Deontologia Cartilla
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Deontologia Cartilla
El término ética se deriva de la palabra griega “ethos”, las acepciones históricas más comunes:
El origen etimológico del término ética puede aclarar ulteriormente la naturaleza de esta
ciencia. Ética es un término, que aparece ya en el título de los tres tratados morales del
corpus aristotélico (Ética a Nicómaco, Ética a Eudemo y Gran Ética). Procede, del vocablo
griego êthos que en primer lugar significaba, primitivamente, residencia, morada, lugar
donde se habita. Se usaba, sobre todo en poesía, con referencia a los animales, para aludir a
los lugares donde se crían y encuentran, a los de sus pastos y guaridas. Después, se aplicó a
los pueblos y a los hombres para referir a su país o patria. Este sentido fundamental de
ethos como lugar exterior o país en que se vive pasaría a significar posteriormente, en la
época aristotélica, el lugar que el hombre lleva en sí mismo, el de su actitud interior, el de
su referencia a sí mismo y al mundo. Aristóteles advierte êthos que procede a su vez de
éthos que se traduce por hábito o costumbre. Ello nos permite precisar que el carácter o
modo de ser del que aquí hablamos no es el temperamento o la constitución psicobiológica
innata, sino la forma de ser que la persona adquiere para sí misma a lo largo de su vida,
emparentada con el hábito (héxis), que es bueno (virtud) o malo (vicio). Aristóteles señala
que la ética no es un tratado teórico, sino que es relativo a las acciones (práxeis) y al modo
de realizarlas, ya que son ellas las que determinan la calidad de los hábitos.
La etimología del vocablo Ética nos permite completar la noción de ética con dos
aspectos nuevos. Por una parte, la ética no es tratado práctico, porque refiere a las acciones
humanas y a la vida moral no sólo para conocerlas, sino principalmente para dirigirlas. Por
otra parte, la ética considera las acciones humanas en su relación con el modo de ser
(éthos) que la persona adquiere a través de ellas.
Lo ético comprende la disposición del hombre en la vida, su carácter, costumbre y moral, tal y
como puede extraerse de las anteriores acepciones. Se puede traducir como “el modo o forma
de vida” en el sentido más profundo de su significado.
Ethos significa carácter, pero no en el sentido de cualidad sino en el sentido “del modo
adquirido por hábito” (Aranguren, 1995, pág. 133). Lo que significa que el carácter se logra
mediante el hábito y no por naturaleza, por ello suele llamársele “segunda naturaleza”.
Dichos hábitos nacen por repetición de actos iguales, en otras palabras, los hábitos son el
principio intrínseco de los actos.
Debe agregarse aquí el término moral (que se abordará ampliamente en los apartados
siguientes), para poder comprender a plenitud la concepción del ethos. La moral procede del
latín “mos”, que también significa costumbre, hábito, en el sentido de conjunto de normas o
reglas adquiridas por medio del hábito.
Lecciones de ética y deontología
En latín no hay una palabra para traducir ethos (carácter) y ethos (hábito), sino que ambas se
expresan con la misma palabra mos, esta indiferenciación verbal ha tenido, gran influencia en
una concepción ulterior de la ética.
La ética puede presentarse de dos posturas la ethica docens (ética sistematica) y la ethica
utens (moral vivida), esto se debe a que algunos profesores de ética se olvidan que la ética no
crea su objeto de estudio, sino que se limita a reflexionar sobre él. Por lo cual la ética se vale
de la psicología de la antropología de la sociología y de otros conocimientos para comprender
el acto moral. Así se puede comprender como dice Santo Tomás los que apetecen el mal no lo
apetecen sino bajo razón de bien, es decir en cuanto lo estiman bueno asi la intención de ellos
va per se al bien, aunque per accidens caiga sobre el mal. La vida del hombre forma un todo,
de tal modo que cada uno de nuestros actos lleva en si el peso de la vida entera, por lo cual las
virtudes son la fuerza moral, que se adquieren, se sostienen y se apropian en la vida. Por ello
el objeto formal de la ética es lo que nosotros viviendo hemos hecho de nosotros mismos, el
carácter o modo de ser del que nos hablará Aristóteles.
Ética: definición
Rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral. Si por moral hay que entender el
conjunto de normas o costumbres (mores) que rigen la conducta de una persona para que
pueda considerarse buena, la ética es la reflexión racional sobre qué se entiende por conducta
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buena y en qué se fundamentan los denominados juicios morales. Las morales, puesto que
forman parte de la vida humana concreta y tienen su fundamento en las costumbres, son
muchas y variadas (la cristiana, la musulmana, etc.) y se aceptan tal como son, mientras que
la ética, que se apoya en un análisis racional de la conducta moral, tiende a cierta
universalidad de conceptos y principios y, aunque admita diversidad de sistemas éticos, o
maneras concretas de reflexionar sobre la moral, exige su fundamentación y admite su crítica,
igual como han de fundamentarse y pueden criticarse las opiniones. En resumen, la ética es a
la moral lo que la teoría es a la práctica; la moral es un tipo de conducta, la ética es una
reflexión filosófica (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
Carácter racional.
Carácter práctico.
La ética es una ciencia práctica, eso quiere decir que es para vivirla en el día a día de nuestra
existencia, con ello se pretende llevar a la concreción en la realidad cotidiana aquello que
teóricamente se construye, buscando mejorar la situación de ser y estar en el mundo,
favoreciendo la convivencia en sociedad y el desarrollo de la propia persona.
No es lo mismo saber simplemente por saber que saber para actuar. La ética es un saber para
actuar. La contemplación puramente teórica del asunto no es la finalidad de la ética, va más
allá y sólo cumple su finalidad propia cuando se encarna en la conducta humana.
Carácter científico.
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Para que una ciencia sea una ciencia se requiere que cumpla mínimamente con tres
condiciones: que tenga un objeto de estudio propio, que sea autónoma y que tenga un método
de estudio particular para estudiar su objeto.
El objeto de estudio de cualquier ciencia está compuesto por el objeto material y el objeto
formal. El objeto material, tema o materia a tratar (la cosa que se estudia) puede ser un punto
coincidente de varias ciencias, por el ejemplo las ciencias humanas que se encuentran en el
estudio del hombre, de esta manera dos o más ciencias pueden convenir en un mismo objeto
material de estudio. Lo que diferencia a una ciencia de otra es su objeto formal, aspecto del
tema o materia a tratar (el aspecto de la cosa que se estudia).
Tal y como se presenta en la definición el objeto de estudio de la ética es la moral, pero éste
ha de ser descompuesto como en toda ciencia, en material y formal.
EL ACTO HUMANO El término 'acto' es uno de los vocablos de más larga y complicada
historia. En el lenguaje común designa al hecho o acción. La primera precisión sobre este
punto procede de Aristóteles. Éste entiende por acto lo que se opone a potencia. La
contraposición entre acto y potencia puede ser equiparada a la que hay entre forma y
materia. El acto es, en suma, energía, acción, y como tal puede tener diversos grados según
la mayor o menor aproximación al ser inteligente que lo conforma o determina
El Diccionario Filosófico de Ferrater Mora, cuando se refiere al acto ético, nos dice que es un
“acontecimiento debido a la intervención de un ser susceptible de calificación moral, y no
solamente a causas físicas: un acto de valor, en este sentido, puede consistir no en movimiento
perceptible, sino al contrario, en una inhibición”. Es en la Teología donde encontramos una
diferenciación entre acto humano, que procede de la deliberada voluntad del hombre, y acto
del hombre, que corresponde a toda acción ejecutada sin deliberación y, como propia del
instinto, no lo hace responsable en el fuero de su conciencia. El Diccionario de la Real
Academia de la Lengua nos indica su uso corriente con el significado de hecho o acción.
También en ese sentido el acto que realiza el hombre por acción, por omisión o por
pensamiento, aceptado en forma voluntaria por la conciencia, debe ser ético, es decir, debe
merecer la calificación de moral. Elementos del acto humano: Todo hecho o acto moral revela
tres elementos constitutivos: entendimiento, voluntad, y libertad (ejecución). El entendimiento
es uno, pero en él distinguimos, según Aristóteles, un entendimiento especulativo y un
entendimiento práctico. "El primero se relaciona con las cosas universales y necesarias y su
objeto es la verdad. El segundo considera las cosas particulares y su objeto es el modo de
actuar en determinadas circunstancias. Es decir, el entendimiento especulativo es la facultad
de entender y captar los principios, logrando las conclusiones por medio del raciocinio; el
segundo, en cambio, delibera y juzga lo que conviene hacer en determinadas circunstancias."
El segundo elemento del acto moral es la voluntad, la facultad de querer tomar una
determinación luego de haber analizado, mediante el conocimiento, las razones que motivan
el acto. Según Santo Tomás, el acto voluntario es "el que procede de un principio intrínseco
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con conocimiento y fin". Es decir, es un acto realizado sin ningún tipo de coacción, por lo
que el hombre es plenamente responsable del mismo.
El tercer elemento es la libertad que plantea la cuestión de la ejecución del acto, que consiste
no solamente en la realización o efectivización en el momento, sino que se lleve a cabo en la
forma y con los medios previstos. Cuando el acto confiere un mandato de hacer o de no hacer,
el mandante debe controlar cómo se ejecutó, porque de nada vale mandar a realizar un acto si
luego no es controlado y si no existe penalidad alguna por el incumplimiento. Conciencia
moral: Cuando no se trata de un acto reflejo (por ejemplo, caminar, vestirse diariamente) es
necesario recurrir a 'la conciencia moral', que tiene su origen en el conocimiento del problema
que motiva el acto. Ella nos indica si corresponde realizarlo, conforme al fin que se persigue y
a los medios materiales con que se cuenta. Pero por sobre todas las cosas, debe analizarse la
capacidad, autoridad y libertad que se posee. Luego de encontrar conformidad entre lo que se
quiere hacer y la conciencia, recién se está en condiciones de ejecutar el acto. La prisa y la
imprudencia nunca son buenas consejeras. Libertad: Consideramos a la libertad como la
facultad natural que posee el hombre de obrar de una manera, de otra, o de no obrar, sin
ninguna coacción. El problema de la libertad es uno de los temas centrales de reflexión en las
ciencias filosóficas, antropológicas, políticas y económicas. La libertad es un componente
esencial del hombre. Únicamente obrando con libertad puede llegar el hombre a ser ético. El
concepto de libertad comprende la capacidad que el hombre tiene de disponer de sí mismo, es
decir, de autodeterminarse. En su existencia concreta el hombre experimenta a un tiempo su
doble condición de ser libre y de ser condicionado. El punto de partida de la reflexión
filosófica de esta cuestión ha sido el análisis de la voluntad y de su mecanismo de acción. En
otras palabras, la voluntad es una potencia. La libertad, como capacidad del hombre de elegir,
es inherente a la voluntad como tendencia natural. El objeto de esta elección es el bien,
respecto al cual la voluntad no puede dejar de sentir necesidad.
Por otra parte, ante los bienes particulares, la voluntad tiende a romper la indeterminación y
determinarse por sí sola. La libertad es precisamente este poder de autodeterminación que se
funda en el dinamismo que orienta hacia el sumo bien. Es evidente que tal libertad de elección
tiene su raíz en la razón y en la capacidad del hombre de aprehender el bien universal y medir
la distancia existente entre este último y cada uno de los bienes particulares. (12) El hombre,
en la conciencia misma de su ser, experimenta la antinomia de su apertura hacia el infinito y
de los límites de su naturaleza humana. Esta es la fuente de su inquietud. Ser y hacerse
constituyen los dos polos dialécticos de la existencia humana. Todo hombre vive cuando tiene
aspiraciones y hace proyectos. Ahora bien, el hombre advierte que no puede hacerse, que no
puede llegar a ser él mismo en sus actos de libertad, si no es en relación con los demás y con
el mundo. Él está llamado a realizar su vocación fundamental: ser cada vez él mismo.
El objeto material de la ética son los actos morales1, es decir, los actos humanos libres y
conscientes, medidos y regulados por la regula morum.
“La ética enfoca sus actividades en esa zona netamente humana, como es la conducta
del hombre, su realización como hombre, sus decisiones libres, sus intenciones, su
búsqueda de la felicidad, sus sentimientos nobles, heroicos, torvos o maliciosos. Éste
es el objeto material de la ética”.
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En latín la distinción entre el carácter o modo de ser apropiado y el hábito o costumbre como
su medio de apropiación, no aparece tan clara (Aranguren, 1995, págs. 133 -134), porque la
palabra la palabra “moris”, como ya se ha visto, traduce a la vez a ethos, por ello la noción de
ethos se debilita y pasa a significar habitus.
Hay que traducirlo a la manera de Santo Tomás como habitud, que significa, primeramente,
“haber” adquirido y apropiado; pero significa además de este “haber” consiste en
“habérselas” de un modo o de otro, consigo mismo o con otra cosa; es decir, en una
“relación”, en una “disposición a” que puede ser buena o mala. Los hábitos consisten, pues,
en disposiciones difícilmente admisibles para la pronta y fácil ejecución de los actos
correspondientes. Los hábitos se orden, pues, a los actos, y, recíprocamente, se engendran por
repetición de actos (Aranguren, 1995, pág. 136).
Por otra parte, y al vincular los conceptos de hábito y acto, el mismo autor sostiene que:
Hay pues un “círculo virtuoso” entre ethos (modo ético de ser), hábitos y actos, puesto que el
primero sustenta a los segundos y estos son los “principios intrínsecos de los actos”. En
efecto si ethos es el carácter adquirido por hábito, y el hábito, nace por repetición de actos
iguales, ethos es a través del hábito “fuente de los actos” ya que será el carácter, obtenido (o
que llegamos a poseer –héxis) por la repetición de actos iguales convertidos en hábito
(Aranguren, 1995, pág. 136).
Concluyendo que:
Los actos, por pequeños que sean, no nacen por generación espontánea, ni existen por sí
mismos, sino que pertenecen a su autor, el cual tiene una personalidad, unos hábitos, una
historia que gravitan sobre cada uno de estos actos (Aranguren, 1995, pág. 136).
En síntesis, se puede decir que el objeto material de estudio de la ética lo constituyen los
actos, los hábitos, la vida en su totalidad unitaria y lo que de ella retenemos apropiándonoslo,
a saber, el éthos, carácter o personalidad moral (Aranguren, 1995, pág. 199).
El objeto formal lo constituirán los actos humanos en cuanto ejecutados por el hombre y
regulados y ordenados por él para percibir la bondad o la maldad de esos actos. En este
sentido se sostiene que:
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Si se consideran los actos en sí mismos, aisladamente, los actos tendrán de bondad lo que
tengan de realidad, y serán malos en la medida en que no alcancen la plenitud de ésta (ética-
metafísica). Si se consideran referidos a su autor, dentro de la secuencia temporal de la vida,
serán buenos en cuanto contribuyan a la perfección de su realidad personal, a la planificación
de sus éthos o carácter moral.
Aspectos relevantes a tomar en cuenta respecto al aporte del objeto material al formal de la
ética:
En resumen: el objeto otorga a las acciones su bondad intrínseca; las circunstancias que en el
acto concurren pueden modificar, también intrínsecamente, esta bondad. Y el fin también da
o quita bondad, pero por modo extrínseco (Aranguren, 1995, pág. 200).
Autonomía de la ética.
Con respecto a ésta característica, todas las ciencias que se constituyan como tales han de
establecer sus propias leyes, principios y metodologías.
Hay que aclarar que no existe una sola ciencia que sea estrictamente autónoma, ya que no hay
ciencias aisladas..., esta autonomía o independencia es relativa, es decir, todas las ciencias,
unas más que otras, se retroalimentan, pero nunca una ciencia busca imponerle sus leyes y
principios a otra, su campo de estudio, material o formal, está bien determinado. Se puede sí,
en esa autonomía relativa, retomar los resultados que ofrece la investigación de otra ciencia u
otras ciencias y no por ello perderla o ser dependiente.
(Ibarra Barrón, 1998, págs. 22-23)
Método de estudio.
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Al estudiar la moral, la ética se encuentra con una experiencia histórico – social múltiple y
variada, es decir, una serie de morales efectivas, ya dadas, las cuales, para su explicación,
necesitan de un tratamiento científico que determine su esencia, las condiciones objetivas y
subjetivas del acto moral, las fuentes de valoración moral, la naturaleza y función de los
juicios morales, los criterios de justificación de dichos juicios y el principio que rige el
cambio y la ausencia de los diferentes sistemas morales (Ibarra Barrón, 1998, págs. 24-25).
Es aquella acción que procede de un principio intrínseco con conocimiento formal del
fin.
Procede de un principio intrínseco: la acción tiene su origen en una facultad apetitiva
del sujeto agente, que actúa por tanto desde dentro de él y por ello se distingue de la
acción coacta o violenta, que es originada por la violencia de una causa exterior al
sujeto contra la inclinación o el deseo de éste.
Con conocimiento formal de fin significa, por una parte, que el sujeto agente conoce
aquello en vista de lo cual (el fin) la acción se cumple, y que lo conoce expresamente
bajo la razón de objetivo de su obrar valorando su conveniencia en cuanto tal.
Conocimiento formal del fin significa, por otra parte, que el conocimiento del fin es de
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algún modo el origen de la acción, la acción voluntaria es una acción consciente porque
incluye un juicio intelectual en su estructura intima.
El término fin expresa el objeto propio de la voluntad, la acción voluntaria es
intencional (intencionalidad) que consiste en su esencial apertura hacia los objetos, las
característica de la intencionalidad de la voluntad son
La intencionalidad de la voluntad es consciente, porque la direccionalidad del acto hacia
el objeto es vivida por el sujeto. La persona antes de obrar, proyecta y se representa la
acción. Proyectar y representar son actos de la razón implicados por la actividad
voluntaria.
La intencionalidad de la voluntad es activa porque la relación establecida entre el sujeto
voluntario y el objeto es decidida y puesta por aquél.
La intencionalidad de la voluntad es guiada y ordenada por la razón. El juicio racional
pone en relación la acción o su objeto con un motivo quiero hacer estación porque es
buena o porque es agradable etc.
La voluntad es autorreferencial. La persona queda comprometida como persona en todo
acto de voluntad y por ello toda determinación de la voluntad acerca de un objeto es
siempre también autodeterminación.
* La persona, como centro espiritual, toma postura ante un objeto (ama, odia, aprueba,
desaprueba, acepta, rechaza, etc.) con independencia de que la realización del objeto
esté o no en su poder
* La persona pone voluntariamente en movimiento ciertas actividades del espíritu (de
la inteligencia, de la memoria, de la imaginación, etc.) y sobre todo del cuerpo, que
tienden a realizar o a conseguir efectivamente el objeto amado o a destruir lo odiado.
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Acción y omisión
Todo lo que se hace por ignorancia es no voluntario, e involuntario lo que se hace con
dolor y pesar.
La acción no voluntaria significa simple privación de voluntariedad sobre todo por
falta del conocimiento formal del fin: ignorancia de las circunstancias concretas de la
acción, principalmente de su objeto.
La acción involuntaria es aquella que se hace por fuerza. Contrariedad contra la
voluntad, unas de las causas es la violencia.
Las acciones mixtas son una mezcla de voluntariedad e involuntariedad, en principio
son acciones libre y psicológicamente normales, pero que no responden a una libre
iniciativa de la persona. Se toman a causa de una situación difícil en la que el sujeto
viene a encontrarse y no sin vencer una notable repugnancia pues se oponen a sus
deseos y desde luego no se realizarían fuera de esa situación.
El Objeto De La Voluntad
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Moral
“En la medida que se generó la interacción de unos grupos de personas con otros, la
modificación en la manera de apreciar y valorar los actos cambiaron, adecuándose a las
nuevas necesidades, de esa manera y en lo sucesivo hasta nuestros días, engendrándose la
moral, como parte del devenir histórico – social de la humanidad”.
La moral o moralidad (del latín mōs, gen. mōris, ‘costumbre’ y de ahí mōrālis 'relativo a los
usos y costumbres') son las reglas, posicionamientos, normas o consensos por las que se rige
y juzga el comportamiento o la conducta de un ser humano en una sociedad. En ese enfoque
lo que forma parte del comportamiento moral está sujeto a ciertas convenciones sociales y no
forman un conjunto universalmente compartidos. Por otra parte, las sociedades humanas
parecen compartir un núcleo de consensos sobre la inaceptabilidad de ciertas conductas,
ampliamente rechazadas (entre ellas la mentira ventajosa, el causar grandes daños a personas
inocentes o desvalidas, etc.)
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Inmoral y amoral
Dentro del concepto de moral surgen otros dos conceptos que son, cada uno a su manera,
antónimos y que no deben ser confundidos. Uno es el de «inmoral», el cual hace referencia a
todo aquel comportamiento o persona que viola una moral específica o la moral social.
Cuando se dice que una persona actúa inmoralmente, se quiere decir que está actuando de
forma incorrecta, haciendo mal.
Por otra parte, el concepto de «amoral» o amoralidad, hace referencia a una postura en la que
las personas se consideran carentes de moral, por lo que no consideran que los hechos o actos
humanos sean malos o buenos, correctos o incorrectos. La mayor defensa de la amoralidad la
realiza en el taoísmo, en el cuál se considera que la moral corrompe al ser humano,
obligándolo a hacer cosas buenas cuando no está preparado y prohibiéndole hacer cosas malas
cuando necesita experimentar para darse cuenta de las repercusiones de sus actos. Todo lo
«moral», según ellos, implica forzar la naturaleza del ser humano y es fruto de la desconfianza
y el miedo a los demás, a lo que puedan hacer si no están sometidos al estricto gobierno de
unas leyes que rijan su comportamiento.
