Deontologia Cartilla

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Origen etimológico de la ética.

El término ética se deriva de la palabra griega “ethos”, las acepciones históricas más comunes:

• “Lugar habitado por hombres y animales” (Homero)


• “Lugar o morada”. “La morada o ethos del hombre es el ser” (Heidegger)
• “Fuente de vida de la que manan actos singulares” (Zenón de Citio)
• “temperamento, carácter, hábito, modo de ser” (Aristóteles)

El origen etimológico del término ética puede aclarar ulteriormente la naturaleza de esta
ciencia. Ética es un término, que aparece ya en el título de los tres tratados morales del
corpus aristotélico (Ética a Nicómaco, Ética a Eudemo y Gran Ética). Procede, del vocablo
griego êthos que en primer lugar significaba, primitivamente, residencia, morada, lugar
donde se habita. Se usaba, sobre todo en poesía, con referencia a los animales, para aludir a
los lugares donde se crían y encuentran, a los de sus pastos y guaridas. Después, se aplicó a
los pueblos y a los hombres para referir a su país o patria. Este sentido fundamental de
ethos como lugar exterior o país en que se vive pasaría a significar posteriormente, en la
época aristotélica, el lugar que el hombre lleva en sí mismo, el de su actitud interior, el de
su referencia a sí mismo y al mundo. Aristóteles advierte êthos que procede a su vez de
éthos que se traduce por hábito o costumbre. Ello nos permite precisar que el carácter o
modo de ser del que aquí hablamos no es el temperamento o la constitución psicobiológica
innata, sino la forma de ser que la persona adquiere para sí misma a lo largo de su vida,
emparentada con el hábito (héxis), que es bueno (virtud) o malo (vicio). Aristóteles señala
que la ética no es un tratado teórico, sino que es relativo a las acciones (práxeis) y al modo
de realizarlas, ya que son ellas las que determinan la calidad de los hábitos.
La etimología del vocablo Ética nos permite completar la noción de ética con dos
aspectos nuevos. Por una parte, la ética no es tratado práctico, porque refiere a las acciones
humanas y a la vida moral no sólo para conocerlas, sino principalmente para dirigirlas. Por
otra parte, la ética considera las acciones humanas en su relación con el modo de ser
(éthos) que la persona adquiere a través de ellas.

Lo ético comprende la disposición del hombre en la vida, su carácter, costumbre y moral, tal y
como puede extraerse de las anteriores acepciones. Se puede traducir como “el modo o forma
de vida” en el sentido más profundo de su significado.

Ethos significa carácter, pero no en el sentido de cualidad sino en el sentido “del modo
adquirido por hábito” (Aranguren, 1995, pág. 133). Lo que significa que el carácter se logra
mediante el hábito y no por naturaleza, por ello suele llamársele “segunda naturaleza”.
Dichos hábitos nacen por repetición de actos iguales, en otras palabras, los hábitos son el
principio intrínseco de los actos.

Debe agregarse aquí el término moral (que se abordará ampliamente en los apartados
siguientes), para poder comprender a plenitud la concepción del ethos. La moral procede del
latín “mos”, que también significa costumbre, hábito, en el sentido de conjunto de normas o
reglas adquiridas por medio del hábito.
Lecciones de ética y deontología

En la terminología de la palabra ética encontramos no solo la diferencia entre ética y moral


sino fundamentalmente el significado profundo de la ética como ciencia filosófica. La palabra
ética proviene del griego ethos que tiene el significado de carácter o modo de ser
(Aristóteles). Retengamos esta palabra de carácter, pero no en el sentido biológico de
temperamento dado con las estructuras psicológicas, sino en el modo de ser o forma de vida
que se va adquiriendo, apropiando, incorporando a lo largo de la existencia, ¿Cómo acontece
esta apropiación?, es la etimología quien nos dice según hace notar Aristóteles ethos deriva de
carácter o modo de ser y a su vez de ethos que significa habito o costumbre, por lo cual quiere
decir que el carácter se logra mediante el hábito, que el carácter no es como el pathos
(temperamento) dado por naturaleza sino adquirido por habito (virtud o vicio). Acabamos de
decir que el carácter se adquiere mediante el hábito, pero a su vez los hábitos nacen de la
repetición de actos iguales. Más recíprocamente, los hábitos constituyen el principio
intrínseco de los actos. Parece haber, pues, un circulo ethos (carácter), hábitos y actos, así se
comprende cómo es preciso resumir las dos variantes de acepción usual de lo que se entiende
por ética, la que se ve en este principio de los actos y la que se concibe como su resultado,
ethos es carácter, acuñado, impreso en el alma por hábito. Pero de otra parte el ethos es
también, a través del hábito fuente de los actos. Esta tensión, sin contradicción definiría el
ámbito conceptual de la idea central de la ética.

La ética clásica y moderna se ha ocupado constantemente de los actos morales y de los


hábitos (virtudes y vicios) y ha preferido el ethos (hábito) traduciéndolo con la palabra latina
héxis (habitus), sin embargo, cabe señalar que la palabra héxis no tiene el significado ethos
(hábito) sino que tiene un sentido natural refiriéndose al cuerpo constitución, que nosotros
hemos llamado talante (temperamento).

En latín no hay una palabra para traducir ethos (carácter) y ethos (hábito), sino que ambas se
expresan con la misma palabra mos, esta indiferenciación verbal ha tenido, gran influencia en
una concepción ulterior de la ética.

La ética puede presentarse de dos posturas la ethica docens (ética sistematica) y la ethica
utens (moral vivida), esto se debe a que algunos profesores de ética se olvidan que la ética no
crea su objeto de estudio, sino que se limita a reflexionar sobre él. Por lo cual la ética se vale
de la psicología de la antropología de la sociología y de otros conocimientos para comprender
el acto moral. Así se puede comprender como dice Santo Tomás los que apetecen el mal no lo
apetecen sino bajo razón de bien, es decir en cuanto lo estiman bueno asi la intención de ellos
va per se al bien, aunque per accidens caiga sobre el mal. La vida del hombre forma un todo,
de tal modo que cada uno de nuestros actos lleva en si el peso de la vida entera, por lo cual las
virtudes son la fuerza moral, que se adquieren, se sostienen y se apropian en la vida. Por ello
el objeto formal de la ética es lo que nosotros viviendo hemos hecho de nosotros mismos, el
carácter o modo de ser del que nos hablará Aristóteles.

Ética: definición
Rama de la filosofía cuyo objeto de estudio es la moral. Si por moral hay que entender el
conjunto de normas o costumbres (mores) que rigen la conducta de una persona para que
pueda considerarse buena, la ética es la reflexión racional sobre qué se entiende por conducta

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buena y en qué se fundamentan los denominados juicios morales. Las morales, puesto que
forman parte de la vida humana concreta y tienen su fundamento en las costumbres, son
muchas y variadas (la cristiana, la musulmana, etc.) y se aceptan tal como son, mientras que
la ética, que se apoya en un análisis racional de la conducta moral, tiende a cierta
universalidad de conceptos y principios y, aunque admita diversidad de sistemas éticos, o
maneras concretas de reflexionar sobre la moral, exige su fundamentación y admite su crítica,
igual como han de fundamentarse y pueden criticarse las opiniones. En resumen, la ética es a
la moral lo que la teoría es a la práctica; la moral es un tipo de conducta, la ética es una
reflexión filosófica (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

De la concepción propuesta anteriormente, puede evidenciarse un triple carácter de la ética: el


racional, el práctico y el científico.

Carácter racional.

El carácter racional que robustece a la ética sostiene que

La ética no es producto de la emoción o del instinto. Tampoco es el resultado de una


intuición del corazón, ni mucho menos de la pasión. La ética tiene como órgano básico la
razón. Y es que… para encontrar la razón de ser de algo, la facultad justamente indicada es la
razón. Solamente así se puede garantizar el nivel científico de la ética y, por tanto, el acuerdo
unánime de los hombres en determinados juicios.
El carácter racional viene dado entonces por el uso de la razón. La ética no es una ciencia
experimental, sino racional, ya que fundamenta sus modelos éticos por medio de la razón.
Ésta razón nos proporciona causas, razones, el porqué de la bondad en una conducta
realizada.

La ética va a aparecer, desde el proceso combinado de reflexión sobre el hecho moral en


sentido más estricto. La reflexión exige el análisis, la crítica y la fundamentación desde la
racionalidad para constituir la teoría.

Carácter práctico.

La ética es una ciencia práctica, eso quiere decir que es para vivirla en el día a día de nuestra
existencia, con ello se pretende llevar a la concreción en la realidad cotidiana aquello que
teóricamente se construye, buscando mejorar la situación de ser y estar en el mundo,
favoreciendo la convivencia en sociedad y el desarrollo de la propia persona.

No es lo mismo saber simplemente por saber que saber para actuar. La ética es un saber para
actuar. La contemplación puramente teórica del asunto no es la finalidad de la ética, va más
allá y sólo cumple su finalidad propia cuando se encarna en la conducta humana.

Carácter científico.

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Para que una ciencia sea una ciencia se requiere que cumpla mínimamente con tres
condiciones: que tenga un objeto de estudio propio, que sea autónoma y que tenga un método
de estudio particular para estudiar su objeto.

El objeto de estudio de la ética.

El objeto de estudio de cualquier ciencia está compuesto por el objeto material y el objeto
formal. El objeto material, tema o materia a tratar (la cosa que se estudia) puede ser un punto
coincidente de varias ciencias, por el ejemplo las ciencias humanas que se encuentran en el
estudio del hombre, de esta manera dos o más ciencias pueden convenir en un mismo objeto
material de estudio. Lo que diferencia a una ciencia de otra es su objeto formal, aspecto del
tema o materia a tratar (el aspecto de la cosa que se estudia).

Tal y como se presenta en la definición el objeto de estudio de la ética es la moral, pero éste
ha de ser descompuesto como en toda ciencia, en material y formal.

Objeto material de la ética.

EL ACTO HUMANO El término 'acto' es uno de los vocablos de más larga y complicada
historia. En el lenguaje común designa al hecho o acción. La primera precisión sobre este
punto procede de Aristóteles. Éste entiende por acto lo que se opone a potencia. La
contraposición entre acto y potencia puede ser equiparada a la que hay entre forma y
materia. El acto es, en suma, energía, acción, y como tal puede tener diversos grados según
la mayor o menor aproximación al ser inteligente que lo conforma o determina
El Diccionario Filosófico de Ferrater Mora, cuando se refiere al acto ético, nos dice que es un
“acontecimiento debido a la intervención de un ser susceptible de calificación moral, y no
solamente a causas físicas: un acto de valor, en este sentido, puede consistir no en movimiento
perceptible, sino al contrario, en una inhibición”. Es en la Teología donde encontramos una
diferenciación entre acto humano, que procede de la deliberada voluntad del hombre, y acto
del hombre, que corresponde a toda acción ejecutada sin deliberación y, como propia del
instinto, no lo hace responsable en el fuero de su conciencia. El Diccionario de la Real
Academia de la Lengua nos indica su uso corriente con el significado de hecho o acción.
También en ese sentido el acto que realiza el hombre por acción, por omisión o por
pensamiento, aceptado en forma voluntaria por la conciencia, debe ser ético, es decir, debe
merecer la calificación de moral. Elementos del acto humano: Todo hecho o acto moral revela
tres elementos constitutivos: entendimiento, voluntad, y libertad (ejecución). El entendimiento
es uno, pero en él distinguimos, según Aristóteles, un entendimiento especulativo y un
entendimiento práctico. "El primero se relaciona con las cosas universales y necesarias y su
objeto es la verdad. El segundo considera las cosas particulares y su objeto es el modo de
actuar en determinadas circunstancias. Es decir, el entendimiento especulativo es la facultad
de entender y captar los principios, logrando las conclusiones por medio del raciocinio; el
segundo, en cambio, delibera y juzga lo que conviene hacer en determinadas circunstancias."
El segundo elemento del acto moral es la voluntad, la facultad de querer tomar una
determinación luego de haber analizado, mediante el conocimiento, las razones que motivan
el acto. Según Santo Tomás, el acto voluntario es "el que procede de un principio intrínseco

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con conocimiento y fin". Es decir, es un acto realizado sin ningún tipo de coacción, por lo
que el hombre es plenamente responsable del mismo.
El tercer elemento es la libertad que plantea la cuestión de la ejecución del acto, que consiste
no solamente en la realización o efectivización en el momento, sino que se lleve a cabo en la
forma y con los medios previstos. Cuando el acto confiere un mandato de hacer o de no hacer,
el mandante debe controlar cómo se ejecutó, porque de nada vale mandar a realizar un acto si
luego no es controlado y si no existe penalidad alguna por el incumplimiento. Conciencia
moral: Cuando no se trata de un acto reflejo (por ejemplo, caminar, vestirse diariamente) es
necesario recurrir a 'la conciencia moral', que tiene su origen en el conocimiento del problema
que motiva el acto. Ella nos indica si corresponde realizarlo, conforme al fin que se persigue y
a los medios materiales con que se cuenta. Pero por sobre todas las cosas, debe analizarse la
capacidad, autoridad y libertad que se posee. Luego de encontrar conformidad entre lo que se
quiere hacer y la conciencia, recién se está en condiciones de ejecutar el acto. La prisa y la
imprudencia nunca son buenas consejeras. Libertad: Consideramos a la libertad como la
facultad natural que posee el hombre de obrar de una manera, de otra, o de no obrar, sin
ninguna coacción. El problema de la libertad es uno de los temas centrales de reflexión en las
ciencias filosóficas, antropológicas, políticas y económicas. La libertad es un componente
esencial del hombre. Únicamente obrando con libertad puede llegar el hombre a ser ético. El
concepto de libertad comprende la capacidad que el hombre tiene de disponer de sí mismo, es
decir, de autodeterminarse. En su existencia concreta el hombre experimenta a un tiempo su
doble condición de ser libre y de ser condicionado. El punto de partida de la reflexión
filosófica de esta cuestión ha sido el análisis de la voluntad y de su mecanismo de acción. En
otras palabras, la voluntad es una potencia. La libertad, como capacidad del hombre de elegir,
es inherente a la voluntad como tendencia natural. El objeto de esta elección es el bien,
respecto al cual la voluntad no puede dejar de sentir necesidad.
Por otra parte, ante los bienes particulares, la voluntad tiende a romper la indeterminación y
determinarse por sí sola. La libertad es precisamente este poder de autodeterminación que se
funda en el dinamismo que orienta hacia el sumo bien. Es evidente que tal libertad de elección
tiene su raíz en la razón y en la capacidad del hombre de aprehender el bien universal y medir
la distancia existente entre este último y cada uno de los bienes particulares. (12) El hombre,
en la conciencia misma de su ser, experimenta la antinomia de su apertura hacia el infinito y
de los límites de su naturaleza humana. Esta es la fuente de su inquietud. Ser y hacerse
constituyen los dos polos dialécticos de la existencia humana. Todo hombre vive cuando tiene
aspiraciones y hace proyectos. Ahora bien, el hombre advierte que no puede hacerse, que no
puede llegar a ser él mismo en sus actos de libertad, si no es en relación con los demás y con
el mundo. Él está llamado a realizar su vocación fundamental: ser cada vez él mismo.

El objeto material de la ética son los actos morales1, es decir, los actos humanos libres y
conscientes, medidos y regulados por la regula morum.

“La ética enfoca sus actividades en esa zona netamente humana, como es la conducta
del hombre, su realización como hombre, sus decisiones libres, sus intenciones, su
búsqueda de la felicidad, sus sentimientos nobles, heroicos, torvos o maliciosos. Éste
es el objeto material de la ética”.

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La preocupación primera entonces ha de ponerse precisamente en los “actos”.

En latín la distinción entre el carácter o modo de ser apropiado y el hábito o costumbre como
su medio de apropiación, no aparece tan clara (Aranguren, 1995, págs. 133 -134), porque la
palabra la palabra “moris”, como ya se ha visto, traduce a la vez a ethos, por ello la noción de
ethos se debilita y pasa a significar habitus.

Con respecto al hábito, Aranguren afirma que:

Hay que traducirlo a la manera de Santo Tomás como habitud, que significa, primeramente,
“haber” adquirido y apropiado; pero significa además de este “haber” consiste en
“habérselas” de un modo o de otro, consigo mismo o con otra cosa; es decir, en una
“relación”, en una “disposición a” que puede ser buena o mala. Los hábitos consisten, pues,
en disposiciones difícilmente admisibles para la pronta y fácil ejecución de los actos
correspondientes. Los hábitos se orden, pues, a los actos, y, recíprocamente, se engendran por
repetición de actos (Aranguren, 1995, pág. 136).

Por otra parte, y al vincular los conceptos de hábito y acto, el mismo autor sostiene que:

Hay pues un “círculo virtuoso” entre ethos (modo ético de ser), hábitos y actos, puesto que el
primero sustenta a los segundos y estos son los “principios intrínsecos de los actos”. En
efecto si ethos es el carácter adquirido por hábito, y el hábito, nace por repetición de actos
iguales, ethos es a través del hábito “fuente de los actos” ya que será el carácter, obtenido (o
que llegamos a poseer –héxis) por la repetición de actos iguales convertidos en hábito
(Aranguren, 1995, pág. 136).

Concluyendo que:

Los actos, por pequeños que sean, no nacen por generación espontánea, ni existen por sí
mismos, sino que pertenecen a su autor, el cual tiene una personalidad, unos hábitos, una
historia que gravitan sobre cada uno de estos actos (Aranguren, 1995, pág. 136).

En síntesis, se puede decir que el objeto material de estudio de la ética lo constituyen los
actos, los hábitos, la vida en su totalidad unitaria y lo que de ella retenemos apropiándonoslo,
a saber, el éthos, carácter o personalidad moral (Aranguren, 1995, pág. 199).

Objeto formal de la ética.

El objeto formal lo constituirán los actos humanos en cuanto ejecutados por el hombre y
regulados y ordenados por él para percibir la bondad o la maldad de esos actos. En este
sentido se sostiene que:

El objeto formal se descompondría en el estudio del objeto material en su especificación


moral. Es decir, los actos en cuanto buenos o malos; los hábitos en cuanto virtudes o vicios;
las formas de vida desde el punto de vista moral y, en fin, lo que a lo largo de la vida hemos
querido y logrado o malogrado ser (Aranguren, 1995, pág. 199).

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Si se consideran los actos en sí mismos, aisladamente, los actos tendrán de bondad lo que
tengan de realidad, y serán malos en la medida en que no alcancen la plenitud de ésta (ética-
metafísica). Si se consideran referidos a su autor, dentro de la secuencia temporal de la vida,
serán buenos en cuanto contribuyan a la perfección de su realidad personal, a la planificación
de sus éthos o carácter moral.

Aspectos relevantes a tomar en cuenta respecto al aporte del objeto material al formal de la
ética:

• La plenitud de la realidad es lo que da la especie moral, a saber, el objeto adecuado o


conveniente a la razón, el objeto racional o razonable.
• Los actos se especifican por las circunstancias, quedando por tanto fuera de su
sustancia.
• Los actos humanos se especifican moralmente por el fin que, al ejecutarlos, movió a
su autor.

En resumen: el objeto otorga a las acciones su bondad intrínseca; las circunstancias que en el
acto concurren pueden modificar, también intrínsecamente, esta bondad. Y el fin también da
o quita bondad, pero por modo extrínseco (Aranguren, 1995, pág. 200).

Autonomía de la ética.

Con respecto a ésta característica, todas las ciencias que se constituyan como tales han de
establecer sus propias leyes, principios y metodologías.

Hay que aclarar que no existe una sola ciencia que sea estrictamente autónoma, ya que no hay
ciencias aisladas..., esta autonomía o independencia es relativa, es decir, todas las ciencias,
unas más que otras, se retroalimentan, pero nunca una ciencia busca imponerle sus leyes y
principios a otra, su campo de estudio, material o formal, está bien determinado. Se puede sí,
en esa autonomía relativa, retomar los resultados que ofrece la investigación de otra ciencia u
otras ciencias y no por ello perderla o ser dependiente.
(Ibarra Barrón, 1998, págs. 22-23)

Método de estudio.

La posibilidad de la unificación de un método para el estudio de las ciencias se alcanzó con la


introducción por Descartes de su “método”. Hasta entonces, las ciencias diferían no sólo en el
objeto sino también en el método particular al que recurrían para estudiar su objeto. La
introducción de ese método, hoy reconocido como científico, en sus múltiples adecuaciones,
ha permitido hacer posible la “comunicabilidad de las ciencias”. Si bien es cierto que el
método científico tiene características propias, cada ciencia, a partir de su objeto de estudio, lo
adapta para obtener los resultados que busca.

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Se extrae entonces que la utilización de un método en particular está, determinado, en


principio, por el mismo objeto de estudio y, en segundo lugar, entre otras razones, por
intereses del investigador, por sus objetivos. Entre otros pueden mencionarse: analítico,
sintético, deductivo, inductivo, mayeútico, dialéctico, fenomenológico, trascendental, de
análisis lógico, psicoanalítico, de las ciencias racionales, de las experimentales, de las del
espíritu.
(Ibarra Barrón, 1998, págs. 22-23)

La ética, como ciencia, no se reduce a un conjunto de normas y prescripciones. Su tarea es


investigar, sistematizar, ordenar y esclarecer, un tipo de práctica humana: la moral.

Al estudiar la moral, la ética se encuentra con una experiencia histórico – social múltiple y
variada, es decir, una serie de morales efectivas, ya dadas, las cuales, para su explicación,
necesitan de un tratamiento científico que determine su esencia, las condiciones objetivas y
subjetivas del acto moral, las fuentes de valoración moral, la naturaleza y función de los
juicios morales, los criterios de justificación de dichos juicios y el principio que rige el
cambio y la ausencia de los diferentes sistemas morales (Ibarra Barrón, 1998, págs. 24-25).

La Persona Como Sujeto De La Actividad Moral

Persona es sustancia individual de naturaleza racional. La ética señala la razón para


subrayar la inconmensurabilidad de la persona humana con respecto a las cosas y a los
otros seres vivos. Por estar dotado de conocimiento intelectual y de voluntad libre el
hombre es sujeto moral.
La persona es una doble unidad de dos co-principios (alma y cuerpo) que también se
revela en el plano de la acción. Unidad de naturaleza y unidad de ser. Unidad de naturaleza
en cuanto que el hombre actúa como una sola naturaleza, unidad de ser en cuanto que cada
hombre es solamente un ser singular.
La persona tiene un sí mismo donde permanecen los efectos de las acciones u actos
realizados por ella y que la afectan en su totalidad (unidad).Esto se entiende a partir de
que la persona es el origen y el sujeto de la acción propiamente dicha, y que en la acción
humana manifiesta el dinamismo específico de la persona, pero también en el hecho de que
la persona propia y ajena es también objeto de la acción y no sólo sujeto de ella.

Teoría De La Acción Voluntaria

Es aquella acción que procede de un principio intrínseco con conocimiento formal del
fin.
Procede de un principio intrínseco: la acción tiene su origen en una facultad apetitiva
del sujeto agente, que actúa por tanto desde dentro de él y por ello se distingue de la
acción coacta o violenta, que es originada por la violencia de una causa exterior al
sujeto contra la inclinación o el deseo de éste.
Con conocimiento formal de fin significa, por una parte, que el sujeto agente conoce
aquello en vista de lo cual (el fin) la acción se cumple, y que lo conoce expresamente
bajo la razón de objetivo de su obrar valorando su conveniencia en cuanto tal.
Conocimiento formal del fin significa, por otra parte, que el conocimiento del fin es de

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algún modo el origen de la acción, la acción voluntaria es una acción consciente porque
incluye un juicio intelectual en su estructura intima.
El término fin expresa el objeto propio de la voluntad, la acción voluntaria es
intencional (intencionalidad) que consiste en su esencial apertura hacia los objetos, las
característica de la intencionalidad de la voluntad son
La intencionalidad de la voluntad es consciente, porque la direccionalidad del acto hacia
el objeto es vivida por el sujeto. La persona antes de obrar, proyecta y se representa la
acción. Proyectar y representar son actos de la razón implicados por la actividad
voluntaria.
La intencionalidad de la voluntad es activa porque la relación establecida entre el sujeto
voluntario y el objeto es decidida y puesta por aquél.
La intencionalidad de la voluntad es guiada y ordenada por la razón. El juicio racional
pone en relación la acción o su objeto con un motivo quiero hacer estación porque es
buena o porque es agradable etc.
La voluntad es autorreferencial. La persona queda comprometida como persona en todo
acto de voluntad y por ello toda determinación de la voluntad acerca de un objeto es
siempre también autodeterminación.

Actos elícitos y actos imperados: la doble unidad elícita de la voluntad

La persona tiene en el orden operativo la misma unidad y complejidad que en el orden


entitativo. Por ello cabe distinguir dos tipos de actos voluntarios: los actos voluntarios
elícitos y los actos voluntarios imperados: Son elícitos los actos ejercidos directamente
por la voluntad (amor, odio, etc.), son imperados los actos realizados inmediatamente
por una facultad diversa de la voluntad (la inteligencia, los brazos, los ojos)
Interesa destacar la unidad existente entre los actos elícitos y los actos imperado, la
cual se manifiesta quizás mejor si hablamos de dos tipos de actividad elícita de la
voluntad 1) el acto de la voluntad o acto voluntario como adhesión o rechazo puramente
espiritual de un objeto de la voluntad, 2) el acto de la voluntad o acto voluntario en
cuanto que constituye el alma que informa y vivifica la acción imperada que realiza en
el mundo lo querido.

* La persona, como centro espiritual, toma postura ante un objeto (ama, odia, aprueba,
desaprueba, acepta, rechaza, etc.) con independencia de que la realización del objeto
esté o no en su poder
* La persona pone voluntariamente en movimiento ciertas actividades del espíritu (de
la inteligencia, de la memoria, de la imaginación, etc.) y sobre todo del cuerpo, que
tienden a realizar o a conseguir efectivamente el objeto amado o a destruir lo odiado.

Acción perfectamente voluntaria y acción imperfectamente voluntaria

Acción perfectamente voluntaria es aquélla que cumple las condiciones de la acción


voluntaria. Obra de modo perfectamente voluntario la persona que advierte lo que hace
y que consciente plenamente en su acción.
La acción imperfectamente voluntaria puede originarse de dos modos siguientes.
Presencia imperfecta del conocimiento formal del fin en el momento de la acción. No
nos referimos aquí al caso de de que el conocimiento del fin esté viciado por la

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ignorancia o por el error sino a la existencia de causas o situaciones (como la semi-


somnolencia, la ebriedad parcial, la perturbación parcial de la mente causada por una
enfermedad, por una pasión violenta, por un estado de gran agitación, etc.) que
dificultan, en el momento en que se obra, que el conocimiento del fin poseído informe
la acción.
Imperfección del movimiento de la voluntad hacia el objeto porque éste posee también
aspectos que causan repugnancia o titubeo, etc. La imperfección del movimiento de la
voluntad suele originarse ante acciones que se presentan como ambivalentes, por poseer
caracteres de deseabilidad de diverso género y de signo contrario (a la vez positivo y
negativo) Por ejemplo acción honesta, pero dolorosa acción placentera pero éticamente
reprobable, acción ventajosa pero injusta.

