Humanae Vitae, Una Encí - Clica Profética
Humanae Vitae, Una Encí - Clica Profética
Humanae Vitae, Una Encí - Clica Profética
Esta encíclica está dirigida a todos los hombres de buena voluntad y trata sobre la
regulación de la natalidad. La transmisión de la vida humana ha sido siempre para los
esposos, como colaboradores libres y responsables de Dios Creador. Ante los cambios
sociales que transforman la sociedad y las nuevas cuestiones que han surgido, la
Iglesia no ignora esta materia relacionada con la vida y la felicidad de los hombres (cf.
HV, 1).
La ley natural iluminada y enriquecida por la Revelación divina son los principios de la
doctrina moral sobre el matrimonio. El Magisterio de la Iglesia tiene para todos sus
fieles la interpretación de la ley moral natural, pues Jesucristo, al comunicar a Pedro y
los Apóstoles su autoridad divina y enviarlos a enseñar a todas las gentes sus
mandamientos (cf. Mateo 28, 18-20), los constituye en custodios y en intérpretes
auténticos de toda ley moral, no solo de la ley evangélica sino también de la ley natural,
como voluntad de Dios, cuyo cumplimiento es igualmente necesario para salvarse (cf.
Mateo 7, 21; HV, 4).
Limitar el problema de la natalidad a perspectivas parciales de orden biológico,
psicológico, demográfico o sociológico no sería correcto sino que hay que considerarlo
a la luz de una visión integral del hombre y su vocación natural, terrena, sobrenatural y
eterna (cf. HV, 7).
Esta doctrina expuesta por el Magisterio está fundada sobre la inseparable conexión
que Dios ha querido y que el hombre no puede romper por propia iniciativa, entre el
significado unitivo y el significado procreador del acto conyugal. Salvaguardar ambos
aspectos esenciales, unitivo y procreador, y así el acto conyugal conserva íntegro el
sentido del amor mutuo y verdadero, y su ordenación a la altísima vocación del hombre
a la paternidad (cf. HV, 12).
No es un verdadero acto de amor en las relaciones entre los esposos con recto orden
moral el acto conyugal impuesto al cónyuge sin considerar su situación actual y sus
legítimos deseos. Usar del don divino de la transmisión de la vida destruyendo su
significado y su finalidad, aunque sea parcialmente, es contradecir el plan de Dios y su
voluntad. Usufructuar el don del amor conyugal respetando las leyes del proceso
generador significa reconocerse no árbitros de las fuentes de la vida humana, sino más
bien administradores del plan establecido por el Creador. La vida humana es sagrada,
desde su comienzo compromete directamente la acción creadora de Dios (cf. HV, 13).
Por todo ello, no es vía lícita para la regulación de los nacimientos la interrupción
directa del proceso generador ya iniciado, y sobre todo el aborto querido o procurado,
aunque sea por razones terapéuticas. Tampoco es vía lícita la esterilización directa,
perpetua o temporal del hombre o de la mujer. No es lícita toda acción que en previsión
del acto conyugal o en su realización o en el desarrollo de sus consecuencias
naturales, se proponga como fin o como medio hacer imposible la procreación. No es
lícito justificar actos conyugales intencionalmente infecundos, el mal menor o el hecho
de que tales actos constituirían un todo con los actos fecundos anteriores o que
seguirán después. Si bien es lícito alguna vez tolerar un mal moral menor a fin de evitar
un mal mayor o de promover un bien más grande, no es lícito, ni aun por razones
gravísimas, hacer el mal para conseguir el bien. Un acto conyugal voluntariamente
infecundo es deshonesto y no puede cohonestarse por el conjunto de una vida
conyugal fecunda (cf. HV, 14).
Estas enseñanzas, en previsión de Pablo VI, no serán quizá fácilmente aceptadas por
todos, pues la Iglesia a semejanza de su divino Fundador es “signo de contradicción”
(Lucas 2, 34), pero no deja por esto de proclamar con humilde firmeza toda la ley
moral, natural y evangélica como su depositaria e intérprete, sin poder declarar lícito lo
que no lo es por su íntima e inmutable oposición al verdadero bien del hombre.
Defendiendo la moral conyugal en su integridad, la Iglesia contribuye a la instauración
de una civilización verdaderamente humana, compromete al hombre a no “abdicar de la
propia responsabilidad sometiéndose a los medios técnicos”, defendiendo con esto
mismo la dignidad de los cónyuges, mostrándose amiga sincera y desinteresada de
todos los hombres a quienes quiere ayudar desde su camino terreno a participar como
hijos a la vida del Dios vivo, Padre de todos los hombres (cf. HV, 18-19).
Una práctica honesta de la regulación de la natalidad exige sobre todo a los esposos
adquirir y poseer sólidas convicciones sobre los verdaderos valores de la vida y la
familia, y un perfecto dominio de sí mismos. Dominio del instinto mediante la razón y la
voluntad libre según el orden recto y para observar la continencia periódica, disciplina
propia de la pureza de los esposos. Esfuerzo continuo que desarrolla la personalidad
de los esposos, aportando a la vida familiar frutos de serenidad y de paz y facilitando la
solución de otros problemas, favoreciendo la atención hacia el otro cónyuge, ayudando
a superar el egoísmo como enemigo del verdadero amor, y enraizando más su sentido
de responsabilidad. Así los padres adquieren la capacidad de un influjo más profundo y
eficaz para educar a los hijos, y éstos crecen en la justa estima de los valores humanos
y en el desarrollo sereno y armónico de sus facultades espirituales y sensibles (cf. HV,
21).
La encíclica, que el mismo Papa Francisco en 2014 llamó profética (Bagnasco, 2015), y
que fue cuestionada dentro y fuera de la Iglesia (Fuentes, 2008), como el mismo Beato
Pablo VI intuyó en la propia encíclica (cf. HV, 18), sigue teniendo una validez actual
indiscutible en nuestro tiempo.