El aspecto que mejor caracteriza a la moral es su carácter social, esto lleva a asumir a la
moral como un producto de la evolución social del hombre, donde responde a necesidades
particulares y desempeña una función específica en ella. La moral sólo se ha desarrollado en
el hombre, por tanto, se encuentra ligado a las facultades relacionales y racionales de éste, por
ello se puede decir que es en sí misma, un fenómeno social.
Un elemento que nos permite visualizar aún más la evolución social de moral estriba en
que el origen del actuar moralmente, radica en encontrar el “término medio” entre lo
personal y lo social, entre lo individual y lo colectivo. En este sentido, cada persona
desarrolla sus propios intereses, los que no necesariamente coinciden con los que la
sociedad persigue, obrar moralmente implicaría hacer concordar unos con otros.
“incluso cuando se trata de la conducta de una persona, no estamos ante una conducta
completamente individual que solo afecte o interese exclusivamente al que la efectiviza. Se
trata de una conducta que tiene trascendencia de una u otra forma hacia los demás, y que,
por esta razón, es objeto de aprobación o reprobación de la sociedad”.
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Se puede decir que la función social de la moral consiste en regular las acciones de las
personas, en sus relaciones mutuas, o las de la persona con la comunidad, con el fin de
preservar a la sociedad en su conjunto o a la integridad de un grupo social en particular, con
lo que se asegura el mantenimiento de un determinado orden social. Aunque el orden
social también se mantiene mediante el derecho y las regulaciones del estado, pero,
mediante las normas morales se persigue una integración de las personas en forma más
profunda e íntima, por convicción personal, consciente y libre.
Existen un conjunto de conceptos básicos que concurren en torno a la moral, los que deben
ser conocidos y estudiados por todos aquellos que pretendan tener una comprensión mayor
del hecho moral.
No todos los actos son interés de la ética, sino solamente aquellos que pueden ser catalogados
de morales, por ello hay que hacer una distinción básica entre lo que es un acto de hombre y
uno propiamente humano.
Son todos los actos, que realiza el hombre, pero que carecen de conciencia o de libertad, o de
ambas cosas. Por ejemplo: digerir, caminar, respirar, etc. Se denominan del hombre en cuanto
que corresponden a la naturaleza animal de uno mismo.
Actos humanos.
Son aquellos que el hombre realiza con deliberación de la razón, y con libertad de voluntad.
Por ejemplo: amar, razonar, leer, escribir, trabajar, etc., son actos humanos, porque se
ejecutan de un modo libre y consciente. Estos son originados en la naturaleza humana del
hombre: su racionalidad y voluntad.
Acto moral.
Es un acto humano donde puede percibirse el hecho moral, es decir, aquel acontecimiento,
acto o comportamiento sobre el que podemos pronunciarnos calificándolo de bueno o malo,
de justo o injusto, de honesto o deshonesto, es decir, que es susceptible de aprobación o
condena, de acuerdo a normas comúnmente aceptadas. Esto no quiere decir que todos los
actos humanos son actos morales, sino solo aquellos que consciente y libremente obrados, son
objeto de valoración moral.
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Se debe destacar el motivo del acto moral, es decir, aquello que impulsa a actuar o a perseguir
determinado fin.
El agente moral (la persona que obra el acto moral) debe estar consciente del motivo o fin que
persigue con el acto obrado, para que puede ser tomado en cuenta el momento de calificar
moralmente el acto.
Un mismo acto puede realizarse por diferentes motivos y, a su vez, el mismo motivo puede
impulsar a realizar actos distintos con diferentes fines. La pluralidad de fines en el acto moral
exige: la elección de un fin entre otros y la decisión de realizar el fin escogido.
El acto moral no se cumple con la decisión tomada; es preciso llegar al resultado efectivo.
Para ello, es preciso dar los pasos necesarios que permitan plasmar el fin elegido, es decir,
elegir y emplear de manera consciente los medios para realizar el fin escogido.
El acto moral, por lo que toca al agente moral, se consuma en el resultado, o sea, en la
realización o plasmación del fin perseguido. El acto moral es una totalidad o unidad
indisoluble de diversos aspectos o elementos: motivo, fin, medios, resultados y consecuencias
objetivas.
Conciencia Moral
De la conciencia moral se habla comúnmente en dos sentidos diversos: como conciencia
habitual y como conciencia actual (acto o juicio de conciencia). En el primer sentido, el
término conciencia se usa en sentido muy amplio parta designar en general la capacidad
humana de conocimiento moral, la dimensión cognoscitiva de la índole moral del hombre,
incluyendo el conocimiento de los primeros principios y de las virtudes, la conciencia
moral y también la prudencia. En el segundo sentido, la conciencia designa un preciso acto
de la razón práctica; concretamente un juicio acerca de la bondad o malicia moral de un
acto concreto que vamos a realizar o que hemos realizado. La conciencia moral es el
primer acto en el que el conocimiento de las exigencias de las virtudes y de las normas se
personaliza, se aplica a la propia situación, y es visto como midiendo la propia conducta.
Conciencia y prudencia
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Lecciones de ética y deontología
Cabe clasificar las diversas modalidades que puede presentar el juicio de conciencia
atendiendo a tres criterios.
Por su relación al acto hablamos de conciencia antecedente y consecuente. La conciencia
antecedente es la que juzga sobre un acto que se va a realizar, mandándolo, permitiéndolo,
aconsejándolo o prohibiéndolo. La conciencia consecuente es la que aprueba o desaprueba
una acción ya realizada, produciendo tranquilidad después de la acción buena y
remordimiento después de la mala.
En razón de su conformidad con el bien de la persona. La conciencia puede ser verdadera
o recta y errónea o falsa. Conciencia recta es la que juzga con verdad la calidad moral de
un acto. Conciencia errónea es la que no alcanza la verdad sobre la calidad moral de la
acción, estimando como buna una acción que en realidad es contraria al bien de la persona
o viceversa. La causa del error de la conciencia es la ignorancia.
Según el tipo de asentimiento, es decir, según el grado de seguridad con que se emite el
juicio, la conciencia puede ser cierta, probable y dudosa. Conciencia cierta es la que juzga
con firmeza que un acto es bueno o malo. Conciencia probable es la que dictamina sobre la
moralidad de un acto sólo con probabilidad, admitiendo la posibilidad opuesta.
Propiamente se llama conciencia dudosa a la suspensión del juicio de conciencia.
La conciencia moral es regla moral en cuanto que es expresión de la razón recta, es decir,
en cuanto juicio racional por el que el hombre tiene presentes las exigencias éticas y juzga
las acciones a su luz. Por ello es preciso determinar cuándo un juicio de conciencia es
verdadera expresión de recta razón.
Sólo la conciencia cierta es regla moral. La conciencia cierta debe seguirse, Por ejemplo si
alguien afirma una cosa pensando con certeza que es falsa, aunque en realidad sea
verdadera, está mintiendo, pues como mentira ha conocido y querido su acción. Es esto
una consecuencia del hecho de que la intencionalidad de la voluntad es guiada y ordenada
por la razón.
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Lecciones de ética y deontología
Además de cierta, la conciencia debe ser verdadera o invenciblemente errónea para ser
regla de moralidad.
La conciencia venciblemente errónea no es expresión de la recta razón. Esta exige la
obligación de salir del error antes de obrar.
No es lícito obrar con conciencia dudosa. El que obra con una dudosa positiva sobre si el
acto es malo, se expone voluntariamente a obrar mal, y por ello debe resolver la duda antes
de actuar.
Es frecuente que una acción humana posea aspectos buenos y aspectos malos y por eso
puede provocar cierta perplejidad de juicio. Para resolver este problema se habla de objeto,
fin y circunstancias lo cual nos lleva a afirmar que para que una actuación compleja sea
buena, han de ser buenos todos sus componentes.
A la hora del juicio moral concreto el objeto de un acto voluntario se encuentra rodeado
de todas sus circunstancias:
* Característica o cualidades de la persona que obra.
* Cualidad y cantidad del objeto sobre el que versa la acción.
* Lugar en que se realiza la acción.
* Medios empleados.
* Modo oral en que se realiza la acción.
* Cantidad y cualidad del tiempo.
* Motivo por el que se realiza un acto.
Conducta moral.
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El deber moral.
Etimológicamente viene del latín debere, deber, que significa estar obligado. En general,
es la obligación moral, o la obligación – la necesidad- de actuar moralmente. Esta
obligación se expresa en juicios o enunciados deónticos: por ejemplo, «no matarás». El
contenido de estos diferentes enunciados constituye el conjunto de «deberes» concretos a
los que el hombre se siente moralmente obligado.
El deber es el concepto fundamental de los sistemas éticos deontológicos, a saber, aquellos
que se fundan en un principio de obligatoriedad libremente aceptado. La obligatoriedad y
necesidad que emana del orden moral proviene, de acuerdo con los presupuestos de las
diversas teorías éticas, por ejemplo, de naturaleza, según los estoicos, de la ley moral
natural enraizada en la ley divina, según el cristianismo, o de la razón práctica, según
Kant, esto es, de la libertad humana (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
Para otros autores el deber es, la necesidad moral de hacer u omitir algo (Fagothey) o la
coerción ejercida por el intelecto sobre el libre arbitrio (Maritain) o la presión que ejerce la
razón sobre la voluntad enfrente de un valor (Gutiérrez). En todos los casos, se trata de una
presión especial, de una coerción puramente intelectual, causada por la visión o apreciación
de lo que es valioso (Martínez Huerta, 2001, pág. 48). En otras palabras, el deber es el
mandato u obligación de realizar algo cuyo cumplimiento se considera útil para el individuo
y la comunidad.
Siguiendo la división propuesta por Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 192), los deberes se
clasifican por su naturaleza, en imperativos (los que nos manda a hacer), prohibitivos (los que
estamos impedidos de hacer) y permisivos (los que expresan lo que es lícito).
Hay que tipificar la concepción de la auténtica obligación moral, misma que no se origina en
la autoridad, en la sociedad, en el inconsciente, en el miedo al castigo o en la búsqueda del
premio, como afirma Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 199), cuando una persona capta un valor
con su inteligencia, se ve solicitada por dicho valor, y entonces la inteligencia propone a la
voluntad la realización de tal valor. Pero la inteligencia presiona sutilmente, sin suprimir el
libre albedrío. Es, por lo tanto, autónoma y compatible con el libre arbitrio.
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¿Qué es la moral?
La palabra moral viene del latín moris y del griego mos, relativo a las costumbres. Se
entiende como el conjunto de normas, usos y leyes que el hombre percibe como obligatorias
en conciencia. Su estudio es objeto de la ética (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
Ese conjunto de normas, usos y leyes son prescritas por la sociedad a la que pertenece la
persona y su obligatoriedad de conciencia (aceptación libre y con conocimiento) busca
hacerlo responsable ante sí mismo y ante la sociedad que las establece. En este sentido, la
moral puede ser entendida como el conjunto de normas, usos, leyes o costumbres (mores)
establecidas por la sociedad, que rigen la conducta individual y social de los hombres.
Moral y moralidad.
Si retomamos los conceptos acuñados de moral, se percibirá con facilidad la existencia de dos
planos o niveles de la moral: uno teórico – normativo y otro fáctico – efectivo o real. Es decir,
uno referido al “deber ser” (ideal) y otro al “ser” (real), o lo que es lo mismo al “deber hacer”
y al “hacer realmente”. Al primero de estos planos o niveles, estaría referido el concepto de
moral, mientras que al segundo, el de moralidad.
Al plano normativo pertenecería la norma de derecho, que ordena y manda cómo debe
comportarse la persona; mientras que al fáctico pertenece la norma de hecho, es decir los
actos concretos que se realizan conforme a las normas establecidas.
Ética y moral.
A pesar de la sinonimia de los términos latino “ethos” y griego “mos”, el desarrollo histórico
de la filosofía práctica los distingue.
Tradicionalmente, el término moral se utiliza para referirse al conjunto de reglas, normas,
mandatos, tabúes y prohibiciones que regulan y guían la conducta humana en la vida
cotidiana, así como las normas internas que rigen al sujeto. En términos generales, la moral se
asocia con el contenido de las normas, los juicios de valor, las instituciones morales: la moral
vigente, se encuentra en el nivel de lo fáctico.
En cambio la ética, se usa para designar a aquel saber teórico, que reflexiona sobre la moral
vivida, ya sea para ponerla en tela de juicio o justificarla. Por esta razón, también se la
denomina moral pensada. La ética es pues aquella disciplina que indaga sobre la finalidad de
la conducta humana, de las instituciones sociales y de la convivencia en general. Es una
investigación filosófica sobre el conjunto de problemas relacionados con la acción. Además,
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reflexiona sobre el lenguaje moral: es teórica. Por otra parte, la ética tiende a ser universal
por la abstracción de sus principios.
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Norma moral.
Etimológicamente viene
Del latín norma, escuadra, y por extensión regla o modelo; y del griego, gnomon, (ángulo
recto formado por dos piezas de madera unidas, que servía como instrumento geométrico de
medición). En general arquetipo, modelo que se tiene en cuenta al actuar. En su principal
sentido prescriptivo –la norma que obliga-, propio de la ética y del derecho, se define como
un comportamiento que se impone (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
Para no ser arbitrarias, estas indicaciones imperativas deben a su vez soportarse en uno o más
valores, que precisamente las normas se proponen promover o defender. Lo que es totalmente
coherente con lo que se definía como auténtica obligación moral.
En pocas palabras, las normas morales son las que regulan de manera imperativa la conducta
moral del hombre en sociedad. Para que sean valiosas, deben ser realizadas en forma
consciente y libre, e interiorizadas por la persona. Éstas dirigen la actividad humana en orden
al bien, buscando no la perfección de las obras elaboradas y producidas por el hombre, sino la
bondad o la perfección misma del hombre que las opera.
La vida en sociedad se encuentra ordenada por diversas clases de normas, las hay culturales,
religiosas, morales, jurídicas, estéticas, usos sociales, educativas y profesionales, etc., dentro
de todas ellas, las más importantes resultan ser las normas morales, las normas jurídicas y las
de usos sociales, principalmente las dos primeras.
Normas jurídicas.
Son aquellas reglas que por opinión de los demás, de la sociedad, convencionalismos,
costumbres o tradiciones de la época han sido adoptadas por los pueblos de manera tal que
regulen el comportamiento de la persona en determinadas circunstancias de la vida.
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Sobre las normas, hay que plantear la distinción existente entre la norma moral y la jurídica,
ya que en algunos casos suelen confundírseles. Las diferencias más notorias son las
siguientes:
Sanción moral.
Sanciones materiales.
Sanciones personales.
Sanciones sociales.
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Sanciones civiles.
Son las que vienen dadas por el quebrantamiento de las leyes, reglas o normas que
conforman el orden jurídico, por ejemplo, las multas, las prisiones y la pena de muerte.
Sanciones religiosas.
Estiman que el orden moral es sancionado por Dios con el establecimiento de penas y
castigos ultraterrenos, por ejemplo, el catolicismo nos habla del cielo, del purgatorio y del
infierno. Es sobre todo el espectro del infierno y la ilusión de un paraíso, lo que el
cristianismo ofrece ante los ojos de los hombres.
Qué es el Juicio moral:
El juicio moral está comprendido por 3 elementos; el objeto está referido por la
conducta elegida por el sujeto, las circunstancias es el grupo de condiciones
que acompañan el acto y la intención es aquello por el cual el hombre realiza
una determinada acción.
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matando a una vida pero para otros pueden ser un acto moral ya que la
persona tiene derecho de elegir como va enfrentar su vida.
Para más información sobre moral y ética visite nuestra página ética y moral.
En este sentido, el juicio ético es aquel que nos permite identificar, en una
situación o circunstancia determinada, cuál es el dilema ético que se nos
plantea, y, en consecuencia, nos ayuda a analizar cuál de las opciones con que
contamos es la que más se ajusta a nuestra situación, siempre teniendo en
consideración el marco del sistema de valores morales en que nos
encontramos. Asimismo, el juicio ético nos indica cuál es el modo más
conveniente de aplicar nuestras determinaciones a la hora de solucionar el
problema al que nos estemos enfrentando.
De allí que el juicio ético sea una herramienta fundamental para la toma de
decisiones, especialmente cuando necesitamos optar por la más acorde en
relación con aquello en que una sociedad se identifica con lo bueno o lo malo.
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El juicio ético y el juicio moral son cosas diferentes. Mientras que el juicio ético
supone la consideración razonada de las consecuencias éticas de una acción,
determinación o conducta, en relación con el sistema de valores y reglas que
una sociedad comparte; el juicio moral se refiere más bien a la facultad de
juzgar y valorar una acción, determinación o conducta, en función de si es
correcta o incorrecta y de si sus consecuencias son buenas o malas. En este
sentido, el juicio ético se enfoca en el raciocinio, en la capacidad para
reconocer un dilema ético y para determinar cuál es la manera más correcta de
actuar en relación con nuestro sistema de valores y con las alternativas que
poseemos, mientras que el juicio moral se limita a hacer valoraciones positivas
o negativas en torno a acciones o conductas.
Responsabilidad moral.
Se deriva del latín respondere, responder, que referido a «actos» significa que se asumen
como autor. En sentido amplio, es la madurez psicológica de una persona que la hace apta
para realizar adecuadamente una tarea determinada y la vuelve capaz de tomar las
decisiones pertinentes.
La responsabilidad moral obliga a uno a reconocerse autor de sus actos, ante la propia
conciencia, ante la sociedad y ante la vida. Tradicionalmente se vincula la existencia de
responsabilidad moral a la afirmación de libertad, de modo que ésta es condición
necesaria de aquélla. Una persona es moralmente responsable de lo que ha hecho sólo si
hubiera podido actuar de forma distinta a como lo ha hecho, y podría haber actuado de
forma distinta, si los motivos que la movieron a actuar no la indujeron de forma
determinista (Diccionario de
Filosofía Herder, 1998).
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Las condiciones que desde tiempos de Aristóteles hasta nuestros días se han señalado para
que existe responsabilidad moral son: en primer lugar, que el agente moral no ignore las
circunstancias ni las consecuencias de su acción, es decir, que su conducta tenga un carácter
consistente; en segundo lugar, que la causa de sus actos este en él mismo y no en otro agente,
es decir, debe partir de una causa interior, mas no de una causa exterior que le obligue a
actuar de cierta forma, pasando por encima de su voluntad; su conducta ha de ser libre.
De esta manera, solo el conocimiento del acto, por un lado, y la libertad de realizarlo, por el
otro, permiten hablar legítimamente de responsabilidad moral. Por el contrario, la ignorancia,
de una parte, y la falta de libertad de otra permite eximir al sujeto de la responsabilidad
moral (Valverde, s.f.). Esto origina los dos tipos de coacción que se presentan a
continuación:
Para que una persona sea responsable de sus actos, la causa que origina el acto debe
encontrarse en él mismo y no en el exterior de la persona (en algo o alguien que lo obligue a
actuar de determinada manera contra su voluntad). En otras palabras, se requiere que la
persona en cuestión no se halle sometida a una coacción exterior.
Cuando el agente moral se encuentra bajo el imperio de una coacción exterior, pierde el
control sobre sus actos y se le cierra el camino de la elección y la decisión propia, realizando
así un acto no escogido ni decido por él. En cuanto que la causa del acto está fuera del
agente, escapa a su poder y control, y se le cierra la posibilidad de decidir y actuar de otra
manera, no se le puede hacer responsable de la forma en que ha actuado (Sánchez Vásquez,
1998, pág. 97).
Tal y como se citaba en el apartado anterior, para que a una persona se le impute
responsabilidad moral sobre sus actos, el origen de éstos deben encontrarse en él mismo, en
su interior. No obstante, sólo ha de responder moralmente por aquellos actos cuya
naturaleza conoce y cuyas consecuencias puede prever, así como de aquellos que, por
realizarse en ausencia de una coacción externa, se hallan bajo dominio y control (Sánchez
Vásquez, 1998, pág. 97).
Cuando la persona actúa bajo una coacción interna, es decir, bajo impulsos que le es
imposible resistir (una neurosis por ejemplo), aunque sus actos tengan su causa en el
interior de él mismo, no son propiamente suyos, ya que no puede controlarlos (por el
ejemplo el deseo de robar de un cleptómano), por lo tanto, no puede ser responsable
moralmente por el acto obrado, ya que no lo hizo libre ni conscientemente.
Juicio moral.
Para Sánchez Vásquez (1998, pág. 193) son enunciados acerca de la bondad o maldad de
actos realizados, así como respecto a la preferibilidad de una acción posible con respecto a
otras, o sobre el deber u obligatoriedad de comportarse de cierto modo, ajustando la
conducta a determinada norma o regla de acción.