Acción y omisión

El omitir es una decisión tan voluntaria como el hacer. El concepto de omisión es


relevante cuando determinadas situaciones exigen un comportamiento que sin embrago
no se realiza, se trata de omisiones reprobadas por la ley moral o civil (omisión de
socorro, omisión de un deber profesional, etc.) en estos casos se presupone que la
acción era posible para nosotros, la omisión puede suponer un explícito acto elícito.

Acción no voluntaria. Acción involuntaria y acción mixta

Todo lo que se hace por ignorancia es no voluntario, e involuntario lo que se hace con
dolor y pesar.
La acción no voluntaria significa simple privación de voluntariedad sobre todo por
falta del conocimiento formal del fin: ignorancia de las circunstancias concretas de la
acción, principalmente de su objeto.
La acción involuntaria es aquella que se hace por fuerza. Contrariedad contra la
voluntad, unas de las causas es la violencia.
Las acciones mixtas son una mezcla de voluntariedad e involuntariedad, en principio
son acciones libre y psicológicamente normales, pero que no responden a una libre
iniciativa de la persona. Se toman a causa de una situación difícil en la que el sujeto
viene a encontrarse y no sin vencer una notable repugnancia pues se oponen a sus
deseos y desde luego no se realizarían fuera de esa situación.

El Objeto De La Voluntad

El objeto directo de la voluntad

El objeto directo de la voluntad es el bien y el fin. El objeto es el principio de


actualización propio de cada facultad, el objeto de la voluntad humana es aquello por lo
cual la voluntad pasa a la acción. El bien es, pues, la razón general (el motivo) por la
que la voluntad actúa, el horizonte en que la persona proyecta y realiza su acción. Fin es
pues, lo que es visto como bueno o apetecible en sí mismo y, por tanto, es querido u
obrado por sí mismo. El fin se realiza o se consigue por medio de la acción.
La razón general de fin (lo bueno en sí mismo) tiene a su vez dos modalidades
fundamentales: lo honesto y lo deleitable. El bien honesto tiene un carácter objetivo, la

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persona se reconoce en él y lo aprueba. El bien deleitable es querido porque causa en mí


una resonancia afectiva positiva: placer, satisfacción, alegría, etc.

Objeto indirecto de la voluntad

La voluntad puede también tener un objeto indirecto. Efecto indirecto es una


consecuencia de la acción que no interesa ni es querida de ningún modo, ni como fin ni
como medio, pero que es prevista y permitida en cuanto que está inevitablemente ligada a
lo que se quiere.
Para que el efecto previsto de una acción pueda ser considerado objeto indirecto de la
voluntad, tal efecto no puede ser la causa (en el plano intencional, el medio) de la
consecución o realización de lo que realmente interesa.
En la práctica la distinción entre objeto directo de la voluntad y objeto indirecto de la
voluntad puede ser a veces difícil, pero si se procede con rectitud a un análisis cuidadoso la
diferencia entre ambos puede ser establecida en forma objetiva.

Moral

La moral es un conjunto de normas, valores y creencias existentes y aceptadas en una


sociedad que sirven de modelo de conducta y valoración para establecer lo que está bien o
está mal. La moral orienta acerca de qué acciones son correctas (buenas) y cuales son
incorrectas (malas).
Según otra definición, la moral es la suma total del conocimiento que se adquiere sobre lo más
alto y noble, y que una persona respeta en su conducta. Las creencias sobre la moralidad son
generalizadas y codificadas en una cierta cultura o en un grupo social determinado, por lo que
la moral regula el comportamiento de sus miembros. Por otra parte, la moral suele ser
identificada con los principios religiosos y éticos que una comunidad acuerda respetar.
El conjunto de normas morales es denominado como moralidad objetiva (existen como
hechos sociales más allá de que el sujeto decida acatarlas). En cambio, los actos a través de
los cuales la persona respeta o viola la norma moral conforman la moralidad subjetiva.

“En la medida que se generó la interacción de unos grupos de personas con otros, la
modificación en la manera de apreciar y valorar los actos cambiaron, adecuándose a las
nuevas necesidades, de esa manera y en lo sucesivo hasta nuestros días, engendrándose la
moral, como parte del devenir histórico – social de la humanidad”.

La moral o moralidad (del latín mōs, gen. mōris, ‘costumbre’ y de ahí mōrālis 'relativo a los
usos y costumbres') son las reglas, posicionamientos, normas o consensos por las que se rige
y juzga el comportamiento o la conducta de un ser humano en una sociedad. En ese enfoque
lo que forma parte del comportamiento moral está sujeto a ciertas convenciones sociales y no
forman un conjunto universalmente compartidos. Por otra parte, las sociedades humanas
parecen compartir un núcleo de consensos sobre la inaceptabilidad de ciertas conductas,
ampliamente rechazadas (entre ellas la mentira ventajosa, el causar grandes daños a personas
inocentes o desvalidas, etc.)

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Inmoral y amoral
Dentro del concepto de moral surgen otros dos conceptos que son, cada uno a su manera,
antónimos y que no deben ser confundidos. Uno es el de «inmoral», el cual hace referencia a
todo aquel comportamiento o persona que viola una moral específica o la moral social.
Cuando se dice que una persona actúa inmoralmente, se quiere decir que está actuando de
forma incorrecta, haciendo mal.
Por otra parte, el concepto de «amoral» o amoralidad, hace referencia a una postura en la que
las personas se consideran carentes de moral, por lo que no consideran que los hechos o actos
humanos sean malos o buenos, correctos o incorrectos. La mayor defensa de la amoralidad la
realiza en el taoísmo, en el cuál se considera que la moral corrompe al ser humano,
obligándolo a hacer cosas buenas cuando no está preparado y prohibiéndole hacer cosas malas
cuando necesita experimentar para darse cuenta de las repercusiones de sus actos. Todo lo
«moral», según ellos, implica forzar la naturaleza del ser humano y es fruto de la desconfianza
y el miedo a los demás, a lo que puedan hacer si no están sometidos al estricto gobierno de
unas leyes que rijan su comportamiento.

Evolución social de la moral.

El aspecto que mejor caracteriza a la moral es su carácter social, esto lleva a asumir a la
moral como un producto de la evolución social del hombre, donde responde a necesidades
particulares y desempeña una función específica en ella. La moral sólo se ha desarrollado en
el hombre, por tanto, se encuentra ligado a las facultades relacionales y racionales de éste, por
ello se puede decir que es en sí misma, un fenómeno social.

En cualquier sociedad, las personas asumen determinados hábitos, costumbres, tradiciones,


leyes, normas, principios y valores a los que por lo general se subordinan y a partir de los
cuales rigen su vida en sociedad. El hombre nace en un contexto determinado, en un
momento específico de la historia, donde estos hábitos, costumbres, normas y valores se
encuentran inconados, dejando a la razón y a la voluntad el adoptarlas de tal manera que se
conviertan en los principios rectores que dirijan la vida de éste en sociedad.

Un elemento que nos permite visualizar aún más la evolución social de moral estriba en
que el origen del actuar moralmente, radica en encontrar el “término medio” entre lo
personal y lo social, entre lo individual y lo colectivo. En este sentido, cada persona
desarrolla sus propios intereses, los que no necesariamente coinciden con los que la
sociedad persigue, obrar moralmente implicaría hacer concordar unos con otros.

“incluso cuando se trata de la conducta de una persona, no estamos ante una conducta
completamente individual que solo afecte o interese exclusivamente al que la efectiviza. Se
trata de una conducta que tiene trascendencia de una u otra forma hacia los demás, y que,
por esta razón, es objeto de aprobación o reprobación de la sociedad”.

Función social de la moral

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Se puede decir que la función social de la moral consiste en regular las acciones de las
personas, en sus relaciones mutuas, o las de la persona con la comunidad, con el fin de
preservar a la sociedad en su conjunto o a la integridad de un grupo social en particular, con
lo que se asegura el mantenimiento de un determinado orden social. Aunque el orden
social también se mantiene mediante el derecho y las regulaciones del estado, pero,
mediante las normas morales se persigue una integración de las personas en forma más
profunda e íntima, por convicción personal, consciente y libre.

CONCEPTOS BÁSICOS DE LA MORAL

Existen un conjunto de conceptos básicos que concurren en torno a la moral, los que deben
ser conocidos y estudiados por todos aquellos que pretendan tener una comprensión mayor
del hecho moral.

Acto del hombre, acto humano y acto moral.

No todos los actos son interés de la ética, sino solamente aquellos que pueden ser catalogados
de morales, por ello hay que hacer una distinción básica entre lo que es un acto de hombre y
uno propiamente humano.

Actos del hombre.

Son todos los actos, que realiza el hombre, pero que carecen de conciencia o de libertad, o de
ambas cosas. Por ejemplo: digerir, caminar, respirar, etc. Se denominan del hombre en cuanto
que corresponden a la naturaleza animal de uno mismo.

Actos humanos.

Son aquellos que el hombre realiza con deliberación de la razón, y con libertad de voluntad.
Por ejemplo: amar, razonar, leer, escribir, trabajar, etc., son actos humanos, porque se
ejecutan de un modo libre y consciente. Estos son originados en la naturaleza humana del
hombre: su racionalidad y voluntad.

Acto moral.

Es un acto humano donde puede percibirse el hecho moral, es decir, aquel acontecimiento,
acto o comportamiento sobre el que podemos pronunciarnos calificándolo de bueno o malo,
de justo o injusto, de honesto o deshonesto, es decir, que es susceptible de aprobación o
condena, de acuerdo a normas comúnmente aceptadas. Esto no quiere decir que todos los
actos humanos son actos morales, sino solo aquellos que consciente y libremente obrados, son
objeto de valoración moral.

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Estructura del acto moral.

Se parte de que el ejercicio de la conciencia y de la libertad son las condiciones indispensables


para que exista el acto humano, no obstante deben de sucederse determinadas fases para que
éste se convierta en un acto moral, estas son:

La elección del fin.

Se debe destacar el motivo del acto moral, es decir, aquello que impulsa a actuar o a perseguir
determinado fin.

El agente moral (la persona que obra el acto moral) debe estar consciente del motivo o fin que
persigue con el acto obrado, para que puede ser tomado en cuenta el momento de calificar
moralmente el acto.

Un mismo acto puede realizarse por diferentes motivos y, a su vez, el mismo motivo puede
impulsar a realizar actos distintos con diferentes fines. La pluralidad de fines en el acto moral
exige: la elección de un fin entre otros y la decisión de realizar el fin escogido.

La elección de los medios.

El acto moral no se cumple con la decisión tomada; es preciso llegar al resultado efectivo.
Para ello, es preciso dar los pasos necesarios que permitan plasmar el fin elegido, es decir,
elegir y emplear de manera consciente los medios para realizar el fin escogido.

Realización del acto moral.

El acto moral, por lo que toca al agente moral, se consuma en el resultado, o sea, en la
realización o plasmación del fin perseguido. El acto moral es una totalidad o unidad
indisoluble de diversos aspectos o elementos: motivo, fin, medios, resultados y consecuencias
objetivas.

Conciencia Moral
De la conciencia moral se habla comúnmente en dos sentidos diversos: como conciencia
habitual y como conciencia actual (acto o juicio de conciencia). En el primer sentido, el
término conciencia se usa en sentido muy amplio parta designar en general la capacidad
humana de conocimiento moral, la dimensión cognoscitiva de la índole moral del hombre,
incluyendo el conocimiento de los primeros principios y de las virtudes, la conciencia
moral y también la prudencia. En el segundo sentido, la conciencia designa un preciso acto
de la razón práctica; concretamente un juicio acerca de la bondad o malicia moral de un
acto concreto que vamos a realizar o que hemos realizado. La conciencia moral es el
primer acto en el que el conocimiento de las exigencias de las virtudes y de las normas se
personaliza, se aplica a la propia situación, y es visto como midiendo la propia conducta.

Conciencia y prudencia

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El juicio de la conciencia consiste en un puro conocimiento, mientras que el juicio de


elección (libre arbitrio) consiste en la aplicación del conocimiento al afecto (afectiva), el
juicio de elección se pervierte, como cuando el deseo de una acción deshonesta obnubila a
la razón para que ésta no dictamine su rechazo, pero no el de la conciencia, así alguien se
equivoca al elegir pero no en la conciencia, ya que obra contra ella. La prudencia ayuda a
deliberar, juzgar, elegir y ejecutar, poniendo en juego para ello todas sus virtudes anejas...
La conciencia moral es el acto intelectual por el que una persona advierte la moralidad de
sus intenciones, de sus decisiones y de sus acciones, juzgándolas de acuerdo con los
conocimientos morales poseídos. Es un juicio personal referido a los propios actos o
también a los actos ajenos cuando mi responsabilidad moral queda de algún modo
involucrada (por ejemplo porque tengo la obligación de aconsejar a otro). El acto de
conciencia se realiza aplicando al caso concreto el saber moral poseído y debe distinguirse
de la decisión tomada y del juicio que la regula (juicio de elección). La prudencia ha de
poner todas las condiciones necesarias para que el juicio de conciencia sea asumido
también prácticamente.

Modalidades de la conciencia moral

Cabe clasificar las diversas modalidades que puede presentar el juicio de conciencia
atendiendo a tres criterios.
Por su relación al acto hablamos de conciencia antecedente y consecuente. La conciencia
antecedente es la que juzga sobre un acto que se va a realizar, mandándolo, permitiéndolo,
aconsejándolo o prohibiéndolo. La conciencia consecuente es la que aprueba o desaprueba
una acción ya realizada, produciendo tranquilidad después de la acción buena y
remordimiento después de la mala.
En razón de su conformidad con el bien de la persona. La conciencia puede ser verdadera
o recta y errónea o falsa. Conciencia recta es la que juzga con verdad la calidad moral de
un acto. Conciencia errónea es la que no alcanza la verdad sobre la calidad moral de la
acción, estimando como buna una acción que en realidad es contraria al bien de la persona
o viceversa. La causa del error de la conciencia es la ignorancia.
Según el tipo de asentimiento, es decir, según el grado de seguridad con que se emite el
juicio, la conciencia puede ser cierta, probable y dudosa. Conciencia cierta es la que juzga
con firmeza que un acto es bueno o malo. Conciencia probable es la que dictamina sobre la
moralidad de un acto sólo con probabilidad, admitiendo la posibilidad opuesta.
Propiamente se llama conciencia dudosa a la suspensión del juicio de conciencia.

Principios para seguir la conciencia

La conciencia moral es regla moral en cuanto que es expresión de la razón recta, es decir,
en cuanto juicio racional por el que el hombre tiene presentes las exigencias éticas y juzga
las acciones a su luz. Por ello es preciso determinar cuándo un juicio de conciencia es
verdadera expresión de recta razón.
Sólo la conciencia cierta es regla moral. La conciencia cierta debe seguirse, Por ejemplo si
alguien afirma una cosa pensando con certeza que es falsa, aunque en realidad sea
verdadera, está mintiendo, pues como mentira ha conocido y querido su acción. Es esto
una consecuencia del hecho de que la intencionalidad de la voluntad es guiada y ordenada
por la razón.

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Además de cierta, la conciencia debe ser verdadera o invenciblemente errónea para ser
regla de moralidad.
La conciencia venciblemente errónea no es expresión de la recta razón. Esta exige la
obligación de salir del error antes de obrar.
No es lícito obrar con conciencia dudosa. El que obra con una dudosa positiva sobre si el
acto es malo, se expone voluntariamente a obrar mal, y por ello debe resolver la duda antes
de actuar.

La formación de la conciencia moral

La formación de la conciencia moral requiere, un esfuerzo positivo de discernimiento,


de reflexión y de estudio, para asegurarse de que se conocen bien los aspectos morales
de las actividades que se realizan. Además, la conciencia también depende de las
disposiciones morales de la persona (virtudes y vicios); por eso, la práctica de las
virtudes y la lucha contra el vicio es necesaria para llegar a tener una conciencia bien
formada. Entre las virtudes morales, la sinceridad y la humildad tienen particular
importancia en la formación de la conciencia, para reconocer las propias
equivocaciones, para pedir consejo a las personas más prudentes o de mayor
experiencia, etc.
Es grande también la importancia de la templanza, salvaguardia de la prudencia porque
ayuda a no confundir el placer con el bien y el dolor con el mal.
Señalamos que existen deformaciones de la conciencia, debido al descuido habitual de
los medios de formación moral, de modo que la persona queda indefensa ante la presión
de las ideologías del ambiente, de las pasiones humanas. Así puede darse la conciencia
laxa, la conciencia farisaica y la conciencia escrupulosa.

Criterios para el juicio moral de las acciones humanas

Es frecuente que una acción humana posea aspectos buenos y aspectos malos y por eso
puede provocar cierta perplejidad de juicio. Para resolver este problema se habla de objeto,
fin y circunstancias lo cual nos lleva a afirmar que para que una actuación compleja sea
buena, han de ser buenos todos sus componentes.
A la hora del juicio moral concreto el objeto de un acto voluntario se encuentra rodeado
de todas sus circunstancias:
* Característica o cualidades de la persona que obra.
* Cualidad y cantidad del objeto sobre el que versa la acción.
* Lugar en que se realiza la acción.
* Medios empleados.
* Modo oral en que se realiza la acción.
* Cantidad y cualidad del tiempo.
* Motivo por el que se realiza un acto.

Conducta moral.

La conducta moral es libre, obligatoria y conforme al deber, es decir, el agente moral se


haya obligado a comportarse de acuerdo a una regla o norma de acción y a excluir o evitar
los actos prohibidos por ella. La obligatoriedad moral impone, por tanto, deberes al sujeto,
por ello se afirma que toda norma establece un deber.

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A lo meramente individual o particular se le agrega, el carácter social de la obligación


moral: en primer lugar, existe obligatoriedad moral para un individuo cuando sus
decisiones y sus actos afectan a los demás, o a la sociedad entera; en segundo lugar, lo
obligatorio de un acto no es algo que el individuo establecido, en una sociedad dada y,
establece, sino que lo encuentra ya en tercer lugar, las normas morales, no son modificadas
por cada individuo, sino que cambian de una sociedad a otra; por tanto el individuo decide
y actúa en el marco de una obligatoriedad dada socialmente.

El deber moral.

Etimológicamente viene del latín debere, deber, que significa estar obligado. En general,
es la obligación moral, o la obligación – la necesidad- de actuar moralmente. Esta
obligación se expresa en juicios o enunciados deónticos: por ejemplo, «no matarás». El
contenido de estos diferentes enunciados constituye el conjunto de «deberes» concretos a
los que el hombre se siente moralmente obligado.
El deber es el concepto fundamental de los sistemas éticos deontológicos, a saber, aquellos
que se fundan en un principio de obligatoriedad libremente aceptado. La obligatoriedad y
necesidad que emana del orden moral proviene, de acuerdo con los presupuestos de las
diversas teorías éticas, por ejemplo, de naturaleza, según los estoicos, de la ley moral
natural enraizada en la ley divina, según el cristianismo, o de la razón práctica, según
Kant, esto es, de la libertad humana (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

Para otros autores el deber es, la necesidad moral de hacer u omitir algo (Fagothey) o la
coerción ejercida por el intelecto sobre el libre arbitrio (Maritain) o la presión que ejerce la
razón sobre la voluntad enfrente de un valor (Gutiérrez). En todos los casos, se trata de una
presión especial, de una coerción puramente intelectual, causada por la visión o apreciación
de lo que es valioso (Martínez Huerta, 2001, pág. 48). En otras palabras, el deber es el
mandato u obligación de realizar algo cuyo cumplimiento se considera útil para el individuo
y la comunidad.

Siguiendo la división propuesta por Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 192), los deberes se
clasifican por su naturaleza, en imperativos (los que nos manda a hacer), prohibitivos (los que
estamos impedidos de hacer) y permisivos (los que expresan lo que es lícito).

Hay que tipificar la concepción de la auténtica obligación moral, misma que no se origina en
la autoridad, en la sociedad, en el inconsciente, en el miedo al castigo o en la búsqueda del
premio, como afirma Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 199), cuando una persona capta un valor
con su inteligencia, se ve solicitada por dicho valor, y entonces la inteligencia propone a la
voluntad la realización de tal valor. Pero la inteligencia presiona sutilmente, sin suprimir el
libre albedrío. Es, por lo tanto, autónoma y compatible con el libre arbitrio.

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¿Qué es la moral?

La palabra moral viene del latín moris y del griego mos, relativo a las costumbres. Se
entiende como el conjunto de normas, usos y leyes que el hombre percibe como obligatorias
en conciencia. Su estudio es objeto de la ética (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

Ese conjunto de normas, usos y leyes son prescritas por la sociedad a la que pertenece la
persona y su obligatoriedad de conciencia (aceptación libre y con conocimiento) busca
hacerlo responsable ante sí mismo y ante la sociedad que las establece. En este sentido, la
moral puede ser entendida como el conjunto de normas, usos, leyes o costumbres (mores)
establecidas por la sociedad, que rigen la conducta individual y social de los hombres.
Moral y moralidad.

Un hecho innegable es la existencia de un conjunto de conductas y realizaciones humanas


que están afectadas por el carácter moral, éstas se reconocen como el “hecho moral”, que se
han sucedido históricamente a través del tiempo, tal y como se ha citado anteriormente.

Si retomamos los conceptos acuñados de moral, se percibirá con facilidad la existencia de dos
planos o niveles de la moral: uno teórico – normativo y otro fáctico – efectivo o real. Es decir,
uno referido al “deber ser” (ideal) y otro al “ser” (real), o lo que es lo mismo al “deber hacer”
y al “hacer realmente”. Al primero de estos planos o niveles, estaría referido el concepto de
moral, mientras que al segundo, el de moralidad.

La “moral” designaría el conjunto de principios, normas, imperativos o ideas morales de una


época o una sociedad, en tanto que la “moralidad” haría referencia al conjunto de relaciones
efectivas o actos concretos que cobran un significado moral con respecto a la moral dada.

Al plano normativo pertenecería la norma de derecho, que ordena y manda cómo debe
comportarse la persona; mientras que al fáctico pertenece la norma de hecho, es decir los
actos concretos que se realizan conforme a las normas establecidas.

Ética y moral.
A pesar de la sinonimia de los términos latino “ethos” y griego “mos”, el desarrollo histórico
de la filosofía práctica los distingue.
Tradicionalmente, el término moral se utiliza para referirse al conjunto de reglas, normas,
mandatos, tabúes y prohibiciones que regulan y guían la conducta humana en la vida
cotidiana, así como las normas internas que rigen al sujeto. En términos generales, la moral se
asocia con el contenido de las normas, los juicios de valor, las instituciones morales: la moral
vigente, se encuentra en el nivel de lo fáctico.
En cambio la ética, se usa para designar a aquel saber teórico, que reflexiona sobre la moral
vivida, ya sea para ponerla en tela de juicio o justificarla. Por esta razón, también se la
denomina moral pensada. La ética es pues aquella disciplina que indaga sobre la finalidad de
la conducta humana, de las instituciones sociales y de la convivencia en general. Es una
investigación filosófica sobre el conjunto de problemas relacionados con la acción. Además,

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reflexiona sobre el lenguaje moral: es teórica. Por otra parte, la ética tiende a ser universal
por la abstracción de sus principios.

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Norma moral.

Etimológicamente viene

Del latín norma, escuadra, y por extensión regla o modelo; y del griego, gnomon, (ángulo
recto formado por dos piezas de madera unidas, que servía como instrumento geométrico de
medición). En general arquetipo, modelo que se tiene en cuenta al actuar. En su principal
sentido prescriptivo –la norma que obliga-, propio de la ética y del derecho, se define como
un comportamiento que se impone (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

Al respecto afirma Gatti (1997, pág.


18) que

“Cualquier forma de discurso moral incluye de un modo o de otro, indicaciones muy


precisas, deberes o normas de tipo imperativo, que aspiran a orientar y dirigir el
comportamiento humano, de manera que persiga determinados ideales morales, realice
determinados bienes o valores morales, actúe el perfeccionamiento moral del hombre tal
como está concebido dentro de ese particular tipo de visión de la realidad”.

Para no ser arbitrarias, estas indicaciones imperativas deben a su vez soportarse en uno o más
valores, que precisamente las normas se proponen promover o defender. Lo que es totalmente
coherente con lo que se definía como auténtica obligación moral.

En pocas palabras, las normas morales son las que regulan de manera imperativa la conducta
moral del hombre en sociedad. Para que sean valiosas, deben ser realizadas en forma
consciente y libre, e interiorizadas por la persona. Éstas dirigen la actividad humana en orden
al bien, buscando no la perfección de las obras elaboradas y producidas por el hombre, sino la
bondad o la perfección misma del hombre que las opera.

La vida en sociedad se encuentra ordenada por diversas clases de normas, las hay culturales,
religiosas, morales, jurídicas, estéticas, usos sociales, educativas y profesionales, etc., dentro
de todas ellas, las más importantes resultan ser las normas morales, las normas jurídicas y las
de usos sociales, principalmente las dos primeras.

Normas jurídicas.

Son aquellas referidas al derecho (expresiones sociales acompañadas de sanciones legales)


que toman forma de reglas transitorias prescritas de la Ley Positiva y que poseen un carácter
obligatorio para el hombre, regulando la actividad externa de la persona en sociedad para
evitar conflictos con otras.

Normas de usos sociales.

Son aquellas reglas que por opinión de los demás, de la sociedad, convencionalismos,
costumbres o tradiciones de la época han sido adoptadas por los pueblos de manera tal que
regulen el comportamiento de la persona en determinadas circunstancias de la vida.

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Distinción entre normas morales y jurídicas.

Sobre las normas, hay que plantear la distinción existente entre la norma moral y la jurídica,
ya que en algunos casos suelen confundírseles. Las diferencias más notorias son las
siguientes:

• Las normas morales regulan el comportamiento interno de la personas, mientras que la


norma jurídica se centra en actuar u obrar, en lo externo.
Violentar, contradecir o desobedecer una norma moral trae como consecuencias sanciones de
tipo personal como el remordimiento o el reproche de la conciencia, mientras que hacerlo
con una norma jurídica traerá como consecuencia una sanción de tipo legal (multa, cárcel,
etc.)
• El cumplimiento de una norma moral se origina en el interior de la persona luego de un
discernimiento de la misma (autónoma), mientras que el acatar una norma jurídica parte del
carácter imperativo de la misma, es decir, de una fuerza obligatoria extraña a la persona
(heterónoma).

