se le remitía a la cárcel, usualmente a la
de la Diputación o Ciudad ubicada en el cuartel mayor 3, menor 9; o cuan-
do el caso lo ameritaba, a la Cárcel Nacional, pues ahí había un juzgado
atendido por un juez letrado de turno.
Los delitos más comunes en una noche de rondas y patrullas estribaban
en golpes, riñas, heridas, robos o lances perpetrados por gente con actitud
sospechosa. Los pormenores de la remisión debían ser consignados por el
agente que la realizaba —por lo que, de preferencia, debían saber leer y
escribir—, anotando el nombre del reo, la razón y las circunstancias de su
detención, presentando, además, de ser el caso, el arma agresora para el
mejor entendimiento del médico y el juez. Ahí concluía la labor de los
vigilantes citadinos, a no ser que el juez requiriera mayor testimonio sobre
las circunstancias del delito, en cuyo caso podía solicitar nuevamente el
auxilio de aquéllos, ya para rendir ellos mismos testimonio de lo visto,
conducir testigos del hecho, recabar pruebas del delito y cuanto el juez
indicara. En general los vigilantes terminaban asumiendo funciones de
policía en sentido moderno, no sólo de “seguridad” sino incluso especia-
lizada, “judicial”.
Los expedientes que contienen la hoja de remisión al juzgado muestran
pasajes interesantes que condensan el fin de la vigilancia: no sólo el orden,
sino el principio de la justicia. Así, por ejemplo, el 16 de agosto de 1844 el
67
Archivo General de la Nación, Tribunal Superior de Justicia del Distrito Federal (en
adelante, agn, tsjdf), caja 5, 1844, exp. 844.
68
agn, tsjdf, caja 5, 1844, exp. 237.
consideró “no carecer de peligro por accidentes”, es decir, que mal curada
podía representar un riesgo para la presa. Por fortuna no fue el caso y la
sentencia emitida por el juez de turno, varios días después, el 19 de junio,
puso en libertad a ambos, por compurgados y “seriamente apercibidos”
para que, en lo sucesivo, guardaran el debido comportamiento.69
En términos generales los reos detenidos por rondas y patrullas que
se remitían a la cárcel solían ser debido a delitos menudos (lo que no
excluye, obviamente, a los de mayor cuantía, escándalo y gravedad). Ese
tipo de delitos se seguían de oficio y por lo general implicaban sentencias
“livianas” en un juicio sumario, es decir, por ofensas menores y solían
comprender la mayoría de los juicios en la capital; según Michael Scarda-
ville, a principios del siglo xix, éstos comprendían hasta el 92% de los
enjuiciados.70 Dicho porcentaje, de corroborarse para el periodo de las
dos repúblicas, mostraría la importancia que los cuerpos y agentes de
seguridad tuvieron para la ciudad, pues fueron ellos los que efectuaron
buena parte de las remisiones al juzgado carcelario, principalmente al de
la Diputación. Sobre este punto, cabe aclarar que no fueron la única vía
para llegar a los juzgados ni los carcelarios fueron los únicos. La doctrina
vigente estableció tres vías: la acusación, la denuncia y la pesquisa,71 y
éstos eran frecuentes en los juzgados de letras capitalinos (hubo seis de
ellos durante la primera república federal y cinco en la centralista) y que
solían proceder a pedimento de parte. Por supuesto los procesos de ca-
rácter ordinario seguidos en aquéllos serán parte de otro estudio, pues su
importancia también es vital para comprender, en su conjunto, el funcio-
namiento de las instituciones judiciales.
69
agn, tsjdf, caja 5, 1844, exp. 710.
70
Michael C. Scardaville, “Los procesos judiciales y la autoridad del Estado: reflexio-
nes en torno a la administración de la justicia criminal y la legitimidad en la ciudad de
México, desde finales de la Colonia hasta principios del México independiente”, en Brian
F. Connaughton (coord.), Poder y legitimidad en el México del siglo xix. Instituciones y cul-
tura política, México, Universidad Autónoma Metropolitana-Iztapalapa/Miguel Ángel Porrúa/
Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología, 2003, p. 379-428, p. 389-390.
71
Anastasio de la Pascua (ed.), Febrero mejicano, o sea la librería de los jueces, abogados
y escribanos que refundida, ordenada bajo nuevo método, adicionada con varios tratados y con el
título de Febrero novísimo; dio a la luz D. Eugenio de Tapia: nuevamente adicionada con otros
diversos tratados, y las disposiciones del derecho de Indias y del patrio, México, Imprenta de
Galván a cargo de Mariano Arévalo, 1835, v. vii, p. 184, 190, 192.
Reflexiones finales
mayor escrúpulo. Ello les otorgó enormes ventajas sobre la policía mon-
tada y demás destacamentos asalariados, externos o ajenos a los lugares
que vigilaban, aunque paradójicamente tal conocimiento favoreció prácti-
cas ilegales y abusos.
Aunque no eran asalariados y solían descuidar sus labores y no presen-
tarse a las rondas debidas, en tiempos de crisis, como la del cobre, al fallar
las corporaciones pagadas que no percibían un sueldo adecuado, las hono-
ríficas pudieron ser la mejor opción para mantener a la capital y sus ciuda-
danos bajo control.
Todos los agentes y cuerpos de seguridad que se han explorado aquí
tuvieron por misión primordial vigilar, perseguir, aprehender y conducir a
la cárcel a hombres y mujeres que alteraban el orden público, y lejos de lo
que puede creerse, sólo dos de ellos se ocuparon de labores de policía de
manera expresa: los alcaldes auxiliares de cuartel y los vigilantes diurnos
pertenecientes al cuerpo de la policía municipal del centralismo. Estos úl-
timos, dependientes de la Junta Departamental, complementaban a los al-
caldes auxiliares, cuando menos sólo de día y en los cuarteles más céntricos,
concurridos y por tanto que suscitaban mayor interés en las autoridades
(véase plano 6).
Por otro lado, los cuerpos y agentes de seguridad interactuaban entre
ellos, lo que ayudó a subsanar la ausencia de algunos o la falta de pericia y
responsabilidad de otros. Algunas veces disuadían paternal y amistosamen-
te a los escandalosos, o por las armas cuando la situación lo ameritaba.
Aunque en general las detenciones se lograban cumpliendo las expectativas
de formalidad debidas, no estuvieron exentas de abusos, arbitrariedades y
hasta corruptelas. Sin embargo, sorteados los inconvenientes y las críticas,
lograron alimentar al gran lobo de la justicia que abría sus fauces diaria-
mente, a todas horas, en el juzgado carcelario. Escandalosos, ebrios, vagos,
mal entretenidos, heridores, rateros, ladrones y hasta homicidas llenaron
el largo tracto de la justicia cotidiana. Cuando los delitos eran menudos el
juez mandaba poner en libertad a los reos a los pocos días; otras veces, por
la gravedad, se mandaba instruir la sumaria y dar inicio a un cansino pro-
ceso judicial. Así, la vigilancia de la ciudad se constituyó en el motor de la
justicia cuando menos en su forma más prolífica.
Fuentes
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Referencias