También son los juicios que se emiten desde un punto de vista moral, o con los que se
expresa el dictamen moral, o la valoración moral, acerca de las personas, sus acciones,
omisiones, motivaciones, etc. Por ejemplo, emitimos juicios morales cuando juzgamos si
una persona ha actuado conforme a su deber, o no, o si una acción es o no es moralmente
correcta, o si los motivos para actuar son o no correctos. Por otra parte, Se distingue entre
juicios de obligación moral o juicios deónticos (enunciado que expresa obligaciones o
deberes, o que trata acerca de lo obligatorio y lo permitido), y juicios morales de valor. Los
primeros tienen por objeto acciones y omisiones, mientras que los segundos tienen por
objeto personas, decisiones, motivos, etc. Los fundamentales son, al parecer, los juicios que
expresan obligaciones morales, o juicios deónticos, puesto que la ética es, ante todo, una
praxis y la moral se refiere primariamente a las actuaciones; ahora bien, la persona que
actúa moralmente es objeto de valoración moral: de ella hacemos juicios morales. «Debe o
no debe» se refiere, ante todo, a la actuación; en consecuencia, la actuación que es
conforme a deber, es «buena» y la que no lo es, es «mala». Valoramos si una actuación es
buena o mala mediante juicios morales y, a su vez, éstos deben fundarse en criterios
morales, o teorías éticas (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)
La persona
Reseña histórica
Según la etimología tradicional de persona, la palabra viene de personare “resonar” y
alude a la máscara que los actores usaban en el teatro. Esta mascara tenía un orificio a
la altura de la boca y daba a la voz un sonido penetrante y vibrante. Así pues, persona
significaría primero “mascara”, “papel del actor”, “carácter” y finalmente “persona”.
En el ser humano la individualidad total de su naturaleza se ve completada por otra
individuación más profunda, la que expresa el término persona. La persona es lo más
individual, lo más propio que es cada hombre, lo más incomunicable, o lo menos
común, lo más singular.
En este sentido, explica Santo Tomás:
«El hombre engendra seres iguales a sí específicamente, no numéricamente. Por tanto,
las notas que pertenecen a un individuo en cuanto singular, como los actos personales y
las cosas que les son propias, no se transmiten de los padres a los hijos. No hay
gramático que engendre hijos conocedores de la gramática que él aprendió. En cambio,
los elementos que pertenecen a la naturaleza pasan de los padres a los hijos (...) Pero no
las cosas puramente personales» (STh I-II, 81, 2 in c.).
Definición
La persona, según la definición clásica del pensador romano Boecio, es «la substancia
individual de naturaleza racional». El Aquinate asumió esta definición, precisando y
profundizando su sentido. También definió la persona con estos términos parecidos,
más precisos: «Persona es el subsistente distinto en naturaleza racional».
Esta última definición es exclusivamente propia de Santo Tomás. Sin embargo, es
idéntica a la anterior, en cuanto que en ambas quedan expresados sus constitutivos. En
las dos definiciones, se indica que «el ser pertenece a la misma constitución de la
persona». La naturaleza racional es el constitutivo material y ser el constitutivo formal.
De manera que el principio personificador, el que es la raíz y origen de todas las
perfecciones de la persona, es su ser propio.
Explicación
La personalidad, lo que convierte a la naturaleza en persona y hace que ésta sea
distinta de los otros entes substanciales, es el ser.
El ser en la persona creada es participado.
Todas las perfecciones del ente, que son expresadas por su esencia, se resuelvan en
último término en el acto del ser. La persona, sin embargo, sin la mediación de algo
esencial, directamente se refiere al ser. Por ello, debe comprenderse como vinculada al
ser, y a los trascendentales que éste principio entitativo básico funda, la unidad, la
verdad y la bondad. En este sentido, la persona tiene un carácter «trascendental».
Nombra al ser propio, y a los trascendentales, sin designar directamente la naturaleza
participante del ser y de la unidad, verdad y bondad.
El ser propio de cada persona es el que le da su carácter permanente, actual y en
idéntico grado. En cambio, si el constitutivo formal de la persona fuese alguna
propiedad esencial, como, por ejemplo, la racionalidad, la libertad, la capacidad
comunicativa o relacional, o cualquier otra característica, por importante y necesaria
que fuese, el hombre no sería siempre persona.
Por otra, que todo hombre es persona en el mismo grado. En cuanto personas todos los
hombres son iguales entre sí, aún con las mayores diferencias en su naturaleza individual,
y, por ello, tienen idénticos derechos inviolables. Nunca son ni pueden convertirse en
«cosas». Como hombres somos distintos en perfecciones, como personas, absolutamente
iguales en perfección y dignidad.
El término persona significa directamente el ser personal propio de cada hombre, su nivel
más profundo, misterioso y alcanzable, en alguna medida, únicamente desde la
investigación metafísica. La persona no es algo, sino alguien. La persona nombra a cada
individuo personal, lo propio y singular de cada hombre, su estrato más profundo, que no
cambia en el transcurso de cada vida humana. Lo que significamos con el término «yo»,
«tú», «nosotros», «él», «alguien», es una realidad consistente, estable, autónoma, en
contraposición a lo accidental, a lo relacional.
La persona designa siempre lo singular, lo individual. Las cosas no personales, son
estimables por la esencia que poseen. En ellas, todo se ordena, incluida su singularidad, a
las propiedades y operaciones específicas de sus naturalezas. De ahí que los individuos
únicamente interesan en cuanto son portadores de ellas. Todos los de una misma especie
son, por ello, intercambiables. No ocurre así con las personas, porque interesa en su misma
individualidad, en su personalidad.
A diferencia de todos los demás entes singulares, la persona humana es un individuo
único, irrepetible e insustituible. Merece, por ello, ser nombrado no con un nombre que
diga relación algo genérico o específico, sino con un nombre propio, que se refiera a él
mismo. Las personas tienen nombre propio y si se da también a objetos, como lugares
geográficos, casas, barcos, etc., o a otros seres vivos, como los animales domésticos, es
porque tienen una relación directa con personas. Se les ha nombrado, con un nombre
propio, no por sí mismos, sino por estar en el contorno personal.
Santo Tomás enseña, por consiguiente, en primer lugar, que la persona es subsistencia, o
una substancia completa.
También, en segundo lugar, que otra nota de la persona es la incomunicabilidad, o el ser
lo menos común en el orden metafísico. La persona es lo más incomunicable
metafísicamente, pero es lo más comunicable intencionalmente por el entendimiento y el
amor. La persona es algo cerrado e inaccesible y también es apertura. Esta apertura, o
comunicación de vida personal, es la otra dimensión de la substancialidad incomunicable
de la persona.
En tercer lugar, por esta mayor posesión del ser, la persona es lo más individual de todo.
El ser personal hace que la persona se posea a sí misma, por medio de su entendimiento y
por medio de su voluntad. Tal posesión intelectual y amorosa revela una suprema
individualidad.
El ser propio, en el grado que lo posee la persona, que está ya en el orden de lo espiritual,
confiere la autoposesión. Esta posesión personal se realiza por medio de la autoconciencia
intelectiva o experiencia existencial de la facultad espiritual inteligible e intelectual.
Gracias a ella, aunque en un grado limitado, la persona humana se posee intelectivamente
a sí misma. También se lleva a cabo la posesión propia de la persona por su facultad
espiritual volitiva. Con esta autoposesión, la persona se ama a sí misma, de un modo
natural y necesario, que no implica hacerlo desordenadamente, porque entonces este
«amor de sí» se convertiría en egoísmo.
Por la espiritualidad, la persona es encuentro consigo y con los demás, en el
conocimiento y en el amor.
Libertad y Liberación
Fenomenología de la libertad
moral es poder, y que la libertad política es ser permitido o alentado, es decir, que me
dejen.
Kierkegaard pone en relación la angustia con la posibilidad. Lo que angustia, por ejemplo,
no es el fracaso, sino la posibilidad del fracaso, porque cuando ya se ha fracasado no se
siente angustia. Lo que angustia es la posibilidad, él puede que sí y puede que no.
El hombre se encuentra ante la necesidad de elegir, ante un conjunto de posibilidades,
pero las posibilidades implican su contrario y se aniquilan mutuamente.
Existir implica elegir, y todo elegir es un elegirse. Elegir carrera, por ejemplo no es solo
una elección entre dos objetos, sino que lo que está en juego en esta decisión es el modo de
ser del sujeto, se trata de si yo quiero ser ingeniero o economista. En cada decisión está
implicado el propio ser, lo que se quiere hacer consigo mismo. Por este motivo, en cada
decisión aparece la angustia, que no es sino vértigo ante la libertad. Ser yo no me es dado,
sino que solo lo es la posibilidad de llegar a ser un yo. El yo, es por tanto, puro proyecto,
es decir, nada. La angustia es lo que se experimenta ante la nada de si, ante la contingencia
absoluta de la propia existencia.
Podría afirmarse que la libertad humana no es absoluta sino que tiene un límite a parte
ante, la naturaleza humana o incluso la síntesis pasiva, y otro a parte post, que es la
felicidad.
Desde el punto de vista objetivo Aristóteles define la libertad en la metafísica afirmando
que “se dice de un ser que es libre cuando es causa de sí mismo” y “es libre el hombre que
se tiene a sí mismo por fin último de su obrar y no depende de otro”. Es decir ser libre es
poseerse, disponer de si en el acto mismo de empezar a ser.
La síntesis pasiva es cronológicamente anterior a la libertad, pero cuando esta se
constituye la asume. Yo no soy libre de tener una determinada constitución biopsicológica,
pero si soy libre de asumirla o no en mi proyecto biográfico. La libertad se vivencia
inicialmente como inquietud de libertad o como libertad tendencial. Posteriormente se
vivencia en conexiones o en función de las diversas determinaciones particulares de índole
biopsicológica y socio cultural es decir, posteriormente se vive en relación con el trabajo,
con lo que el sujeto quiere ser en el orden social-profesional.
En todas las aspiraciones a la libertada a lo que se aspira es a ser sí mismo y a trascender
y esto es también la felicidad. Nietzsche dice el hombre es el animal que puede prometer.
Prometer es siempre prometer-se y elegir es siempre elegir-se. Ser libre en sentido
fundamental quiere decir, quiere decir en primer lugar apertura del intelecto a la infinitud,
en segundo lugar, de modo más propio y radical, quiere decir, autodeterminarse a ser sí
mismo, elegir o prometer, autodestinarse a una autorrealización que es a la vez realización
de lo valioso de algo que vale la pena. Por eso, la libertad fundamental se continua en el
libre albedrio en la libertad moral y en la libertad pública.
arrancada desde fuera. La cuestión es, pues, como se autodetermina la voluntad desde
dentro.
La autodeterminación de la voluntad puede ser más o menos racional. Puede ser
arbitraria, pero habitualmente responde a razones y acontece en el proceso de
deliberación. Ahora bien, la deliberación de lo que se ha de hacer no puede entenderse
como deducción racional porque la razón que determina la voluntad, no es la razón
teórica sino la práctica. La razón teórica alcanza el bien solo como verdadero y no como
bueno. El conocimiento teórico del bien no determina la acción humana. Se puede fumar
sabiendo que la proposición (fumar es malo) es verdadera. El saber que rige la conducta
ha de captar el bien no como verdadero, sino como bueno o conveniente, en su razón de
fin. Conocer el bien como fin es ser atraído por él. El dinamismo y la tendencialidad son
lo que convierte a la razón teórica en práctica. La irreductibilidad de la razón práctica a la
teórica puede verse con claridad en la diferencia entre pensar lo que uno haría en
determinado supuestos y decidir. Entre la razón teórica y la práctica hay un hiato, una
discontinuidad. La verdad práctica no está en el ámbito de la deducción, sino en el de la
invención. Se trata de acertar y el acierto excluye la deducción. Por ello, Aristóteles
insiste en que se delibera sobre lo que depende de nosotros.
La razón práctica tiene un carácter heurístico: hay que encontrar algo nuevo. Esta
dimensión heurística implica que la razón práctica debe superar una intrínseca
posibilidad de error. Por ello, la razón práctica el saber lo que hay que hacer, depende de
la experiencia. En cuanto que la voluntad se autodetermina desde dentro y no con base en
motivos externo, cabe decir con verdad que el hombre no es libre porque puede elegir,
sino que puede elegir porque es libre. La raíz de la libertad no está tanto en la posibilidad
de elección, en la existencia de alternativa. Como en la autoposesión. El hombre no es
libre tanto porque elige cuanto porque es señor de sus propios actos, dueño de ellos en
cuanto que no le son arrancados desde fuera. La autodeterminación de la voluntad desde
dentro puede llamarse libertad psicológica o libre albedrio.
La decisión es libre en cuanto que la voluntad no está determinada desde fuera, desde
los motivos, razones o, incluso, deseos y por ello aparece como si estuviera en el vacío o
como si surgiese de la nada y fuese gratuita. Una acción libre no tiene antecedente, es
decir surge de la nada.
El incremento de la libertad
aumenta, en el sentido de que el sujeto puede percibir el ideal como cada vez más
inasequible. Entonces la afectividad en tanto que índice de la autorrealización, se
configura en la forma de tristeza, la pasividad, la amargura, el rencor, el resentimiento, la
perplejidad, la ansiedad, la angustia, etc., e incluso la culpa, el arrepentimiento, el
orgullo, etc.
Si, el ideal aparece como coercitivo o como lo que impide ser uno mismo, es decir, si se
rompe la conexión entre el sujeto real y el ideal, la identificación entre ambos, entonces
tiene lugar la experiencia del desengaño, que puede dar lugar a una parálisis del eros
permanente o transitoria.
El desarrollo de las capacidades es lo que en términos generales puede llamarse virtud y
definirse como incremento neto de libertad. Si la libertad se define como ser causa de sí
mismo, y si las acciones se ejecutan mediante principios operativos cuya potencia y
alcance es susceptible de aumento o disminución, entonces mientras mayores sea la
potencia de tales principios en mayor grado podrá el hombre ser causa de si tanto en
extensión como en intensidad, es decir, podrá ser el hombre más libre, podrá darse en él
un incremento de libertad. A este incremento de la potencia y alcance de los principios
operativos Aristóteles le dio el nombre de héxis, que se tradujo al latín por habitus y al
castellano por hábito.
Por otra parte al conjunto de hábitos que hacen posible y efectiva la autorrealización del
sujeto Aristóteles las llamo virtudes y al conjunto de hábitos que la hacen cada vez más
difícil o imposible los llamo vicios.
Desde el punto de vista de la voluntad y la libertad los procesos de elección y de salto
implican siempre un riesgo, porque no siempre los resultados son positivos, y dan lugar a
la experiencia del mal de la culpa y del sufrimiento.
La experiencia del mal y de la culpa hace entrar en juego otra dimensión de la libertad la
capacidad de recrear, rehacer lo que se ha hecho mal. Esto es el arrepentimiento.
El juicio moral está comprendido por 3 elementos; el objeto está referido por la
conducta elegida por el sujeto, las circunstancias es el grupo de condiciones
Para más información sobre moral y ética visite nuestra página ética y moral.
En este sentido, el juicio ético es aquel que nos permite identificar, en una
situación o circunstancia determinada, cuál es el dilema ético que se nos
plantea, y, en consecuencia, nos ayuda a analizar cuál de las opciones con
que contamos es la que más se ajusta a nuestra situación, siempre teniendo
De allí que el juicio ético sea una herramienta fundamental para la toma de
decisiones, especialmente cuando necesitamos optar por la más acorde en
relación con aquello en que una sociedad se identifica con lo bueno o lo malo.
El juicio ético y el juicio moral son cosas diferentes. Mientras que el juicio ético
supone la consideración razonada de las consecuencias éticas de una acción,
determinación o conducta, en relación con el sistema de valores y reglas que
una sociedad comparte; el juicio moral se refiere más bien a la facultad de
juzgar y valorar una acción, determinación o conducta, en función de si es
correcta o incorrecta y de si sus consecuencias son buenas o malas. En este
sentido, el juicio ético se enfoca en el raciocinio, en la capacidad para
reconocer un dilema ético y para determinar cuál es la manera más correcta de
actuar en relación con nuestro sistema de valores y con las alternativas que
poseemos, mientras que el juicio moral se limita a hacer valoraciones positivas
o negativas en torno a acciones o conductas.
Dilemas morales
Ahora bien, con frecuencia las situaciones a las que hacemos frente
son complicadas y son varios los valores que están en juego, resultando
difícil respetarlos todos o seguirlos completamente. Esto es lo que se llama
habitualmente un dilema moral: una situación en la que estamos ante una
alternativa que nos hace dudar y no tener demasiado claro lo que debemos
hacer. En algunas ocasiones puede que no nos demos cuenta ni siquiera de
que existe un dilema moral, pues no nos paramos a analizar la situación y
prestamos atención sólo a un aspecto del problema.
Podemos poner un ejemplo de un dilema moral:
Torturar a unos presos talibanes.
Juan y Nelson son dos soldados del ejército español. Hace unos
meses fueron destinados a Afganistán, con el contingente de tropas
españolas que están en el país para su reconstrucción y para frenar el
avance de los talibanes.
Un día, mientras están patrullando, les ataca un grupo de talibanes y
logran secuestrar a dos compañeros. A los pocos días, los talibanes exigen
que sean liberados los presos que tiene el ejército español. De no hacerlo
ejecutarán a los dos rehenes españoles.
El comandante del puesto les ordena que interroguen a los talibanes
que tienen presos para poder averiguar dónde están escondidos quienes
tienen secuestrados a los soldados españoles. El comandante les ordena
que, en caso de no hablar, empleen todos los medios posibles para que lo
hagan, incluida la tortura.
¿Deben Juan y Nelson torturar a los presos para averiguar dónde
están sus compañeros?
Para resolverlo, hay que dar los siguientes pasos:
Enumera varias opciones
A Juan y Nelson se les plantea una difícil decisión. Planteada como
dilema, obliga a optar entre una de dos opciones. A veces es posible evitar
el dilema buscando soluciones alternativas. Esta búsqueda de alternativas
favorece la capacidad de encontrar otras soluciones y evitar el dilema.
Argumentación: argumentos a favor de cada opción
Para tomar una decisión tenemos que buscar los argumentos que
están a favor de cada una de las dos opciones que se nos presentan. No
sirve cualquier argumento, sino sólo aquellos que pueden justificar
moralmente lo que hacemos. Si alguien nos pregunta por qué hemos
pegado a un compañero en clase, podemos responder que ha sido porque
le odiamos; es sin duda una explicación, pero es muy difícil que alguien
considere que nuestra acción está justificada con esa explicación. Explicar
por qué hacemos las cosas no es lo mismo que justificarlas.
En el caso del dilema, el problema consiste en que hay argumentos a
favor de cada una de las opciones. Para poder tomar una decisión bien
justificada es muy importante que tengamos en cuenta los diversos
argumentos, y no sólo los que hay a favor de la opción que, en principio,
nos parece buena, sino también los que hay a favor de la otra opción.
intentarlo, pues la vida de los compañeros vale mucho más que la de los
talibanes presos.
- No torturarlos implicaría desobedecer las órdenes de un superior y eso es
grave dentro del ejército.
- De esa forma conseguirían dar un escarmiento ejemplar, sobre todo si se
corre la voz entre los talibanes de los buenos torturadores que son Nelson
y Juan.
- Se lo merecen. Ellos han jugado sucio secuestrando a sus compañeros y
ahora van a pagar por ello.
ÉTICA Y AXIOLOGÍA
Axiología.
Etimológicamente, viene del griego, axios, que significa merecedor, digno, valioso, y de
logos, fundamentación, concepto. La axiología es la ciencia o teoría de los valores,
especialmente de los morales.
El sujeto cognoscente, el hombre es, concretamente el que cambia cuando conoce. Y cambia
también cuando valora. Ambas cosas: el conocer y el valorar guardan estrecha conexión, la
segunda deriva de la primera. Cuando los entes existentes o los entes ideales son conocidos,
dejan una resonancia en el sujeto que los conoce, significan algo para él: las cosas son y
valen.
Los juicios de ser afirman que las cosas son en si misma, con absoluta independencia de lo
que ellas valgan para quien los formula. Los juicios de valor expresan lo que las cosas valen
para el hombre que los formula, esto se observa en el hecho de que por el simple hecho de
captar la realidad de las cosas, éstas provocan en nosotros una valoración.
La valoración la hace el hombre. Es un acto humano propio del sujeto que juzga buena o
mala. El relativismo es una postura que sostiene que todo juicio de valor es una respuesta
subjetiva al objeto, que es por su propia naturaleza indiferente. Se atribuye valor aun objeto en
virtud de un sentimiento de gusto o disgusto que asciende de las capas profundas de la vida.
En esta perspectiva ontológica de los valores, éstos son puros fenómenos subjetivos, que no
depende para nada de lo que la cosa es en si. En cambio el realismo sin negar que la
valoración la hace el hombre y que está condicionada por el contorno vivo y el contorno
impersonal que lo rodea afirma que el valor son cualidades enteramente objetivas. Los
valores son esencias que incumbe a la persona realizar, esto es convertir en existencia.
Los valores se ofrecen a la aprehensión de una manera jerárquica, esta jerarquía de valores no
depende de las personas si no de los valores consideramos en si mismo, por eso se dice que
objetiva y absoluta, en contraposición con la escala de valores, la cual depende de la
preferencia personal, entonces se dice que es subjetiva. Cada persona tiene su propia escala de
valores, que si se adapta a la jerarquía será buena y de lo contrario, mala.
Poco después, aparecieron las investigaciones de Ehrenfels y de Alexius von Meinong (1853-
1920) sobre la teoría de los objetos (1904), y luego en Sobre el lugar de la teoría de los
objetos en el sistema de las ciencias (1907). También surge la obra de H. Rickert (que trata
más bien del valor de verdad), aunque también se afirma que fueron introducidos con
anterioridad por el filósofo idealista alemán Rudolph Hermann Lotze (1817-1881). Husserl
asume la axiología dentro de su fenomenología, y siguen este nuevo enfoque Max Scheler y
Nicolai Hartmann, entre otros. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).