Sanción moral.

La sanción moral es el correspondiente premio o castigo que se merece por el cumplimiento o


violación de la ley, norma o regla y, consiste también en la aprobación o desaprobación, que
merece el incumplimiento o la violación del deber moral.
La finalidad de cualquier sanción correcta es la de inclinar a las personas hacia el bien y
apartarlos del actuar incorrecto. Esto quiere decir que tiene una función preventiva. Además,
trata de corregir al que ejecuta actos deshonestos procurando que no reincida; ésta es la
función remediadora de la sanción (Gutiérrez Sáenz, 1996, pág. 214). Las sanciones se
clasifican en:

Sanciones materiales.

Consisten en las consecuencias naturales de nuestros actos: el alcohólico sufre gran


decaimiento físico que transmite a su descendencia; la riqueza para el hombre que trabaja y es
honesto, fiel a los preceptos morales.

Sanciones personales.

Son las que se manifiestan en la intimidad de la persona, mediante la tristeza o el


remordimiento, para quien infrinja las normas morales, y la satisfacción del deber cumplido,
para quien se mantenga fiel a los preceptos morales.

Sanciones sociales.

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Estas se presentan en los juicios públicos de reproche o alabanza sobre el comportamiento


observado; por ejemplo, la estimulación social para quien lleva una vida virtuosa y el
menosprecio de la comunidad para quien infrinja el orden moral.

Sanciones civiles.

Son las que vienen dadas por el quebrantamiento de las leyes, reglas o normas que
conforman el orden jurídico, por ejemplo, las multas, las prisiones y la pena de muerte.

Sanciones religiosas.

Estiman que el orden moral es sancionado por Dios con el establecimiento de penas y
castigos ultraterrenos, por ejemplo, el catolicismo nos habla del cielo, del purgatorio y del
infierno. Es sobre todo el espectro del infierno y la ilusión de un paraíso, lo que el
cristianismo ofrece ante los ojos de los hombres.
Qué es el Juicio moral:

Juicio moral es un acto mental que permite diferenciar entre lo correcto o


incorrecto. Es una valoración que la persona realiza frente a una acción
juzgando si es buena o mala.

El juicio es la facultad de entendimiento que permite discernir y juzgar mientras


que la moral es relativa a las conductas de las personas desde el punto de
vista de la bondad o maldad, es por ello que el juicio moral es la aptitud de
cada persona para afirmar o negar el valor moral de una situación determinada.

En principio es en el hogar en donde enseñan cuales son los valores morales,


luego las instituciones educativas y por último el medio ambiente que nos
rodea. Asimismo, el juicio moral se va formando en base a las experiencias
vividas de cada persona que van evaluando lo que es correcto dentro de una
sociedad, por medio del juicio moral se establece si una acción carece de
principios éticos o contraría a los mismos.

El juicio moral está comprendido por 3 elementos; el objeto está referido por la
conducta elegida por el sujeto, las circunstancias es el grupo de condiciones
que acompañan el acto y la intención es aquello por el cual el hombre realiza
una determinada acción.

La moral como ya fue alusivo es el conjunto de valores, creencias, principios,


normas de una sociedad o personas y en contraposición a lo referido se
observa el término de inmoral que es todo aquello que contradice a la moral y a
las buenas costumbres.

En referencia a lo anterior se debe destacar que en muchas ocasiones lo que


es moral para una persona puede ser un acto inmoral para otro sujeto, por
ejemplo una adolescente de 16 años que aborte debido a que para ella su
futuro se ve comprometido, para una persona ese acto puede ser inmoral ya
que va en contra de los principios de la religión católica y a su vez está

Caiconte Oscar 97
Lecciones de ética y deontología

matando a una vida pero para otros pueden ser un acto moral ya que la
persona tiene derecho de elegir como va enfrentar su vida.

La moral en filosofía intenta formular una teoría del comportamiento humano y


analizar las razones que se tienen al actuar, es decir, la moral busca elaborar
un sistema comprensivo de principios que guie las acciones del hombre, de lo
bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, de lo correcto o incorrecto. La moral
filosófica la posee aquel que actúe acorde a unos principios filosóficos y no el
que hable de una forma y actúa de otra.

Para más información sobre moral y ética visite nuestra página ética y moral.

Si lo desea, también puede ver nuestro artículo de moral.

Juicio moral y juicio ético

El juicio moral es lo que permite al ser humano determinar lo que es bueno y


malo, justo e injusto, correcto e incorrecto de una situación o conducta
determinada. Es la capacidad que permite estimar o evaluar sobre las acciones
o relaciones humanas en referencia a un valor moral. En cambio, el juicio ético
estudia las normas y valores morales impuestos por una sociedad e investiga
las razones que justifica un sistema moral y como se ha de aplicar en el
individuo y a nivel social.

Qué es Juicio ético:

Un juicio ético es la facultad de razonar y determinar qué acción, conducta o


actitud es la más adecuada, de entre un conjunto de alternativas, en función del
sistema de valores que compartimos con la sociedad donde vivimos.

En este sentido, el juicio ético es aquel que nos permite identificar, en una
situación o circunstancia determinada, cuál es el dilema ético que se nos
plantea, y, en consecuencia, nos ayuda a analizar cuál de las opciones con que
contamos es la que más se ajusta a nuestra situación, siempre teniendo en
consideración el marco del sistema de valores morales en que nos
encontramos. Asimismo, el juicio ético nos indica cuál es el modo más
conveniente de aplicar nuestras determinaciones a la hora de solucionar el
problema al que nos estemos enfrentando.

De allí que el juicio ético sea una herramienta fundamental para la toma de
decisiones, especialmente cuando necesitamos optar por la más acorde en
relación con aquello en que una sociedad se identifica con lo bueno o lo malo.

La importancia de desarrollar la capacidad para el juicio ético radica en que nos


posibilita discernir de manera más eficiente las razones que justifican nuestras
decisiones, así como comprender mejor dónde se encuentra el problema ético
y cuál es su solución más adecuada.

Caiconte Oscar 98
Lecciones de ética y deontología

Ejemplos de juicios éticos los encontramos a lo largo de nuestras vidas. Por


ejemplo, en la escuela nos forman para hacer juicios éticos en relación con
aquellas acciones que convengan mejor a nuestros propósitos de ser personas
honradas y honestas. De allí que hacer carrera en el mundo del crimen o del
narcotráfico sean opciones frente a las cuales nos enseñan a reflexionar sobre
las consecuencias que acarrean. En ese sentido, un juicio ético establecería
que el crimen tiene consecuencias atroces en nuestras vidas y las vidas de
nuestros seres queridos y, en consecuencia, por nuestro bien y el de nuestros
más cercanos, no debemos contemplar esa opción.

Diferencias entre juicio ético y juicio moral

El juicio ético y el juicio moral son cosas diferentes. Mientras que el juicio ético
supone la consideración razonada de las consecuencias éticas de una acción,
determinación o conducta, en relación con el sistema de valores y reglas que
una sociedad comparte; el juicio moral se refiere más bien a la facultad de
juzgar y valorar una acción, determinación o conducta, en función de si es
correcta o incorrecta y de si sus consecuencias son buenas o malas. En este
sentido, el juicio ético se enfoca en el raciocinio, en la capacidad para
reconocer un dilema ético y para determinar cuál es la manera más correcta de
actuar en relación con nuestro sistema de valores y con las alternativas que
poseemos, mientras que el juicio moral se limita a hacer valoraciones positivas
o negativas en torno a acciones o conductas.

Responsabilidad moral.

Se deriva del latín respondere, responder, que referido a «actos» significa que se asumen
como autor. En sentido amplio, es la madurez psicológica de una persona que la hace apta
para realizar adecuadamente una tarea determinada y la vuelve capaz de tomar las
decisiones pertinentes.

La responsabilidad moral obliga a uno a reconocerse autor de sus actos, ante la propia
conciencia, ante la sociedad y ante la vida. Tradicionalmente se vincula la existencia de
responsabilidad moral a la afirmación de libertad, de modo que ésta es condición
necesaria de aquélla. Una persona es moralmente responsable de lo que ha hecho sólo si
hubiera podido actuar de forma distinta a como lo ha hecho, y podría haber actuado de
forma distinta, si los motivos que la movieron a actuar no la indujeron de forma
determinista (Diccionario de
Filosofía Herder, 1998).

En la medida que el hombre actúa de manera consciente y libre, es responsable moralmente


de sus actos. En este sentido, la responsabilidad moral estará referida a la capacidad que tiene
la persona de actuar libre y asumir las consecuencias que se derivan de sus acciones.

Caiconte Oscar 99
Lecciones de ética y deontología

Las condiciones que desde tiempos de Aristóteles hasta nuestros días se han señalado para
que existe responsabilidad moral son: en primer lugar, que el agente moral no ignore las
circunstancias ni las consecuencias de su acción, es decir, que su conducta tenga un carácter
consistente; en segundo lugar, que la causa de sus actos este en él mismo y no en otro agente,
es decir, debe partir de una causa interior, mas no de una causa exterior que le obligue a
actuar de cierta forma, pasando por encima de su voluntad; su conducta ha de ser libre.

De esta manera, solo el conocimiento del acto, por un lado, y la libertad de realizarlo, por el
otro, permiten hablar legítimamente de responsabilidad moral. Por el contrario, la ignorancia,
de una parte, y la falta de libertad de otra permite eximir al sujeto de la responsabilidad
moral (Valverde, s.f.). Esto origina los dos tipos de coacción que se presentan a
continuación:

Coacción externa y responsabilidad moral.

Para que una persona sea responsable de sus actos, la causa que origina el acto debe
encontrarse en él mismo y no en el exterior de la persona (en algo o alguien que lo obligue a
actuar de determinada manera contra su voluntad). En otras palabras, se requiere que la
persona en cuestión no se halle sometida a una coacción exterior.

Cuando el agente moral se encuentra bajo el imperio de una coacción exterior, pierde el
control sobre sus actos y se le cierra el camino de la elección y la decisión propia, realizando
así un acto no escogido ni decido por él. En cuanto que la causa del acto está fuera del
agente, escapa a su poder y control, y se le cierra la posibilidad de decidir y actuar de otra
manera, no se le puede hacer responsable de la forma en que ha actuado (Sánchez Vásquez,
1998, pág. 97).

Coacción interna y responsabilidad moral.

Tal y como se citaba en el apartado anterior, para que a una persona se le impute
responsabilidad moral sobre sus actos, el origen de éstos deben encontrarse en él mismo, en
su interior. No obstante, sólo ha de responder moralmente por aquellos actos cuya
naturaleza conoce y cuyas consecuencias puede prever, así como de aquellos que, por
realizarse en ausencia de una coacción externa, se hallan bajo dominio y control (Sánchez
Vásquez, 1998, pág. 97).

Cuando la persona actúa bajo una coacción interna, es decir, bajo impulsos que le es
imposible resistir (una neurosis por ejemplo), aunque sus actos tengan su causa en el
interior de él mismo, no son propiamente suyos, ya que no puede controlarlos (por el
ejemplo el deseo de robar de un cleptómano), por lo tanto, no puede ser responsable
moralmente por el acto obrado, ya que no lo hizo libre ni conscientemente.

Juicio moral.

Para Sánchez Vásquez (1998, pág. 193) son enunciados acerca de la bondad o maldad de
actos realizados, así como respecto a la preferibilidad de una acción posible con respecto a
otras, o sobre el deber u obligatoriedad de comportarse de cierto modo, ajustando la
conducta a determinada norma o regla de acción.

Caiconte Oscar 100


Lecciones de ética y deontología

También son los juicios que se emiten desde un punto de vista moral, o con los que se
expresa el dictamen moral, o la valoración moral, acerca de las personas, sus acciones,
omisiones, motivaciones, etc. Por ejemplo, emitimos juicios morales cuando juzgamos si
una persona ha actuado conforme a su deber, o no, o si una acción es o no es moralmente
correcta, o si los motivos para actuar son o no correctos. Por otra parte, Se distingue entre
juicios de obligación moral o juicios deónticos (enunciado que expresa obligaciones o
deberes, o que trata acerca de lo obligatorio y lo permitido), y juicios morales de valor. Los
primeros tienen por objeto acciones y omisiones, mientras que los segundos tienen por
objeto personas, decisiones, motivos, etc. Los fundamentales son, al parecer, los juicios que
expresan obligaciones morales, o juicios deónticos, puesto que la ética es, ante todo, una
praxis y la moral se refiere primariamente a las actuaciones; ahora bien, la persona que
actúa moralmente es objeto de valoración moral: de ella hacemos juicios morales. «Debe o
no debe» se refiere, ante todo, a la actuación; en consecuencia, la actuación que es
conforme a deber, es «buena» y la que no lo es, es «mala». Valoramos si una actuación es
buena o mala mediante juicios morales y, a su vez, éstos deben fundarse en criterios
morales, o teorías éticas (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)

La persona
Reseña histórica
Según la etimología tradicional de persona, la palabra viene de personare “resonar” y
alude a la máscara que los actores usaban en el teatro. Esta mascara tenía un orificio a
la altura de la boca y daba a la voz un sonido penetrante y vibrante. Así pues, persona
significaría primero “mascara”, “papel del actor”, “carácter” y finalmente “persona”.
En el ser humano la individualidad total de su naturaleza se ve completada por otra
individuación más profunda, la que expresa el término persona. La persona es lo más
individual, lo más propio que es cada hombre, lo más incomunicable, o lo menos
común, lo más singular.
En este sentido, explica Santo Tomás:
«El hombre engendra seres iguales a sí específicamente, no numéricamente. Por tanto,
las notas que pertenecen a un individuo en cuanto singular, como los actos personales y
las cosas que les son propias, no se transmiten de los padres a los hijos. No hay
gramático que engendre hijos conocedores de la gramática que él aprendió. En cambio,
los elementos que pertenecen a la naturaleza pasan de los padres a los hijos (...) Pero no
las cosas puramente personales» (STh I-II, 81, 2 in c.).

Definición
La persona, según la definición clásica del pensador romano Boecio, es «la substancia
individual de naturaleza racional». El Aquinate asumió esta definición, precisando y
profundizando su sentido. También definió la persona con estos términos parecidos,
más precisos: «Persona es el subsistente distinto en naturaleza racional».
Esta última definición es exclusivamente propia de Santo Tomás. Sin embargo, es
idéntica a la anterior, en cuanto que en ambas quedan expresados sus constitutivos. En
las dos definiciones, se indica que «el ser pertenece a la misma constitución de la
persona». La naturaleza racional es el constitutivo material y ser el constitutivo formal.
De manera que el principio personificador, el que es la raíz y origen de todas las
perfecciones de la persona, es su ser propio.

Caiconte Oscar 101


Lecciones de ética y deontología

Explicación
La personalidad, lo que convierte a la naturaleza en persona y hace que ésta sea
distinta de los otros entes substanciales, es el ser.
El ser en la persona creada es participado.
Todas las perfecciones del ente, que son expresadas por su esencia, se resuelvan en
último término en el acto del ser. La persona, sin embargo, sin la mediación de algo
esencial, directamente se refiere al ser. Por ello, debe comprenderse como vinculada al
ser, y a los trascendentales que éste principio entitativo básico funda, la unidad, la
verdad y la bondad. En este sentido, la persona tiene un carácter «trascendental».
Nombra al ser propio, y a los trascendentales, sin designar directamente la naturaleza
participante del ser y de la unidad, verdad y bondad.
El ser propio de cada persona es el que le da su carácter permanente, actual y en
idéntico grado. En cambio, si el constitutivo formal de la persona fuese alguna
propiedad esencial, como, por ejemplo, la racionalidad, la libertad, la capacidad
comunicativa o relacional, o cualquier otra característica, por importante y necesaria
que fuese, el hombre no sería siempre persona.

Todos los atributos de la esencia individual humana cambian en sí mismos o en


diferentes aspectos, en el transcurso de cada vida humana. Pueden incluso considerarse en
algún momento en potencia, o en hábito, pero no siempre en acto. Además, como son
poseídos en distintos grados, según los individuos y las diferentes circunstancias
individuales, habría entonces distintas categorías de personas.
Precisamente, por significar directamente el ser personal, se infiere, por una parte, que la
realidad personal se encuentra en todos los hombres. Ser persona es lo más común. Está en
cada hombre, lo que no ocurre con cualquiera de los atributos humanos, que se explican
por la naturaleza. Todos los hombres y en cualquier situación de su vida,
independientemente de toda cualidad, relación, o determinación accidental y de toda
circunstancia biológica, psicológica, cultural, social, etc., son siempre personas en acto.

Caiconte Oscar 102


Lecciones de ética y deontología

Por otra, que todo hombre es persona en el mismo grado. En cuanto personas todos los
hombres son iguales entre sí, aún con las mayores diferencias en su naturaleza individual,
y, por ello, tienen idénticos derechos inviolables. Nunca son ni pueden convertirse en
«cosas». Como hombres somos distintos en perfecciones, como personas, absolutamente
iguales en perfección y dignidad.
El término persona significa directamente el ser personal propio de cada hombre, su nivel
más profundo, misterioso y alcanzable, en alguna medida, únicamente desde la
investigación metafísica. La persona no es algo, sino alguien. La persona nombra a cada
individuo personal, lo propio y singular de cada hombre, su estrato más profundo, que no
cambia en el transcurso de cada vida humana. Lo que significamos con el término «yo»,
«tú», «nosotros», «él», «alguien», es una realidad consistente, estable, autónoma, en
contraposición a lo accidental, a lo relacional.
La persona designa siempre lo singular, lo individual. Las cosas no personales, son
estimables por la esencia que poseen. En ellas, todo se ordena, incluida su singularidad, a
las propiedades y operaciones específicas de sus naturalezas. De ahí que los individuos
únicamente interesan en cuanto son portadores de ellas. Todos los de una misma especie
son, por ello, intercambiables. No ocurre así con las personas, porque interesa en su misma
individualidad, en su personalidad.
A diferencia de todos los demás entes singulares, la persona humana es un individuo
único, irrepetible e insustituible. Merece, por ello, ser nombrado no con un nombre que
diga relación algo genérico o específico, sino con un nombre propio, que se refiera a él
mismo. Las personas tienen nombre propio y si se da también a objetos, como lugares
geográficos, casas, barcos, etc., o a otros seres vivos, como los animales domésticos, es
porque tienen una relación directa con personas. Se les ha nombrado, con un nombre
propio, no por sí mismos, sino por estar en el contorno personal.
Santo Tomás enseña, por consiguiente, en primer lugar, que la persona es subsistencia, o
una substancia completa.
También, en segundo lugar, que otra nota de la persona es la incomunicabilidad, o el ser
lo menos común en el orden metafísico. La persona es lo más incomunicable
metafísicamente, pero es lo más comunicable intencionalmente por el entendimiento y el
amor. La persona es algo cerrado e inaccesible y también es apertura. Esta apertura, o
comunicación de vida personal, es la otra dimensión de la substancialidad incomunicable
de la persona.
En tercer lugar, por esta mayor posesión del ser, la persona es lo más individual de todo.
El ser personal hace que la persona se posea a sí misma, por medio de su entendimiento y
por medio de su voluntad. Tal posesión intelectual y amorosa revela una suprema
individualidad.
El ser propio, en el grado que lo posee la persona, que está ya en el orden de lo espiritual,
confiere la autoposesión. Esta posesión personal se realiza por medio de la autoconciencia
intelectiva o experiencia existencial de la facultad espiritual inteligible e intelectual.
Gracias a ella, aunque en un grado limitado, la persona humana se posee intelectivamente
a sí misma. También se lleva a cabo la posesión propia de la persona por su facultad
espiritual volitiva. Con esta autoposesión, la persona se ama a sí misma, de un modo
natural y necesario, que no implica hacerlo desordenadamente, porque entonces este
«amor de sí» se convertiría en egoísmo.
Por la espiritualidad, la persona es encuentro consigo y con los demás, en el
conocimiento y en el amor.

Caiconte Oscar 103


Lecciones de ética y deontología

Tal incomunicabilidad metafísica no implica la incomunicación con los demás.


Precisamente la incomunicabilidad metafísica es la que posibilita la comunicación
antropológica y social.
La persona indica lo más digno y lo más perfecto de la realidad. «La persona significa lo
más perfecto que hay en toda la naturaleza».
La persona sea el único ente que está vinculado con la verdad que está en el
entendimiento. La persona es aquel ente capaz de tener la verdad en el entendimiento, o
capaz de manifestar y declarar lo que las cosas son; pero también es el único ente capaz de
ser el fin de esta verdad, en el sentido de que sólo a la persona es a quien va dirigida esta
expresión de la realidad. La persona puede también definirse como sujeto y término de la
verdad en el entendimiento.
Esta superioridad de la persona en todos los sentidos de la verdad permite que, de manera
similar a la afirmación del Aquinate de que «la persona es lo más perfecto que hay en toda
la naturaleza», pueda decirse que la persona es lo más verdadero que hay en toda la
naturaleza.
Con la tesis de que la persona es el máximo bien y, por tanto, un fin en sí misma, Santo
Tomás inicia una de sus obras, el Comentario a la Metafísica de Aristóteles, afirmando
que «todas las ciencias y las artes se ordenan a una sola cosa, a la perfección del hombre,
que es su felicidad».
Como consecuencia de su rango metafísico, todas las criaturas del mundo -inertes,
vegetales y animales- están al servicio del hombre, pero también lo realizado por el mismo
hombre. Sostiene Santo Tomás que únicamente a las personas, a cada una de ellas en su
concreción y singularidad, tal como significa el término persona, se subordinan todas las
ciencias, teóricas y prácticas, las técnicas, las bellas artes, y toda la cultura y todas sus
realizaciones, en definitiva. Siempre y todas están al servicio de la persona humana. A la
felicidad de las personas, a su plenitud de bien, es aquello a lo que deben estar dirigidos
todos los conocimientos científicos, sean del orden que sean, e igualmente la misma
tecnología, y todo lo que hace el hombre.
Tal prioridad de la persona se da no sólo en el orden natural, sino también en el cultural o
humano. Si las más geniales creaciones culturales, científico-técnicas, artísticas, o de
cualquier otro tipo, no tendiesen a la perfección -especulativa, moral, estética, o de otra
dimensión-, al bien, de las personas en su singularidad, que son solamente las que pueden
ser felices, carecerían de todo sentido y, por tanto, de interés alguno. Todas son siempre
relativas a la persona. No hay nada, en este mundo, que sea un absoluto, todo está siempre
referido a la felicidad de las personas, el único absoluto en el orden creado.
Si todo se ordena o está al servicio de las personas humanas, si todo es un medio para
que consigan la felicidad, es, según esta última tesis, porque es menos perfecto que ellas.
Por ello, cualquiera, que cultive algún ámbito de la cultura, está al servicio de las
personas, de lo que son todos los hombres, lo más común y corriente. Aunque la persona
sea como el común denominador de todos los hombres, que difieren en salud, biológica o
psíquica, en riquezas, materiales o espirituales, poder, cultura y en todas las
determinaciones esenciales, en ella está la dignidad del hombre y su mayor excelencia. Lo
más común, lo más ordinario, es precisamente lo más noble y perfecto. La persona, en su
singularidad, es lo sumo y lo supremo.

Libertad y Liberación
Fenomenología de la libertad

Caiconte Oscar 104


Lecciones de ética y deontología

La libertad aparece en la vida ordinaria al menos de cuatros modos distintos. A veces se


presenta como el valor más estimado en el mundo contemporáneo y tal vez de todos los
tiempos: se promete, se proclama, se aspira a lograrla y también, en ocasiones, se teme, se
restringe o se aniquila. La libertad aparece pues como un valor, como algo que hay que
realizar, como un objetivo que puede ser alcanzado o no. La libertad no está tanto en el
plano de lo dado, como en el de las conquistas. La libertad entonces aparece como
liberación, que es el proceso a través del que se alcanza la libertad, la remoción de todos
los obstáculos que la impiden, la supresión de todas sus limitaciones.
El proceso de liberación puede entenderse en dos niveles: el socio-histórico político y el
biográfico personal moral. La liberación política pertenece al nivel de las colectividades;
es la libertad que un pueblo se da a sí mismo en el orden social. Pero también aparece la
liberación como un valor a conseguir en el plano personal. La liberación individual se
presenta como aspiración cuando se desea “no ser un hombre masa”, “tener una
personalidad propia”, “ser sí mismo”, es decir, actuar según el propio modo de ser, o
“tener que realizarse”. Desde este punto de vista, la libertad aparece no tanto como un
valor social cuanto como un logro personal que puede alcanzarse o no.
Por otra parte, la libertad se presenta también en la vida y el lenguaje ordinario, en otras
ocasiones, no como un valor a conseguir, sino como una propiedad que se posee, como
algo que está dado, en el mismo modo en que lo están la afectividad, el pensamiento o la
voluntad. La libertad se muestra entonces como una característica de la voluntad, o para
ser más exactos, como una propiedad de algunas acciones voluntarias. El hombre es libre
porque puede elegir en cuanto que no todo le es dado necesariamente sino que hay un
ámbito de acciones que depende de su libre decisión.
Finalmente, hay una cuarta perspectiva en la que libertad aparece como lo más
radicalmente constitutivo del ser humano, como lo máximamente sagrado e intocable que
hay en él, de manera que no puede perderse porque parece que fuera casi lo mismo que su
ser. La libertad no es tanto algo que se tiene como algo que se es. Este aspecto de la
libertad se pone de manifiesto en situaciones límites de la persona, como por ejemplo,
cuando el hombre ha de disponer de su vida como una totalidad, y se recoge en el habla
cotidiana en expresiones del tipo “yo hago con mi vida lo que quiero porque para eso es
mía”, “yo seré lo que quiera ser”, “o voy a dedicar mi vida a….”. En este aspecto la
libertad no se presenta como una cualidad que se posee o como una propiedad de la
voluntad, ni como un valor que debe ser realizado sino, como algo que afecta al ser mismo
del hombre en un sentido muy radical, de modo que cabría identificar al yo con la libertad.
En cuanto que “yo soy lo que quiera ser”, mi ser se me aparece como libertad.
Los dos primero sentidos de la libertad aquí definidos la presentan como un objetivo, como
algo a conseguir a través de un proceso que es justamente llamado “proceso de liberación”.
La existencia de un proceso histórico de constitución de la autoconciencia a través del cual
el hombre se entiende a sí mismo de modo progresivo como una autoconciencia intelectual
y libre. Implica la idea de progresiva de la libertad. El percatarse de la propia libertad es
solidario del esfuerzo para remover los obstáculos que impiden su real ejercicio. Desde
entonces muchos miran la historia como un irresistible proceso de liberación que debe
conducir a una era a la que el hombre, totalmente libre al fin, goce de la felicidad ya en
esta tierra. El proceso moderno de liberación se emprende en primer lugar como un
desarrollo de la ciencia y la técnica, que permite la liberación del hombre de la naturaleza
al someterla a su voluntad. A la vez, se fija como objetivo político y social la supresión del
dominio del hombre sobre el hombre y la promoción de la igualdad y fraternidad entre
todos los seres humanos, suprimiendo la esclavitud, la servidumbre legal, etc. Finalmente,

Caiconte Oscar 105


Lecciones de ética y deontología

y sobre todo, el movimiento moderno de liberación debía aportar al hombre la libertad de


pensamiento y decisión.
A pesar de los espectaculares logros obtenidos en el proceso moderno de emancipación,
han aparecido también resultados sumamente ambiguos de los que es agudamente
consciente la actual sensibilidad postmoderna. El desarrollo de la técnica, que ha permitido
el dominio del hombre sobre la naturaleza, amenaza ahora con destruirla, y se convierte en
medio de opresión de unos pueblos por otros. Las conquistas de la libertad en el campo
social y político se han visto contestadas por nuevas formas de tiranía y sistemas
totalitarios. La libertad de pensamiento y acción es amenazada por el hecho de que el
control puede hoy alcanzar a la intimidad de los individuos.

La idea del crecimiento de la libertad pone también sobre el tapete la cuestión de su


finitud. La libertad humana puede crecer, pero es siempre finita y limitada, no es absoluta
porque esta sobre todo limitada a parte ante por lo que se ha llamado síntesis pasiva. No
solo se trata de que la realidad limite nuestra libertad porque no es permeable a nuestros
deseos, es que está situada en su origen. Nadie ha elegido el modo de ser que le constituye
como sujeto. Nadie ha elegido ni su constitución biológica, ni su temperamento
psicológico, ni su entorno educativo sociocultural. Todo ello está dado antes de que se
constituya la voluntad libre. La libertad humana aparece, pues, como finita.
A la hora de considerar como se presenta la libertad en la vida corriente, es preciso
afirmar con Max Scheler que la libertad y la vivencia de la libertad no coinciden. Puede
haber una “sensación” muy grande de libertad y una libertad real mínima. Hay quien cree
que es libre absolutamente porque esta desligado de todo compromiso. La sensación de
libertad que procede de una falta de motivación profunda denota en realidad falta de
libertad. Decir que se es libre porque se opera por impulsos y no por obligaciones, es un
modo de engañarse. La sensación de libertad aparece cuando se actúa sin ningún
compromiso porque no se sabe por qué se actúa de determinado modo, pero en tales
circunstancias es preciso sospechar que se actúa por algo distinto de la libertad. Como
afirma Scheler, cuanto más libre es alguien, más predecible es su conducta. El hombre
caprichoso es el hombre falto de libertad, por eso, la conducta libre se comprende con
base en motivos y razones, mientras que la actuación caprichosa se explica con base en
procesos causales de corte psicológico. La libertad no es arbitrariedad o indeterminación
pura, sino más bien la capacidad de autodeterminarse. La esencia de la arbitrariedad
“consiste en que ‘el yo ‘que decide no incluye la plenitud del vivenciar en forma
compacta, sino que flota con absoluta vacuidad por encima de las vivencias”.
Millán Puelles establece cuatros dimensiones de la libertad que se corresponden también
con las anteriores: la libertad fundamenta, es decir, la radical apertura del hombre a la
realidad, el libre albedrio, la capacidad de autodeterminación y elección del ser humano, la
libertad moral, que es la libertad que el hombre consigue para sí mediante el ejercicio de
su libre albedrio, es decir la autoposesión o dominio sobre si y la libertad política que es la
libertad que se da a sí misma la libertad política. La libertad fundamental es querer en su
máxima infinitud y reflexividad, que el libre albedrio es preferir o elegir, que la libertad

Caiconte Oscar 106


Lecciones de ética y deontología

moral es poder, y que la libertad política es ser permitido o alentado, es decir, que me
dejen.

La libertad fundamental. La angustia

Se ha sostenido ya que por el intelecto y la voluntad el hombre esta radicalmente abierto


al mundo, por cuanto que ambas facultades tienen por objeto formal a la realidad. El
hombre es un ser creativo. Por ello se ha dicho anteriormente que el hombre tiene mundo,
y no perimundo como los restos de los animales. El hombre puede objetivar la realidad y
determinar su conducta. Esta apertura a lo real constituye la libertad en su acepción más
radical, la libertad fundamental, que no es sino la finitud formal de las facultades
superiores humanas. “el hombre es un ser libre, en primer término, porque su existencia
tiene un horizonte indefinido, que trasciende todo ámbito sectorial”.
La libertad fundamental es, pues, la capacidad humana de objetivar lo real que se
concreta tanto en su apertura radical al mundo como en su carácter de sujeto. La libertad
fundamental comparece en la conciencia en la experiencia de la angustia. La libertad
fundamental se hace patente en la angustia, o mejor, la experiencia de la angustia es la
experiencia de la libertad fundamental. En la angustia el hombre es consciente de que es
libertad.
Kierkegaard sostiene que la angustia es la experiencia de la libertad fundamental porque,
radicalmente, la angustia es angustia de o ante la libertad. La angustia es la experiencia de
estar en manos de uno mismo, la experiencia de la posibilidad más radical de ser sí mismo
o no serlo.
La angustia no es el miedo, que es siempre miedo a algo concreto. La angustia no parece
tener un objeto determinado. Frente al miedo, parece que uno se angustia “por nada”.

Caiconte Oscar 107


Lecciones de ética y deontología

Kierkegaard pone en relación la angustia con la posibilidad. Lo que angustia, por ejemplo,
no es el fracaso, sino la posibilidad del fracaso, porque cuando ya se ha fracasado no se
siente angustia. Lo que angustia es la posibilidad, él puede que sí y puede que no.
El hombre se encuentra ante la necesidad de elegir, ante un conjunto de posibilidades,
pero las posibilidades implican su contrario y se aniquilan mutuamente.
Existir implica elegir, y todo elegir es un elegirse. Elegir carrera, por ejemplo no es solo
una elección entre dos objetos, sino que lo que está en juego en esta decisión es el modo de
ser del sujeto, se trata de si yo quiero ser ingeniero o economista. En cada decisión está
implicado el propio ser, lo que se quiere hacer consigo mismo. Por este motivo, en cada
decisión aparece la angustia, que no es sino vértigo ante la libertad. Ser yo no me es dado,
sino que solo lo es la posibilidad de llegar a ser un yo. El yo, es por tanto, puro proyecto,
es decir, nada. La angustia es lo que se experimenta ante la nada de si, ante la contingencia
absoluta de la propia existencia.
Podría afirmarse que la libertad humana no es absoluta sino que tiene un límite a parte
ante, la naturaleza humana o incluso la síntesis pasiva, y otro a parte post, que es la
felicidad.
Desde el punto de vista objetivo Aristóteles define la libertad en la metafísica afirmando
que “se dice de un ser que es libre cuando es causa de sí mismo” y “es libre el hombre que
se tiene a sí mismo por fin último de su obrar y no depende de otro”. Es decir ser libre es
poseerse, disponer de si en el acto mismo de empezar a ser.
La síntesis pasiva es cronológicamente anterior a la libertad, pero cuando esta se
constituye la asume. Yo no soy libre de tener una determinada constitución biopsicológica,
pero si soy libre de asumirla o no en mi proyecto biográfico. La libertad se vivencia
inicialmente como inquietud de libertad o como libertad tendencial. Posteriormente se
vivencia en conexiones o en función de las diversas determinaciones particulares de índole
biopsicológica y socio cultural es decir, posteriormente se vive en relación con el trabajo,
con lo que el sujeto quiere ser en el orden social-profesional.
En todas las aspiraciones a la libertada a lo que se aspira es a ser sí mismo y a trascender
y esto es también la felicidad. Nietzsche dice el hombre es el animal que puede prometer.
Prometer es siempre prometer-se y elegir es siempre elegir-se. Ser libre en sentido
fundamental quiere decir, quiere decir en primer lugar apertura del intelecto a la infinitud,
en segundo lugar, de modo más propio y radical, quiere decir, autodeterminarse a ser sí
mismo, elegir o prometer, autodestinarse a una autorrealización que es a la vez realización
de lo valioso de algo que vale la pena. Por eso, la libertad fundamental se continua en el
libre albedrio en la libertad moral y en la libertad pública.

Determinismo y libertad. La libertad psicológica


a- El libre albedrio. La razón practica
La voluntad no tiene otros límites que los de la bondad, que se convierte con el ser. Su
objeto, es el bien en cuanto que bien. Todo bien se nos aparece como limitado y por
tanto, la voluntad queda indeterminada. No se dispara necesariamente ante un bien
infinito. Ningún bien limitado es capaz de arrancar nuestra voluntad desde fuera, sino
que esta se determina desde dentro. La reflexividad de la voluntad, la necesidad de su
autodeterminación, expresada en el lenguaje ordinario en la formula “quiero porque
quiero” o “quiero porque me da la gana” constituye la libertad psicológica o libre
albedrio. Por eso, se ha mantenido antes que en el plano operativo es causa sui. El ser
humano solo es libre si sus referencias a esas realidades las pone él, y no si le es

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arrancada desde fuera. La cuestión es, pues, como se autodetermina la voluntad desde
dentro.
La autodeterminación de la voluntad puede ser más o menos racional. Puede ser
arbitraria, pero habitualmente responde a razones y acontece en el proceso de
deliberación. Ahora bien, la deliberación de lo que se ha de hacer no puede entenderse
como deducción racional porque la razón que determina la voluntad, no es la razón
teórica sino la práctica. La razón teórica alcanza el bien solo como verdadero y no como
bueno. El conocimiento teórico del bien no determina la acción humana. Se puede fumar
sabiendo que la proposición (fumar es malo) es verdadera. El saber que rige la conducta
ha de captar el bien no como verdadero, sino como bueno o conveniente, en su razón de
fin. Conocer el bien como fin es ser atraído por él. El dinamismo y la tendencialidad son
lo que convierte a la razón teórica en práctica. La irreductibilidad de la razón práctica a la
teórica puede verse con claridad en la diferencia entre pensar lo que uno haría en
determinado supuestos y decidir. Entre la razón teórica y la práctica hay un hiato, una
discontinuidad. La verdad práctica no está en el ámbito de la deducción, sino en el de la
invención. Se trata de acertar y el acierto excluye la deducción. Por ello, Aristóteles
insiste en que se delibera sobre lo que depende de nosotros.
La razón práctica tiene un carácter heurístico: hay que encontrar algo nuevo. Esta
dimensión heurística implica que la razón práctica debe superar una intrínseca
posibilidad de error. Por ello, la razón práctica el saber lo que hay que hacer, depende de
la experiencia. En cuanto que la voluntad se autodetermina desde dentro y no con base en
motivos externo, cabe decir con verdad que el hombre no es libre porque puede elegir,
sino que puede elegir porque es libre. La raíz de la libertad no está tanto en la posibilidad
de elección, en la existencia de alternativa. Como en la autoposesión. El hombre no es
libre tanto porque elige cuanto porque es señor de sus propios actos, dueño de ellos en
cuanto que no le son arrancados desde fuera. La autodeterminación de la voluntad desde
dentro puede llamarse libertad psicológica o libre albedrio.
La decisión es libre en cuanto que la voluntad no está determinada desde fuera, desde
los motivos, razones o, incluso, deseos y por ello aparece como si estuviera en el vacío o
como si surgiese de la nada y fuese gratuita. Una acción libre no tiene antecedente, es
decir surge de la nada.

b- El problema del determinismo


El determinismo es la tesis según la cual dado el pasado real y dada las leyes de la
naturaleza, el futuro esta unívocamente determinado, es decir, que en cada instante dado
solo hay un futuro posible. El determinismo debe distinguirse del principio de
causalidad, según el cual todo acontecimiento o ente tiene una causa, porque la
causalidad no tiene por qué ser determinista. Hay distintos tipos de determinismos el
teológico, el físico-mecanicista, el biológico, psicológico y sociocultural. Los
determinismos biológico, psicológico y sociocultural en sus diversas formas, resultan
más familiares para nosotros. Por un parte, la etología, la fisiología, el psicoanálisis, el
conductismo, la antropología ecológica y la materialista, la sociología del conocimiento,
etc., han puesto suficientemente de relieve hasta qué punto las tendencias, impulsos,
escalas de valores, estilos de pensar, formas motivacionales, etc., dependen del código
genético, del sistema nerviosos, de los sistemas de condicionamiento complejo que
constituyen el aprendizaje durante la primera y la segunda instancia de las frustraciones
recibida, del ambiente familiar, del medio geográfico, de la clase social y el sistema
económico,etc. de este modo las ciencias humanas han tematizado, encontrando

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regularidades y correlaciones y han enunciado, en consecuencia, leyes en aquellos


ámbitos en que antes se consideraban privativos de la libertad individual. Parece como si
el avance de las ciencias humanas mostrara hasta qué punto la presunta libertad del
sujeto es ficticia. Ahora bien, contra esta tesis determinista cabe mantener que la
existencia de regularidades y leyes psicológicas y sociales no implica la carencia de
libertad porque del mismo modo que el sujeto puede usar según sus propias intenciones
las leyes de la mecánica puede también hacerlo con las leyes psicológicas y sociales. El
hombre puede utilizar su temperamento y su educación, y las leyes que regulan uno y
otro, como medios para alcanzar los fines que se propone. Se ha venido insistiendo en
que el hombre es objeto de su propia conducta y que ha de tomar una postura respecto de
si. Esto quiere decir que el hombre tiene un margen de maniobra respecto de sus
tendencias, deseos, creencias, o sistema de valoración, que constituyen la síntesis pasiva,
manifestada en la existencia de creencias, deseos o valoración de segundo orden. Las
tendencias, deseos, creencias o valoraciones no determinan inmediatamente la conducta.
Así por ejemplo, enamorarse locamente es algo que al sujeto le pasa y que no es libre,
pero casarse, no es algo que le pasa, sino que hace, y si es libre. Del mismo modo
experimentar abrumadoramente un deber es algo que al hombre le pasa, pero cumplirlo
no es algo que le pase, sino que hace. La síntesis pasiva constituye solo los materiales
con los que el hombre forja su vida los bueyes con lo que hay que arar, pero no
determina cual sea el surco.

El incremento de la libertad

El incremento de la libertad se puede designar con el verbo “poder” en el sentido de


poder más o poder menos, pero realizar unas posibilidades y no poder realizar otras. La
cuestión no es solamente la de decidirse en general, sino también la del sentido en que se
va a encauzar la autorrealización, es decir, se decide o se compromete en una dirección
concreta cuando el sujeto se percibe a sí mismo en ella como alcanzando su propia
plenitud por anticipado, cuando percibe en ella un idea en cuya realización va implicada
la de sí mismo. La unidad de todos los valores respecto de los cuales el sujeto se
determina a su autorrealización puede llamarse proyecto existencial.
Así pues, el sujeto humano tiene una triple teleología, el ideal de lo que quiere o quería
ser y en cuya consecución o realización él se encuentra a sí mismo o alcanza su propia
identidad, tiene al menos tres niveles: el cultural, el moral y el religioso.
El proyecto existencial, el ideal del yo, puede configurarse o percibirse de manera que
permita al sujeto conquistar su libertad. Generalmente al comenzar la juventud el sujeto
ya se ha identificado con su ideal, pero la distancia entre el ideal y sus realizaciones
efectivas es entonces máxima. Si en las fases sucesivas no se acorta, entonces la distancia

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aumenta, en el sentido de que el sujeto puede percibir el ideal como cada vez más
inasequible. Entonces la afectividad en tanto que índice de la autorrealización, se
configura en la forma de tristeza, la pasividad, la amargura, el rencor, el resentimiento, la
perplejidad, la ansiedad, la angustia, etc., e incluso la culpa, el arrepentimiento, el
orgullo, etc.
Si, el ideal aparece como coercitivo o como lo que impide ser uno mismo, es decir, si se
rompe la conexión entre el sujeto real y el ideal, la identificación entre ambos, entonces
tiene lugar la experiencia del desengaño, que puede dar lugar a una parálisis del eros
permanente o transitoria.
El desarrollo de las capacidades es lo que en términos generales puede llamarse virtud y
definirse como incremento neto de libertad. Si la libertad se define como ser causa de sí
mismo, y si las acciones se ejecutan mediante principios operativos cuya potencia y
alcance es susceptible de aumento o disminución, entonces mientras mayores sea la
potencia de tales principios en mayor grado podrá el hombre ser causa de si tanto en
extensión como en intensidad, es decir, podrá ser el hombre más libre, podrá darse en él
un incremento de libertad. A este incremento de la potencia y alcance de los principios
operativos Aristóteles le dio el nombre de héxis, que se tradujo al latín por habitus y al
castellano por hábito.
Por otra parte al conjunto de hábitos que hacen posible y efectiva la autorrealización del
sujeto Aristóteles las llamo virtudes y al conjunto de hábitos que la hacen cada vez más
difícil o imposible los llamo vicios.
Desde el punto de vista de la voluntad y la libertad los procesos de elección y de salto
implican siempre un riesgo, porque no siempre los resultados son positivos, y dan lugar a
la experiencia del mal de la culpa y del sufrimiento.
La experiencia del mal y de la culpa hace entrar en juego otra dimensión de la libertad la
capacidad de recrear, rehacer lo que se ha hecho mal. Esto es el arrepentimiento.

Qué es el Juicio moral:

Juicio moral es un acto mental que permite diferenciar entre lo correcto o


incorrecto. Es una valoración que la persona realiza frente a una acción
juzgando si es buena o mala.

El juicio es la facultad de entendimiento que permite discernir y juzgar mientras


que la moral es relativa a las conductas de las personas desde el punto de
vista de la bondad o maldad, es por ello que el juicio moral es la aptitud de
cada persona para afirmar o negar el valor moral de una situación
determinada.

En principio es en el hogar en donde enseñan cuales son los valores morales,


luego las instituciones educativas y por último el medio ambiente que nos
rodea. Asimismo, el juicio moral se va formando en base a las experiencias
vividas de cada persona que van evaluando lo que es correcto dentro de una
sociedad, por medio del juicio moral se establece si una acción carece de
principios éticos o contraría a los mismos.

El juicio moral está comprendido por 3 elementos; el objeto está referido por la
conducta elegida por el sujeto, las circunstancias es el grupo de condiciones

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que acompañan el acto y la intención es aquello por el cual el hombre realiza


una determinada acción.

La moral como ya fue alusivo es el conjunto de valores, creencias, principios,


normas de una sociedad o personas y en contraposición a lo referido se
observa el término de inmoral que es todo aquello que contradice a la moral y
a las buenas costumbres.

En referencia a lo anterior se debe destacar que en muchas ocasiones lo que


es moral para una persona puede ser un acto inmoral para otro sujeto, por
ejemplo una adolescente de 16 años que aborte debido a que para ella su
futuro se ve comprometido, para una persona ese acto puede ser inmoral ya
que va en contra de los principios de la religión católica y a su vez está
matando a una vida pero para otros pueden ser un acto moral ya que la
persona tiene derecho de elegir como va enfrentar su vida.

La moral en filosofía intenta formular una teoría del comportamiento humano y


analizar las razones que se tienen al actuar, es decir, la moral busca elaborar
un sistema comprensivo de principios que guie las acciones del hombre, de lo
bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, de lo correcto o incorrecto. La moral
filosófica la posee aquel que actúe acorde a unos principios filosóficos y no el
que hable de una forma y actúa de otra.

Para más información sobre moral y ética visite nuestra página ética y moral.

Si lo desea, también puede ver nuestro artículo de moral.

Juicio moral y juicio ético

El juicio moral es lo que permite al ser humano determinar lo que es bueno y


malo, justo e injusto, correcto e incorrecto de una situación o conducta
determinada. Es la capacidad que permite estimar o evaluar sobre las acciones
o relaciones humanas en referencia a un valor moral. En cambio, el juicio ético
estudia las normas y valores morales impuestos por una sociedad e investiga
las razones que justifica un sistema moral y como se ha de aplicar en el
individuo y a nivel social.

Qué es Juicio ético:

Un juicio ético es la facultad de razonar y determinar qué acción, conducta o


actitud es la más adecuada, de entre un conjunto de alternativas, en función
del sistema de valores que compartimos con la sociedad donde vivimos.

En este sentido, el juicio ético es aquel que nos permite identificar, en una
situación o circunstancia determinada, cuál es el dilema ético que se nos
plantea, y, en consecuencia, nos ayuda a analizar cuál de las opciones con
que contamos es la que más se ajusta a nuestra situación, siempre teniendo

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en consideración el marco del sistema de valores morales en que nos


encontramos. Asimismo, el juicio ético nos indica cuál es el modo más
conveniente de aplicar nuestras determinaciones a la hora de solucionar el
problema al que nos estemos enfrentando.

De allí que el juicio ético sea una herramienta fundamental para la toma de
decisiones, especialmente cuando necesitamos optar por la más acorde en
relación con aquello en que una sociedad se identifica con lo bueno o lo malo.

La importancia de desarrollar la capacidad para el juicio ético radica en que


nos posibilita discernir de manera más eficiente las razones que justifican
nuestras decisiones, así como comprender mejor dónde se encuentra el
problema ético y cuál es su solución más adecuada.

Ejemplos de juicios éticos los encontramos a lo largo de nuestras vidas. Por


ejemplo, en la escuela nos forman para hacer juicios éticos en relación con
aquellas acciones que convengan mejor a nuestros propósitos de ser personas
honradas y honestas. De allí que hacer carrera en el mundo del crimen o del
narcotráfico sean opciones frente a las cuales nos enseñan a reflexionar sobre
las consecuencias que acarrean. En ese sentido, un juicio ético establecería
que el crimen tiene consecuencias atroces en nuestras vidas y las vidas de
nuestros seres queridos y, en consecuencia, por nuestro bien y el de nuestros
más cercanos, no debemos contemplar esa opción.

Diferencias entre juicio ético y juicio moral

El juicio ético y el juicio moral son cosas diferentes. Mientras que el juicio ético
supone la consideración razonada de las consecuencias éticas de una acción,
determinación o conducta, en relación con el sistema de valores y reglas que
una sociedad comparte; el juicio moral se refiere más bien a la facultad de
juzgar y valorar una acción, determinación o conducta, en función de si es
correcta o incorrecta y de si sus consecuencias son buenas o malas. En este
sentido, el juicio ético se enfoca en el raciocinio, en la capacidad para
reconocer un dilema ético y para determinar cuál es la manera más correcta de
actuar en relación con nuestro sistema de valores y con las alternativas que
poseemos, mientras que el juicio moral se limita a hacer valoraciones positivas
o negativas en torno a acciones o conductas.

Dilemas morales

Uno de los rasgos fundamentales de la conducta moral es que está


guiada por unos valores morales: decir la verdad, por ejemplo, es un valor
moral y nuestro comportamiento será moral siempre que digamos la
verdad; cuando mentimos, nuestro comportamiento es inmoral. Cuando no
prestamos atención a esos valores morales, nuestra conducta es amoral.
Dicho de otra manera, la conducta moral significa que nos sentimos
obligados a cumplir con nuestro deber en una determinada situación.

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Ahora bien, con frecuencia las situaciones a las que hacemos frente
son complicadas y son varios los valores que están en juego, resultando
difícil respetarlos todos o seguirlos completamente. Esto es lo que se llama
habitualmente un dilema moral: una situación en la que estamos ante una
alternativa que nos hace dudar y no tener demasiado claro lo que debemos
hacer. En algunas ocasiones puede que no nos demos cuenta ni siquiera de
que existe un dilema moral, pues no nos paramos a analizar la situación y
prestamos atención sólo a un aspecto del problema.
Podemos poner un ejemplo de un dilema moral:
Torturar a unos presos talibanes.
Juan y Nelson son dos soldados del ejército español. Hace unos
meses fueron destinados a Afganistán, con el contingente de tropas
españolas que están en el país para su reconstrucción y para frenar el
avance de los talibanes.
Un día, mientras están patrullando, les ataca un grupo de talibanes y
logran secuestrar a dos compañeros. A los pocos días, los talibanes exigen
que sean liberados los presos que tiene el ejército español. De no hacerlo
ejecutarán a los dos rehenes españoles.
El comandante del puesto les ordena que interroguen a los talibanes
que tienen presos para poder averiguar dónde están escondidos quienes
tienen secuestrados a los soldados españoles. El comandante les ordena
que, en caso de no hablar, empleen todos los medios posibles para que lo
hagan, incluida la tortura.
¿Deben Juan y Nelson torturar a los presos para averiguar dónde
están sus compañeros?
Para resolverlo, hay que dar los siguientes pasos:
Enumera varias opciones
A Juan y Nelson se les plantea una difícil decisión. Planteada como
dilema, obliga a optar entre una de dos opciones. A veces es posible evitar
el dilema buscando soluciones alternativas. Esta búsqueda de alternativas
favorece la capacidad de encontrar otras soluciones y evitar el dilema.
Argumentación: argumentos a favor de cada opción
Para tomar una decisión tenemos que buscar los argumentos que
están a favor de cada una de las dos opciones que se nos presentan. No
sirve cualquier argumento, sino sólo aquellos que pueden justificar
moralmente lo que hacemos. Si alguien nos pregunta por qué hemos
pegado a un compañero en clase, podemos responder que ha sido porque
le odiamos; es sin duda una explicación, pero es muy difícil que alguien
considere que nuestra acción está justificada con esa explicación. Explicar
por qué hacemos las cosas no es lo mismo que justificarlas.
En el caso del dilema, el problema consiste en que hay argumentos a
favor de cada una de las opciones. Para poder tomar una decisión bien
justificada es muy importante que tengamos en cuenta los diversos
argumentos, y no sólo los que hay a favor de la opción que, en principio,
nos parece buena, sino también los que hay a favor de la otra opción.