Pero la obra fundamental, apareció en el siglo XX, Ética de Max Scheler (1874 – 1928) en
dos volúmenes, el primero denominado El formalismo en la ética y, el segundo, La ética
material de los valores, publicados entre 1913 y 1916, obras en la que aplica
La axiología como disciplina sintética fundamental de la filosofía tiene ante sí, ocho
problemas capitales:
a) El problema de la existencia del valor. ¿Existen los valores? ¿Qué tipo de existencia
tienen? ¿Cuál es su naturaleza?
b) El problema de la esencia del valor. ¿Qué son los valores en general?
c) El problema del método.
¿Qué método debe emplearse para dilucidar la naturaleza del valor?
d) El problema del conocimiento de los valores. ¿Cómo se conocen los valores?
e) El problema de la clasificación de los valores. ¿Cuántas clases de valores hay?
f) El problema de la valoración. ¿En qué radica la positividad y en qué la negatividad de
un valor?
g) El problema de la jerarquía de los valores. ¿Qué valores valen más?
h) El problema de la realización de los valores. ¿Qué relaciones internas existen entre los
valores y bienes?
Uno de los primeros problemas con los que la axiología se enfrenta es el relacionado con la
existencia de los valores, en este plano las posturas parecerán irreconciliables unas con otras,
que los valores pertenecen a una región independiente, no son cosas, no pertenecen a la
realidad, sino a un mundo aparentemente autónomo, quienes han ahondado en su naturaleza lo
hacen desde perspectivas diferentes.
Postura subjetivista.
El subjetivismo es la condición que supone que algo sólo es verdadero para el sujeto que lo
concibe, aplicado a los valores, que los valores no existen en sí y por sí, sino que son meras
creaciones de la mente, existen solamente para mí; lo que hace a una cosa valiosa es el
deseo o el interés individual.
Esta postura es presentada primeramente por Alexius von Meinong (1853-1920) cuando
afirma que “tiene valor lo que nos agrada y en la medida en que nos agrada”. Su discípulo
Ehrenfels introdujo una variante: tiene valor lo que se desea y en la medida en que se desea.
Es el deseo lo que confiere valor a un objeto.
No deseamos el objeto porque vale –es decir, porque satisface una necesidad nuestra-,
sino que vale porque lo deseamos o lo necesitamos. En pocas palabras, lo que deseo o
necesito , o también, lo que me agrada o gusta, es lo que vale; a su vez, lo que prefiero,
de acuerdo con estas vivencias personales, es lo mejor.
En torno a esta postura se puede decir que es cierto que el componente individual es un factor
importante en el proceso de valoración, pero no es el único, ni está tampoco aislado. Al no
tomar en cuenta ese objeto, toman una parte por del todo y sus conclusiones necesariamente
deben ser erróneas.
Las diversas tendencias subjetivistas conducen a la persona ante un callejón sin salida: el del
relativismo. Si los valores dependen de la persona que valora y no se pueden afirmar unos
valores por encima de otros, estamos muy cerca, si no dentro, del «todo vale». Y todo el
mundo conoce en su piel, con mayor o menor intensidad, las terribles consecuencias del
«todo vale». Pero es que, además, si el subjetivismo tuviera razón –que la tiene, sólo que
parcialmente-, cabe preguntarse entonces: ¿por qué educamos?, ¿por qué entablamos
conversaciones y disputas sobre situaciones de conflicto de valor? Quizá la respuesta sea:
porque el ser humano reconoce en lo más hondo de su dignidad que no todo vale lo mismo.
Postura objetivista.
Tesis que defiende la existencia de valores éticos plenamente objetivos , ya que no se reducen
meramente al sentimiento de agrado, interés ni deseo, ni se reducen tampoco a un mero
proceso psicológico de valoración, razón por la cual, el estudio de estos valores es objeto de
la ontología. De esta manera, el objetivismo ético sustenta que los mencionados valores son
válidos y objetivos para todos los individuos y todos los tiempos, ya que no son ni subjetivos,
ni relativos ni convencionales.
En su concepción de los valores, Max Scheler nos plantea los valores como ENTES
INDEPENDIENTES por completo y en un doble sentido: existen independientemente de
que sean apreciados o no por un sujeto o conciencia valorante; a la vez que también existen
con independencia a que se realicen o no en los bienes. De esta manera el hecho de que el
hombre perciba o no los valores, es algo enteramente accidental a los valores mismos.
Si se parte de su etimología, valor viene del latín, valere, que significa estar vigoroso o sano,
ser más fuerte. En el griego encontramos, axios, que significa merecedor, digno, que posee
valor.
Todo aquello que hace que el hombre aprecie o desee algo, por sí mismo o por su relación
con otra cosa; la cualidad por la que se desean o estiman las cosas por su proporción o aptitud
a satisfacer nuestras necesidades; en economía, lo útil, el precio de una cosa (Diccionario de
Filosofía Herder, 1998).
En este sentido y siguiendo la proposición de Martínez Huerta (2001, pág. 70), los valores no
son por tanto cosas, sino que las cosas del mundo aparecen bajo la luz de valores o están
revestidas, en medidas y formas muy diversas, de valor. Él afirma que:
Por consiguiente los valores tienen que situarse en la relación cualitativa entre las cosas y la
persona humana que tiene que realizar su propia existencia. Podría decirse que valor es todo
lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite ser
verdaderamente hombre.
El inicio de lo que ahora se puede entender por valor se halla relacionado con la perspectiva
económica de Adam Smith (1723 – 1790), considerado además de economista un filósofo
moral.
Las primeras teorías sobre el valor son de tipo económico y surgen en el s. XVIII, cuando
comienzan a elaborarse en Inglaterra las primeras teorías económicas, se sustituye el
concepto tradicional de bien común por el de «interés general» y A. Smith
(Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, 1776) sostiene
que la causa de la riqueza de los pueblos es el trabajo; el valor de las cosas se mide entonces
por la cantidad de trabajo, y se distingue entre el valor de uso y el valor de cambio o valor
propiamente dicho. El valor de uso de una mercancía (aquello para lo que sirve) lo determina
su utilidad en la sociedad; mientras que el valor de cambio, propiamente el valor, según la
teoría del valor trabajo, que comienza en A. Smith y prosigue con David Ricardo (Principios
de la economía política, 1817) hasta Karl Marx (El capital, 1867), se mide por el tiempo de
trabajo socialmente necesario para producir el objeto que se intercambia. (Diccionario de
filosofía Herder, 1998)
Desde la economía el concepto de valor se trasvasa a otros campos del saber, con variadas
acepciones pero siempre referidas a la proposición anterior, como dice Etxeberria (2003, pág.
48), “el término “valor” va a entrar en el campo moral precedido de su uso en el campo
económico”. Uno de los primeros en hacerlo fue Rudolph Hermann Lotze, médico y filósofo
alemán, afirmando que “los valores no son, sino que valen”.
En el reino de los fines, dirá, hay cosas que tienen un precio y otras que tienen una
dignidad. Lo que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, puede ser medio
para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; lo que tiene dignidad está por encima de
todo precio y merece respeto, existe como fin en sí y como tal debe ser considerado, no
pudiendo ser instrumentalizado. Es decir, kant viene a distinguir entre el ámbito del valor
mercantil y el ámbito del “valor absoluto” integrado precisamente por los seres humanos
en su condición de tales. Lo que es valor en sentido moral es esto último.
Como afirman Sierra y Bedoya (1996, pág. 13) los valores se consideran como los principios
y los fines que fundamentan y guían el comportamiento humano, social e individual.
A todo lo anterior hay que sumarle la connotación social que tiene el valor, el mejor
exponente de tal proposición sin duda resulta ser Sánchez Vásquez (1998, pág. 118), él afirma
que el valor no lo poseen los objetos por sí, sino que éstos lo adquieren gracias a su relación
con el hombre como ser social. Agrega además que el valor de cambio –como el de uso- sólo
lo posee el objeto en su relación con el hombre, como una propiedad humana o social suya.
Como se citó arriba, la ética material de los valores, es la proposición teórica elaborada por el
filósofo alemán de orientación fenomenológica Max Scheler, presentada en su obra del mismo
nombre entre 1913 y 1916.
De la misma manera que las esencias husserlianas, los valores son intemporales y
absolutamente válidos y están ordenados jerárquicamente, lo que le permite elaborar una
fijación de estructuras emocionales esenciales, que forman un a priori, material que llena
el vacío formal de la ética de Kant. La teoría fenomenológica de los valores le permite,
pues, criticar la ética formal kantiana, pero no para desembocar en una ética material de
los bienes, sino para fundar una ética material apriorística de los valores.
Por ello Scheler defiende su concepción ética como una nueva ética material, cuya materia
pura son los valores. Éstos, no deben confundirse con los bienes, que son objetos
empíricos que incorporan valores, sino que son intemporales, absolutos, y son plenamente
objetivos y autónomos respecto de los actos en que son aprehendidos. En definitiva, los
bienes son cosas concretas dignas de estimación y aprecio, pero el fundamento de esta
valoración estimativa y apreciativa son los valores, que son propiedades objetivas de los
bienes. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)
Rescatando lo planteado en el párrafo anterior, se deben distinguir entre objeto, bien y valor,
si asumimos lo que el Diccionario de Filosofía Herder (1998) propone como conceptos para
los dos primeros, se diría que:
Para Escobar Valenzuela (2001, pág. 78), la historia de la axiología registra dos métodos
opuestos en el tratamiento de los valores: el método apriorístico y el método experimental.
Método apriorístico.
Método experimental.
Sobre el problema del conocimiento de los valores: Vías de captación del valor.
En el campo reflexivo de la ética se plantea la cuestión, sobre el modo de captación del valor,
cuando se cuestiona: ¿se da una aprehensión intuitivo-emocional que fundamenta la
consistencia de los mismos o lo que se da es más bien una asimilación social más o menos
creativa, que puede ser comandada por los mecanismos de poder existente?, a lo que
responde diciendo:
Scheler distingue entre “hechos naturales”, que se captan por medio del conocimiento
sensible; “hechos científicos”, que se captan por medio de simbolizaciones que los producen
como abstracciones; y “hechos fenomenológicos”, contenidos directos de las vivencias, entre
los que están los valores: éstos se dan en la intuición axiológica inmediata y no pueden ser
definidos ni demostrados, sino sólo mostrados. En cuanto cualidades puras son siempre
objetivos, aunque sólo se realicen en los bienes que son sus portadores.
Si los valores pueden ser conocidos, ¿Qué tipo de conocimiento es el que permite captar los
valores?, ¿un conocimiento intelectual o, por el contrario, emocional e intuitivo?; ¿qué
límites tiene este conocimiento?
Si los valores fueran captados por una operación intelectual, entonces éstos serían conceptos
u objetos ideales; si fueran objetos reales, serían captados por los sentidos. Ante esto se
argumenta que un bien, o sea donde está depositado el valor, puede ser captado
sensiblemente, pero el valor, no.
Podemos afirmar entonces, que el bien se capta especialmente por vía emocional, es decir, el
objeto que tiene adherido dicho valor; por su parte el objeto material se capta por vía
sensorial, mientras que el objeto ideal por vía intelectual.
Siguiendo al autor citado anteriormente, Scheler rechaza la vía intelectual como instrumento
cognoscitivo de los valores; la inteligencia es ciega para los valores. Los valores, piensa
Scheler, se dan gracias a la intuición emocional. Los valores se dan en un acto intuitivo
privilegiado, que nos entrega la totalidad del objeto, es decir, que para la captación del valor,
deben concurrir la vía intelectual, la sensorial y la emocional.
No existe una ordenación deseable o clasificación única de los valores; las jerarquías
valorativas son cambiantes, fluctúan de acuerdo a las variaciones del contexto. Múltiples
han sido las tablas de valores propuestas. Lo importante a resaltar es que la mayoría de las
clasificaciones propuestas incluye la categoría de valores éticos y valores morales.
Agrega que la clasificación más común discrimina valores lógicos, éticos y estéticos y
posteriormente compendia las siguientes clasificaciones:
También han sido agrupados en: objetivos y subjetivos (Frondizi, 1972); o en valores
inferiores (económicos y afectivos), intermedios (intelectuales y estéticos) y superiores
(morales y espirituales).
La clasificación detallada que ofrece Marín Ibáñez (1976) diferencia seis grupos:
Según Larroyo en Martínez Huerta (2001, pág. 76), dentro de los territorios de la cultura
pueden enumerarse los valores siguientes:
Como puede extraerse del universo de clasificaciones presentadas en este apartado, y que no
son todas por cierto, la clasificación de los valores representa un problema real para la
axiología, ya que existen diferentes elementos que se conjugan para poder establecerlas.
El valor oscila en una polaridad o dualidad, es decir, prevé la existencia de valores positivos
y valores negativos, ya plantea por Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 91) en su obra
Introducción a la ética, publicada en 1968. No obstante, su concepción, no corresponde a la
que actualmente se afirma al respecto.
Por su polaridad o dualidad, los valores suelen dividirse en positivos y negativos, sin que
exista un término medio, ambos tienen existencia por sí mismos. Por lo tanto, el valor
negativo no es la simplemente “negación” (negatio) o la ausencia de su correspondiente valor
positivo como afirma Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 92), sino que tiene sus propias
implicaciones.
Para Escobar Valenzuela (2001, pág. 82), la característica de polaridad o bipolaridad consiste
en que los valores se presentan desdoblados en un valor positivo y el correspondiente valor
negativo, y converge con la arriba escrito sobre la existencia efectiva e independiente de cada
uno de ellos.
Existen algunas escalas que se han construido haciendo un parangón del mundo físico para
representar la polaridad de los valores. Al respecto, se retomará el trabajo de Dueñas
Rodríguez (s.f.), las escalas por su parecido con las escalas numéricas, se denominan de la
siguiente manera:
La escala bipolar.
Es la más sencilla de todas. Esta escala considera solo dos calificativos, dos extremos
opuestos, uno positivo y otro negativo, por ejemplo: verdadero y falso, vida y muerte,
aceptado o no aceptado, etc.
Esta escala considera además de los dos polos, la posibilidad de que existan matrices entre
los dos extremos. Se puede comparar con la escala algebraica que utiliza el cero y a partir del
cual se dan números positivos hacia arriba y números negativos hacia abajo. Esta escala
siempre promueve el nivel positivo, más y más cualidades, más riqueza, más belleza. La
ventaja enorme de esta escala con respecto a la primera consiste en que en esta si se admiten
matrices, lo cual proporciona a la mente una facilidad para emitir sus juicios de valor y se
sale del encasillamiento de la bipolaridad
Esta escala es un poco más sofisticada, ya que además de considerar los dos polos y las
matrices de valores, pone el peso axiológico en el centro de dicha escala, es como la campana
de Gauss, esta es como una parábola, por lo tanto en su extremo más alto se expresa el mejor
valor y así va decreciendo hacia la izquierda y a la derecha, es ahí donde se manejan los
número negativos y positivos. Entonces tenemos que se concibe lo normal como un valor en
el centro y lo anormal como valores hacia la derecha y hacia la izquierda.
Hay que recordar que en el caso de los valores en estas escalas, estos no se tratan de números,
estas escala son una simple analogía, pero muestran con claridad de qué manera se conciben
algunos valores.
Como escribe Martínez Huerta (2001, pág. 76), cada época histórica ha tenido, una tabla ideal
de valores de donde el hombre ha derivado las normas para la edificación de su vida. Citando
a Ramos (1962, pág. 59), este mismo autor señala que “parece más bien que sobre la jerarquía
de los valores no hay acuerdo ninguno y reina la confusión y el caos”.
Y es que, como escriben Payá, Prats y Torguet, (2001, pág. 5), las jerarquías, clasificaciones o
tablas de valores son, asimismo, fluctuantes, cambiantes y están sujetas a influencias del
contexto social, cultural, político… De la misma manera, también pueden variar en el curso
de la vida de una persona.
Una síntesis básica de lo anteriormente escrito lo presentan Sierra y Bedoya (1996, pág. 14)
cuando dicen que es conveniente analizar algunas características especiales que acompañan a
los valores, y enumeran las siguientes:
Como puede percibirse con lo anteriormente escrito, la relevancia de las jerarquías consiste,
en que la conciencia (conocimiento) de una jerarquía estimula el desarrollo moral de la
persona, que reconoce la superioridad de unos valores sobre otros, tanto en situaciones de
conflicto de valores que afectan a la humanidad en su conjunto, como en situaciones más
personales o reservadas de la vida cotidiana.
Para este autor, la jerarquía de los valores es lo que nos diferencia a las personas y la que da
origen a los diferentes sistemas éticos.
Para Max Scheler, según citan Payá, Prats y Torguet, (2001, pág. 10),
Al respecto, Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 94) para facilitar la conformación de las diversas
escalas jerárquicas retoma el principio de preferibilidad planteado anteriormente por otros
autores, para él, “la preferibilidad es la propiedad por la cual los valores atraen o inclinan
hacia sí mismo la atención, las facultades y, en especial, la voluntad del hombre que los
capta”.
2
Las cursivas en este numeral son introducidas por el autor de este libro, sustituyendo lo que
originalmente está citado para hacerlo congruente con los postulados que se pretenden presentar al
lector.
Al respecto Etxeberria (2003, pág. 47) señala que, cuando consideramos que cierto “objeto” –
en el sentido más amplio- cubre nuestras necesidades de sobrevivencia y desarrollo, lo
consideramos valioso y aspiramos a alcanzarlo.
Surge ante la imperfección que muestra el ser humano y la necesidad que tiene éste de
eliminarla, complementándose con otros objetos, otros entes que de alguna manera llenan
o satisfacen su hambre de desarrollo y de plenitud. A partir de esta polarización: el
atractivo de los valores por un lado y la precariedad humana por el otro, el valor se ha
convertido en el satisfactor normal de la naturaleza humana imperfecta y necesitada. El
valor es el alimento del ser humano como tal, es el ente que se adecua a la naturaleza
humana dada su calidad de ente en desarrollo y evolución. Captar los valores es lo mismo
que reconocer el alimento adecuado la propia naturaleza, a las propias facultades
necesitadas de algún complemento que las satisfaga.
Criterios de preferibilidad de los valores.
Un autor posterior, Reiner, según afirma Exteberria (2003, pág. 53), amplía la propuesta de
criterios o principios de preferibilidad de los valores hasta diez, estos son:
1. Altura (Scheler).
2. Fuerza o urgencia axiológica (Hartmann).
3. Urgencia temporal, que remite a lo perentorio.
4. Cantidad de la realización axiológica.
5. Mayor probabilidad de éxito.
Existe una gran cantidad de valores, pero pueden ser ordenados dentro de una jerarquía que
muestra la mayor o menor calidad de dichos valores comparados entre sí. Es claro que no es
igual lo material que lo espiritual, lo animal o lo intelectual, lo humano o lo divino, lo
estético o lo moral.
Por lo tanto para dicha estratificación utilizaremos el criterio de que el valor será más
importante y ocupará una categoría más elevada en cuanto perfeccione al hombre en un
estrato cada vez más íntimamente humano
Estos son solo algunos ejemplos de la conjunción de criterios que concuerdan al momento de
jerarquizar los valores, la práctica misma demostrará como decía Frondizi que “es más fácil
afirmar la existencia de un orden jerárquico que señalar concretamente cuál es ese orden o
indicar criterios válidos que nos permitan establecerlo” (1958, pág. 20).
Etxeberria (2003, pág. 54) introduce el tema de la realización de los valores planteando su
relación con la preferibilidad y la jerarquía, al respecto escribe:
Nuestra relación con los valores no se agota por supuesto en la dinámica de preferibilidad. Se
culmina en el esfuerzo por su realización. Realización que, a su vez, debe tener encuentra
contextos y consecuencias. Es decir, la realización de los valores nos pide una creatividad
encarnada. Esto debe tenerse en cuenta tanto en la perspectiva personal como la social. En la
perspectiva social hay que resaltar los valores más pertinentes, para cultivarlos a través del
compromiso individual e institucional: dichos valores son los de la tríada de la revolución
francesa: libertad, igualdad y fraternidad; o si se quiere: tolerancia, justicia y solidaridad. En
cuanto a la perspectiva personal es interesante tener presentes a los valores como aquellos
objetivos que alcanzados realizan nuestra plenitud, nuestro proyecto de felicidad: debe,
evidentemente, tratarse de los valores superiores, preferidos con todas las matizaciones que
se han ido introduciendo.
1. Los valores proporcionan medios fáciles para juzgar la sociabilidad de las personas y
las colectividades. Los valores hacen posible todo el sistema de estratificación que
existe en toda cultura. Ayudan al individuo mismo a saber en qué puesto se halla a los
ojos de los semejantes.
2. Los valores centran la atención de las personas en objetos culturales y materiales que
se consideran como deseables, útiles y esenciales.
El objeto así valorado puede no ser siempre lo mejor para el individuo o el grupo, pero
el hecho de ser un objeto valorado socialmente lo hace digno de ser perseguido.
3. Los modos ideales de pensar y de comportarse en una sociedad vienen indicados por
los valores.
El reto más grande que se enfrenta en términos del valor, no radica en su clasificación o
estratificación en una escala de valores, tampoco en el delinear su naturaleza o modos de
captación, el verdadero reto se encuentra en el esfuerzo que ha de empeñar el hombre por
realizarlo a, por luchar día a día para hacer efectivo aquello que declara o aspira, aquí es
donde la mayoría de los sueños terminan y comienza la realidad.
LAS PROFESIONES
La conformación de las profesiones es fruto del proceso histórico que ha vivido la propia
humanidad. En este sentido, el trabajo tiene que ver con el solventar las diversas necesidades
que se le presentaban al ser humano en sus primeros tiempos, el suplir las necesidades
básicas de comer, vestir, resguardarse, etc. fueron llevando a los primeros humanos sobre el
planeta a trabajar cooperativamente.