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Los argumentos que se suelen emplear en la argumentación moral


son, en general, de dos tipos: consecuencias y principios o valores.
Entendemos por consecuencias los resultados que generan nuestras
decisiones, ya sean éstos perniciosos o favorables. Actuamos para
conseguir algo, y lo que obtenemos es una consecuencia de nuestra acción.
Además, al actuar incidimos en nosotros mismos y en los que nos rodean,
de tal modo que además de la consecuencia directa e inmediata hay otras
más indirectas, pero que también importan. Y con frecuencia hay al mismo
tiempo consecuencias positivas y negativas, para uno mismo y para los
demás, por lo que pueden entrar en conflicto y por eso tenemos un dilema.
Los principios son los supuestos, creencias o normas fundamentales
que guían nuestro comportamiento. Por otra parte, los valores nos indican
lo que apreciamos en esta vida y consideramos fundamental para lograr una
vida que merezca la pena. Si la amistad es algo valioso y se basa en la
confianza, traicionar a un amigo está mal porque rompe esa confianza y
destruye la relación de amistad. Del mismo modo debemos decir la verdad
independientemente de las consecuencias, pues la veracidad es un valor
que guía nuestro comportamiento. El bienestar físico, propio o ajeno, es
igualmente un valor importante, mientras que sufrir no es algo valioso.
En este ejercicio te pedimos que enumeres el mayor número de
argumentos posibles a favor de cada una de las opciones.

Análisis del problema


Al actuar tenemos en cuenta los valores morales, es decir, nos
preocupa saber si lo que hacemos está bien o lo que está mal. Cuando
hacemos lo que está bien, no sentimos satisfechos; cuando hacemos lo que
está mal, nos sentimos culpables y avergonzados. Considerados desde otro
punto de vista, los valores morales nos imponen una conducta: bueno es
aquello que debemos hacer y la conciencia nos dice que es la conducta
correcta; malo es aquello que no debemos hacer, nuestra conciencia nos
dice que no es la conducta adecuada.
Además, cuando actuamos vamos buscando conseguir algo que
consideramos bueno, que es importante y valioso para nosotros y que de
ello depende nuestra felicidad.
Los dilemas morales se caracterizan porque son situaciones en las
que estamos obligados a tomar una decisión, pero nos damos cuenta de
que existen varios principios morales en juego y también varios bienes o
cosas valiosas y que no es posible atenderlos todos. Si hacemos una cosa,
actuamos de acuerdo con un valor moral y conseguimos algo, pero al
mismo tiempo incumplimos otro valor moral y perdemos también algo. No
hay forma de satisfacer los dos valores o principios en juego y nos vemos
obligados a elegir. El primer paso para hacer frente a un dilema consiste,
por tanto, en darse cuenta de los valores y principios morales que están en
conflicto. Para ello, tenemos que tener en cuenta, en primer lugar, lo que
nos dice nuestra propia conciencia. Además debemos tener en cuenta los
valores que están vigentes en la sociedad en la que vivimos, valores que
algunas veces son muy explícitos y están bien definidos, como ocurre en

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códigos morales del tipo de los Diez Mandamientos o de los Derechos


Humanos. Es además, importante, tener en cuenta la importancia que tienen
para nosotros y el orden jerárquico en el los situamos También tenemos en
cuenta la clase de persona que queremos ser y la clase de mundo en la que
queremos vivir.
Solución
Al final hay que exponer lo que uno mismo haría en el caso de
encontrarse en una situación semejante. Para ello hay que redactar una
exposición en la que dejemos claro qué es lo que pensamos que se debe
hacer y cuáles son las razones que justifican nuestra decisión. Es decir, se
trata de exponer la decisión que nosotros tomamos basados en los
argumentos expuestos en la pregunta anterior, procurando además refutar
los argumentos que están en contra de lo que nosotros pensamos que es la
conducta moralmente buena. Es muy importante no caer en el error de
resolver el dilema proponiendo una solución intermedia que en cierta
medida satisfaga los valores en están conflicto en el dilema. En ese caso
estaríamos evitando el dilema y no dando nuestra solución. Por tanto, la
decisión que ofrezcamos en este apartado tiene que ser una de las dos que
plantea el dilema.

Ejemplo de solución de un dilema


Lo que sigue es la solución al dilema expuesto al principio.
Enumerar varias opciones
Pueden, claro está torturar al preso y conseguir su confesión. Pueden
también negarse a hacerlo y afrontar las consecuencias que se derivan de la
amenaza de su comandante. Una tercera opción es denunciar la exigencia
del comandante a los mandos superiores, haciendo ver que no está
permitido torturar a los prisioneros. Aunque difícil, pueden intentar
convencer al comandante de que no se debe torturar a ningún preso,
proponiendo como alternativa organizar un grupo que salga a buscar a los
compañeros. También pueden interrogarle con dureza, pero sin llegar a
torturarle y, en último término, fingir que los han torturado.
Justificar nuestra conducta: argumentos a favor de cada opción
A) Estos son los posibles argumentos a favor de torturarles:
- Es posible que los presos, que se niegan a colaborar con el enemigo en
condiciones normales, no soporten la tortura y hablen para dejar de sufrir
dolor, lo cual, aunque no garantiza que los compañeros sean liberados, sí
entraña una posibilidad más para ello
- Teniendo en cuenta que los presos no van a colaborar si no utilizan la
tortura, es bastante probable que no encuentren a sus compañeros y que
éstos acaben muertos al no liberar a los presos talibanes.
- Los talibanes no volverán a recurrir a ese tipo de amenazas, al ver que no
tienen efecto.
- Quizá consigan una confesión y en ese caso podrían salvar a sus
compañeros. Por mínima que sea la probabilidad de que confiesen hay que

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intentarlo, pues la vida de los compañeros vale mucho más que la de los
talibanes presos.
- No torturarlos implicaría desobedecer las órdenes de un superior y eso es
grave dentro del ejército.
- De esa forma conseguirían dar un escarmiento ejemplar, sobre todo si se
corre la voz entre los talibanes de los buenos torturadores que son Nelson
y Juan.
- Se lo merecen. Ellos han jugado sucio secuestrando a sus compañeros y
ahora van a pagar por ello.

B) Esos son los posibles argumentos a favor de no torturarles:


- La persona que tortura puede volverse insensible y cruel, dado que los
actos concretos son los que confieren un modo de ser a la persona: somos
lo que hacemos.
- Cuando los enemigos talibanes sepan que los soldados torturan, su deseo
de luchar contra ellos y matarlos o expulsarlos del país, aumentará
- Es posible que se arrepientan de haber torturado a otra persona y convivan
con el sentimiento de culpa toda su vida.
- No hay que hacer daño a otras personas y al torturar a alguien se inflige un
gran daño físico, psíquico y moral a la persona torturada.
- La tortura es una práctica prohibida por los DDHH en cualquier situación,
incluida la guerra.
- Las declaraciones obtenidas bajo tortura no suelen ser muy fiables.
- Torturarlos, aunque sea un hecho aislado y sólo se torture a unas pocas
personas y se haga por una buena causa, implicaría perpetuar en el mundo
una práctica que atenta directamente contra la dignidad de las personas y
que, por tanto, no se debe permitir por ningún motivo y en ninguna
circunstancia. No respetar ni valorar la dignidad de la persona no atenta
únicamente contra aquel individuo concreto que está siendo torturado, sino
contra todas las personas del mundo.
- Normalmente y salvo excepciones, cuando las personas creen firmemente
en su lucha no hay forma humana ni inhumana de hacerles confesar (son
capaces de dar la vida, la suya y la de sus hijos antes de hablar o de
favorecer al enemigo).
Análisis del problema
En el ejército, la obediencia a las órdenes de un superior es un valor
muy importante. Se espera de un soldado que obedezca a sus superiores
cuando estos le dan una orden o le imponen una misión. En este caso está
clara la orden que les ha dado el comandante.
En caso de no obedecer van a padecer castigos u otras
consecuencias negativas, pues el comandante les hará pagar su
desobediencia. Su vida en el cuartel va a ser peor.

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Además, en la vida cotidiana y también en el ejército es importante la


amistad y el compañerismo; debemos ayudar y proteger a nuestros
compañeros. Sus compañeros están en peligro de muerte y ellos deben
ayudarlos, para evitar que pierdan la vida.
Junto a la amistad, deben tener en cuenta la lealtad a su unidad del
ejército y a los compañeros, a los que no pueden fallar en momentos
difíciles.
Por otra parte, la tortura está expresamente prohibida en la
Declaración de Derechos Humanos y en las leyes de todos los países.
Torturar es un acto que va contra derechos fundamentales de las personas
y contra las leyes vigentes.
Por último, torturar significa infligir un daño físico o psicológico
considerable a una persona que está indefensa, dejando secuelas
duraderas.
Los tres valores más importantes son: la vida de sus compañeros: el
respeto a la dignidad de todas las personas; la obediencia en el ejército.
Solución
A pesar de la casi segura muerte de mis compañeros, en ningún caso
recurriría a la tortura. No siempre el fin justifica los medios y, además,
ciertos medios son contraproducentes pues terminan provocando males
mayores que los que se quieren evitar.
La tortura es una práctica inhumana y degradante, en la que se
humilla y se inflige un daño difícilmente reparable a unos seres humanos.
Todo ser humano, incluso aquellos que se han comportado injusta o
indignamente, debe ser respetado y tratado como tal. Este respeto
incondicional es lo que marca la diferencia clara entre quienes obran mal y
quienes obran bien.
Por otra parte, aunque algunos mantienen que la tortura es eficaz,
nada garantiza que vayan a decir la verdad. Las confesiones obtenidas bajo
tortura no suelen ser demasiado fiables, pues es posible que las personas,
bajo el dolor padecido, procuren dar información, aunque no sea cierta.
Incluso pueden ser fuertes y negarse, lo que podría exigir acabar con su
vida para evitar que el hecho de la tortura sea conocido. Además, el
prestigio de nuestras tropas entre la población y el enemigo se verá
seriamente dañado. Si llega a los talibanes la noticia de que sus
compañeros han sido torturados, es bien posible que a partir de ese
momento luchen con más determinación, evitando por todos los medios ser
capturados por los soldados. No nos temerán más, sino que aumentará su
odio y su deseo de acabar con nosotros.
Cierto es que mis compañeros pueden esperar de nuestra lealtad que
hagamos todo lo posible por salvarlos, pero tanto ellos como yo sabemos
que en una guerra podemos morir y aceptamos el riesgo. La guerra es una
situación muy dura, en la que se saltan con facilidad todas las normas
morales, pero en todo caso hay límites que no se pueden traspasar y uno de
ellos es el respeto a la vida de los prisioneros. Es más, en caso de torturar,

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me sentiré culpable; si no lo hago y matan a mis compañeros, los culpables


serán los talibanes no yo. No hacerlo me ayudará a conservar mi propia
dignidad y a no sentirme culpable. Lo importante no es tanto lo que hacen
los talibanes o lo que se merecen, sino lo que hago yo mismo. El que ellos
obren mal no me autoriza a obrar mal yo también. Además les haremos ver
a los talibanes que no vamos a ceder nunca a su chantaje y la población se
dará cuenta de que nuestro comportamiento es mejor que el suyo.
Cierto es que debo obedecer a mis superiores, pero no cuando estos
mandan algo que es profundamente inmoral. La obediencia debida no es
justificación para cometer actos inmorales, como se ha podido comprobar
en otras situaciones parecidas. Nuestras tropas luchan para conseguir que
en el país que ocupamos, Afganistán, se implante una sociedad más justa y
haya paz, pero la tortura es contraria a esos fines. Si llegan a castigarme por
ello, será injusto pero tendré que aceptarlo, pues siempre es mejor padecer
una injusticia que cometerla.
En definitiva, las razones anteriormente expuestas hacen ver que es
mejor negarse a obedecer la orden. Los posibles beneficios de hacerlo no
están claros, y si están más claros los daños que pueden ocasionar. Y lo
que es fundamental: hay valores morales básicos que nunca pueden ser
atropellados y vulnerados.

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ÉTICA Y AXIOLOGÍA

La ética, está entrañablemente unida a otra disciplina filosófica denominada axiología. El


concepto de ética a estas alturas resulta familiar, no así la noción de lo que ha de significar la
axiología.

Axiología.

Etimológicamente, viene del griego, axios, que significa merecedor, digno, valioso, y de
logos, fundamentación, concepto. La axiología es la ciencia o teoría de los valores,
especialmente de los morales.

El problema de los valores


El realismo gnoseológico, afirma que las cosas son aunque nadie las conozca; que las cosas
son aunque nadie las estime o las desprecie, las ame o las odie, las desee o las rechace. Hay
aquí dos referencias al objeto que dejan intacto el ser mismo del objeto: el conocimiento por
un lado; la valoración por otro lado. Las cosas no son porque son conocidas; no son porque
son valoradas positivas o negativamente. Ni la referencia gnoseológica, ni la referencia
axiológica afectan a la existencia misma de las cosas.

El sujeto cognoscente, el hombre es, concretamente el que cambia cuando conoce. Y cambia
también cuando valora. Ambas cosas: el conocer y el valorar guardan estrecha conexión, la
segunda deriva de la primera. Cuando los entes existentes o los entes ideales son conocidos,
dejan una resonancia en el sujeto que los conoce, significan algo para él: las cosas son y
valen.

Los juicios de ser afirman que las cosas son en si misma, con absoluta independencia de lo
que ellas valgan para quien los formula. Los juicios de valor expresan lo que las cosas valen
para el hombre que los formula, esto se observa en el hecho de que por el simple hecho de
captar la realidad de las cosas, éstas provocan en nosotros una valoración.

El problema filosófico que se plantea es el de la naturaleza. ¿qué es un valor? ¿en qué se


fundamenta? ¿es independiente del ser de las coas? . Esto que llamamos valor de un objeto
¿ésta en éste o en el sujeto que valora? ¿valoramos las cosas porque realmente valen o más
bien valen porque las valoramos y en la medida en que las valoramos?.

La valoración la hace el hombre. Es un acto humano propio del sujeto que juzga buena o
mala. El relativismo es una postura que sostiene que todo juicio de valor es una respuesta
subjetiva al objeto, que es por su propia naturaleza indiferente. Se atribuye valor aun objeto en
virtud de un sentimiento de gusto o disgusto que asciende de las capas profundas de la vida.
En esta perspectiva ontológica de los valores, éstos son puros fenómenos subjetivos, que no
depende para nada de lo que la cosa es en si. En cambio el realismo sin negar que la
valoración la hace el hombre y que está condicionada por el contorno vivo y el contorno
impersonal que lo rodea afirma que el valor son cualidades enteramente objetivas. Los
valores son esencias que incumbe a la persona realizar, esto es convertir en existencia.

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Tres son los elementos que intervienen en todo valor:

1- Una cosa algo real o ideal


2- Una cualidad positiva o negativa
3- Una reacción del sujeto, el juicio de valor.
La teoría de Max Sheler establece que para entrar en contacto con las cosas tenemos algo
mejor que la inteligencia: el sentimiento original intencional, por medio del cual
aprehendemos formalmente la realidad bajo su aspecto de valor y no bajo su aspecto de ser.
Sheler mantiene la postura que los valores se alcanzan mediante la intuición emocional,
sentimental, la cual se presenta en tres capas diferentes:

a- Sentimiento puro: también denominada función emocional mediante la cual se realiza


la intuición esencial de los valores.
b- Preferencia y repugnancia: en esta capa se intuyen los grados y el orden de los valores,
la relación que guardan entre si.
c- Amor y odio: constituyen los actos supremos de la intencionalidad emocional, que
prepara la visión de los valores para la aprehensión.
El valor designa lo valiosos de un objeto, es decir lo que estimado. Valor es lo que se apetece
por su aptitud para la consecución de la plenitud humana. Todo deber obedece a los valores.

Los valores se ofrecen a la aprehensión de una manera jerárquica, esta jerarquía de valores no
depende de las personas si no de los valores consideramos en si mismo, por eso se dice que
objetiva y absoluta, en contraposición con la escala de valores, la cual depende de la
preferencia personal, entonces se dice que es subjetiva. Cada persona tiene su propia escala de
valores, que si se adapta a la jerarquía será buena y de lo contrario, mala.

Origen histórico de la axiología.

El tema de la axiología es de relativa novedad en la historia del pensamiento, puesto que el


término y el concepto fueron desarrollados a finales del siglo XIX y comienzos del s. XX,
primeramente en Alemania donde surgen los primeros trabajos sistemáticos, sobre todo por
los autores neokantianos de la escuela de Baden, cuyos presupuestos filosóficos estaban en
contraposición con la ética formal de Kant.

Entre los más reconocidos encontramos a W. Windelband (18481915), cofundador de la


Escuela neokantiana de Baden y fundador de la escuela neokcantiana axiológica de
Heidelberg quien escribe uno de los trabajos más antiguos, publicado en 1884 y que se refiere
a valores morales y religiosos, principalmente.

Poco después, aparecieron las investigaciones de Ehrenfels y de Alexius von Meinong (1853-
1920) sobre la teoría de los objetos (1904), y luego en Sobre el lugar de la teoría de los
objetos en el sistema de las ciencias (1907). También surge la obra de H. Rickert (que trata

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más bien del valor de verdad), aunque también se afirma que fueron introducidos con
anterioridad por el filósofo idealista alemán Rudolph Hermann Lotze (1817-1881). Husserl
asume la axiología dentro de su fenomenología, y siguen este nuevo enfoque Max Scheler y
Nicolai Hartmann, entre otros. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998).

Pero la obra fundamental, apareció en el siglo XX, Ética de Max Scheler (1874 – 1928) en
dos volúmenes, el primero denominado El formalismo en la ética y, el segundo, La ética
material de los valores, publicados entre 1913 y 1916, obras en la que aplica

La axiología como disciplina sintética fundamental de la filosofía tiene ante sí, ocho
problemas capitales:

a) El problema de la existencia del valor. ¿Existen los valores? ¿Qué tipo de existencia
tienen? ¿Cuál es su naturaleza?
b) El problema de la esencia del valor. ¿Qué son los valores en general?
c) El problema del método.
¿Qué método debe emplearse para dilucidar la naturaleza del valor?
d) El problema del conocimiento de los valores. ¿Cómo se conocen los valores?
e) El problema de la clasificación de los valores. ¿Cuántas clases de valores hay?
f) El problema de la valoración. ¿En qué radica la positividad y en qué la negatividad de
un valor?
g) El problema de la jerarquía de los valores. ¿Qué valores valen más?
h) El problema de la realización de los valores. ¿Qué relaciones internas existen entre los
valores y bienes?

Sobre el problema de la existencia del valor.

Uno de los primeros problemas con los que la axiología se enfrenta es el relacionado con la
existencia de los valores, en este plano las posturas parecerán irreconciliables unas con otras,
que los valores pertenecen a una región independiente, no son cosas, no pertenecen a la
realidad, sino a un mundo aparentemente autónomo, quienes han ahondado en su naturaleza lo
hacen desde perspectivas diferentes.

Históricamente pueden distinguirse las posturas de los subjetivistas versus la objetivista. La


primera se cuestiona sobre si los objetos tiene tienen valor porque los deseamos y, la
segunda, si los deseamos porque tienen valor. Ante estas posturas, que a simple vista
parecen irreconciliables, se abre la posibilidad de que la naturaleza de los valores sea doble,
es decir, subjetiva y objetiva al mismo tiempo, ésta es la tercera postura, acuñada por
Risieri Frondizi, ya en la década del 60’ del siglo pasado y que se reconoce como cualidad
estructural del valor.

Postura subjetivista.

El subjetivismo es la condición que supone que algo sólo es verdadero para el sujeto que lo
concibe, aplicado a los valores, que los valores no existen en sí y por sí, sino que son meras

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creaciones de la mente, existen solamente para mí; lo que hace a una cosa valiosa es el
deseo o el interés individual.

Esta postura es presentada primeramente por Alexius von Meinong (1853-1920) cuando
afirma que “tiene valor lo que nos agrada y en la medida en que nos agrada”. Su discípulo
Ehrenfels introdujo una variante: tiene valor lo que se desea y en la medida en que se desea.
Es el deseo lo que confiere valor a un objeto.

Sánchez Vásquez (1998, pág. 119), al respecto escribe que:

No deseamos el objeto porque vale –es decir, porque satisface una necesidad nuestra-,
sino que vale porque lo deseamos o lo necesitamos. En pocas palabras, lo que deseo o
necesito , o también, lo que me agrada o gusta, es lo que vale; a su vez, lo que prefiero,
de acuerdo con estas vivencias personales, es lo mejor.

En torno a esta postura se puede decir que es cierto que el componente individual es un factor
importante en el proceso de valoración, pero no es el único, ni está tampoco aislado. Al no
tomar en cuenta ese objeto, toman una parte por del todo y sus conclusiones necesariamente
deben ser erróneas.

Como afirman los autores arriba citados:

Las diversas tendencias subjetivistas conducen a la persona ante un callejón sin salida: el del
relativismo. Si los valores dependen de la persona que valora y no se pueden afirmar unos
valores por encima de otros, estamos muy cerca, si no dentro, del «todo vale». Y todo el
mundo conoce en su piel, con mayor o menor intensidad, las terribles consecuencias del
«todo vale». Pero es que, además, si el subjetivismo tuviera razón –que la tiene, sólo que
parcialmente-, cabe preguntarse entonces: ¿por qué educamos?, ¿por qué entablamos
conversaciones y disputas sobre situaciones de conflicto de valor? Quizá la respuesta sea:
porque el ser humano reconoce en lo más hondo de su dignidad que no todo vale lo mismo.

Postura objetivista.

Según del Diccionario Filosófico Herder (1998) el objetivismo es la:

Tesis que defiende la existencia de valores éticos plenamente objetivos , ya que no se reducen
meramente al sentimiento de agrado, interés ni deseo, ni se reducen tampoco a un mero
proceso psicológico de valoración, razón por la cual, el estudio de estos valores es objeto de
la ontología. De esta manera, el objetivismo ético sustenta que los mencionados valores son
válidos y objetivos para todos los individuos y todos los tiempos, ya que no son ni subjetivos,
ni relativos ni convencionales.
En su concepción de los valores, Max Scheler nos plantea los valores como ENTES
INDEPENDIENTES por completo y en un doble sentido: existen independientemente de
que sean apreciados o no por un sujeto o conciencia valorante; a la vez que también existen
con independencia a que se realicen o no en los bienes. De esta manera el hecho de que el
hombre perciba o no los valores, es algo enteramente accidental a los valores mismos.

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Principios fundamentales del objetivismo axiológico, de Max Scheler:


1.- Independencia de los valores respecto al sujeto:
«HAY VALORES EN SÍ», que subsisten por sí mismos. Los valores existen en sí y por sí,
al margen de toda relación con el hombre como sujeto que pueda conocerlos,
aprehenderlos o valorar los bienes en que se encarnan. Son valores en sí, y no para el
hombre. El valor está por encima del concepto que tengamos de él.
Podemos o bien tener un concepto errado de lo que es un valor específico, o bien podemos
no tener concepto alguno, y ello no afecta su propia naturaleza específica como valor.
2.- separación radical entre valor y realidad:
Según esto, «HAY OBJETOS VALIOSOS EN SÍ», es decir, al margen del sujeto. Los
valores como entidades absolutas e independientes, no necesitan ser puestos en relación
con los hombres. De la misma manera, tampoco necesitan relacionarse con las cosas: «NO
NECESITAN ENCARNARSE EN BIENES». Es una posición de separación radical entre
el valor y la realidad, o independencia de los valores respecto de los bienes que los
encarnan.

Sobre el problema de la esencia del valor.

Aproximación al concepto de valor.

Si se parte de su etimología, valor viene del latín, valere, que significa estar vigoroso o sano,
ser más fuerte. En el griego encontramos, axios, que significa merecedor, digno, que posee
valor.

Todo aquello que hace que el hombre aprecie o desee algo, por sí mismo o por su relación
con otra cosa; la cualidad por la que se desean o estiman las cosas por su proporción o aptitud
a satisfacer nuestras necesidades; en economía, lo útil, el precio de una cosa (Diccionario de
Filosofía Herder, 1998).

En este sentido y siguiendo la proposición de Martínez Huerta (2001, pág. 70), los valores no
son por tanto cosas, sino que las cosas del mundo aparecen bajo la luz de valores o están
revestidas, en medidas y formas muy diversas, de valor. Él afirma que:

Por consiguiente los valores tienen que situarse en la relación cualitativa entre las cosas y la
persona humana que tiene que realizar su propia existencia. Podría decirse que valor es todo
lo que permite dar un significado a la existencia humana, todo lo que permite ser
verdaderamente hombre.

Origen de la noción de valor.

El inicio de lo que ahora se puede entender por valor se halla relacionado con la perspectiva
económica de Adam Smith (1723 – 1790), considerado además de economista un filósofo
moral.

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Las primeras teorías sobre el valor son de tipo económico y surgen en el s. XVIII, cuando
comienzan a elaborarse en Inglaterra las primeras teorías económicas, se sustituye el
concepto tradicional de bien común por el de «interés general» y A. Smith
(Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de las naciones, 1776) sostiene
que la causa de la riqueza de los pueblos es el trabajo; el valor de las cosas se mide entonces
por la cantidad de trabajo, y se distingue entre el valor de uso y el valor de cambio o valor
propiamente dicho. El valor de uso de una mercancía (aquello para lo que sirve) lo determina
su utilidad en la sociedad; mientras que el valor de cambio, propiamente el valor, según la
teoría del valor trabajo, que comienza en A. Smith y prosigue con David Ricardo (Principios
de la economía política, 1817) hasta Karl Marx (El capital, 1867), se mide por el tiempo de
trabajo socialmente necesario para producir el objeto que se intercambia. (Diccionario de
filosofía Herder, 1998)

Desde la economía el concepto de valor se trasvasa a otros campos del saber, con variadas
acepciones pero siempre referidas a la proposición anterior, como dice Etxeberria (2003, pág.
48), “el término “valor” va a entrar en el campo moral precedido de su uso en el campo
económico”. Uno de los primeros en hacerlo fue Rudolph Hermann Lotze, médico y filósofo
alemán, afirmando que “los valores no son, sino que valen”.

No obstante, esta perspectiva de origen queda totalmente incompleta si se asume como


absoluta, ésta se robustece con la perspectiva kantiana en la tercera definición de imperativo
categórico cuando afirma: “obra de tal modo que te relaciones con la humanidad, tanto en tu
persona como en la de cualquier otro, siempre como un fin, y nunca sólo como un medio”
(kant, 1994). Este imperativo lo explica muy bien Etxeberria (2003, pág. 49) cuando dice:

En el reino de los fines, dirá, hay cosas que tienen un precio y otras que tienen una
dignidad. Lo que tiene precio puede ser sustituido por algo equivalente, puede ser medio
para usos cualesquiera de esta o aquella voluntad; lo que tiene dignidad está por encima de
todo precio y merece respeto, existe como fin en sí y como tal debe ser considerado, no
pudiendo ser instrumentalizado. Es decir, kant viene a distinguir entre el ámbito del valor
mercantil y el ámbito del “valor absoluto” integrado precisamente por los seres humanos
en su condición de tales. Lo que es valor en sentido moral es esto último.

Como afirman Sierra y Bedoya (1996, pág. 13) los valores se consideran como los principios
y los fines que fundamentan y guían el comportamiento humano, social e individual.

A todo lo anterior hay que sumarle la connotación social que tiene el valor, el mejor
exponente de tal proposición sin duda resulta ser Sánchez Vásquez (1998, pág. 118), él afirma
que el valor no lo poseen los objetos por sí, sino que éstos lo adquieren gracias a su relación
con el hombre como ser social. Agrega además que el valor de cambio –como el de uso- sólo
lo posee el objeto en su relación con el hombre, como una propiedad humana o social suya.

La ética material de los valores.

Como se citó arriba, la ética material de los valores, es la proposición teórica elaborada por el
filósofo alemán de orientación fenomenológica Max Scheler, presentada en su obra del mismo
nombre entre 1913 y 1916.

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En dicho enfoque fenomenológico de la ética Scheler encuentra, en el seno mismo de la


intencionalidad, un elemento valorativo. Es decir, la intencionalidad no es meramente
vacía, sino que los fenómenos se nos muestran cargados afectivamente, tal como lo
muestra en Esencia y forma de la simpatía.
El descubrimiento de la intencionalidad emocional le permite descubrir los valores, que
son esencialidades intuitivas y evidentes de las que no se puede predicar ni la
inteligibilidad racional ni ningún carácter lógico, pero que se ofrecen a la descripción
fenomenológica como las esencias de Husserl.

De la misma manera que las esencias husserlianas, los valores son intemporales y
absolutamente válidos y están ordenados jerárquicamente, lo que le permite elaborar una
fijación de estructuras emocionales esenciales, que forman un a priori, material que llena
el vacío formal de la ética de Kant. La teoría fenomenológica de los valores le permite,
pues, criticar la ética formal kantiana, pero no para desembocar en una ética material de
los bienes, sino para fundar una ética material apriorística de los valores.

Por ello Scheler defiende su concepción ética como una nueva ética material, cuya materia
pura son los valores. Éstos, no deben confundirse con los bienes, que son objetos
empíricos que incorporan valores, sino que son intemporales, absolutos, y son plenamente
objetivos y autónomos respecto de los actos en que son aprehendidos. En definitiva, los
bienes son cosas concretas dignas de estimación y aprecio, pero el fundamento de esta
valoración estimativa y apreciativa son los valores, que son propiedades objetivas de los
bienes. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)

Rescatando lo planteado en el párrafo anterior, se deben distinguir entre objeto, bien y valor,
si asumimos lo que el Diccionario de Filosofía Herder (1998) propone como conceptos para
los dos primeros, se diría que:

• Objeto: Cosa perteneciente al mundo material o el correlato de un hecho intencional de


conciencia. En el primer sentido, se plantean cuestiones de tipo epistemológico si nos
preguntamos cómo llegamos a conocer el mundo externo, y cuestiones de tipo ontológico
si nos planteamos en qué consiste la naturaleza de una cosa material; en este caso,
llamamos objeto sólo a lo que existe de forma autónoma y particular, no a lo que se
adhiere a él como propiedad. Una rosa es un objeto del mundo material, así como lo es
también una puesta de sol, pero no son objetos ni la hermosura ni la esplendidez de
ambas; son propiedades. En el segundo sentido, el objeto como referente intencional no es
necesariamente algo que pertenece al mundo físico; puede pertenecer al anímico, psíquico
o mental, como es el caso de un sentimiento, de un sueño o del significado de, por
ejemplo, infinito

 Bien: Concepto fundamental básicamente relacionado con las acciones y decisiones


humanas, pero también con los fines y objetivos, mediatos o inmediatos, que con aquéllas
se persiguen, y hasta con la existencia (problemática), o sentido, de lo bueno en sí mismo o
de un bien sumo.

Sobre el problema del método.

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Primeramente ha de definirse que es el método. Su etimología proviene del griego, méthodos,


búsqueda, investigación, de metá hacia, y odós, vía, camino, por tanto, camino que debe ser
recorrido para llegar a un punto o resultado, o modo de hacer una cosa.

En general, es la manera de proceder racional para lograr un fin determinado, no sólo


escogiendo los medios convenientes, sino también poniéndolos en práctica según un orden
razonado, adecuado y consecuente, que se expresa mediante reglas o normas. (Diccionario de
Filosofía Herder,
1998)

Para Escobar Valenzuela (2001, pág. 78), la historia de la axiología registra dos métodos
opuestos en el tratamiento de los valores: el método apriorístico y el método experimental.

Método apriorístico.

Básicamente aborda el estudio de los valores desde un enfoque anterior e independiente de la


experiencia. Según Kant, lo apriorístico pertenece a la estructura del conocer humano, es no
empírico, universal y necesario. Por tanto el conocimiento previo es necesario para estudiar
el valor y se basa en una intuición emocional, el cual según Scheler, nos traslada a los valores
que son en sí por sí.

Método experimental.

Es el método propio de las ciencias empíricas, está basado fundamentalmente en el supuesto


de que los enunciados de estas ciencias deben contrastarse con la experiencia; esto es, han de
ser verificables. La verificabilidad exige que se compare con los hechos, mediante la
observación y la experimentación, para comprobar si un enunciado empírico es verdadero o
falso. El resultado de la verificación puede ser la confirmación o la desconfirmación o
refutación. Las hipótesis o enunciados generales de las ciencias empíricas quedan
confirmados si, sometidos a observación o experimentación, obtenemos casos que
constituyen ejemplos de lo que afirma el enunciado general; las hipótesis quedan lógicamente
desconfirmadas o refutadas si el resultado de la observación o experimentación es un ejemplo
que contradice o niega la afirmación general. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)

Sobre el problema del conocimiento de los valores: Vías de captación del valor.

En el campo reflexivo de la ética se plantea la cuestión, sobre el modo de captación del valor,
cuando se cuestiona: ¿se da una aprehensión intuitivo-emocional que fundamenta la
consistencia de los mismos o lo que se da es más bien una asimilación social más o menos
creativa, que puede ser comandada por los mecanismos de poder existente?, a lo que
responde diciendo:

Scheler distingue entre “hechos naturales”, que se captan por medio del conocimiento
sensible; “hechos científicos”, que se captan por medio de simbolizaciones que los producen
como abstracciones; y “hechos fenomenológicos”, contenidos directos de las vivencias, entre
los que están los valores: éstos se dan en la intuición axiológica inmediata y no pueden ser

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definidos ni demostrados, sino sólo mostrados. En cuanto cualidades puras son siempre
objetivos, aunque sólo se realicen en los bienes que son sus portadores.

Si los valores pueden ser conocidos, ¿Qué tipo de conocimiento es el que permite captar los
valores?, ¿un conocimiento intelectual o, por el contrario, emocional e intuitivo?; ¿qué
límites tiene este conocimiento?
Si los valores fueran captados por una operación intelectual, entonces éstos serían conceptos
u objetos ideales; si fueran objetos reales, serían captados por los sentidos. Ante esto se
argumenta que un bien, o sea donde está depositado el valor, puede ser captado
sensiblemente, pero el valor, no.

Podemos afirmar entonces, que el bien se capta especialmente por vía emocional, es decir, el
objeto que tiene adherido dicho valor; por su parte el objeto material se capta por vía
sensorial, mientras que el objeto ideal por vía intelectual.

Siguiendo al autor citado anteriormente, Scheler rechaza la vía intelectual como instrumento
cognoscitivo de los valores; la inteligencia es ciega para los valores. Los valores, piensa
Scheler, se dan gracias a la intuición emocional. Los valores se dan en un acto intuitivo
privilegiado, que nos entrega la totalidad del objeto, es decir, que para la captación del valor,
deben concurrir la vía intelectual, la sensorial y la emocional.

Sobre el problema de la clasificación de los valores.

Por clasificación se ha de entender

“La agrupación de los elementos de un conjunto en subconjuntos, clases o conceptos


clasificatorios que lo dividen de forma disyuntiva y exhaustiva. Clasificar es, por tanto,
dividir en grupos de forma tal que: ningún grupo sea vacío, ningún elemento pertenezca a
más de un grupo y la suma de los elementos de todos los grupos equivalga a la extensión
total del conjunto”. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)

Un buen conjunto de clasificaciones se encuentran en el trabajo de Dennis Santana (2000),


ante la interrogante: ¿Cuáles tipos de valores existen?, responde:

No existe una ordenación deseable o clasificación única de los valores; las jerarquías
valorativas son cambiantes, fluctúan de acuerdo a las variaciones del contexto. Múltiples
han sido las tablas de valores propuestas. Lo importante a resaltar es que la mayoría de las
clasificaciones propuestas incluye la categoría de valores éticos y valores morales.

Agrega que la clasificación más común discrimina valores lógicos, éticos y estéticos y
posteriormente compendia las siguientes clasificaciones:

La jerarquía de valores según Scheler (1941) incluye:

a. Valores de lo agradable y lo desagradable: del placer y el dolor sensible

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b. Valores vitales o biológicos: de la nobleza y la vulgaridad


c. Valores espirituales: (estéticos, cognoscitivos, filosóficos) de lo bello y lo feo,
de los justo y lo injusto, de la salud y la enfermedad, de la verdad y la falsedad,
del conocimiento puro o impuro.
d. Valores religiosos: de lo santo y lo profano.

También han sido agrupados en: objetivos y subjetivos (Frondizi, 1972); o en valores
inferiores (económicos y afectivos), intermedios (intelectuales y estéticos) y superiores
(morales y espirituales).

Rokeach (1973) formuló valores instrumentales o relacionados con modos de conducta


(valores morales) y valores terminales o referidos a estados deseables de existencia (paz,
libertad, felicidad, bien común).

La clasificación detallada que ofrece Marín Ibáñez (1976) diferencia seis grupos:

a. Valores técnicos, económicos y utilitarios;


b. Valores vitales (educación física, educación para la salud);
c. Valores estéticos (literarios, musicales, pictóricos);
d. Valores intelectuales (humanísticos, científicos, técnicos);
e. Valores morales (individuales y sociales); y
f. Valores trascendentales (cosmovisión, filosofía, religión).

Según Larroyo en Martínez Huerta (2001, pág. 76), dentro de los territorios de la cultura
pueden enumerarse los valores siguientes:

a. Valores vitales (salud, vigor, capacidad orgánica, euforia)


b. Valores hedónicos y eudemónicos (placer, felicidad, alegría, solaz, deleite)
c. Valores económicos (utilidad, valor de uso, valor de cambio)
d. Valores del conocimiento científico (verdad, exactitud, aproximación, probabilidad)
e. Valores morales (bondad, veracidad, valentía, templanza, justicia)
f. Valores estéticos (belleza, gracia, elegancia, ironía, majestad)
g. Valores eróticos (voluptuosidad, fraternidad, maternidad, paternidad)
h. Valores religiosos (santidad personal, piedad, beatitud, bienaventuranza)

Como puede extraerse del universo de clasificaciones presentadas en este apartado, y que no
son todas por cierto, la clasificación de los valores representa un problema real para la
axiología, ya que existen diferentes elementos que se conjugan para poder establecerlas.

Sobre el problema de la valoración: polaridad o bipolaridad del valor.

El valor oscila en una polaridad o dualidad, es decir, prevé la existencia de valores positivos
y valores negativos, ya plantea por Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 91) en su obra
Introducción a la ética, publicada en 1968. No obstante, su concepción, no corresponde a la
que actualmente se afirma al respecto.

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Por su polaridad o dualidad, los valores suelen dividirse en positivos y negativos, sin que
exista un término medio, ambos tienen existencia por sí mismos. Por lo tanto, el valor
negativo no es la simplemente “negación” (negatio) o la ausencia de su correspondiente valor
positivo como afirma Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 92), sino que tiene sus propias
implicaciones.

Para Escobar Valenzuela (2001, pág. 82), la característica de polaridad o bipolaridad consiste
en que los valores se presentan desdoblados en un valor positivo y el correspondiente valor
negativo, y converge con la arriba escrito sobre la existencia efectiva e independiente de cada
uno de ellos.

Escalas de representación de la polaridad.

Existen algunas escalas que se han construido haciendo un parangón del mundo físico para
representar la polaridad de los valores. Al respecto, se retomará el trabajo de Dueñas
Rodríguez (s.f.), las escalas por su parecido con las escalas numéricas, se denominan de la
siguiente manera:

La escala bipolar.

Es la más sencilla de todas. Esta escala considera solo dos calificativos, dos extremos
opuestos, uno positivo y otro negativo, por ejemplo: verdadero y falso, vida y muerte,
aceptado o no aceptado, etc.

La escala del cero absoluto.

Esta es la más difícil de captar y de aceptar, proviene de la filosofía escolástica, y es


comparable a la escala termométrica de Kelvin que considera el cero absoluto en el punto
inferior, de tal manera que toda graduación es de números positivos. En esta escala no hay
números negativos y ésta es la tesis que sostiene esta filosofía, tesis que normalmente
produce un fuerte rechazo cuando se oye por primera vez. A la gente le cuesta entender que
alguien sostenga la no existencia de valores negativos y la inexistencia del mal. Para la
filosofía escolástica el mal es una privación del bien, es decir, el mal como tal no existe, sino
lo que existe es una ausencia del bien. La privación es eso, la ausencia de algo que debería
existir.

La escala de múltiples valores positivos y negativos.

Esta escala considera además de los dos polos, la posibilidad de que existan matrices entre
los dos extremos. Se puede comparar con la escala algebraica que utiliza el cero y a partir del
cual se dan números positivos hacia arriba y números negativos hacia abajo. Esta escala
siempre promueve el nivel positivo, más y más cualidades, más riqueza, más belleza. La
ventaja enorme de esta escala con respecto a la primera consiste en que en esta si se admiten
matrices, lo cual proporciona a la mente una facilidad para emitir sus juicios de valor y se
sale del encasillamiento de la bipolaridad

La escala de la normalidad central.

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Esta escala es un poco más sofisticada, ya que además de considerar los dos polos y las
matrices de valores, pone el peso axiológico en el centro de dicha escala, es como la campana
de Gauss, esta es como una parábola, por lo tanto en su extremo más alto se expresa el mejor
valor y así va decreciendo hacia la izquierda y a la derecha, es ahí donde se manejan los
número negativos y positivos. Entonces tenemos que se concibe lo normal como un valor en
el centro y lo anormal como valores hacia la derecha y hacia la izquierda.

Hay que recordar que en el caso de los valores en estas escalas, estos no se tratan de números,
estas escala son una simple analogía, pero muestran con claridad de qué manera se conciben
algunos valores.

Sobre el problema de la jerarquía de los valores.

¿Qué es una jerarquía de valores?

Una jerarquía es el establecimiento de un orden, una graduación de valores, que generalmente


se conforman a partir de una escala. Como puede observarse, este apartado se encuentra
íntimamente relacionado con el tema de las clasificaciones de los valores. Esto implica que,
una persona o grupo de personas, puedan determinar cuáles son –para ella o ellas- los valores
superiores, intermedios e inferiores en una escala particular.

Componente histórico social de las jerarquías de valores.

Como escribe Martínez Huerta (2001, pág. 76), cada época histórica ha tenido, una tabla ideal
de valores de donde el hombre ha derivado las normas para la edificación de su vida. Citando
a Ramos (1962, pág. 59), este mismo autor señala que “parece más bien que sobre la jerarquía
de los valores no hay acuerdo ninguno y reina la confusión y el caos”.

Y es que, como escriben Payá, Prats y Torguet, (2001, pág. 5), las jerarquías, clasificaciones o
tablas de valores son, asimismo, fluctuantes, cambiantes y están sujetas a influencias del
contexto social, cultural, político… De la misma manera, también pueden variar en el curso
de la vida de una persona.

Los mismos autores agregan que

No se es indiferente hacia los valores: tendemos a aceptar unos y a rechazar otros.


Enfrentados ante una situación de conflicto de valores, por regla general escogemos el
superior, aunque a veces no lo hagamos debido a otras circunstancias. Al menos
estaríamos de acuerdo en que deberíamos escoger y aplicar el superior. Todo esto da
cuenta de la veracidad de la afirmación de la polaridad de los valores y de su naturaleza
jerárquica.

Una síntesis básica de lo anteriormente escrito lo presentan Sierra y Bedoya (1996, pág. 14)
cuando dicen que es conveniente analizar algunas características especiales que acompañan a
los valores, y enumeran las siguientes:

Caiconte Oscar 151


Lecciones de ética y deontología

1. Cada grupo social establece su propia escala de valores.


2. En cada grupo social se va dando un sinnúmero de relaciones: de aprecio, de
aceptación y admiración.
3. Los valores de cada grupo social se constituyen en una vida, en una filosofía.
4. En los grupos sociales, así como se dan y se presentan los valores positivos, también
se expresan los valores negativos.2

Componente personal – individual de las jerarquías de valores.

Como puede percibirse con lo anteriormente escrito, la relevancia de las jerarquías consiste,
en que la conciencia (conocimiento) de una jerarquía estimula el desarrollo moral de la
persona, que reconoce la superioridad de unos valores sobre otros, tanto en situaciones de
conflicto de valores que afectan a la humanidad en su conjunto, como en situaciones más
personales o reservadas de la vida cotidiana.

Y es que como escribe Martínez Huerta (2001, págs. 76 – 77),

La tarea específica del hombre en el mundo consiste en la elaboración de un orden


provisional de valores que permita reconocer verdaderamente al ser humano. Le toca al
hombre buscar e inventar qué es lo que se necesita para realizar ese valor fundamental que
es el hombre mismo en sus dimensiones constitutivas, sociales, históricas, económicas,
materiales, particulares, etc.

Para este autor, la jerarquía de los valores es lo que nos diferencia a las personas y la que da
origen a los diferentes sistemas éticos.

Para Max Scheler, según citan Payá, Prats y Torguet, (2001, pág. 10),

La jerarquía de los valores es también apriorística, consubstancial a la naturaleza de los


mismos y aplicable también a los valores que no han sido conocidos. La superioridad de
unos valores sobre otros no radica en que hayan sido elegidos mayor número de veces o
por más personas sino en la naturaleza del valor en sí.

Preferibilidad de los valores.

Al respecto, Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 94) para facilitar la conformación de las diversas
escalas jerárquicas retoma el principio de preferibilidad planteado anteriormente por otros
autores, para él, “la preferibilidad es la propiedad por la cual los valores atraen o inclinan
hacia sí mismo la atención, las facultades y, en especial, la voluntad del hombre que los
capta”.

2
Las cursivas en este numeral son introducidas por el autor de este libro, sustituyendo lo que
originalmente está citado para hacerlo congruente con los postulados que se pretenden presentar al
lector.

Caiconte Oscar 152


Lecciones de ética y deontología

Al respecto Etxeberria (2003, pág. 47) señala que, cuando consideramos que cierto “objeto” –
en el sentido más amplio- cubre nuestras necesidades de sobrevivencia y desarrollo, lo
consideramos valioso y aspiramos a alcanzarlo.

Esta característica de atracción, como dice Dueñas Rodríguez (s.f.),

Surge ante la imperfección que muestra el ser humano y la necesidad que tiene éste de
eliminarla, complementándose con otros objetos, otros entes que de alguna manera llenan
o satisfacen su hambre de desarrollo y de plenitud. A partir de esta polarización: el
atractivo de los valores por un lado y la precariedad humana por el otro, el valor se ha
convertido en el satisfactor normal de la naturaleza humana imperfecta y necesitada. El
valor es el alimento del ser humano como tal, es el ente que se adecua a la naturaleza
humana dada su calidad de ente en desarrollo y evolución. Captar los valores es lo mismo
que reconocer el alimento adecuado la propia naturaleza, a las propias facultades
necesitadas de algún complemento que las satisfaga.
Criterios de preferibilidad de los valores.

El problema de la jerarquía se acrecienta cuando se profundiza en la manera en que han de


construirse las escalas de valores, para ello, muchos han propuestos diversos criterios que
permiten su estratificación, por ejemplo Max Scheler propuso los siguientes:
1. Durabilidad del valor: un valor es tanto más alto o importante cuanto más duradero,
en el sentido de permanente. En este sentido, los valores más fugaces son inferiores y los
eternos son superiores.
2. Divisibilidad del valor: una cosa es valiosa cuanto menos divisible sea. En este
aspecto se contempla que los valores inferiores son divisibles, los superiores no son
divisibles. Los valores más divisibles separan a las personas, mientras que los superiores las
unen.
3. Fundación del valor: acá se toma en cuenta el hecho de quien sustenta a quien, así por
ejemplo, si el valor A funda el valor B, entonces el valor A es superior al B.
4. Profundidad de la satisfacción: un valor es tanto más alto cuanto mayor es la
satisfacción que produce. Los que producen mayor satisfacción, en calidad y cantidad, son
los superiores.
5. Relatividad: Un valor es tanto más alto cuanto menos relativo es, es decir, en cuanto
dependa menos de las condiciones concretas del individuo. No implica subjetividad, sino a
lo que hace referencia el valor. Así hay valores relativos a la persona, al grupo y al contexto.

Un autor posterior, Reiner, según afirma Exteberria (2003, pág. 53), amplía la propuesta de
criterios o principios de preferibilidad de los valores hasta diez, estos son:

1. Altura (Scheler).
2. Fuerza o urgencia axiológica (Hartmann).
3. Urgencia temporal, que remite a lo perentorio.
4. Cantidad de la realización axiológica.
5. Mayor probabilidad de éxito.

Caiconte Oscar 153


Lecciones de ética y deontología

6. Probabilidad de eliminar un defecto o una determinada necesidad.


7. Exigencia de no lesionar los valores existentes.
8. Posibilidad de la colaboración, mediante la preferencia, en determinadas tareas
sociales.
9. Capacidades personales y medios efectivos de que dispone quien efectúa la
preferencia con respecto a un valor que, en determinada situación, interesa a todos.
10. Capacidades personales y medios efectivos con respecto a un valor distinto del que
interesa inmediatamente en la situación y que conviene entonces reservar para ese otro
valor.

Existe una gran cantidad de valores, pero pueden ser ordenados dentro de una jerarquía que
muestra la mayor o menor calidad de dichos valores comparados entre sí. Es claro que no es
igual lo material que lo espiritual, lo animal o lo intelectual, lo humano o lo divino, lo
estético o lo moral.

Por lo tanto para dicha estratificación utilizaremos el criterio de que el valor será más
importante y ocupará una categoría más elevada en cuanto perfeccione al hombre en un
estrato cada vez más íntimamente humano

Estos son solo algunos ejemplos de la conjunción de criterios que concuerdan al momento de
jerarquizar los valores, la práctica misma demostrará como decía Frondizi que “es más fácil
afirmar la existencia de un orden jerárquico que señalar concretamente cuál es ese orden o
indicar criterios válidos que nos permitan establecerlo” (1958, pág. 20).

Sobre el problema de la realización de los valores.

Etxeberria (2003, pág. 54) introduce el tema de la realización de los valores planteando su
relación con la preferibilidad y la jerarquía, al respecto escribe:

Nuestra relación con los valores no se agota por supuesto en la dinámica de preferibilidad. Se
culmina en el esfuerzo por su realización. Realización que, a su vez, debe tener encuentra
contextos y consecuencias. Es decir, la realización de los valores nos pide una creatividad
encarnada. Esto debe tenerse en cuenta tanto en la perspectiva personal como la social. En la
perspectiva social hay que resaltar los valores más pertinentes, para cultivarlos a través del
compromiso individual e institucional: dichos valores son los de la tríada de la revolución
francesa: libertad, igualdad y fraternidad; o si se quiere: tolerancia, justicia y solidaridad. En
cuanto a la perspectiva personal es interesante tener presentes a los valores como aquellos
objetivos que alcanzados realizan nuestra plenitud, nuestro proyecto de felicidad: debe,
evidentemente, tratarse de los valores superiores, preferidos con todas las matizaciones que
se han ido introduciendo.

En este sentido, los valores desempeñan específicas funciones en la comunidad,


contribuyendo a dar importancia a las cosas y a las actividades de las personas, por ello su
realización y efectivización resulta ser necesaria.

Caiconte Oscar 154


Lecciones de ética y deontología

Entre dichas funciones destacan, según Sierra y Bedoya (1996, pág.


17):

1. Los valores proporcionan medios fáciles para juzgar la sociabilidad de las personas y
las colectividades. Los valores hacen posible todo el sistema de estratificación que
existe en toda cultura. Ayudan al individuo mismo a saber en qué puesto se halla a los
ojos de los semejantes.
2. Los valores centran la atención de las personas en objetos culturales y materiales que
se consideran como deseables, útiles y esenciales.
El objeto así valorado puede no ser siempre lo mejor para el individuo o el grupo, pero
el hecho de ser un objeto valorado socialmente lo hace digno de ser perseguido.
3. Los modos ideales de pensar y de comportarse en una sociedad vienen indicados por
los valores.

Los valores van formando un esquema de conductas aceptadas socialmente, de modo


que las gentes pueden casi siempre distinguir los mejores modos de pensar y de obrar.
4. Los valores actúan como medios de control y de presión social. Inciden en las
personas para que se acomoden con las normas vigentes o establecidas; las anima y
estimula a hacer cosas cada vez mejores. Por otra parte, censuran comportamientos
prohibidos o mal vistos por la comunidad.
5. Los valores funcionan como medios de solidaridad. Las personas se agrupan de
acuerdo a los valores comunes. Esto favorece en muchos casos la consecución de
mayores y mejores lazos de amistad, de compañerismo y de solidaridad. Son
elementos que mantienen vivo al grupo.

El reto más grande que se enfrenta en términos del valor, no radica en su clasificación o
estratificación en una escala de valores, tampoco en el delinear su naturaleza o modos de
captación, el verdadero reto se encuentra en el esfuerzo que ha de empeñar el hombre por
realizarlo a, por luchar día a día para hacer efectivo aquello que declara o aspira, aquí es
donde la mayoría de los sueños terminan y comienza la realidad.

Edgard Ernesto Ábrego Cruz 155


Lecciones de ética y deontología

LAS PROFESIONES

1. Origen de las profesiones.

La conformación de las profesiones es fruto del proceso histórico que ha vivido la propia
humanidad. En este sentido, el trabajo tiene que ver con el solventar las diversas necesidades
que se le presentaban al ser humano en sus primeros tiempos, el suplir las necesidades
básicas de comer, vestir, resguardarse, etc. fueron llevando a los primeros humanos sobre el
planeta a trabajar cooperativamente.