Posteriormente a la fase, donde el trabajo sólo tenía la función la suplir las necesidades
básicas del hombre, éste haciendo uso de su inteligencia, lo elevó a mayores niveles, lo
que permitió lograr la comodidad y el placer del hombre, poco a poco el trabajo se fue
convirtiendo en un medio para la autorrealización del hombre (Rodríguez Lozano, 1998,
pág.
210).
Hasta la crisis de la edad media, el hombre nacía en una profesión y posición de su familia, lo
que marcaba su ocupación. Así por ejemplo: el hijo del campesino sería campesino, el del
artesano aprendería el oficio paterno para asegurar su subsistencia y la de los suyos, el retoño
del comerciante se dedicaría al comercio, el descendiente de una familia de abolengo tendría
seguramente un cargo público o militar. De manera que se puede afirmar, que la profesión
hasta entonces, se heredaba de padres a hijos.
príncipes”. También Pascal (1623 – 1662) se preocupó por lo casual de la elección de las
profesiones: “El azar decide. La costumbre hace albañiles, soldados, plomeros y la fuerza
de la costumbre es tan grande que hay poblaciones enteras en que todos son albañiles, en
otras todos soldados. Sin duda alguna, la naturaleza no es tan uniforme. Y Agrega: “Lo
más importante de toda la vida es la elección del oficio” (Jeagros, 1959, pág. 4-5).
Cuando el feudalismo entra en crisis (a partir de mediados del siglo XIV d.C.), entre la clase
campesina y los señores feudales, comenzaron a posicionarse una nueva clase de hombres
que se dedicaron al ejercicio de las “profesiones liberales” (medicina, arquitectura, abogacía,
ingeniería, etc.), mismas que rompían con la noción de quien nace en una profesión u oficio
debería mantenerla. Precisamente el nombre de profesiones liberales hace alusión al carácter
autónomo con que la profesión era elegida y ejercida.
La evolución histórica de las profesiones parte según Hortal Alonso (2002, pág. 38) de la
división de funciones del sacerdote o shamán, que las diferentes tribus y pueblos conocieron a
lo largo de la historia. Éstos, junto a sus funciones más específicamente religiosas, realizaban
funciones curativas o judiciales, que con el tiempo se desprendieron convirtiéndose en nuevos
roles, desarrollados por otras personas distintas al sacerdote o shamán. Siendo para algunos
estudiosos, el sacerdote, el médico y el jurista, los primeros profesionales en sentido pleno.
No obstante, ante la situación generada a partir de la especialización del trabajo que procuró
la revolución industrial con la mediatización de la tecnología, existe el riesgo, como lo
señala Hortal Alonso (2002, pág. 24) de justificar la profesión a partir de la especialización
cognoscitiva o activa que por lo que tiene de compromiso ético.
Etimológicamente la palabra profesión viene del latín “professĭo, -ōnis” que es la acción y
efecto de profesar en su primera acepción. La palabra profesar significa “declarar o enseñar
en público”.
Para Cañas Quirós (1998),
La palabra "profesión" se deriva del latín, con la preposición pro, delante de, en
presencia de, en público, y con el verbo fateor, que significa manifestar, declarar,
proclamar. De estos vocablos surgen los sustantivos professor, profesor, y professio o
profesión, que remiten a la persona que se dedica a cultivar un arte o que realiza el acto
de saberse expresar ante los demás.
La tercera acepción del vocablo en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española señala que la profesión es “empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el
que percibe una retribución”, en este sentido, el ejercicio de la profesión es aprovechado
por el individuo como fuente económica y solo se dice que es su profesión u oficio cuando
está ligado a dicha actividad por lazos de regularidad, obligatoriedad y procedimiento
técnico.
Pero más allá de lo que el origen etimológico de las palabras puedan decirnos, se ha de
buscar la construcción de un concepto que permita profundizar en la noción de lo que hoy en
día debe entenderse por profesión. En este sentido, ha de reconocerse al menos dos
acepciones de las profesiones. Una en sentido amplio donde cabrían artes, oficios y
ocupaciones que se desarrollan con especial destreza y, otra en sentido más estricto, que
delimita su origen a una formación especializada universitaria. Es precisamente en esta
última acepción donde se centrara las líneas siguientes:
Existen algunos elementos que previamente deben de estudiarse antes de plantear una
proposición de lo que puede entenderse por profesión, estos son:
En primer lugar, la profesión tiene que ver con “una dedicación asidua a una actividad
especializada” (Hortal Alonso, 2002, pág. 36). Tal y como se ha planteado con anterioridad,
principalmente a partir de la revolución industrial, la especialización para el trabajo cada vez
ha sido más necesaria. Para dedicarse de manera continua a una actividad particular, el nivel
de especialización en el campo debe ser amplio, tanto a nivel teórico como al alto dominio de
las habilidades y destrezas que vuelvan aplicable dicho saber teórico.
También hay que agregar que dicha actividad especializada ha de contribuir a solventar
problemas vitales (recurrentes, no estandarizables) para la sociedad, es decir, sólo el sentido
de utilidad pública de los conocimientos y habilidades que una persona posee, le imprimirá a
la larga el carácter de profesión.
Un segundo elemento tiene que ver con el hecho de que “perciben una retribución por el
desempeño de dichas actividades y esa retribución constituye su medio de vida” (Hortal
Alonso, 2002, pág. 36). La dedicación de manera asidua a una actividad especializada, exige
además de lo anteriormente comentado, que quién se dedica a ella, perciba como usufructo de
su labor, una retribución lo suficientemente plausible que le permita vivir una vida digna
junto a su núcleo familiar. Un profesional debe ser capaz de tener un nivel de vida adecuado
a partir de los ingresos que recibe en forma de salario u honorarios por el desempeño
eficiente de sus funciones.
Un tercer elemento que puede llegar a ser parte constitutiva de un renovado concepto de
profesión es que el profesional es un “experto competente” (Hortal Alonso, 2002, pág. 36) en
el área de su trabajo. Por competente se puede entender el saber hacer en un contexto
determinado, es decir, el profesional está preparado para dar lo mejor de sí (realizar su trabajo
al máximo de sus competencias) en el desarrollo de las funciones que su profesión le
demande.
Para que una persona pueda desarrollar las competencias necesarias para el ejercicio de su
profesión, se vuelve indispensable la concurrencia de un cuarto elemento, “una preparación
especializada” (Hortal Alonso, 2002, pág. 36). Hoy en día se entiende en nuestras latitudes
que las profesiones son el resultado de un proceso de formación a nivel superior y de calidad
universitaria, donde quién se forma adquiere el dominio de particulares competencias que le
permitirán desempeñarse satisfactoriamente en el mundo laboral. Sólo con una preparación
especializada se puede garantizar a la sociedad que un individuo que ostenta la certificación
de unos estudios mediante un título, sabe y puede hacer algo con lo que sabe, dentro de un
marco ético-social.
Finalmente, se agrega el elemento de “sentido de pertenencia” (Hortal Alonso, 2002, pág. 37)
que marca la identidad del profesional, le permite identificarse con el resto de profesionales
del ramo (colegas), le impregna de un orgullo particular por el ejercicio de la profesión, le
facilita su actuación en adhesión a los principios, valores y deberes del código de ética de su
profesión.
Conformar un concepto de profesión que satisfaga a todos los interesados resulta menos que
imposible, lo que se puede hacer es delinear algunos rasgos que caractericen la profesión.
Para ello se asume la propuesta de
(Hortal Alonso, 2002, pág. 51)
Profesiones son pues aquellas actividades ocupacionales:
a) en las que de forma institucionalizada se presta un servicio específico a la sociedad,
b) por parte de un conjunto de personas (los profesionales) que se dedican a ellas de
forma estable, obteniendo de ellas su medio de vida,
c) formando con los otros profesionales (colegas) un colectivo que obtiene o trata de
obtener el control monopolístico sobre el ejercicio de la profesión,
d) y acceden a ella tras un largo proceso de capacitación teórica y práctica, de la cual
depende la acreditación o licencia para ejercer dicha profesión.
Características de la profesión.
Para que una profesión se conforme necesita al menos cumplir con las siguientes
características:
e. Formación a nivel superior. No todas las personas interesadas en una profesión puede
ejercerla, sino solo aquellos que se preparen para ello, cursando estudios superiores a
nivel universitario que equilibren la carga de conocimientos teóricos con el desarrollo de
habilidades prácticas. Esto cualifica la profesión.
f. Actitudes profesionales hacia los que reciben los servicios profesionales. La formación
profesional ha de procurar que quiénes se preparan para el ejercicio de una profesión en
particular, no solo posean el dominio de los conocimientos necesarios para hacer frente a
los problemas particulares que en ese campo se le presenten a la sociedad, sino que ha de
provocar la práctica de valores específicos en la relación con los clientes o beneficiarios
de sus servicios.
El paradigma profesional
Si se toman en cuenta los rasgos propuestos para una profesión, las características que deben
reunir para denominarse auténticamente profesiones, los elementos que componen el nuevo
paradigma profesional, se pueden delinear algunos aspectos que perfilen el tipo de profesional
que, hoy por hoy, se requiere. En este sentido, los más significativos pueden ser:
Existen varias teorías que ofrecen diferentes explicaciones sobre el origen de la elección de
una profesión, entre las más destacadas tenemos:
k. La más antigua es la teoría de los rasgos factoriales. Los teóricos que la sostienen suponen
que la elección se da cuando se logra que correspondan las habilidades y los intereses de
los individuos, con las oportunidades vocacionales que se les ofrecen. Así como todas
aquellas teorías que relacionan la elección con las teorías de la personalidad, se preocupan
por los rasgos de la personalidad implicados, y por la satisfacción personal que se obtiene
en la elección de una profesión.
l. La teoría que se basa en la sociología, sostiene que circunstancias, cuyo control está fuera
del alcance de los individuos, influyen en la
elección, y que la tarea principal con que estos deben bregar es la de desarrollar técnicas
que les permitan enfrentarse efectivamente con cualquier ambiente de trabajo.
m. Por último, las teorías basadas en el concepto de sí mismo, sostienen las siguientes tesis:
Como se extrae de la anterior cita, la ética profesional es una ética aplicada y le incumbe,
como afirma Etxeberria (2002, pág. 192), “diseñar los valores, principios y procedimientos
que los afectados (profesionales) deberán luego tener en cuenta en los diversos casos, desde
ella no se plantearán tanto las aplicaciones concretas cuanto el diseño del marco reflexivo
para la toma concreta de decisiones”.
La ética aplicada a las profesiones ha de responder a los elementos que Etxeberia (2002, pág.
195) señala:
a) La ética aplicada a las profesiones debe ser, ética en el sentido pleno de la palabra. Es
decir, no ha de ser reducida a los elementos deontológicos propios de los códigos de ética,
sino que ha de sumar los aspectos teleológicos para alcanzar su integridad
b) La ética profesional debe ser ética aplicada. Es decir, que supone un pleno enraizamiento
de la reflexión y las propuestas morales en lo que constituye específicamente a cada
profesión y en el marco social de las mismas.
De manera similar a lo que ocurre con la distinción entre ciencia pura y ciencia
aplicada, la existente entre ética pura y ética aplicada no excluye importantes
relaciones entre ambas instancias. Difieren, por de pronto, en que mientras la ética
pura puede en principio operar sobre la base de investigaciones puramente
filosóficas, la aplicada requiere un intercambio de información entre la filosofía y
otras disciplinas especializadas capaces de proporcionar un panorama
«descriptivo» de la situación que, en cada caso, corresponde al problema
investigado. En tal sentido, la ética aplicada se mueve necesariamente en la
interdisciplinariedad. (Maliandi, 2002)
Lo anterior permitiría según Etxeberria (2002, pág. 195) evitar dos errores extremos, e
igualmente funestos. Por un lado el moralismo, el tener en cuenta solamente la reflexión
moral para orientar la práctica profesional. Por otro lado, el separatismo, que puede ser
defendido por ciertos profesionales, aduciendo que cada profesión es un ámbito de
actividad dotado de autonomía, con funcionamiento propio que hay que respetar evitando
injerencias “externas” de la ética.
Definiciones Básicas
La actuación profesional, debe estar marcada por las buenas prácticas, conceptos básicos
relacionados con esta idea del ser profesional, son los siguientes:
• Ético: “recto, conforme a la moral”
• Ética: “parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre”;
“conjunto de normas morales que rigen la conducta humana”
• Deontología: procede del griego, deon, deontos (“el deber, lo conveniente”) y logos,
(“estudio, tratado”); se puede definir etimológicamente como “la ciencia o tratado de los
deberes”
• Moral: “ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su
bondad o malicia”; “conjunto de facultades del espíritu, por contraposición a físico”;
“ánimos, arrestos”; “estado de ánimo”.
• Derecho: procede del latín directum, “aquello que goza de una cualidad de rectitud”, y
que determina, en forma coactiva, lo que es justo en la relación concreta entre personas..
• Deber: procede del latín debere, “obligación de realizar un acto o no conforme a una
norma establecida.
• Justicia: virtud que relaciona a los hombres entre sí y con la sociedad y establece la
igualdad entre el derecho de unos y el deber respectivo de otros.
• Conciencia: discernimiento de la razón.
• Ley: regla impuesta o precepto dictado por una suprema autoridad para regular.
Desde el punto de vista de la deontología profesional, habrá que afrontar las cuestiones
siguientes:
Etimológicamente viene del griego telos, teleos, fin, y lógos, tratado. Literalmente se traduce
como tratado de las causas finales, o bien doctrina de la finalidad.
Desde esta vertiente aparecen otra serie de referentes decisivos que, según Etxeberria (2002,
págs. 198199), deben plantearse:
Variadas concepciones existen hoy día sobre lo que debe entenderse por ética profesional,
estas van desde la clásica: “Ciencia normativa que estudia los deberes y los derechos de los
profesionales en cuanto tales” (Menéndez), hasta otras más renovadas como:
• “la ética de una profesión es un conjunto de normas, en términos de los cuales definimos
como buenas o malas una práctica y relaciones profesionales. El bien se refiere aquí a que
la profesión constituye una comunidad dirigida al logro de una cierta finalidad: la
prestación de un servicio” Villarini (1994)
• Conjunto de exigencias y leyes internas que rigen el ejercicio de las profesiones
particulares que el hombre desarrolla en el ámbito de la organización social del trabajo
(Gatti, 1997, pág. 9).
• La ética profesional se centra ante todo en el tema del bien: qué es bueno hacer, al
servicio de qué bienes está una profesión. (Fernández – Hortal, 1994, pág.57)
A partir de estas ideas podemos conformar un concepto que inacabado, permita aproximarnos
lo suficiente y ver a la ética profesional como:
Finalmente, debe estimarse que el fin último que la ética profesional persigue está relacionado
con la organización social del trabajo, de manera que se beneficie a toda la sociedad misma,
proveyendo de una mejor condición de vida tanto a la persona, al gremio como a la sociedad
misma, que es sí mismo un bien.
Se ha entender por principios éticos aquellos imperativos de tipo general que nos orienten
acerca de qué hay de bueno y realizable en unas acciones y de malo y evitable en otras.
(Hortal Alonso, 2002, pág.92)
Principio de beneficencia.
Básicamente consiste en “Hacer bien una actividad y hacer el bien a otros mediante una
actividad bien hecha” (Hortal Alonso, 2002, pág.116).
Hacer bien las cosas para hacer bien a las personas mediante el ejercicio profesional
conlleva ser competente, eficiente, diligente y responsable en aquello que el profesional
trae entre manos. La competencia requiere una preparación inicial que facilite la
adquisición de los conocimientos teóricos y prácticos para saber qué hacer y cómo
hacerlo; tras haber recibido la formación inicial, el profesional tendrá que mantenerse al
día, actualizar sus conocimientos, renovar los procedimientos que se van introduciendo
en orden a alcanzar los fines que se propone alcanzar su profesión. (Hortal Alonso,
2002, pág.123)
Principio de autonomía.
Etimológicamente, del griego, autós, sí mismo, y nómos, ley: que vive según su propia
ley o se gobierna por su propia ley. Es la capacidad de bastarse a sí mismo para
preservar la propia individualidad frente a los demás o frente a la colectividad, a los
que, no obstante, necesita en buena medida. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)
Hay que agregar, tal como lo señala Kant citado por Hortal Alonso (2002, pág. 133)
que “la libertad y la razón son propias de todos los seres humanos. En ellas radica y
consiste su dignidad. La voluntad racional y libre de cada persona es la única fuente de
la ley moral, en esto consiste la autonomía, en esto consiste la moralidad”.
Este concepto de autonomía moral pervade todos los ámbitos, empezando por el
moral, el político, el cultural, el religioso, el artístico… El respeto a la autonomía es
el presupuesto fundamental de las relaciones sociales, por tanto también de las
relaciones profesionales en la cultura liberal. La apelación a la autonomía se
entiende como no interferencia de unos en la vidas, acciones y decisiones de los
otros, salvo aquellas interferencias que sean expresamente deseadas o aceptadas por
ellos. (Hortal Alonso, 2002, pág. 134 -135)
Principio de justicia.
La palabra justicia viene del latín iustitia, y significa conformidad con el derecho. En un
sentido general, se asocia a la actitud del hombre de vida moral recta, al hombre que
llamamos bueno.
Desde el siglo III d.C. que Ulpiano formuló el principio formal de justicia: “dar a cada
uno lo que le es debido”, este se mantiene vigente.
Justicia puede ser todo. El mismo bien o servicio que el profesional proporciona al
usuario de sus servicios es debido en justicia cuando ha sido contratado o cuando está
siendo prestado en régimen de servicio público a ciudadanos que tienen derecho a
dicha prestación. Toda práctica profesional que por incompetencia o negligencia cause
daños al cliente o usuario de los servicios profesionales pasa a ser un tema de justicia.
Respetar la dignidad y los derechos del usuario o cliente de los servicios profesionales
es igualmente un deber de justicia.
(Hortal Alonso, 2002, pág. 152)
Agrega Hortal Alonso (2002, págs. 153-155), que en ética de las profesiones el
principio de justicia hace referencia a varias cosas:
Principio de no maleficencia.
A veces no está claro qué es bueno hacer y sí está claro qué es malo hacer (o dejar
de hacer); y que a veces no es bueno (u obligatorio) proporcionar determinados
bienes, sobre todo cuando ello supone imposiciones paternalistas que atentan contra
la autonomía personal; pero para no hacer daño, para no hacer el mal (o para no
omitir una acción a la que estamos obligados en orden a no perjudicar a otros) no
necesitamos contar con el consentimiento ajeno. El bien se puede hacer de muchas
maneras entre las que cabe optar; evitar el mal es preceptivo, obligatorio.
Igualmente hay que sopesar los daños que se siguen de lo que hacen o dejan de
hacer los profesionales para la sociedad o para el bien público en general y no
quedarse en meras consideraciones del bien que se pretende hacer a una determinada
persona que viene en busca de una prestación profesional.
Consideración general
Además de los principios anteriormente señalados, según Hortal Alonso (2002, pág. 98),
deberían añadirse los siguientes:
• Principio de responsabilidad.
• Principio de competencia.
• Principio de lealtad y celo en el ejercicio de la profesión.
• Principio de fidelidad (mantener las promesas y cumplir los contratos y, eludir la actuación
profesional representando a clientes con intereses contrapuestos o incompatibles.
• Principio de confidencialidad (secreto profesional).
Junto a todos los elementos que se han estudiado en el tema anterior y que constituyen el
cuerpo teórico de la ética profesional, gravitan unos conceptos a los que denomino básicos y
que se encuentran íntimamente relacionados con ella. La clarificación de dichos conceptos
permitirá una mejor compresión de lo que debe entenderse en el día a día dentro de la ética
profesional.
Vocación.
La profesión entendida como tal, debe verse extremadamente vinculada a la vocación sin
confundir una con la otra. Fernández (1994, págs. 93-94) afirma que la actividad profesional
existe como algo “sobrevenido”, más bien que como puro fruto de un ejercicio de su libertad
personal (vocación).
Los principios básicos de los actos humanos son la conciencia y la libertad, la elección de la
profesión que cada uno ejercerá en la vida laboral, al ser un acto de ésta naturaleza, debe
realizarse de manera consciente, es decir, con todos los conocimientos sobre la misma, tales
como peculiaridades y naturaleza de la profesión, formación profesional, mercado
ocupacional, perspectivas de desarrollo, etc.; pero también, ha de surgir de una elección
completamente libre de la persona, donde la única guía para la elección sea el conocimiento
de nuestras cualidades, aptitudes, intereses, habilidades y destrezas.
Etimológicamente, la palabra "vocación" procede del verbo latino "vocatio", que significa
llamar o convocar. Entre sus acepciones más comunes se destaca, según la Real Academia de
la Lengua Española, la “inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”, en este sentido
la vocación es un deseo entrañable hacia lo que uno quiere convertirse en un futuro, a lo que
uno quiere hacer por el resto de su vida.
Formación Profesional.
La formación inicial o carrera, como suele llamarse comúnmente, es la que se recibe en las
aulas de las instituciones de educación superior: universidades, institutos y escuelas
especializadas, tecnológicos, etc., dotando al estudiante de las competencias mínimas
necesarias para el ejercicio profesional acreditándolo por medio de un título de grado.
Competencia profesional.
La capacidad moral es el valor del profesional como persona, lo cual da una dignidad,
seriedad y nobleza a su trabajo, digna del aprecio de todo el que encuentra. La capacidad
moral es la trascendentalidad del profesional, es decir, una aptitud para abarcar y traspasar su
propia esfera profesional en un horizonte mucho más amplio. Su capacidad moral le da
mayor relieve a su propio trabajo; pero además, lo hace valer no sólo como profesional, sino
como persona, fuera de su ambiente de trabajo.
Una de las competencias profesionales menos valorada resulta ser la competencia física. El
énfasis principal se ha puesto siempre en la competencia intelectual y, si la valoración de la
competencia moral ha sido extremadamente escasa, en lo que respecta a la competencia física
ha sido casi nula. Pero es innegable la necesidad que un profesional disfrute de buenas
condiciones físicas y de salud que hagan fácil y eficiente el ejercicio de su profesión.
Carácter profesional.
Etimológicamente viene del griego, kharaktér, que significa marca, señal impresa, y de
kharasso, acuñar, grabar. Puede traducirse como: impronta, huella, señal o marca.
El profesional sin carácter puede tender a caer en un modelo usado por cientos de
profesionales, puede llegar a caer en lo que sería la mediocridad, siendo éste el título
menos deseable para personas con aspiraciones en la vida. El carácter no se forja
solamente con un título, se hace día a día experimentando cambios, ideas, experiencias, se
hace enfrentándose a la vida. En definitiva, el título es como el “adorno” de la profesión.
No importa si lo tienes, lo importante es saberlo utilizar.
“Al profesional se le exige especialmente actuar de acuerdo con la moral establecida”, ésta
debe entenderse tanto en el plano general de un colectivo social, como en el particular de un
gremio profesional.
Dicha conducta, ha de responder a lo que llamamos moral profesional, es decir, “el conjunto
de facultades y obligaciones que tiene el individuo en virtud de la profesión que ejerce en la
sociedad “.
La conducta moral profesional obliga a realizar las cosas de un modo que se respete y cumpla
con las normas morales establecidas, tanto en el plano general (sociedad) como particular
(gremio profesional), por tanto, como dice Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 241), todo aquel que
opte por manifestar una conducta moral profesional, debe evitar defender causas injustas,
usar sus conocimientos como instrumento de crimen y del vicio, producir artículos o dar
servicios de mala calidad, hacer presupuestos para su exclusivo beneficio, proporcionar
falsos informes, etc. Cuando un profesional tiene una conducta honesta, dentro y fuera del
ejercicio de su profesión, le atraerá confianza y prestigio, lo cual no deja de ser un estímulo
que lo impulsará con más certeza en el recto ejercicio de su carrera. Para lograr que la
persona actúe conforme a la moral profesional establecida, es decir que manifieste una
conducta moral profesional, debe poseer un elevado nivel de conciencia profesional,
entendida en primer lugar como el conocimiento pleno de lo que es la profesión y de lo que
significa ser un profesional, exteriorizada como ese gran sentimiento de honor, de clase y
solidaridad hacia sus colegas.
Los códigos deontológicos quizás sean los mecanismos de autorregulación más conocidos
que se pueden poner en marcha en el ámbito de la comunicación social, la psicología, la
medicina, entre otras profesiones, pero no son el único instrumento: libros de estilo, estatutos
de redacción, convenios, etc., todos contribuyen a que una comunidad profesional fije sus
propios límites, en muchos países esta regulación es a través de colegios profesionales
La ética tiene como instancia última la conciencia individual de cada persona, esto afirma
Fernández y Hortal (1994, pág. 58), pues es ella, la que luego de valorar la proposición moral
de un colectivo y tras un proceso de reflexión sobre la norma moral, la hace suya por medio
de un proceso de introspección. Por su parte, la deontología o ciencia de los deberes, se
mueve más en el campo de aquello que es compartido y aprobado por un colectivo en
particular (gremio o asociación profesional), convertido normalmente en textos normativos
compendiados en un código de ética profesional.
Los códigos de ética profesional, son sistemas de principios, normas, reglas, deberes,
obligaciones y derechos, establecidos con el propósito general de orientar la conducta moral
profesional de los miembros integrantes del gremio o asociación, regulando su actividad
profesional e incluso la privada, en beneficio de aquellos con los cuales actúa (colegas,
clientes, beneficiarios de sus servicios, etc.) y de la sociedad entera donde la profesión es
ejercida.
Aunque los que realmente se redactan y aprueban suelen ser mezcla de varios tipos. Los
hay más de imagen y otros que tienen pretensiones estrictamente normativas: unos se
ocupan más de alentar el horizonte motivacional y otros de reglamentar minuciosamente
algunos aspectos del ejercicio profesional (incluyendo hasta normas de etiqueta…; unos
son más defensivos y corporativistas y otros intentan establecer un verdadero contacto y
salir al encuentro de las demandas sociales.
Entre los otros profesionales que deben de sumarse al esfuerzo de elaboración de un código
de ética para cualquier disciplina, al menos deben sumarse los siguientes:
que al interior del gremio o asociación se conformen respecto a las sanciones, con la
normativa vigente en el país y en el extranjero. Además, estos profesionales han de contribuir
para asegurar que el código de ética que se elabore, en su letra y espíritu, respete los derechos
individuales de las personas, y se evidencien los deberes y responsabilidades que se tienen
para con la sociedad entera.
• Uno o más orientadores profesionales o expertos en ergología3, pues son estos los
conocedores propiamente del mundo del trabajo, cuyos conocimientos pueden facilitar
el definir el perfil profesional, los elementos deontológicos que tengan que ver con el
desarrollo de la competencia profesional (sus componentes intelectual y física
principalmente), lo relacionado con el desarrollo profesional, entre otros.
3
La ergología o ciencia del trabajo, es una disciplina no general sino particular, que, utilizando o
sirviéndose de todas las disciplinas que en su conjunto forman la ergología en sentido amplio
(medicina del trabajo, fisiología, higiene industrial, psicotecnia, filosofía del trabajo, sociología del
trabajo, psicología del trabajo, derecho laboral, economía del trabajo, pedagogía del trabajo, entre
otras), estudia científicamente el trabajo en sí, en cuanto a sus presupuestos, condiciones,
organización, relaciones, desarrollo, rendimiento y valoración.
Según la naturaleza de cada una de las profesiones, deberán sumarme a éste mínimo equipo,
aquellos otros que se consideren indispensables, principalmente aquellos que provengan de
profesiones que se encuentran íntimamente vinculadas con el ejercicio de la profesión de la
cual se está elaborando su código. Por ejemplo, si una asociación de enfermeras desea
elaborar su propio código de ética profesional, además de los profesionales anteriormente
citados, no podrá prescindir de la concurrencia de profesionales de la medicina, pues su
profesión se encuentra estrechamente vinculada con ésta.
Queda luego pendiente la fase de difusión. Cabe aclarar que no se trata de difundirlo entre los
socios y agremiados, pues se supone que para su aprobación se ha realizado al interior de la
asociación o del gremio un amplio proceso de consulta y validación, que incluye el
conocimiento de su cuerpo deontológico. Cuando se plantea una fase de difusión, se refiere al
conocimiento que el público, es decir la sociedad, debe tener sobre el contenido del código de
ética de cualquier profesión, sólo de esta manera se puede garantizar el fiel cumplimiento del
mismo y el beneficio del colectivo, pues la sociedad se convierte en el mejor sensor del
ejercicio y desempeño de estos profesionales, exigiendo el cumplimiento de sus funciones
dentro del marco establecido, garantizando con ello, el respeto de los derechos y el
cumplimiento de sus deberes.
Debe preverse lo que ha de suceder con los futuros profesionales que luego de graduarse en
sus instituciones formadoras han de incorporarse al gremio o asociación profesional. Un
requisito adicional a los que tradicionalmente se establecen para ingresar a una asociación
profesional, debería estar relacionado con el conocimiento que éste tenga del código de ética
de su profesión. No deberían de admitirse en las asociaciones a profesionales que no
conozcan su código de ética y que no demuestren dicho dominio, por medio de una
valoración escrita o entrevista. De esta forma se garantizaría, que ningún profesional pueda
aludir desconocimiento del mismo en el futuro, principalmente si tiene que enfrentar una
sanción proveniente del mismo código.
Pese a lo anterior, vale advertir que hay elementos tan profundos que, aunque pase el tiempo,
mantendrán su vigor, no obstante otros, principalmente los procedimentales, ocupacionales
y legales, necesitan una adecuación más frecuente.
Los códigos, afirma Hortal Alonso “Suelen apuntar con mejor o peor fortuna a lo que la
profesión exige de los profesionales, lo que quienes acuden a ellos pueden razonablemente
esperar, y también lo que la profesión reporta a los profesionales en términos de identidad,
cohesión, apoyos corporativos, derechos y recursos económicos”.
Estos elementos y otros que se proponen, permitirán delinear los elementos que han de
conformar los códigos de ética profesional.
En lo que sigue, se ha tomar algunas de las valoraciones presentada por Fernández y Hortal
combinadas con la propuesta personal de estructura de un código de ética.
La forma básica de los enunciados contenidos en los códigos de ética son los deberes, tanto
positivos, afirmativos o imperativos, como negativos o prohibitivos y en menor grado los
permisivos. Los elementos básicos que suelen constituir un código de ética profesional son
los siguientes:
Principios.
El primer tema del que se ocupa todo código profesional es de señalar y ensalzar la
contribución específica del correspondiente colectivo de profesionales a sus clientes y al
conjunto de la sociedad. Los códigos tratan de mostrar cómo las profesiones no sólo son
necesarias, sino provechosas y convenientes.
En otros casos, sin que exista un apartado particular para ellos, éstos aparecen subsumidos a
lo largo de los diferentes enunciados del código de ética profesional.
Para Hortal Alonso (2002, pág. 197), el segundo gran capítulo del ethos profesional es que ese
servicio específico no puede ser prestado por cualquiera. Se requiere conocimientos,
habilidades y competencias específicas.
De una o de muchas maneras todos los códigos de ética profesional desarrollan como
segundo núcleo temático lo concerniente a la competencia profesional (principalmente de su
componente intelectual) y junto a ella, la correspondiente responsabilidad profesional.
Una de las cosas que presuponen y regulan o tratan de regular los códigos de ética es el
ámbito de competencia de la profesión; qué es lo que cae dentro y qué es lo que queda fuera
de su ejercicio; cuándo alguien tiene licencia para ejercer esta profesión; y cuando no está
facultado para ejercerla.
Se asume que el que es competente, tiene que ser por tanto, responsable. Es decir, ha de
responder ante sí mismo, el cliente o usuario de su servicio, el gremio y la sociedad, de su
nivel de capacitación profesional. El estar capacitado en un campo específico del saber o de
la técnica le confiere la obligación de hacer bien aquello que le compete. En pocas palabras:
el profesional debe ser competente en aquello en que consiste precisamente su profesión.
El tercer núcleo temático de los códigos de ética profesional se ocupa de regular las relaciones
entre los profesionales, es decir, de la necesidad de pertenecer al colegio, gremio o asociación
profesional para poder ejercer la profesión dentro de un determinado territorio, del cómo se
adquiere la condición de colegiado, asociado o agremiado facultado para ejercer dicha
profesión y de cuáles son los supuestos que hacen perderla transitoria o definitivamente.
También pertenecen a este apartado los deberes de solidaridad para con los colegas y los
familiares de éstos. Todos ellos se perfilan como elementos de cohesión y de status del
colectivo profesional.
Un cuarto núcleo temático lo constituyen los deberes y obligaciones para con los clientes o
usuarios de los servicios profesionales, el hecho que se coloquen como cuarto núcleo temático
no quiere decir que son menos importantes que los anteriormente citados.
En este núcleo, suelen explicitarse también los derechos de los clientes o usuarios de los
servicios profesionales, de manera tal, que al ser conocidos por éstos, puedan ser exigidos.
Reconoce con ello, la dignidad del cliente o usuario como persona, y usualmente, el
principio de confidencialidad está referido a este apartado.
Un quinto núcleo temático tiene que ver con los deberes y obligaciones que se tienen para
con la sociedad en general. Y en algunos casos, según la naturaleza de la profesión con el
medio ambiente.
Suelen diferenciarse algunos deberes que van más allá del cliente o usuario que hace uso o se
beneficia directamente de los servicios que los profesionales, bajo el código de ética prestan,
es decir, se explicitan otros que converjan en un beneficio más de cara al colectivo. Aquí
caben, por ejemplo, los deberes que un colegio, gremio o asociación puedan declarar a favor
de aquellas prácticas que resultan amigables o protectoras del medioambiente.
Se agrega un sexto núcleo que se ocupa de regular las relaciones de los profesionales para con
otros gremios de profesionales, estamentos gubernamentales y el mismo Estado.
También se suman en este apartado, el conjunto de proposiciones que han de regir la relación
con el Estado y sus diferentes instancias, principalmente aquellas profesiones cuyo mercado
principal o su empleador sea éste.
Finalmente, hoy más que nunca, los códigos de última generación incluyen un núcleo
temático que presenta los deberes y obligaciones concernientes al campo de investigación y al
quehacer científico.
Como se ha afirmado en otras partes de este documento, la finalidad del ejercicio profesional
es el bien común, el bienestar de la sociedad. Por tanto, los gremios o asociaciones deben de
destinar recursos para la investigación y el quehacer científico que busque solventar algunas
situaciones que la sociedad enfrenta. Este es el real aporte de los profesionales a un país.
La conciencia profesional
3) Nivel de madurez y equilibrio psíquico. Para que la conciencia profesional pueda funcionar
hay que gozar de un grado de madurez mínimo.
La costumbre son normas que crean una sociedad y que le dan un hecho jurídico palpable.
Tienen al igual que ocurre con las leyes, consecuencias cuando son violadas. El profesional
debe regirse por su código de ética propio, pero también tiene que tener en cuenta un marco
de costumbre.
Una profesión cualquiera debe tener un periodo de aprendizaje, una preparación previa
especializada y casi siempre formal, que se debe completar con una formación permanente
que se completa con el paso del tiempo y la vivencia de distintas situaciones en la vida
profesional a las que enfrentarse.
Colegios profesionales
Los Colegios Profesionales, tal como los define la ley, “son corporaciones de derecho
público, amparadas por la ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y
plena capacidad para el cumplimiento de sus fines, entre los que se encuentra la ordenación
del ejercicio de las profesiones”. Además, son las corporaciones que elaboran los códigos
deontológicos.
profesional puede considerar que una sanción por infracción del código de deontología
profesional tiene más importancia que una sanción administrativa.
Retomando la idea de que la deontología profesional es uno de los órdenes reguladores del
ejercicio de una profesión, en una situación intermedia entre el derecho y la moral, es
necesario hacer una serie de precisiones. Las normas de la deontología profesional, aun
sentidas como vinculantes entre los miembros del colectivo, se alejan del carácter coercitivo
del derecho. El derecho es siempre coactivo, y la deontología profesional puede o no imponer
sanciones y, en el caso de aplicarse, son menos graves que las impuestas por el derecho. La
sanción más grave que puede imponer la deontología profesional es la exclusión de la
profesión.
Por otro lado, las sanciones de la deontología profesional en aquellas profesiones que no
exigen para su ejercicio la colegiación obligatoria son sanciones sociales difusas; es decir, que
aparte de no llegar al grado de gravedad de la sanción jurídica, no tienen por qué estar
necesariamente institucionalizadas. Un ejemplo de sanciones sociales difusas -en este sentido
de informalidad, cercanas a la moral- emitidas por la deontología puede ser la consideración
de exclusión del colectivo profesional de un miembro, sin llegar ésta a ser una sanción no
formalizada.
Autorregulación
La deontología es uno de los tres órdenes normativos que regulan el ejercicio de las
profesiones, junto al Derecho y la moral. Cabe señalar que las normas deontológicas se
encuentran a medio camino entre los otros dos órdenes normativos.
sus asociaciones, por ejemplo) en la creación de los códigos deontológicos que, a su vez,
deberán aplicar.
ENGINEERS
“Preámbulo”:
La ingeniería es una profesión importante y erudita. Como miembros de esta profesión se
espera que los ingenieros muestren las normas más altas de honestidad e integridad. La
ingeniería tiene un impacto directo y vital sobre la calidad de la vida de todas las personas.
En consecuencia, los servicios que proporcionan los ingenieros requieren honestidad,
imparcialidad y equidad, y deben dedicarse a la protección de la salud, la seguridad y el
bienestar públicos. Los ingenieros deben desempeñarse de acuerdo con una norma de
conducta profesional que requiere la adhesión a los principios más altos de la conducta
ética.
I. Cánones fundamentales:
En el cumplimiento de sus deberes profesionales, los ingenieros:
• Pondrán, por encima de todo, la seguridad, la salud y el bienestar del público;
• Desempeñarán servicios solamente en las áreas de su competencia;
• Realizarán declaraciones públicas sólo de manera objetiva y veraz:
• Actuarán para cada empleador o cliente como agentes o fiduciarios de confianza:
• Evitarán las acciones engañosas:
• Se conducirán de manera honorable, responsable, ética y legal que realce el honor,
la reputación y la utilidad de la profesión.
II. Reglas de la práctica:
Los ingenieros pondrán por sobre todo la seguridad, la salud y el bienestar del público. o
Si el criterio de los ingenieros se deja a un lado bajo circunstancias que pongan en peligro
vidas o propiedades, los ingenieros notificarán a su empleador o cliente y a las autoridades
pertinentes.
Los ingenieros aprobarán sólo aquellos documentos técnicos que cumplan con las normas
aplicables.
Los ingenieros no revelarán datos, hechos ni información sin el consentimiento previo del
cliente o empleador, excepto según lo autoricen o requieran la ley o este Código.
Los ingenieros no permitirán el uso de su nombre ni el de sus socios en empresas de
negocios con persona o firma alguna que ellos crean que está implicada en una labor
fraudulenta o deshonesta.
Los ingenieros no deberán ayudar ni instigar a ningún individuo ni empresa a la práctica
ilegal de la ingeniería.
Los ingenieros que tengan conocimiento de alguna presunta infracción de este Código
informarán de ello a los cuerpos profesionales adecuados y, cuando sea pertinente, también
a las autoridades públicas, y cooperarán con las autoridades adecuadas en la provisión de
la información o asistencia que pueda requerirse.
Los ingenieros desempeñarán servicios solamente en las áreas de su competencia.
Los ingenieros aceptarán encargos de trabajo solamente cuando estén calificados por su
educación o su experiencia en los campos técnicos específicos comprendidos.
Los ingenieros no firmarán planos ni documentos relacionados con asuntos y materias en
los cuales carezcan de competencia, ni plano o documento alguno que no se haya
preparado bajo su dirección y control.
Los ingenieros pueden aceptar asignaciones y asumir la responsabilidad por la
coordinación de un proyecto entero, y pueden firmar y sellar los documentos técnicos para
el proyecto en su totalidad, siempre y cuando cada segmento técnico esté firmado y sellado
solamente por los ingenieros calificados que prepararon ese segmento.
Los ingenieros realizarán declaraciones públicas sólo de manera objetiva y veraz.
Los ingenieros serán objetivos y veraces en sus informes, declaraciones y testimonios
profesionales. Incluirán toda la información relevante y pertinente en tales informes,
declaraciones y testimonios, los cuales tendrán la fecha que indique cuándo esa
información tenía vigencia.
Los ingenieros pueden expresar públicamente las opiniones técnicas que estén
fundamentadas en el conocimiento de los hechos y la competencia en el asunto de que se
trate.
Los ingenieros no emitirán declaraciones, críticas ni argumentos sobre materias técnicas
que estén inspirados o pagados por partes interesadas, a menos que hayan precedido sus
comentarios identificando explícitamente la parte o partes interesadas en cuyo nombre
hablan, y revelando la existencia de cualquier interés que los ingenieros puedan tener en
esos asuntos. Apuntes de Proyectos de Ingeniería
Los ingenieros actuarán para cada empleador o cliente como agentes o fiduciarios de
confianza.
Los ingenieros darán a conocer todos los conflictos de intereses, conocidos o potenciales,
que pudieran influir, o que pueda parecer que influirán, en su juicio o la calidad de sus
servicios.
Los ingenieros no aceptarán compensación, financiera ni de otra clase, de más de una
parte por los servicios en el mismo proyecto, o por servicios pertinentes al mismo
proyecto, a menos que las circunstancias queden completamente aclaradas y reveladas y
sobre ellas se hayan puesto de acuerdo todas las partes interesadas.
Los ingenieros no solicitarán ni aceptarán, directa ni indirectamente, consideración
financiera ni otros valores de parte de terceros ajenos al trabajo por el cual son
responsables.
Los ingenieros que prestan servicio público como miembros, asesores o empleados de un
organismo gubernamental o cuasi gubernamental no participarán en las decisiones con
respecto a los servicios solicitados o provistos por ellos o sus organizaciones en la práctica
privada o pública de la ingeniería.
Los ingenieros no solicitarán ni aceptarán un contrato de un organismo gubernamental en
el cual un director o funcionario de su organización preste servicio como miembro.
Los ingenieros evitarán las acciones engañosas.
Los ingenieros no falsificarán sus calificaciones ni permitirán que se haga una
representación equívoca de sus propias calificaciones ni las de sus asociados. No harán
representaciones equívocas ni exagerarán su responsabilidad en trabajos anteriores. Los
folletos y otras presentaciones con incidencia en la solicitud de empleo no harán
representaciones falsas ni equívocas respecto de empleadores, empleados, asociados,
empresas conjuntas o logros pasados.