El mismo desarrollo evolutivo de nuestra fisiología, lleva a afirmar a Rodríguez Lozano


(1998, pág. 210) y otros que “incluso tenemos nuestro cuerpo en cierto modo amoldado a tal
necesidad, y sólo basta para ello observar la mano humana, cuyo dedo pulgar oponible tiene
su claro origen en la necesidad de asir instrumentos para el trabajo”.

Posteriormente a la fase, donde el trabajo sólo tenía la función la suplir las necesidades
básicas del hombre, éste haciendo uso de su inteligencia, lo elevó a mayores niveles, lo
que permitió lograr la comodidad y el placer del hombre, poco a poco el trabajo se fue
convirtiendo en un medio para la autorrealización del hombre (Rodríguez Lozano, 1998,
pág.
210).

Encontramos en las grandes civilizaciones antiguas, verdaderos especialistas en diversos


campos del saber, cuyos conocimientos eran puestos en práctica para el beneficio de sus
pueblos, basta con citar a los arquitectos e ingenieros egipcios que construyeron obras únicas
en el mundo; o sus matemáticos, cuyos cálculos permitieron una mejor comprensión de la
naturaleza. Estos hombres, por el conocimiento que poseían, no sólo vivieron de los ingresos
económicos que tales ocupaciones le procuraban, sino que también obtuvieron un gran
reconocimiento social por su contribución al desarrollo de sus naciones.

Hasta la crisis de la edad media, el hombre nacía en una profesión y posición de su familia, lo
que marcaba su ocupación. Así por ejemplo: el hijo del campesino sería campesino, el del
artesano aprendería el oficio paterno para asegurar su subsistencia y la de los suyos, el retoño
del comerciante se dedicaría al comercio, el descendiente de una familia de abolengo tendría
seguramente un cargo público o militar. De manera que se puede afirmar, que la profesión
hasta entonces, se heredaba de padres a hijos.

Ya antes de la revolución francesa hubo personajes que se preocuparon por lo referente a


la enseñanza profesional, la elección de las profesiones y hasta a la orientación
profesional. Leibniz (1646 – 1716) reconoció la necesidad de una preparación especial
para las distintas profesiones. John Locke (1632 – 1702) exigió una formación práctica y
utilitaria junto a la antigua instrucción docta. Federico el Grande conocía las desventajas
de la organización social rígida y planteó el problema de la elección de profesiones en sus
cartas con Voltaire: “Una causa principal de miseria es que muchas personas no están en
su verdadero sitio. Algunos comerciantes debieran haber sido labradores, algunos
funcionarios estatales, caballerizos, algunos cardenales, sacristanes. Constituyen minoría
los que han elegido su lugar en el mundo. Su nacimiento, o cualquier otra contingencia,
determina su posición. Por ello hay tantos malos zapateros, clérigos, ministros y

Edgard Ernesto Ábrego Cruz 156


Lecciones de ética y deontología

príncipes”. También Pascal (1623 – 1662) se preocupó por lo casual de la elección de las
profesiones: “El azar decide. La costumbre hace albañiles, soldados, plomeros y la fuerza
de la costumbre es tan grande que hay poblaciones enteras en que todos son albañiles, en
otras todos soldados. Sin duda alguna, la naturaleza no es tan uniforme. Y Agrega: “Lo
más importante de toda la vida es la elección del oficio” (Jeagros, 1959, pág. 4-5).

La conformación y elección de la profesión siempre ha sido un punto decisivo tanto a nivel


individual y social, ya que vincula intrínsecamente la realización de la persona como
individuo y coadyuva al desarrollo de todo el colectivo social. En este sentido, las sociedades
se encontrarán en mejores posibilidades de desarrollo, en la medida en que sus ciudadanos
desempeñen las funciones, ocupaciones y profesiones que más contribuyan a generar mejores
condiciones de vida para la persona, le permita una realización como individuo, le procure un
ingreso económico justo, le facilite mejores condiciones de vida y le lleve a contribuir al bien
común.

Cuando el feudalismo entra en crisis (a partir de mediados del siglo XIV d.C.), entre la clase
campesina y los señores feudales, comenzaron a posicionarse una nueva clase de hombres
que se dedicaron al ejercicio de las “profesiones liberales” (medicina, arquitectura, abogacía,
ingeniería, etc.), mismas que rompían con la noción de quien nace en una profesión u oficio
debería mantenerla. Precisamente el nombre de profesiones liberales hace alusión al carácter
autónomo con que la profesión era elegida y ejercida.

La evolución histórica de las profesiones parte según Hortal Alonso (2002, pág. 38) de la
división de funciones del sacerdote o shamán, que las diferentes tribus y pueblos conocieron a
lo largo de la historia. Éstos, junto a sus funciones más específicamente religiosas, realizaban
funciones curativas o judiciales, que con el tiempo se desprendieron convirtiéndose en nuevos
roles, desarrollados por otras personas distintas al sacerdote o shamán. Siendo para algunos
estudiosos, el sacerdote, el médico y el jurista, los primeros profesionales en sentido pleno.

La revolución industrial, trae consigo la conformación del paradigma de la especialización


para el trabajo y el rompimiento con el modelo histórico de herencia de las profesiones. El
desplazamiento de un mayor número personas a las ciudades, la implantación de la máquina
de vapor en las fábricas, obligó a que un muchas personas optaran por desempeñar
ocupaciones en este campo, esto permitió en el corto plazo, la especialización de las funciones
para la ejecución de determinadas tareas, mismas que darían origen a varias de las profesiones
que hoy conocemos.

No obstante, ante la situación generada a partir de la especialización del trabajo que procuró
la revolución industrial con la mediatización de la tecnología, existe el riesgo, como lo
señala Hortal Alonso (2002, pág. 24) de justificar la profesión a partir de la especialización
cognoscitiva o activa que por lo que tiene de compromiso ético.

Edgard Ernesto Ábrego Cruz 157


Lecciones de ética y deontología

¿Qué son las profesiones?

Etimológicamente la palabra profesión viene del latín “professĭo, -ōnis” que es la acción y
efecto de profesar en su primera acepción. La palabra profesar significa “declarar o enseñar
en público”.
Para Cañas Quirós (1998),
La palabra "profesión" se deriva del latín, con la preposición pro, delante de, en
presencia de, en público, y con el verbo fateor, que significa manifestar, declarar,
proclamar. De estos vocablos surgen los sustantivos professor, profesor, y professio o
profesión, que remiten a la persona que se dedica a cultivar un arte o que realiza el acto
de saberse expresar ante los demás.
La tercera acepción del vocablo en el Diccionario de la Real Academia de la Lengua
Española señala que la profesión es “empleo, facultad u oficio que alguien ejerce y por el
que percibe una retribución”, en este sentido, el ejercicio de la profesión es aprovechado
por el individuo como fuente económica y solo se dice que es su profesión u oficio cuando
está ligado a dicha actividad por lazos de regularidad, obligatoriedad y procedimiento
técnico.

Pero más allá de lo que el origen etimológico de las palabras puedan decirnos, se ha de
buscar la construcción de un concepto que permita profundizar en la noción de lo que hoy en
día debe entenderse por profesión. En este sentido, ha de reconocerse al menos dos
acepciones de las profesiones. Una en sentido amplio donde cabrían artes, oficios y
ocupaciones que se desarrollan con especial destreza y, otra en sentido más estricto, que
delimita su origen a una formación especializada universitaria. Es precisamente en esta
última acepción donde se centrara las líneas siguientes:

Existen algunos elementos que previamente deben de estudiarse antes de plantear una
proposición de lo que puede entenderse por profesión, estos son:

En primer lugar, la profesión tiene que ver con “una dedicación asidua a una actividad
especializada” (Hortal Alonso, 2002, pág. 36). Tal y como se ha planteado con anterioridad,
principalmente a partir de la revolución industrial, la especialización para el trabajo cada vez
ha sido más necesaria. Para dedicarse de manera continua a una actividad particular, el nivel
de especialización en el campo debe ser amplio, tanto a nivel teórico como al alto dominio de
las habilidades y destrezas que vuelvan aplicable dicho saber teórico.

También hay que agregar que dicha actividad especializada ha de contribuir a solventar
problemas vitales (recurrentes, no estandarizables) para la sociedad, es decir, sólo el sentido
de utilidad pública de los conocimientos y habilidades que una persona posee, le imprimirá a
la larga el carácter de profesión.

Un segundo elemento tiene que ver con el hecho de que “perciben una retribución por el
desempeño de dichas actividades y esa retribución constituye su medio de vida” (Hortal

Caiconte Oscar 158


Lecciones de ética y deontología

Alonso, 2002, pág. 36). La dedicación de manera asidua a una actividad especializada, exige
además de lo anteriormente comentado, que quién se dedica a ella, perciba como usufructo de
su labor, una retribución lo suficientemente plausible que le permita vivir una vida digna
junto a su núcleo familiar. Un profesional debe ser capaz de tener un nivel de vida adecuado
a partir de los ingresos que recibe en forma de salario u honorarios por el desempeño
eficiente de sus funciones.

Un tercer elemento que puede llegar a ser parte constitutiva de un renovado concepto de
profesión es que el profesional es un “experto competente” (Hortal Alonso, 2002, pág. 36) en
el área de su trabajo. Por competente se puede entender el saber hacer en un contexto
determinado, es decir, el profesional está preparado para dar lo mejor de sí (realizar su trabajo
al máximo de sus competencias) en el desarrollo de las funciones que su profesión le
demande.

Para que una persona pueda desarrollar las competencias necesarias para el ejercicio de su
profesión, se vuelve indispensable la concurrencia de un cuarto elemento, “una preparación
especializada” (Hortal Alonso, 2002, pág. 36). Hoy en día se entiende en nuestras latitudes
que las profesiones son el resultado de un proceso de formación a nivel superior y de calidad
universitaria, donde quién se forma adquiere el dominio de particulares competencias que le
permitirán desempeñarse satisfactoriamente en el mundo laboral. Sólo con una preparación
especializada se puede garantizar a la sociedad que un individuo que ostenta la certificación
de unos estudios mediante un título, sabe y puede hacer algo con lo que sabe, dentro de un
marco ético-social.
Finalmente, se agrega el elemento de “sentido de pertenencia” (Hortal Alonso, 2002, pág. 37)
que marca la identidad del profesional, le permite identificarse con el resto de profesionales
del ramo (colegas), le impregna de un orgullo particular por el ejercicio de la profesión, le
facilita su actuación en adhesión a los principios, valores y deberes del código de ética de su
profesión.
Conformar un concepto de profesión que satisfaga a todos los interesados resulta menos que
imposible, lo que se puede hacer es delinear algunos rasgos que caractericen la profesión.
Para ello se asume la propuesta de
(Hortal Alonso, 2002, pág. 51)
Profesiones son pues aquellas actividades ocupacionales:
a) en las que de forma institucionalizada se presta un servicio específico a la sociedad,
b) por parte de un conjunto de personas (los profesionales) que se dedican a ellas de
forma estable, obteniendo de ellas su medio de vida,
c) formando con los otros profesionales (colegas) un colectivo que obtiene o trata de
obtener el control monopolístico sobre el ejercicio de la profesión,
d) y acceden a ella tras un largo proceso de capacitación teórica y práctica, de la cual
depende la acreditación o licencia para ejercer dicha profesión.

Características de la profesión.

Para que una profesión se conforme necesita al menos cumplir con las siguientes
características:

Caiconte Oscar 159


Lecciones de ética y deontología

a. Tener funciones definidas. Una profesión debe distinguirse de otras a partir de la


separación de funciones, es posible que algunas de ellas se compartan con otro tipo de
profesiones, no obstante, la finalidad o el énfasis y los métodos y técnicas pueden ser
distintos. Por ejemplo: las funciones del educador, orientador y psicólogo educativo
pueden tener algunos puntos en común. Las funciones propias delimitan una profesión de
otra.

b. Principios o deontología que orienten sus actividades. Toda profesión ha de constituirse


en torno a un conjunto de principios, normas y deberes que regule la práctica profesional,
estos norman los aspectos más comunes y básicos de la profesión, como aquellos más
singulares y significativos. Tales principios o deontología, por lo general, se compendian
en el Código de ética de la profesión.

c. Conocimientos, técnicas y actitudes identificables. Un campo específico del saber, de la


ciencia o de la tecnología debe estar reservado para cada una de las profesiones, con los
que se ha de permitir contribuir a la mejora de las condiciones de vida de la población a la
que sirve.

d. Ejercicio reservado a un personal especialmente preparado. Hoy más que nunca ha de


cuidarse que las diversas profesiones solo sean ejercidas por personas altamente
preparadas, de cuya preparación pueda darse fe por medio de la acreditación de sus títulos
académicos y que sus competencias profesionales sean avaladas por la sociedad.

e. Formación a nivel superior. No todas las personas interesadas en una profesión puede
ejercerla, sino solo aquellos que se preparen para ello, cursando estudios superiores a
nivel universitario que equilibren la carga de conocimientos teóricos con el desarrollo de
habilidades prácticas. Esto cualifica la profesión.

f. Actitudes profesionales hacia los que reciben los servicios profesionales. La formación
profesional ha de procurar que quiénes se preparan para el ejercicio de una profesión en
particular, no solo posean el dominio de los conocimientos necesarios para hacer frente a
los problemas particulares que en ese campo se le presenten a la sociedad, sino que ha de
provocar la práctica de valores específicos en la relación con los clientes o beneficiarios
de sus servicios.

g. Sentido de servicio y tendencia a ser de utilidad y beneficio al grupo social. La


satisfacción de las necesidades personales a partir del ejercicio de la profesión debe
sujetarse al beneficio que la profesión ha de procurar al colectivo con el cual se convive.
Primando los beneficios a la sociedad antes que los personales.

El paradigma profesional

Concebir la profesión como se presenta en el apartado anterior, es fundamentar un nuevo


paradigma de la profesión tal y como lo propone Fernández (1994, págs. 26-30), mismo que
se sustenta en los elementos siguientes:

Caiconte Oscar 160


Lecciones de ética y deontología

a) Una profesión es ante todo, un servicio a la sociedad único, definitivo y esencial.


Único en cuanto los profesionales de una profesión reclaman para sí mismos el
derecho exclusivo de realizar las tareas propias de la profesión. Definitivo o definido
estrictamente, en cuanto el público debe saber a qué atenerse sobre las funciones de
cada grupo profesional y sobre sus competencias. Esencial, porque se trata de un
servicio que ninguna sociedad desarrollada puede permitirse el lujo de que quede sin
atender, sin recursos, sin profesionales competentes.
b) A la profesión se le considera vocación, no en el sentido de llamamiento superior,
religioso ni, necesariamente, de adecuación personal óptima (inteligencia, actitudes,
pericia…) con las exigencias de la profesión sino porque se piensa y espera que el
profesional se dedique a su profesión de por vida; se identifique con las pautas ideales
de su profesión; se sienta en profunda hermandad con los demás profesionales de su
rama; que dedique a su profesión y al enriquecimiento de sus conocimientos y técnicas
profesionales buena parte de su tiempo libre.
c) Toda profesión se basa predominantemente, en conocimientos y técnicas intelectuales
para la realización del servicio que presta y de la tarea que realiza. El énfasis de las
técnicas profesionales se debe a que la clave del éxito profesional consiste en saber
definir el problema, buscar los datos importantes, formular y
aplicar las soluciones posibles y más recomendables.
d) Este mismo domino de técnicas intelectuales exige que el profesional se someta a un
período de preparación especializada y formal, habitualmente en instituciones
educativas. Debido en parte a esta larga, penosa y costosa preparación exigida por la
profesión, los profesionales reclaman más tarde recompensas económicas y sociales
superiores a las que se obtienen en la mayoría de las ocupaciones.
e) El profesional reclama un amplio campo de autonomía, tanto para él como para el
cuerpo al que pertenece. Se trata de una autonomía para desempeñar sus tareas
profesionales con fidelidad sólo a su propio juicio y a la experiencia, sólo sus colegas
pueden ser jueces de sus errores.
f) La contrapartida de la autonomía es la responsabilidad personal sobre los juicios
emitidos, los actos realizados y las técnicas empleadas en el ejercicio de la profesión.
g) El énfasis está puesto en el servicio prestado más que en las ganancias obtenidas,
aunque el profesional puede tener en su vida de trabajo el mismo tipo de motivaciones
o afanes materiales que otros trabajadores.
h) Existe una organización de profesionales de cada ramo creada y autogobernada por
ellos mismos, cuyas misiones son crear criterios de admisión/exclusión, impulsar un
alto nivel de competencias y elevar el status socioeconómico de los miembros.

Características del profesional.

Si se toman en cuenta los rasgos propuestos para una profesión, las características que deben
reunir para denominarse auténticamente profesiones, los elementos que componen el nuevo
paradigma profesional, se pueden delinear algunos aspectos que perfilen el tipo de profesional
que, hoy por hoy, se requiere. En este sentido, los más significativos pueden ser:

Caiconte Oscar 161


Lecciones de ética y deontología

h. Competente. Saber hacer algo en un contexto. La competencia incluye un saber o


conocimiento, un saber hacer o aplicar dicho conocimiento en situaciones diversas, el
cómo hacerlo por medio del dominio de técnicas y procedimientos específicos de una
ciencia o campo del saber y, la claridad del para qué se hace. Esta se obtiene inicialmente
a partir del proceso de formación universitaria y, luego se robustece con el postrero
ejercicio profesional. Se cumple entonces con el imperativo ético profesional que exige
que la persona sea competente, es decir, que tenga los conocimientos, destrezas y
actitudes para ejecutar adecuadamente las tare as propias de su área de competencia.

i. La independencia profesional. El empeño de su iniciativa personal, sin otras limitaciones


que el bien común. Incluye la independencia de criterio y de personalidad al momento de
realizar su trabajo en ejercicio pleno de la profesión que ostenta. Rechazando todo forma
de coacción que dirija su actuar fuera del espectro ético de su profesión.

j. Visión humanista. Ha de asumir conscientemente como centro y fin de su ejercicio


profesional al ser humano, reconociendo que su profesión antes de significarle un
beneficio personal representa un beneficio para el colectivo al que pertenece. Cumpliendo
el imperativo ético profesional consistente en reconocer que la actividad profesional solo
es buena en el sentido moral si se pone al servicio de los demás.

Teorías sobre el origen de la elección de la profesión.

Existen varias teorías que ofrecen diferentes explicaciones sobre el origen de la elección de
una profesión, entre las más destacadas tenemos:

k. La más antigua es la teoría de los rasgos factoriales. Los teóricos que la sostienen suponen
que la elección se da cuando se logra que correspondan las habilidades y los intereses de
los individuos, con las oportunidades vocacionales que se les ofrecen. Así como todas
aquellas teorías que relacionan la elección con las teorías de la personalidad, se preocupan
por los rasgos de la personalidad implicados, y por la satisfacción personal que se obtiene
en la elección de una profesión.
l. La teoría que se basa en la sociología, sostiene que circunstancias, cuyo control está fuera
del alcance de los individuos, influyen en la

elección, y que la tarea principal con que estos deben bregar es la de desarrollar técnicas
que les permitan enfrentarse efectivamente con cualquier ambiente de trabajo.

m. Por último, las teorías basadas en el concepto de sí mismo, sostienen las siguientes tesis:

• A medida que los individuos se desarrollan, logran un concepto más definido


acerca de sí mismos.
• Cuando una persona trata de tomar una decisión en relación con una profesión,
compara la imagen que ella tiene acerca del mundo ocupacional, con la
imagen que tiene de sí misma.

Caiconte Oscar 162


Lecciones de ética y deontología

• La adecuación de una decisión vocacional está basada en la similitud que


exista entre el concepto que un individuo tenga de sí mismo y... de la profesión
que eventualmente escoja.

Caiconte Oscar 163


Lecciones de ética y deontología

NOCIONES BÁSICAS DE ÉTICA PROFESIONAL

Necesidad de una ética profesional.

El profesional en su diario vivir no solo confronta problemas relacionados con las


competencias cognitivas y procedimentales relacionadas con su campo de trabajo, sino
también problemas que tienen que ver con competencias actitudinales de cara a los
beneficiarios directos e indirectos de sus servicios, colegas, jefes o subalternos, etc., se
vuelve imprescindible el regular la forma en que tales relaciones se desarrollan.

La ética aplicada es la “ética centrada ya de modo explícito en campos concretos de la


actividad humana, a los que aplica su saber fundamental” (Etxeberria, 2002, pág. 189),
tradicionalmente se divide en ética personal y ética social. En la ética aplicada, el saber
teórico se trasvasa a la praxis de dos modos: a través de “ámbitos o problemas de la vida
social (así aparecen la bioética, la ecoética, la ética de la economía, de los medios de
comunicación, ética aplicada a los problemas de la multiculturalidad, etc.) y actividades
profesionales (ética de cada profesión)” (Etxeberria, 2002, pág. 192).

Como se extrae de la anterior cita, la ética profesional es una ética aplicada y le incumbe,
como afirma Etxeberria (2002, pág. 192), “diseñar los valores, principios y procedimientos
que los afectados (profesionales) deberán luego tener en cuenta en los diversos casos, desde
ella no se plantearán tanto las aplicaciones concretas cuanto el diseño del marco reflexivo
para la toma concreta de decisiones”.

La ética aplicada a las profesiones ha de responder a los elementos que Etxeberia (2002, pág.
195) señala:

a) La ética aplicada a las profesiones debe ser, ética en el sentido pleno de la palabra. Es
decir, no ha de ser reducida a los elementos deontológicos propios de los códigos de ética,
sino que ha de sumar los aspectos teleológicos para alcanzar su integridad
b) La ética profesional debe ser ética aplicada. Es decir, que supone un pleno enraizamiento
de la reflexión y las propuestas morales en lo que constituye específicamente a cada
profesión y en el marco social de las mismas.

De manera similar a lo que ocurre con la distinción entre ciencia pura y ciencia
aplicada, la existente entre ética pura y ética aplicada no excluye importantes
relaciones entre ambas instancias. Difieren, por de pronto, en que mientras la ética
pura puede en principio operar sobre la base de investigaciones puramente
filosóficas, la aplicada requiere un intercambio de información entre la filosofía y
otras disciplinas especializadas capaces de proporcionar un panorama
«descriptivo» de la situación que, en cada caso, corresponde al problema
investigado. En tal sentido, la ética aplicada se mueve necesariamente en la
interdisciplinariedad. (Maliandi, 2002)

Lo anterior permitiría según Etxeberria (2002, pág. 195) evitar dos errores extremos, e
igualmente funestos. Por un lado el moralismo, el tener en cuenta solamente la reflexión

Caiconte Oscar 164


Lecciones de ética y deontología

moral para orientar la práctica profesional. Por otro lado, el separatismo, que puede ser
defendido por ciertos profesionales, aduciendo que cada profesión es un ámbito de
actividad dotado de autonomía, con funcionamiento propio que hay que respetar evitando
injerencias “externas” de la ética.

Ética y Deontología Profesional

Definiciones Básicas

La actuación profesional, debe estar marcada por las buenas prácticas, conceptos básicos
relacionados con esta idea del ser profesional, son los siguientes:
• Ético: “recto, conforme a la moral”
• Ética: “parte de la filosofía que trata de la moral y de las obligaciones del hombre”;
“conjunto de normas morales que rigen la conducta humana”
• Deontología: procede del griego, deon, deontos (“el deber, lo conveniente”) y logos,
(“estudio, tratado”); se puede definir etimológicamente como “la ciencia o tratado de los
deberes”
• Moral: “ciencia que trata del bien en general, y de las acciones humanas en orden a su
bondad o malicia”; “conjunto de facultades del espíritu, por contraposición a físico”;
“ánimos, arrestos”; “estado de ánimo”.
• Derecho: procede del latín directum, “aquello que goza de una cualidad de rectitud”, y
que determina, en forma coactiva, lo que es justo en la relación concreta entre personas..
• Deber: procede del latín debere, “obligación de realizar un acto o no conforme a una
norma establecida.
• Justicia: virtud que relaciona a los hombres entre sí y con la sociedad y establece la
igualdad entre el derecho de unos y el deber respectivo de otros.
• Conciencia: discernimiento de la razón.
• Ley: regla impuesta o precepto dictado por una suprema autoridad para regular.

DEONTOLOGÍA Y ÉTICA PROFESIONAL

El problema de profesiones, es que tiene que ejercer su responsabilidad a varios niveles. El


primero sería el nivel técnico: “hacer bien lo que se hace”, el segundo seria el nivel de
finalidad “preguntarnos si lo que hace es bueno”, y el tercero sería el de los medios o el
instrumental “si lo que hace lo hace con medios buenos”. Que el profesional se guíe por la
máxima de “poner su conocimiento al servicio del bien común y del desarrollo de la
dignidad humana” es cuestión que afecta a su voluntad y que no se puede imponer
jurídicamente.
Conceptos que están asociados, no conviene confundirlos, son ética y deontología.
Definimos la deontología como “el conjunto de normas que debe cumplir una persona” y
ética como “preocuparse de la vida buena, del bien”.
Desde esta interpretación la deontología sería una parte de la ética, aquella parte que se
encargaría de dictar que normas mínimas deben ser cumplidas y respetadas.
No es identificable el código deontológico con la ética profesional. La ética se centraría
en el tema del bien ¿qué es lo bueno a hacer? ¿Cuál es el servicio específico que presta mi
profesión? Mientras que la deontología se ocupa de los deberes y obligaciones.
Es decir el código deontológico es una parte muy importante de la ética profesional –

Caiconte Oscar 165


Lecciones de ética y deontología

que se ocupa de los fines de la profesión- pero que se circunscriben fundamentalmente a la


competencia profesional, la responsabilidad de los profesionales y el ámbito de
competencia de la propia profesión. La deontología exige normas, prescribe actuaciones
concretas, mientras que la ética propone actuación y pide motivaciones.
Los comportamientos éticos se encuentran regulados por los llamados códigos
deontológicos. Y sus objetivos son:

• Mantener el prestigio de la profesión


• Acotar la responsabilidad profesional
• Definir el comportamiento correcto del profesional con el cliente y con otros
profesionales.
• Evitar la competencia desleal
• Incluye las bases para la aplicación de medidas disciplinares a quienes incumplan estas
normas.

Vertiente de la deontología profesional.