Los ingenieros no ofrecerán, darán, solicitarán ni recibirán, directa ni indirectamente,
contribución alguna para influir en el otorgamiento de un contrato por parte de una
autoridad pública, o que, razonablemente, el público pueda interpretar como algo que haya
tenido el efecto o la intención de influir en la concesión de un contrato. Los ingenieros no
ofrecerán obsequio alguno ni otra consideración valiosa a fin de asegurarse un trabajo. Los
ingenieros no pagarán comisión, porcentaje ni tarifa de corredor para obtener un trabajo,
excepto a empleados o agencias comerciales o de comercialización establecidos, y
contratados por ellos de buena fe.
III. Obligaciones profesionales:
Los ingenieros se guiarán en todas su relaciones por las normas más altas deshonestidad e
integridad.
Los ingenieros reconocerán sus errores y no distorsionarán ni alterarán los hechos.
Los ingenieros advertirán a sus clientes o empleadores cuando ellos crean que un proyecto
puede no ser exitoso.
Los ingenieros que están en posiciones asalariadas aceptarán trabajo de ingeniería a tiempo
parcial solamente en la medida coherente con las reglas del empleador y de acuerdo con
las consideraciones éticas.
Los ingenieros no usarán, sin consentimiento, equipos, suministros, laboratorios u oficinas
de un empleador para llevar a cabo una tarea privada externa.
Los ingenieros no tratarán de lesionar, de forma maliciosa o falsa, directa ni
indirectamente, la reputación profesional, las posibilidades, la práctica o el empleo de otros
ingenieros. Los ingenieros que crean que otros son culpables de una práctica ilegal o
antiética presentarán tal información a la autoridad correspondiente para que se tomen
medidas.
Los ingenieros que tienen práctica privada no revisarán el trabajo de otro ingeniero para el
mismo cliente, excepto con el conocimiento de tal ingeniero, o a menos que la relación de
tal ingeniero con el trabajo se haya terminado.
Los ingenieros empleados por el gobierno, la industria o el campo de la educación tienen
derecho a revisar y evaluar el trabajo de otros ingenieros cuando así lo requieran sus
deberes de empleo.
Los ingenieros empleados en ventas o en la industria tienen derecho a hacer
comparaciones técnicas de los productos presentados con los productos de otros
proveedores.
Los ingenieros aceptarán la responsabilidad personal de sus actividades profesionales; los
ingenieros podrán buscar indemnización por los servicios propios de su práctica, a menos
que sea por negligencia grave, donde los intereses del ingeniero no puedan protegerse de
otra manera.
Los ingenieros cumplirán con las leyes estatales de registro en la práctica de la ingeniería.
Los ingenieros no usarán su asociación con alguien que no sea ingeniero, con una
corporación o sociedad como "manto" que cubra actividades no éticas.
Los ingenieros reconocerán el trabajo técnico de quienes corresponda, y reconocerán los
derechos de autoría y propiedad intelectual de otros.
Los ingenieros, siempre que sea posible, nombrarán a la persona o las personas que
puedan ser individualmente responsables por los diseños, las invenciones, los escritos u
otros logros.
Los ingenieros que usen diseños suministrados por un cliente reconocen que los diseños
siguen siendo propiedad del cliente y que el ingeniero no puede duplicarlos para otros sin
un permiso expreso.
Los ingenieros, antes de aceptar un trabajo para otros en relación con el cual el ingeniero
pueda hacer mejoras, planos, diseños, invenciones u otros registros que puedan justificar
derechos de autor o patentes, deben establecer un contrato expreso en referencia a la
propiedad.
Los diseños, datos, registros y notas del ingeniero que se refieran exclusivamente al
trabajo de un empleador son propiedad del empleador. El empleador deberá indemnizar al
ingeniero por el uso de la información para cualquier otro propósito que no sea el original.
Los ingenieros continuarán su desarrollo profesional a lo largo de su carrera y deberán
mantenerse actualizados en sus campos específicos trabajando en su profesión,
participando en cursos de educación continua y con la lectura de literatura técnica y su
participación en reuniones y seminarios profesionales
¿Es ético…?
• ¿Redactar el estudio de seguridad y salud de un proyecto a partir de fotocopias de? Otros
estudios utilizados en otros proyectos?
• ¿Incrementar “ex profeso” algunas mediciones del proyecto con el fin de crear
bolsas económicas que faciliten la posterior ejecución de la obra?
• ¿Aprovechar el diseño y cálculo de una estructura para proyectar otra similar y
Obtener un ahorro económico?
• ¿Que el proyectista acepte una reducción en los costes de estudios previos
necesarios para redactar el proyecto (estudios geotécnicos o de mercado, por
ejemplo) impuesta por el promotor?
• ¿No calentarse la cabeza” durante la redacción del proyecto con el proceso
Constructivo, el programa de trabajos y la procedencia de materiales porque “el
constructor ya lo hará después”?
• ¿Buscar soluciones constructivas más caras con el fin de incrementar los honorarios
(en el caso de cobro por porcentaje sobre presupuesto de obra?.
• ¿No visar un proyecto en el colegio profesional?
• ¿copiar ideas, soluciones, documentos o diseños?
• ¿Que un director facultativo reciba como regalo de navidad de la empresa
constructora una botella de vino?, ¿y una docena de botellas?, ¿y un jamón? ¿Dónde
está el límite? ¿a cambio de qué se ofrece el regalo?
• ¿Que un director facultativo “se deje” invitar a comer por la empresa constructora
tras cada visita de obra?
• ¿Que la dirección facultativa “delegue” en la empresa constructora la elaboración de
la relación valorada mensual?
• ¿Que la dirección facultativa “delegue” en la empresa constructora la elaboración de
un proyecto reformado o modificado?
• ¿No tomar medidas de protección ambiental o de prevención de riesgos laborales
por el mero hecho de que no están previstas en el proyecto, aunque sean necesarias?
• ¿No proponer mejoras en la calidad de los materiales y equipos o en las condiciones
de ejecución por la simple cuestión de que no están previstas en el proyecto, aunque
sean necesarias?
• ¿Que la dirección facultativa obligue a la empresa constructora a aceptar su
interpretación de los documentos contractuales del proyecto en caso de
contradicción?
• ¿Compensar errores de proyecto, actuando como dirección facultativa, con la
aceptación de propuestas de la empresa constructora que son inaceptables, en
circunstancias normales, con el fin de “camuflar” los errores de diseño?
• ¿Actuar, como dirección facultativa, en connivencia con la empresa constructora? ¿a
cambio de qué? ¿y si el gerente de la empresa consultora (o el jefe del servicio de la
administración pública) lo sabe y no toma medidas?
• encontrar restos arqueológicos en una excavación y “hacerlos desaparecer” para
evitar que se produzca una paralización de los trabajos o un incremento de los
costes? Apuntes de Proyectos de Ingeniería
• ¿Contratar a trabajadores en condiciones precarias (becas, contratos en práctica,
contratos por obra, etc.)?.
• ¿Aplicar medidas coercitivas a los trabajadores para que “no se vayan de la lengua”
ante determinados procedimientos constructivos utilizados u otro tipo de prácticas
realizadas?
• ¿Que la empresa constructora intente sacar provecho económico de una
contradicción en los documentos contractuales del proyecto?
• ¿Ahorrar en medidas necesarias (seguridad, integración ambiental, calidad, etc.) a
tomar en la obra con el fin de mejorar los resultados económicos de la obra?
• ¿Ocultar defectos de construcción, aunque sean pequeños, a la dirección facultativa
o al promotor?
• ¿Decidir el emplazamiento de una infraestructura (en el caso de una promoción
pública) en base a intereses personales y sin tener en cuenta el bien común?
• ¿Reanudar una actividad profesional determinada, tras ejercer un cargo público
relacionado con ese campo profesional?
• ¿Culpar a los demás de los fallos y no asumir nuestra parte de responsabilidad?
• ¿maltratar verbalmente a compañeros abusando del principio de autoridad?
• ¿ocultar datos a nuestros superiores con el fin de “maquillar” los resultados y que
nuestro prestigio no sea afectado?
• ¿Mentir a nuestros superiores con el fin de salvaguardar nuestro prestigio?
• ¿Aceptar el trabajo a sabiendas de que no se van a poder cumplir los plazos?
• ¿Pasar gastos de un contrato a otro (dentro del mismo departamento) con el fin de
“laminar” los resultados y que en todos los contratos se gane dinero (aunque sea
poco)?.
• ¿Utilizar los medios de la empresa para temas personales?
• ¿Utilizar el horario de trabajo para temas personales?
• ¿Utilizar el horario de trabajo para temas personales?
• ¿No hacer partícipes a los miembros del equipo de las felicitaciones y honores
recibidos?
• ¿Prometer, como empresario o director de departamento, un reparto de beneficios
entre el equipo de trabajo y, posteriormente, falsear el resultado final o repartir
“migajas”?
• ¿Aceptar un trabajo que sabemos que no podemos realizar adecuadamente por falta
de tiempo, experiencia o formación?
• ¿Trabajar para el promotor y para la empresa constructora, aun con el permiso
expreso de ambas partes?
• ¿Dejarse llevar por sentimientos personales a la hora de tomar decisiones?
• ¿Que el ingeniero no actualice sus conocimientos en el campo de su actividad? ¿debe
autoformarse? ¿debe ser la empresa (o la administración pública) la que se preocupe
de su formación?
• ¿Mentir o decir verdades a medias para defender a un compañero acusado de haber
cometido un error o haber generado un problema?, ¿y en un juicio?
• ¿Fomentar el cooperativismo profesional? ¿hasta qué punto? ¿a cambio de qué?
Una teoría ética es una teoría filosófica que intenta fundamentar la moral, es decir,
justificar su validez y legitimidad. Como toda moral, consiste en una serie de preceptos
o normas y una serie de valores, la teoría deberá justificar precisamente estas normas y
valores. Según el tipo de fundamento que proporcione, hablaremos de un tipo de teoría
ética o de otro. Así, serán teorías distintas las que conciben y defienden la moral como
una búsqueda de la vida buena o como el cumplimiento del deber.
Las distintas teorías éticas que se han dado a lo largo de la historia pueden dividirse en
varios tipos, no sólo por el fundamento concreto que dan de las normas morales, sino
también por el modo particular de darlo. A continuación, ofrecemos una serie de
preguntas, cuya respuesta puede servir para clasificar la diversidad de teorías existentes.
A continuación, Aristóteles analiza la definición que otros autores han dado del placer.
Algunos, como Espeusipo, mantenían que no era un bien, mientras que muchos han
dicho que sí es un bien, y Eudoxo llegó a decir que era el bien supremo. Aristóteles
muestra varios ejemplos para probar que el placer tiene que ser bueno y a la vez que
puede conducir al vicio. Esto se debe a que el hombre no tiene una naturaleza simple,
sino compleja. Por esto hay varias dificultades, pero al final se puede decir con
Espeusipo que el placer no es el bien supremo, y con Eudoxo que sí es un bien.
Aristóteles comienza el último libro retomando el tema del placer del libro siete, debido
a la importancia que esta tiene en relación con la felicidad y su correcta definición. El
placer es lo que completa una actividad como consecuencia, y no como si la actividad
fuera el placer. Para obrar éticamente, para llegar a la verdadera felicidad, el placer tiene
que regirse por la actividad característica del ser humano. Así, el hombre perverso
encontrará placer en lo que no es un bien, mientras que el hombre bueno lo encontrará
en el bien.
Entonces, la felicidad es una actividad que tiene fin en sí y no en otra actividad, y
además es autosuficiente y se actúa de acuerdo con la virtud. La felicidad no es la
actividad en consonancia con cualquier virtud, sino con la más excelsa virtud, y ésta
dependerá de la facultad más excelsa: en el caso del hombre el intelecto. Por tanto, la
felicidad es la vida de acuerdo con el intelecto, o la contemplación acompañada por los
demás aspectos propiamente humanos (amistad, bienestar, etc.).
Pero Aristóteles había dicho que se requiere la virtud, y no deja de lado este aspecto
esencial, sino que muestra que la felicidad misma se encuentra también, pero de modo
análogo, en la virtud del carácter, de modo que los hábitos de virtud que se han logrado
conllevan el placer. Además, la contemplación se logra en esta vida solamente con las
virtudes.
En efecto, la vida del hombre no se agota en esta tierra, por lo que la felicidad no puede
ser algo que se consiga exclusivamente en el mundo terrenal; dado que el alma del
hombre es inmortal el fin último de las acciones del hombre trasciende la vida terrestre
y se dirige hacia la contemplación de la primera causa y principio del ser: Dios. Santo
Tomás añadirá que esta contemplación no la puede alcanzar el hombre por sus propias
fuerzas, dada la desproporción entre su naturaleza y la naturaleza divina, por lo que
requiere, de alguna manera la ayuda de Dios, la gracia, en forma de iluminación
especial que le permitirá al alma adquirir la necesaria capacidad para alcanzar la visión
de Dios.
La felicidad que el hombre puede alcanzar sobre la tierra, pues, es una felicidad
incompleta para Sto. Tomás, que encuentra en el hombre el deseo mismo de contemplar
a Dios, no simplemente como causa primera, sino tal como es Él en su esencia. No
obstante, dado que es el hombre particular y concreto el que siente ese deseo, hemos de
encontrar en él los elementos que hagan posible la consecución de ese fin. Santo Tomás
distingue, al igual que Aristóteles, dos clases de virtudes: las morales y las intelectuales.
Por virtud entiende también un hábito selectivo de la razón que se forma mediante la
repetición de actos buenos y, al igual que para Aristóteles, la virtud consiste en un
término medio, de conformidad con la razón. A la razón le corresponde dirigir al
hombre hacia su fin, y el fin del hombre ha de estar acorde con su naturaleza por lo que,
al igual que ocurría con Aristóteles, la actividad propiamente moral recae sobre la
deliberación, es decir, sobre el acto de la elección de la conducta.
La misma razón que tiene que deliberar y elegir la conducta del hombre es ella, a su vez,
parte de la naturaleza del hombre, por lo que ha de contener de alguna manera las
orientaciones necesarias para que el hombre pueda elegir adecuadamente. Al reconocer
el bien como el fin de la conducta del hombre la razón descubre su primer principio: se
ha de hacer el bien y evitar el mal ("Bonum est faciendum et malum vitandum"). Este
principio (sindéresis) tiene, en el ámbito de la razón práctica, el mismo valor que los
primeros principios del conocimiento (identidad, no contradicción) en el ámbito de la
teórica. Al estar fundado en la misma naturaleza humana es la base de la ley moral
natural, es decir, el fundamento último de toda conducta y, en la medida en que el
hombre es un producto de la creación, esa ley moral natural está basada en la ley eterna
divina. De la ley natural emanan las leyes humanas positivas, que sean aceptadas si no
contradicen la ley natural y rechazadas o consideradas injustas si la contradicen. Pese a
sus raíces aristotélicas vemos, pues, que Sto. Tomás ha conducido la moral al terreno
teológico, al encontrar en la ley natural un fundamento trascendente en la ley eterna.
Hedonismo
El hedonismo es una teoría que establece el placer como fin y fundamento de la vida.
Las dos escuelas clásicas del hedonismo, formuladas en la Grecia antigua, son la
escuela cirenaica y los epicúreos:
Según esta doctrina, por ejemplo, afirmaciones como "matar es malo" no informan
acerca de la naturaleza del acto de matar, sino que expresa el sentimiento que éste
provoca.
El Emotivismo ético tiene sus raíces en el pensamiento de Hume y el primer
Wittgenstein
Durante el siglo XX el Emotivismo fue de las teorías éticas más influyentes. Empieza
empleando la observación de diferentes formas el lenguaje.
Esta teoría fue desarrollada principalmente por el filósofo estadounidense Charles
Stevenson y el británico Alfred Jules Ayer.
Sus principales propósitos son:
1. se emplea como medio para influir sobre la conducta de la gente, a través de los
medios verbales como: emociones, sentimientos, súplicas, etc.
2. el lenguaje moral se emplea para expresar la actitud propia y se debe diferenciar con
el subjetivismo simple.
Emotivismo
El Emotivismo ético es una corriente metaética que afirma que los juicios de valor no
afirman nada sobre algún objeto externo (como la acción evaluada) o interno (como el
estado personal de ánimo): sólo expresan ciertas emociones. Adviértase que expresar no
es lo mismo que afirmar: así expresar un dolor (¡usualmente con un “Ay!”) es distinto
que afirmar que se lo siente. Al no ser afirmaciones, los juicios de valor no son ni
verdaderos ni falsos; por lo tanto, carece de sentido hablar de verdades morales o de un
conocimiento moral. Su función es expresar emociones o persuadir a los demás para
que sientan lo mismo. Al interpretar el lenguaje moral en términos sentimentales, el
emotivismo no admite criterios racionales para determinar la validez de los juicios de
valor.
Durante el siglo XX el emotivismo fue de las teorías metaéticas más influyentes. Sus
representantes más destacados fueron el filósofo británico Alfred Jules Ayer, principal
portavoz del Empirismo lógico en Inglaterra, y el filósofo estadounidense Charles
Leslie Stevenson.
Alfred Ayer sostiene que los juicios de valor no afirman nada ni sobre algún objeto del
mundo (como aseveran las posturas objetivistas) ni sobre el estado personal de ánimo
del enunciador (como supone el subjetivismo): sólo expresan ciertas emociones. Pero
expresar no es lo mismo que aseverar: decir “Robar dinero es malo” es como decir
“¡¡Robar dinero!!”, con un particular tono de horror. “Malo” no agrega ninguna
información: sólo manifiesta un sentimiento de desaprobación, del mismo modo que
“¡Ay!” no es una afirmación acerca de un dolor que se siente, sino la expresión de ese
dolor. Al no ser afirmaciones, estos juicios no son ni verdaderos ni falsos. Los
conceptos éticos son pseudo-conceptos, que no agregan ningún tipo de información
sobre la acción evaluada. Niega, a su vez, que se pueda argumentar sobre valores:
cuando creemos hacerlo sólo argumentamos sobre los hechos que rodean a nuestras
valoraciones.
En la particular versión del emotivismo debida a Bertrand Russell (posición que más
adelante matizaría en buena medida), cuando se pronuncia “X es bueno en sí mismo” lo
que se dice realmente es “¡Ojalá que todos deseen X!”. Un juicio de valor, pues, expresa
un deseo, que como tal no es una descripción, por lo que no le cabe verdad o falsedad.
A diferencia de la posición de Ayer, sin embargo, el deseo moral manifiesta para
Russell la pretensión de extender universalmente la cualidad valorada.
C. L. Stevenson destaca no tanto la función expresiva de los términos morales como su
carácter “magnético”, esto es, su capacidad para influir en la opinión y en el curso de la
acción de las personas. Así, para Stevenson, aceptar que algo es bueno nos haría en
principio tender a obrar en su favor. Por ejemplo, un juicio de valor como “La música
clásica es buena” además de expresar una emoción significaría “A ti también debería
gustarte la música clásica”. De modo que los juicios de valor no sólo tendrían un valor
expresivo, sino que mediante ellos el enunciador pretendería ejercer una presión
normativa sobre su interlocutor, persuadirlo de que realice ciertas acciones.
Stevenson admite que hay un razonamiento moral, es decir, que tendemos a respaldar
nuestros juicios morales mediante razones. Sin embargo, para este filósofo la relación
que guardan estas razones con los juicios que pretenden apoyar es sólo psicológica y no
lógica. Lo que hace posible este apoyo es el hecho de que nuestras actitudes morales
están psicológicamente emparentadas con nuestras creencias, y la alteración de las
creencias conlleva en general la modificación de las actitudes del caso.
Más recientemente Allan Gibbard formuló una teoría expresivista de las normas. De
acuerdo a ella un juicio moral expresa la aceptación de un sistema de normas por parte
de un agente, de modo que decir que un cierto acto es moralmente incorrecto equivale a
decir que es racional para la persona que lo llevó a cabo sentirse culpable del mismo y
para los demás sentirse enojados con él.
Nicolás Zavadivker, a su vez, intentó recientemente ampliar el emotivismo de forma tal
de incorporar parcialmente las pretensiones de validez que según las corrientes neo-
racionalistas manifiestan los juicios morales, y a la vez mostrar que es posible dar
cuenta de un genuino razonamiento moral en el marco de una posición emotivista,
contra lo que afirmaban los primeros partidarios de esta doctrina.
Utilitarismo
El utilitarismo es una teoría y doctrina ética, que establece que la mejor acción es la que
maximiza la utilidad. Esta "utilidad" se define de varias maneras, generalmente en
términos del bienestar de entidades sintientes, tales como seres humanos y otros
animales. Jeremy Bentham, el fundador del utilitarismo, describió la utilidad como la
suma de todo placer que resulta de una acción, menos el sufrimiento de cualquier
persona involucrada en la acción. El utilitarismo es una versión del consecuencialismo,
que establece que las consecuencias de cualquier acción son el único estándar del bien y
del mal. A diferencia de otras formas de consecuencialismo, como el egoísmo, el
utilitarismo considera todos los intereses por igual.
En la economía neoclásica, se llama utilidad a la satisfacción de preferencias mientras
que, en filosofía moral, es sinónimo de felicidad, sea cual sea el modo en el que esta se
entienda. El utilitarismo es a veces resumido como "el máximo bienestar para el
máximo número". De este modo el utilitarismo recomienda actuar de modo que se
produzca la mayor suma de felicidad posible en conjunto en el mundo.
La forma tradicional de utilitarismo es la del utilitarismo del acto, que afirma que el
mejor acto es el que aporta la máxima utilidad. Una forma alternativa es el utilitarismo
de las normas, que afirma que el mejor acto es aquel que forme parte de una norma que
sea la que nos proporciona más utilidad.
Muchos utilitaristas argumentarían que el utilitarismo no sólo comprende los actos, sino
que también los deseos y disposiciones, premios y castigos, reglas e instituciones.
Es un tipo particular de utilitarismo que define a la utilidad en términos de satisfacción
de las preferencias. Los utilitaristas de la preferencia afirman que lo correcto a hacer es
aquello que produzca las mejores consecuencias, pero definiendo a las mejores
consecuencias en términos de satisfacción de las preferencias.
Según la ética utilitarista, a diferencia de la hedonista que hemos puesto como ejemplo,
nuestras acciones han de estar orientadas a la consecución de la máxima felicidad para
el mayor número de personas. Este fin es, a su vez, un procedimiento decisorio que, a la
hora de enfrentarnos a un dilema moral, ha de ayudarnos a decidir el curso de acción
más adecuado con respecto a este objetivo.
Aunque Kant desarrolla su teoría ética a través de toda su obra, es definida más
claramente en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Crítica de la razón
práctica y Metafísica de las costumbres. Como parte de la tradición de la Ilustración,
basó su teoría ética en la creencia de que la razón debería usarse para determinar cómo
debería obrar una persona. No intentó prescribir una acción específica, sino que enseñó
que la razón debe usarse para determinar cómo comportarse.
Buena voluntad y deber
En el conjunto de sus escritos, Kant construyó las bases para una ley ética a partir del
concepto del deber. Comenzó su teoría ética argumentando que la única virtud que
puede ser incondicionalmente buena es una buena voluntad. Ninguna otra virtud tiene
este estatus debido a que todas las otras virtudes pueden usarse para lograr fines
inmorales (la virtud de la lealtad no es buena si se es leal a una persona malvada, por
ejemplo). La buena voluntad es única en que siempre es buena y mantiene su valor
moral incluso cuando fracasa en el logro de sus intenciones morales. Consideró la buena
voluntad como un principio moral individual que libremente elige usar a las otras
virtudes para fines morales.
Para Kant una buena voluntad es una concepción más amplia que una voluntad que
actúa por deber. Una voluntad que actúa por deber es distinguible como una voluntad
que supera los obstáculos con el fin de cumplir la ley moral. Es por tanto un caso
especial de buena voluntad que se hace visible en condiciones adversas. Kant sostiene
que solo los actos realizados por deber tienen valor moral. Esto no quiere decir que los
actos realizados solamente en conformidad con el deber sean despreciables (estos
todavía merecen aprobación y apoyo), pero las acciones que se realizan por deber
poseen una consideración especial.
La concepción kantiana del deber no implica que las personas realicen sus tareas de
mala gana. Aunque el deber a menudo limita a las personas y las motiva a actuar en
contra de sus inclinaciones, todavía proviene de la voluntad de un agente: desean
mantener la ley moral. Por lo tanto, cuando un agente realiza una acción por deber es
porque los incentivos racionales le importan más que sus inclinaciones opuestas. Kant
deseaba ir más allá de la concepción de la moral como deberes externamente impuestos
y presentar una ética de autonomía, donde los agentes racionales reconocen libremente
las exigencias que la razón les hace.
Deberes perfectos e imperfectos
Al aplicar el imperativo categórico, surgen deberes debido a que el fracaso de
cumplirlos resultará ya sea en una contradicción en la concepción, ya sea en una
contradicción en la voluntad. Los primeros se clasifican como deberes perfectos, los
últimos como imperfectos. Un deber perfecto es cierto siempre: existe un deber perfecto
de decir la verdad, por lo que nunca debemos mentir. Un deber imperfecto permite
flexibilidad: la caridad es un deber imperfecto porque no estamos obligados a ser
completamente caritativos en todo momento, pero podemos elegir las ocasiones y
lugares en los que lo somos. Kant creía que los deberes perfectos son más importantes
que los deberes imperfectos: si surge un conflicto entre deberes, debe seguirse el deber
perfecto.
Imperativo categórico
La formulación primordial de la ética kantiana es el imperativo categórico, de la que
deriva cuatro formulaciones adicionales. Kant hace una distinción entre imperativos
categóricos e hipotéticos. Un imperativo hipotético es uno que debemos obedecer si
queremos satisfacer nuestros deseos: "ir al médico" es un imperativo hipotético, porque
solo estamos obligados a obedecerlo si queremos mejorarnos. Un imperativo categórico
nos obliga a pesar de nuestros deseos: todo el mundo tiene el deber de no mentir,
independientemente de las circunstancias e incluso si hacerlo nos beneficia. Estos
imperativos son moralmente vinculantes ya que se basan en la razón, en lugar de hechos
contingentes sobre un agente. A diferencia de los imperativos hipotéticos, que nos
obligan en la medida en que somos parte de un grupo o sociedad con los que tenemos
deberes, no podemos excluirnos del imperativo categórico porque no podemos optar por
dejar de ser agentes racionales. Le debemos obligación a la racionalidad en virtud de ser
agentes racionales; por lo tanto, el principio moral racional se aplica a todos los agentes
racionales en todo momento.
La primera formulación de Kant del imperativo categórico es el de la universalidad:
Obra solo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley
universal.
Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785)
Cuando alguien obra, es de acuerdo a una regla o máxima. Para Kant, una acción solo
está permitida si uno está deseando que la máxima que permite la acción sea una ley
universal conforme todos obrasen. Las máximas fallan esta prueba si producen una
contradicción en la concepción o en la voluntad cuando son universalizadas. La primera
ocurre cuando, si una máxima fuese universaliza, deja de tener sentido ya que la
"máxima necesariamente se destruiría a sí misma tan pronto como se hiciese una ley
universal". Por ejemplo, si la máxima "Es aceptable romper promesas" se
universalizará, nadie confiaría en ninguna promesa, así que la idea de una promesa
perdería su sentido; la máxima sería autocontradictoria, ya que, cuando universalizada,
las promesas dejan de tener significado. La máxima no es moral porque es lógicamente
imposible de universalizar: no podríamos concebir un mundo en el que esta máxima
fuese universalizada.18 Una máxima también puede ser inmoral si crea una
contradicción en la voluntad cuando se universaliza. Esto no significa que sea
lógicamente contradictoria, sino que la universalización de la máxima conduce a un
estado de cosas que ningún ser racional podría desear. Por ejemplo, Driver argumenta
que la máxima 'No haré caridad' produce una contradicción en la voluntad cuando se
universaliza porque un mundo en el que nadie da a la caridad no sería deseable para la
persona que se comporta bajo esa máxima.
Kant creía que la moralidad es la ley objetiva de la razón: así como las objetivas leyes
físicas exigen acciones físicas (las manzanas caen a causa de la gravedad, por ejemplo),
las objetivas leyes racionales obligan acciones racionales. Por consiguiente, creía que un
ser perfectamente racional también debe ser perfectamente moral, porque un ser
perfectamente racional subjetivamente encuentra necesario hacer lo que es
racionalmente necesario. Debido a que los seres humanos no son perfectamente
racionales (obran en parte por instinto), creía que los seres humanos deben someter su
voluntad subjetiva a las leyes racionales objetivas, lo que llamó la obligación de
sometimiento.
Argumentó que la ley objetiva de la razón es a priori, existente externamente del ser
racional. Del mismo modo que las leyes físicas existen antes de los seres físicos, las
leyes racionales (moral) existen antes de los seres racionales. Por lo tanto, según Kant,
la moral racional es universal y no puede cambiar dependiendo de las circunstancias.
análoga a la justificación de los hechos. Sin embargo, todo el proyecto se realiza como
una reconstrucción racional de la intuición moral. Alega que sólo reconstruir las
orientaciones normativas implícitas que orientan a las personas y afirma acceder a esto a
través de un análisis de la interacción comunicativa.
La ética discursiva aspira a fundar un principio moral que no esté basado en intuiciones
o comprensiones de una época o cultura determinada, sino que tenga validez universal.
Pese a su pretensión de universalidad, es una ética modesta. Es una ética universalista
de la justicia, esto es, "una ética del razonamiento normativo abstracto basado en
principios y especializada en cuestiones que afectan al bien común". No abarca, por
tanto, todas las cuestiones de los usos de la razón práctica y excluye las cuestiones
pragmáticas o prudenciales. Está orientada, dicho de modo algo más preciso, "a la
clarificación de expectativas legítimas de comportamiento en vista de conflictos
interpersonales que, en virtud de intereses contrapuestos, perturban la vida en común.
Se trata de un discurso restringido a la fundamentación y utilización de normas que
determinan los derechos y las obligaciones recíprocos". La ética discursiva encuentra,
en consecuencia, su prolongación en el ámbito del derecho (en el desarrollo de la teoría
discursiva del derecho son especialmente relevantes las aportaciones de Robert Alexy y
Klaus Günhter) y en el de la política, en donde adopta la forma de democracia
deliberativa.
La ética discursiva muestra un perfil propio y aparece como primus inter pares sólo
cuando se exige una ética del trato racional con diferencias radicales de opinión moral y
con el conflicto intermoral, porque es capaz de fundamentar cómo se puede llegar a
alcanzar un medio de conciliación (" discurso moral") si deseamos superar los límites
estrechamente definidos de las opiniones morales y las posiciones éticas fundamentales.
De esta forma, la ética discursiva evita cualquier Paternalismo moral en el cual las
restantes posiciones fundamentales y sus respectivas opiniones morales han caído
inevitablemente al confrontarse con el pluralismo moral.
Iusnaturalismo ético
Utilitarismo
Hedonismo
Utilitarismo
Iusnaturalismo ético
Utilitarismo
Formalismo
Ética discursiva
No No cognoscitiva Emotivismo
Intelectualismo moral
Según esta teoría, conocer el bien es hacerlo: sólo actúa inmoralmente el que desconoce
en qué consiste el bien. Puede comprobarse que esta teoría es doblemente cognitivista,
ya que no sólo afirma que es posible conocer el bien, sino que además defiende que este
conocimiento es el único requisito necesario para cumplirlo. El filósofo
griego Sócrates fue el primero en mantener dicha postura ética, Para este pensador, no
sólo el bien es algo que tiene existencia objetiva y validez universal, sino que, además,
al ser humano le es posible acceder a él. Así pues, Sócrates concibe la moral como
un saber. De la misma forma que quien sabe de carpintería es carpintero y el que sabe
de medicina es médico, sólo el que sabe qué es la justicia es justo. Por lo tanto, para este
filósofo no hay personas malas, sino ignorantes, y no hay personas buenas si no son
sabias.
Eudemonismo
Muchas veces habrás preguntado para qué sirve tal o cual cosa, pero, en ocasiones, esta
pregunta es absurda. Así, si preguntamos para qué sirve la felicidad, la respuesta sería
que, para nada, pues no es algo que se busque como medio para otra cosa, sino que se
basta a sí misma, es un fin. Las éticas que consideran la felicidad (eudaimonía) el fin de
la vida humana y el máximo bien al que se puede aspirar son eudemonistas. Ahora bien,
decir que el ser humano anhela la felicidad es como no decir nada, pues cada uno
entiende la felicidad a su modo. Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en
defender el eudemonismo. Pero ¿qué entendía Aristóteles por felicidad? Todos los seres
tienen por naturaleza un fin: la semilla tiene como fin ser un árbol; la flecha, hacer
diana... No podría ser menos en el caso del hombre. Como lo esencial del hombre (lo
que le distingue) es su capacidad racional, el fin al que por naturaleza tenderá será
la actividad racional. Así pues, la máxima felicidad del ser humano residirá en lo que
le es esencial por naturaleza: la vida contemplativa, es decir, el ejercicio teórico de la
razón en el conocimiento de la naturaleza y de Dios, y en la conducta prudente, que se
caracteriza por la elección del término medio entre dos extremos, el exceso y el defecto
Hedonismo
La palabra hedonismo proviene del griego hedoné, que significa placer. Se considera
hedonista toda doctrina que identifica el placer con el bien y que concibe la felicidad en
el marco de una vida placentera. Aunque existen muchas teorías, suelen diferir entre
ellas por la definición propuesta de placer. Los cirenaicos formaron una escuela iniciada
por un discípulo de Sócrates, Aristipo (435 a.C). Según este filósofo, la finalidad de
nuestra vida es el placer, entendido en sentido positivo como goce sensorial, como algo
sensual y corporal, y no como fruición intelectual ni como mera ausencia de dolor. Al
igual que los anteriores, el epicureismo identifica placer y felicidad. Sin embargo, a
diferencia de estos, Epicuro define el placer como la mera ausencia de dolor. No se
trata, pues, de buscar el placer sensual del cuerpo, sino la ausencia de pesar del alma.
Esta serenidad o tranquilidad del alma (ataraxia) es el objetivo que debe seguir todo ser
humano. ¿Cómo alcanzarla? El sabio que se conduce razonablemente y no escoge a lo
loco lo que pueden ser sólo aparentes placeres logrará una vida más tranquila y feliz.
Estoicismo
En un sentido amplio, pueden considerarse estoicas todas las doctrinas éticas que
defiendan la indiferencia hacia los placeres y dolores externos, y la austeridad en los
propios deseos. Ahora bien, en un sentido estricto, se conoce como estoicismo tanto la
corriente filosófica grecorromana, iniciada por Zenón, como la teoría ética mantenida
por estos filósofos La ética estoica se basa en una particular concepción del mundo: éste
se encuentra gobernado por una ley o razón universal (logos) que determina el destino
de todo lo que en él acontece, lo mismo para la naturaleza que para el ser humano. Por
lo tanto, el ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede
controlar y ante el que sólo puede resignarse. Esta es la razón de que la conducta
correcta sólo sea posible en el seno de una vida tranquila, conseguida gracias a
la imperturbabilidad del alma, es decir, mediante la insensibilidad hacia el placer y
hacia el dolor, que sólo será alcanzable en el conocimiento y la asunción de la razón
universal, o destino que rige la naturaleza, y, por tanto, en una vida de acuerdo con ella
Iusnaturalismo ético
Se puede calificar de iusnaturalista toda teoría ética que defienda la existencia de
una ley moral, natural y universal, que determina lo que está bien y lo que está mal.
Esta ley natural es objetiva, pues, aunque el ser humano puede conocerla e
interiorizarla, no es creación suya, sino que la recibe de una instancia externa. Tomás
Aquino es el filósofo que ha mantenido de forma más convincente el iusnaturalismo
ético. Según este filósofo, Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza y, por
ello, en su misma naturaleza le es posible hallar el fundamento del comportamiento
moral. Las personas encuentran en su interior una ley natural que determina lo que está
bien y lo que está mal, gracias a que ésta participa de la ley eterna o divina.
Formalismo
Son formales aquellos sistemas que consideran que la moral no debe ofrecer normas
concretas de conducta, sino limitarse a establecer cuál es la forma característica de toda
norma moral. Según Inmanuel Kant, sólo una ética de estas características podría
ser universal y garantizar la autonomía moral propia de un ser libre y racional como el
ser humano. La ley o norma moral no puede venir impuesta desde fuera (ni por la
naturaleza ni por la autoridad civil...), sino que debe ser la razón humana la que debe
darse a sí misma la ley. Si la razón legisla sobre ella misma, la ley será universal, pues
será válida para todo ser racional. Esta ley que establece como debemos actuar
Este problema está encaminado a caracterizar al acto moral. Entre las preguntas que se
formula están: ¿qué es un acto moral?; ¿cuáles son las condiciones o requisitos que
reclama un acto moral?; ¿cuáles son los elementos esenciales que conforman al acto
moral?
El acto moral, como se verá, entraña todo un proceso en que se interrelacionan una serie
de elementos o pasos. Podríamos definirlo diciendo que es el proceso mediante el cual
un sujeto moral realiza un comportamiento susceptible de ser valorado bajo un sentido
moral (bueno o malo).
En relación con los requisitos que nos permiten efectuar un acto moral, cabe mencionar
la conciencia del sujeto, su inteligencia, su voluntad y su libertad. Un acto adquiere el
calificativo de moral cuando ha sido realizado en una forma consciente, voluntaria y
libre. De esta manera la inteligencia en cuanto permite a la persona conocer lo que está
por realizar y la voluntad que hace apetecer, querer, amar, odiar, rechazar la acción u
objeto y la libertad que implica hacer u obrar, son las condiciones fundamentales y
necesarias en la esencia del acto moral; atendiendo a estas consideraciones, el acto de
un individuo que ha sido realizado bajo una coacción interna o externa no cae en la
esfera de la moral. Lo mismo podemos decir de los actos inconscientes. Frecuentemente
se dice: las acciones de los niños (seres sin plena conciencia moral), de dementes no
tiene calidad moral, pues ellos no saben lo que hacen.
Según John Dewey, en su obra Teoría de la moral, los requerimientos que debe poseer
un sujeto para realizar un acto moral son:
Estructura del acto moral. Siguiendo los lineamientos que presenta A. Sánchez
Vázquez, pueden distinguirse los siguientes elementos que integran el acto moral:
a) El primer elemento del acto moral es el sujeto moral. El sujeto moral es un individuo
dotado de conciencia moral. Este sujeto no es un ente abstracto o ideal, sino un ser
concreto, ubicado en una determinada circunstancia histórica y social. Por ello también
se le llama sujeto real.
b) Motivos o intensiones. Cuando nos preguntamos qué es lo que nos lleva a actuar o a
perseguir un determinado fin, nos estamos refiriendo a los motivos o intenciones de
nuestros actos. Podemos decir que un mismo acto puede realizarse por diferentes
motivos: buenos o malos, conscientes o inconscientes. Pero, en todo caso, los motivos
inconscientes son desterrados del mundo moral, por lo que, el acto moral, se centrará
solamente en los motivos conscientes del sujeto.
Los motivos o intenciones constituyen uno de los factores más interesantes del acto
moral por las discusiones que han suscitado. Por ejemplo, las teorías motivistas o éticas
de los motivos o de las intenciones consideran que lo bueno de una acción descansa en
los motivos del sujeto. Como representante de esta postura tenemos a Kant. Según la
teoría motivista, podemos hablar de los actos que son realizados con buenas
intenciones, pero cuyos resultados no son, por diversas circunstancias, buenos o
positivos. Estos actos, a pesar de todo, serán positivos. En cambio, se puede hablar de
actos que son realizados con malas intenciones y cuyos resultados, a la postre, son
exitosos y hasta juzgados como buenos. Sin embargo, como estos actos no surgieron de
una intensión o motivación positiva debemos calificarlos como malos.
c) Conciencia del fin que se persigue. Se entiende por ello la anticipación ideal del
resultado que se pretende alcanzar. La conciencia del fin le da al acto moral el carácter
de voluntario.
El sujeto moral tiene capacidad para sopesar los alcances, las consecuencias, las
secuelas que pueda traer consigo su acto moral y de esta manera poder prever con
anticipación situaciones indeseables que en muchos casos pueden ser graves.
Cabe señalar que este momento del acto moral es de vital importancia para cualquier
sujeto moral, puesto que todavía no se ha realizado efectivamente el acto, pudiendo, así,
orientarlo hacia un sentido más positivo.
Por ejemplo, dos sujetos visitan a un amigo mutuo que está enfermo:
• El primero espera que su visita reconforte y apoye moralmente a su amigo
• El segundo, en cambio, espera que, mediante su visita, su amigo –que es persona
influyente- lo tome en cuenta para procurarle un ascenso en la vida política.
d) Decisión. La decisión le otorga al acto moral su carácter autónomo y voluntario, ya
que la decisión debe ser expresión de la propia voluntad y responsabilidad del sujeto, y
no de una voluntad ajena (heteronomía). Podríamos definir la decisión como la
capacidad que tiene el sujeto para actuar por sí mismo, en concordancia con lo que cree
que es la mejor elección o alternativa.
e) Elección. La decisión implica una elección entre varios fines posibles. En un acto
moral uno siempre se pregunta: ¿Cuáles son los fines preferibles para llevar a cabo el
acto? Un ejemplo de elección es el que nos proporciona Dewey en su obra ya citada:
“Una persona va a abrir una ventana porque siente necesidad de aire fresco; ningún acto
podría ser más natural”, más moralmente indiferente en apariencia. Pero recuerda que
su acompañante es un minusválido muy sensible a las corrientes de aire. Ve ahora su
acto bajo dos aspectos diferentes, dotados de dos valores distintos y tiene que hacer una
elección. ¿Cuál es el fin adecuado: la satisfacción de un placer personal o la satisfacción
de las necesidades de otro? Podemos observar, a propósito de la elección, que para una
ética como la de Sartre (existencialismo ateo) la elección viene siendo un elemento
crucial.
Como el hombre está condenado a ser libre no puede substraerse de la elección. Solo
que no hay una guía o norma necesaria que nos sirva de apoyo para realizar cada
elección. La elección descansa en la pura libertad del sujeto. Este es el sentido de su
frase “El hombre inventa al hombre”.
f) Medios. Se necesita, además, la conciencia de los medios para realizar el fin
escogido.
Los medios deben ser tan morales como los fines. Recuérdese que Maquiavelo
considera que los fines justifican los medios; si el asesinato o la conspiración piensa,
conducen al fortalecimiento del Estado, entonces éstos son buenos por haber
demostrado su efectividad.
g) El resultado. El empleo de los medios permite alcanzar, al fin, el resultado deseado.
El acto moral se consuma en el resultado, o sea, en la realización de fin perseguido.
Es preciso recordar aquí las teorías consecuenciales o éticas de los resultados, que
sostienen que la licitud o ilicitud de una acción dependen únicamente del resultado, o
consecuencia, que tenga (por ejemplo, el utilitarismo). Dentro de este criterio el
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