El término deontologia procede del griego: to deon (lo conveniente, lo debido)
y logia (conocimiento, estudio…); lo que significa, en términos generales, el estudio o la
ciencia de lo debido. El objeto de estudio de la Deontologia son los fundamentos del deber y
las normas morales. El concepto de deontologia fue acuñado por Jeremias Bentham en su
obra Deontologia o ciencia de la moral, donde ofrece una visión novedosa de esta disciplina.
Para Bentham, la deontologia se aplica fundamentalmente al ámbito de la moral; es decir, a
aquellas conductas del hombre que no forman parte de las hipótesis normativas del derecho
vigente, aquellas acciones que no están sometidas al control de la legislación pública. Esto
sugiere una de las intenciones de la redacción de los códigos deontológicos: explicitar la
dimensión estrictamente moral de una profesión, aquellos comportamientos exigibles a unos
profesionales, aunque no estén delimitados jurídicamente, o quizá, por ello mismo.

Desde el punto de vista de la deontología profesional, habrá que afrontar las cuestiones
siguientes:

• Plantear cómo se realiza y cómo se controla en la actividad profesional la autonomía de


las personas implicadas: las del propio profesional, la de los clientes o usuarios, la de los
afectados.
• Concretar cómo se realizan las exigencias de la justicia desde y gracias a las actividades
profesionales.
• Definir los principios y normas por los que debe regirse la profesión.

Vertiente teleológica o de la ética profesional.

Etimológicamente viene del griego telos, teleos, fin, y lógos, tratado. Literalmente se traduce
como tratado de las causas finales, o bien doctrina de la finalidad.

Desde esta vertiente aparecen otra serie de referentes decisivos que, según Etxeberria (2002,
págs. 198199), deben plantearse:

Caiconte Oscar 166


Lecciones de ética y deontología

• Precisar cómo la actividad profesional remite al bien y autorrealización del propio


profesional.
• Relacionar el ejercicio profesional con la realización de las virtudes, especialmente de
aquellas virtudes que más conexión tienen con cada una de las profesiones en función de
sus especificidades.
• Exigencia al profesional del respeto a la pluralidad social, entre los clientes y entre los
propios profesionales.

¿Qué es ética profesional?

Variadas concepciones existen hoy día sobre lo que debe entenderse por ética profesional,
estas van desde la clásica: “Ciencia normativa que estudia los deberes y los derechos de los
profesionales en cuanto tales” (Menéndez), hasta otras más renovadas como:

• “la ética de una profesión es un conjunto de normas, en términos de los cuales definimos
como buenas o malas una práctica y relaciones profesionales. El bien se refiere aquí a que
la profesión constituye una comunidad dirigida al logro de una cierta finalidad: la
prestación de un servicio” Villarini (1994)
• Conjunto de exigencias y leyes internas que rigen el ejercicio de las profesiones
particulares que el hombre desarrolla en el ámbito de la organización social del trabajo
(Gatti, 1997, pág. 9).
• La ética profesional se centra ante todo en el tema del bien: qué es bueno hacer, al
servicio de qué bienes está una profesión. (Fernández – Hortal, 1994, pág.57)

A partir de estas ideas podemos conformar un concepto que inacabado, permita aproximarnos
lo suficiente y ver a la ética profesional como:

Un conjunto sistemático de principios, leyes, normas y reglas establecidas por una


comunidad de profesionales agremiados, que rigen la conducta moral de sus miembros y sus
relaciones en el ámbito de la organización social del trabajo en pos de alcanzar un bien para
la sociedad y la persona misma.
Si se pretende comprender el alcance del concepto anterior, lo primero en lo que se debe
centrar la atención es en la expresión conjunto sistemático, esto se refiere a que la totalidad de
proposiciones que la ética profesional hace, se encuentran ordenadas metódicamente y
reunidas en un compendio al que suele denominarse Código de ética profesional.

A continuación, merece especial énfasis lo concerniente a los principios, ya que la ética


profesional no solo es normativa o derivada de la vertiente deontológica, sino que asumiendo
su vertiente teleológica, sustenta sus valoraciones en principios que dan fundamento a las
diferentes proposiciones que construye.

En tercer lugar, se ha de valorar la deontología propuesta en los deberes y derechos


profesionales, los cuales se expresan por medio de leyes, normas y reglas, vinculadas
directamente con la regulación de la conducta moral y las relaciones de los miembros de ese
gremio o asociación.

Caiconte Oscar 167


Lecciones de ética y deontología

Finalmente, debe estimarse que el fin último que la ética profesional persigue está relacionado
con la organización social del trabajo, de manera que se beneficie a toda la sociedad misma,
proveyendo de una mejor condición de vida tanto a la persona, al gremio como a la sociedad
misma, que es sí mismo un bien.

En la propuesta conceptual de la ética profesional, se conjugan tanto la vertiente deontológica


como la teleológica, la noción de deontología como la búsqueda y puesta en práctica de reglas
morales relacionadas con la propia actividad profesional (precisión de deberes inherentes a
dicha actividad) se combina con lo que conoce como ética profesional (el incremento del bien
social común) para robustecer el concepto.

Principios que sustentan la ética profesional.

Según Hortal Alonso (2002, pág.91), la conformación actual de la ética profesional se


construye a partir de cuatro principios fundamentales, a saber: el principio de beneficencia, el
principio de autonomía, el principio de justicia y el principio de no maleficencia. Los tres
primeros conforman un solo cuerpo de principios, mientras que el cuarto – independiente
para algunos - se presenta como complemento de los primeros.

Se ha entender por principios éticos aquellos imperativos de tipo general que nos orienten
acerca de qué hay de bueno y realizable en unas acciones y de malo y evitable en otras.
(Hortal Alonso, 2002, pág.92)

Principio de beneficencia.

Básicamente consiste en “Hacer bien una actividad y hacer el bien a otros mediante una
actividad bien hecha” (Hortal Alonso, 2002, pág.116).

El bien que se alcanza o proporciona ejerciendo correctamente (bien) una determinada


profesión constituye el primer criterio para decir qué actuación profesional es buena, quién es
un buen profesional, tanto en lo que se refiere a la competencia profesional como a su ética.
Así es como proponemos que se entienda el principio de “beneficencia”. Actuar en beneficio
de los destinatarios de los servicios profesionales consiste en realizar bien lo que busca hacer
cada práctica profesional: alcanzar el bien o los bienes constitutivos que busca realizar y
proporcionar dicha práctica; ése es el modo propio, profesional, de hacer el bien a los que
solicitan o son destinatarios de las prestaciones profesionales.

Hacer bien las cosas para hacer bien a las personas mediante el ejercicio profesional
conlleva ser competente, eficiente, diligente y responsable en aquello que el profesional
trae entre manos. La competencia requiere una preparación inicial que facilite la
adquisición de los conocimientos teóricos y prácticos para saber qué hacer y cómo
hacerlo; tras haber recibido la formación inicial, el profesional tendrá que mantenerse al
día, actualizar sus conocimientos, renovar los procedimientos que se van introduciendo
en orden a alcanzar los fines que se propone alcanzar su profesión. (Hortal Alonso,
2002, pág.123)

Principio de autonomía.

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Lecciones de ética y deontología

Etimológicamente, del griego, autós, sí mismo, y nómos, ley: que vive según su propia
ley o se gobierna por su propia ley. Es la capacidad de bastarse a sí mismo para
preservar la propia individualidad frente a los demás o frente a la colectividad, a los
que, no obstante, necesita en buena medida. (Diccionario de Filosofía Herder, 1998)

Hay que agregar, tal como lo señala Kant citado por Hortal Alonso (2002, pág. 133)
que “la libertad y la razón son propias de todos los seres humanos. En ellas radica y
consiste su dignidad. La voluntad racional y libre de cada persona es la única fuente de
la ley moral, en esto consiste la autonomía, en esto consiste la moralidad”.

Este concepto de autonomía moral pervade todos los ámbitos, empezando por el
moral, el político, el cultural, el religioso, el artístico… El respeto a la autonomía es
el presupuesto fundamental de las relaciones sociales, por tanto también de las
relaciones profesionales en la cultura liberal. La apelación a la autonomía se
entiende como no interferencia de unos en la vidas, acciones y decisiones de los
otros, salvo aquellas interferencias que sean expresamente deseadas o aceptadas por
ellos. (Hortal Alonso, 2002, pág. 134 -135)

Principio de justicia.

La palabra justicia viene del latín iustitia, y significa conformidad con el derecho. En un
sentido general, se asocia a la actitud del hombre de vida moral recta, al hombre que
llamamos bueno.

Desde el siglo III d.C. que Ulpiano formuló el principio formal de justicia: “dar a cada
uno lo que le es debido”, este se mantiene vigente.

Justicia puede ser todo. El mismo bien o servicio que el profesional proporciona al
usuario de sus servicios es debido en justicia cuando ha sido contratado o cuando está
siendo prestado en régimen de servicio público a ciudadanos que tienen derecho a
dicha prestación. Toda práctica profesional que por incompetencia o negligencia cause
daños al cliente o usuario de los servicios profesionales pasa a ser un tema de justicia.
Respetar la dignidad y los derechos del usuario o cliente de los servicios profesionales
es igualmente un deber de justicia.
(Hortal Alonso, 2002, pág. 152)

Agrega Hortal Alonso (2002, págs. 153-155), que en ética de las profesiones el
principio de justicia hace referencia a varias cosas:

a) El sentido social de la profesión.


b) El significado de los bienes y servicios que proporciona cada profesión para el contexto
social en que se lleva a cabo el trabajo profesional y de las obligaciones de justicia que
lleva consigo esa toma en consideración y las contribuciones específicas que cada
colectivo profesional debe hacer al bien público de la sociedad en la que se tienen
responsabilidades profesionales.
c) Economía social de mercado.

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Lecciones de ética y deontología

Principio de no maleficencia.

Universalmente el principio de no maleficiencia se enuncia: ante todo no hacer daño.

A veces no está claro qué es bueno hacer y sí está claro qué es malo hacer (o dejar
de hacer); y que a veces no es bueno (u obligatorio) proporcionar determinados
bienes, sobre todo cuando ello supone imposiciones paternalistas que atentan contra
la autonomía personal; pero para no hacer daño, para no hacer el mal (o para no
omitir una acción a la que estamos obligados en orden a no perjudicar a otros) no
necesitamos contar con el consentimiento ajeno. El bien se puede hacer de muchas
maneras entre las que cabe optar; evitar el mal es preceptivo, obligatorio.
Igualmente hay que sopesar los daños que se siguen de lo que hacen o dejan de
hacer los profesionales para la sociedad o para el bien público en general y no
quedarse en meras consideraciones del bien que se pretende hacer a una determinada
persona que viene en busca de una prestación profesional.
Consideración general

Además de los principios anteriormente señalados, según Hortal Alonso (2002, pág. 98),
deberían añadirse los siguientes:

• Principio de responsabilidad.
• Principio de competencia.
• Principio de lealtad y celo en el ejercicio de la profesión.
• Principio de fidelidad (mantener las promesas y cumplir los contratos y, eludir la actuación
profesional representando a clientes con intereses contrapuestos o incompatibles.
• Principio de confidencialidad (secreto profesional).

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Lecciones de ética y deontología

CONCEPTOS BÁSICOS PARA UNA ÉTICA PROFESIONAL

Junto a todos los elementos que se han estudiado en el tema anterior y que constituyen el
cuerpo teórico de la ética profesional, gravitan unos conceptos a los que denomino básicos y
que se encuentran íntimamente relacionados con ella. La clarificación de dichos conceptos
permitirá una mejor compresión de lo que debe entenderse en el día a día dentro de la ética
profesional.

Vocación.

La profesión entendida como tal, debe verse extremadamente vinculada a la vocación sin
confundir una con la otra. Fernández (1994, págs. 93-94) afirma que la actividad profesional
existe como algo “sobrevenido”, más bien que como puro fruto de un ejercicio de su libertad
personal (vocación).

Los principios básicos de los actos humanos son la conciencia y la libertad, la elección de la
profesión que cada uno ejercerá en la vida laboral, al ser un acto de ésta naturaleza, debe
realizarse de manera consciente, es decir, con todos los conocimientos sobre la misma, tales
como peculiaridades y naturaleza de la profesión, formación profesional, mercado
ocupacional, perspectivas de desarrollo, etc.; pero también, ha de surgir de una elección
completamente libre de la persona, donde la única guía para la elección sea el conocimiento
de nuestras cualidades, aptitudes, intereses, habilidades y destrezas.

La natural aproximación a la profesión es la vocación, ya que en principio es “la disposición


que hace al sujeto especialmente apto para una determinada actividad profesional” (Gutiérrez
Sáenz, 1996, pág. 238). Cada persona posee un cúmulo de aptitudes que lo vuelven más
competente para el ejercicio de determinadas profesiones, de tal manera que quien tiene una
verdadera vocación le resulta mucho más fácil aprender lo relacionado con su profesión y, le
vuelve más gratificante el ejercicio de la misma.

Etimológicamente, la palabra "vocación" procede del verbo latino "vocatio", que significa
llamar o convocar. Entre sus acepciones más comunes se destaca, según la Real Academia de
la Lengua Española, la “inclinación a cualquier estado, profesión o carrera”, en este sentido
la vocación es un deseo entrañable hacia lo que uno quiere convertirse en un futuro, a lo que
uno quiere hacer por el resto de su vida.

Además, hay que considerar que la vocación profesional es el producto de la combinación de


aspectos personales con elementos sociales. De esta manera las aptitudes, saberes previos,
habilidades y destrezas personales se combinan con elementos sociales tales como: prestigio,
ingreso económico, mercado laboral y ocupacional, posibilidades de especialización y
desarrollo profesional, entre otros. De tal manera que, aunque la vocación sea un llamado
personal para el ejercicio de una profesión en particular, ésta se robustece a partir de los
elementos sociales concomitantes a ella.

Formación Profesional.

Caiconte Oscar 171


Lecciones de ética y deontología

Por formación profesional ha de entenderse, un alto grado de conocimiento que se le inculca


a un individuo de la sociedad, dotándolo de un interés particular en su profesión que se va a
reflejar en su desempeño diario de la vida. Esta puede dividirse en formación inicial y
desarrollo profesional.

La formación inicial o carrera, como suele llamarse comúnmente, es la que se recibe en las
aulas de las instituciones de educación superior: universidades, institutos y escuelas
especializadas, tecnológicos, etc., dotando al estudiante de las competencias mínimas
necesarias para el ejercicio profesional acreditándolo por medio de un título de grado.

La formación profesional inicial ha de permitir un equilibrio entre la carga teórica y práctica


del currículo que el estudiante curse, de manera de asegurar el desarrollo de las competencias
necesarias para el ejercicio profesional.

La formación inicial concluye social y jurídicamente en el momento de graduación y


adscripción de títulos universitarios, instante mismo que lo somete a las exigencias del bien
común.

La formación en servicio o desarrollo profesional como se le conoce comúnmente, es el


continuo de formación que el profesional mantiene, luego graduarse y de haberse incorporado
al mundo de lo laboral. Esta formación le permite mantenerse actualizado en los
conocimientos y habilidades propias de su campo profesional, de forma que se garantice un
adecuado servicio y provecho para toda la sociedad.

Competencia profesional.

La formación profesional, tanto la inicial como el desarrollo profesional (formación en


servicio) conlleva el desarrollo de la “competencia profesional” misma que se adquiere a
partir de la conjugación de la capacidad intelectual, la capacidad moral y la capacidad física.

La competencia es comúnmente conceptuada como un “saber hacer en un contexto”, esto


implica que un profesional ha de ser capaz de desempeñarse adecuadamente en el mundo de
lo laboral. Tan significativa es la necesidad de desarrollar todo tipo de competencias en los
futuros profesionales que, en el corto plazo, resultará imposible ingresar a dicho mercado si
no se posee el mínimo de competencias exigidas para el desempeño de las variadas funciones
que se exigen a los nuevos profesionales.

Capacidad Intelectual – Competencia Intelectual.

La capacidad intelectual consiste en el conjunto de conocimientos que dentro de su profesión,


lo hacen apto para desarrollar trabajos especializados. Estos conocimientos se adquieren
básicamente durante los estudios universitarios. Pero, además, durante el ejercicio mismo de
la profesión, jamás puede dejarse a un lado la ilustración acerca de las novedades en el
terreno de la propia especialidad.

La capacidad intelectual profundiza en el componente teórico práctico del “saber hacer en un


contexto” (competencia profesional). En éste sentido, favorece el desarrollo de la

Caiconte Oscar 172


Lecciones de ética y deontología

competencia intelectual, en cuanto posesión del conocimiento teórico y práctico necesario


para el efectivo ejercicio como profesional.

Hay factores que afecta directamente la competencia intelectual, estos son:

a. Factores externos como la formación (inicial y en servicio) y la información de la que se


nutre el profesional.
b. Factores internos como la inteligencia, la cual se nutre del trabajo arduo, el esfuerzo
incansable y la aplicación metódica.

Capacidad Moral – Competencia Ética.

La capacidad moral es el valor del profesional como persona, lo cual da una dignidad,
seriedad y nobleza a su trabajo, digna del aprecio de todo el que encuentra. La capacidad
moral es la trascendentalidad del profesional, es decir, una aptitud para abarcar y traspasar su
propia esfera profesional en un horizonte mucho más amplio. Su capacidad moral le da
mayor relieve a su propio trabajo; pero además, lo hace valer no sólo como profesional, sino
como persona, fuera de su ambiente de trabajo.

La competencia profesional no puede limitarse a la capacidad o competencia intelectual, no


basta con saber hacer en un contexto bien las cosas, es necesario que la inteligencia ponga en
juego a la voluntad, para que la actividad profesional ofrezca todas las garantías que requiere
el bien común y la dignidad profesional.

Capacidad Física – Competencia Física.

La capacidad física se refiere principalmente a la salud y a las cualidades corpóreas, que


siempre es necesario cultivar, como buenos instrumentos de la actividad humana.

Una de las competencias profesionales menos valorada resulta ser la competencia física. El
énfasis principal se ha puesto siempre en la competencia intelectual y, si la valoración de la
competencia moral ha sido extremadamente escasa, en lo que respecta a la competencia física
ha sido casi nula. Pero es innegable la necesidad que un profesional disfrute de buenas
condiciones físicas y de salud que hagan fácil y eficiente el ejercicio de su profesión.

Carácter profesional.

Etimológicamente viene del griego, kharaktér, que significa marca, señal impresa, y de
kharasso, acuñar, grabar. Puede traducirse como: impronta, huella, señal o marca.

En general, es el conjunto de propiedades, o características, con que identificamos algo. El


término se usa preferentemente en contextos psicológicos, pero también en los éticos, referido
al valor moral de las personas o a los diversos tipos morales (Diccionario de Filosofía Herder,
1998).

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Lecciones de ética y deontología

El profesional sin carácter puede tender a caer en un modelo usado por cientos de
profesionales, puede llegar a caer en lo que sería la mediocridad, siendo éste el título
menos deseable para personas con aspiraciones en la vida. El carácter no se forja
solamente con un título, se hace día a día experimentando cambios, ideas, experiencias, se
hace enfrentándose a la vida. En definitiva, el título es como el “adorno” de la profesión.
No importa si lo tienes, lo importante es saberlo utilizar.

Conducta moral profesional.

“Al profesional se le exige especialmente actuar de acuerdo con la moral establecida”, ésta
debe entenderse tanto en el plano general de un colectivo social, como en el particular de un
gremio profesional.

La moral se encuentra establecida en una sociedad en concreto, respondiendo a


particularidades de tiempo; mientras que la propuesta de la moral profesional se encuentra
contenida, por lo general, en los códigos de ética de cada una de las profesiones en particular,
en este sentido, todo oficio o profesión exige de sus miembros una conducta moral, que es
algo distinto e independiente a la capacidad profesional o el desempeño técnico y eficiente de
una profesión.

Dicha conducta, ha de responder a lo que llamamos moral profesional, es decir, “el conjunto
de facultades y obligaciones que tiene el individuo en virtud de la profesión que ejerce en la
sociedad “.

La conducta moral profesional obliga a realizar las cosas de un modo que se respete y cumpla
con las normas morales establecidas, tanto en el plano general (sociedad) como particular
(gremio profesional), por tanto, como dice Gutiérrez Sáenz (1996, pág. 241), todo aquel que
opte por manifestar una conducta moral profesional, debe evitar defender causas injustas,
usar sus conocimientos como instrumento de crimen y del vicio, producir artículos o dar
servicios de mala calidad, hacer presupuestos para su exclusivo beneficio, proporcionar
falsos informes, etc. Cuando un profesional tiene una conducta honesta, dentro y fuera del
ejercicio de su profesión, le atraerá confianza y prestigio, lo cual no deja de ser un estímulo
que lo impulsará con más certeza en el recto ejercicio de su carrera. Para lograr que la
persona actúe conforme a la moral profesional establecida, es decir que manifieste una
conducta moral profesional, debe poseer un elevado nivel de conciencia profesional,
entendida en primer lugar como el conocimiento pleno de lo que es la profesión y de lo que
significa ser un profesional, exteriorizada como ese gran sentimiento de honor, de clase y
solidaridad hacia sus colegas.

Caiconte Oscar 174


Lecciones de ética y deontología

LOS CÓDIGOS DE ÉTICA PROFESIONAL

Origen de los códigos de ética profesional.

Un código deontológico es un documento que recoge un conjunto más o menos amplio de


criterios, apoyados en la deontología con normas y valores que formulan y asumen quienes
llevan a cabo correctamente una actividad profesional. Los códigos deontológicos se ocupan
de los aspectos éticos del ejercicio de la profesión que regulan. Estos códigos cada vez son
más frecuentes en otras actividades.

Los códigos deontológicos quizás sean los mecanismos de autorregulación más conocidos
que se pueden poner en marcha en el ámbito de la comunicación social, la psicología, la
medicina, entre otras profesiones, pero no son el único instrumento: libros de estilo, estatutos
de redacción, convenios, etc., todos contribuyen a que una comunidad profesional fije sus
propios límites, en muchos países esta regulación es a través de colegios profesionales

Caiconte Oscar 175


Lecciones de ética y deontología

Toda comunidad profesional trata de mantener determinados niveles de exigencia, de


competencia y de calidad en el trabajo. Por ello, controla y supervisa, de alguna manera, la
integración de nuevos miembros y el adecuado ejercicio de las tareas propias de su profesión.
En este sentido, algunas profesiones elaboran códigos profesionales donde se especifican
consideraciones morales acerca de aspectos complejos de la vida profesional y donde,
generalmente, se contemplan sanciones para el supuesto caso de que alguien viole
abiertamente el espíritu de dicho código deontológico. Por supuesto, los códigos
deontológicos no siempre se cumplen, y aunque se respeten, no queda muy claro quién esté
encargado de velar por su cumplimiento ni cuáles son las sanciones para quienes los
vulneren, ni quién debe imponerlas. Para mantener el cumplimiento del código deontológico
de las distintas profesiones es habitual la creación de un colegio profesional. Las normas
dictadas en el código deontológico son previamente pactadas y aprobadas de manera común y
unánime por todos los miembros de la profesión para la que se elaboran. Son, por tanto,
pautas de conducta a seguir cuyo objetivo es realizar un determinado trabajo de forma
correcta, adecuada y eficiente.

No se debe confundir la deontologia con los códigos deontológicos. La deontología tiene un


carácter más amplio, y puede incluir normas que no figuren en ningún código particular. El
código deontológico es la aplicación de la deontología a un campo concreto.

Antiguamente el “juramento hipocrático” ha representado la primera formulación de un


código de ética profesional.

¿Qué son los códigos de ética profesional?

La ética tiene como instancia última la conciencia individual de cada persona, esto afirma
Fernández y Hortal (1994, pág. 58), pues es ella, la que luego de valorar la proposición moral
de un colectivo y tras un proceso de reflexión sobre la norma moral, la hace suya por medio
de un proceso de introspección. Por su parte, la deontología o ciencia de los deberes, se
mueve más en el campo de aquello que es compartido y aprobado por un colectivo en
particular (gremio o asociación profesional), convertido normalmente en textos normativos
compendiados en un código de ética profesional.

El código es, según Hortal Alonso

“un instrumento de comunicación acerca de la profesión, ante todo entre los


profesionales entre sí que en él se dicen lo que entienden por profesión y lo que cabe
esperar del buen ejercicio profesional. Pero al decírselo a sí mismos se lo dicen a la
sociedad y muy en especial a los potenciales clientes y usuarios”

Los códigos de ética profesional, son sistemas de principios, normas, reglas, deberes,
obligaciones y derechos, establecidos con el propósito general de orientar la conducta moral
profesional de los miembros integrantes del gremio o asociación, regulando su actividad
profesional e incluso la privada, en beneficio de aquellos con los cuales actúa (colegas,
clientes, beneficiarios de sus servicios, etc.) y de la sociedad entera donde la profesión es
ejercida.

Caiconte Oscar 176


Lecciones de ética y deontología

Es muy importante que un código de ética no quede en una declaración de buenas


intenciones en abstracto; y si realmente quiere ser eficaz, debe especificar las consecuencias
del incumplimiento de sus preceptos, por tal motivo, los códigos de ética profesional suelen
incluir las sanciones de las que son objeto aquellos que transgreden los preceptos en ellos
contenidos. Los profesionales que no los cumplan, como dice Hortal Alonso (2002, pág.
193), pueden ser objeto de denuncia y recriminación por parte del mismo colectivo
profesional ante la instancia respectiva del gremio, por lo general, el comité o comisión de
ética de la asociación.

Según Hortal Alonso, hay diferentes tipos de códigos de ética profesional;

Aunque los que realmente se redactan y aprueban suelen ser mezcla de varios tipos. Los
hay más de imagen y otros que tienen pretensiones estrictamente normativas: unos se
ocupan más de alentar el horizonte motivacional y otros de reglamentar minuciosamente
algunos aspectos del ejercicio profesional (incluyendo hasta normas de etiqueta…; unos
son más defensivos y corporativistas y otros intentan establecer un verdadero contacto y
salir al encuentro de las demandas sociales.

¿Cómo se elaboran los códigos de ética profesional?

En la conformación de los códigos de ética profesional, se suelen distinguir las fases de


elaboración, aprobación, difusión e implementación del mismo.

En la fase de elaboración se suele conformar un grupo de profesionales expertos en el


campo disciplinar propio de la profesión, pues son ellos quienes conocen los pormenores
de la práctica o ejercicio profesional, que es el ámbito donde usualmente se presentan los
conflictos o dilemas morales que el profesional de ese campo debe enfrentar. Sin embargo,
el trabajo no pueden realizarlo únicamente ellos, se vuelve necesario, la concurrencia de
profesionales de otras áreas para dar forma y validez al cuerpo deontológico que pueda
construirse.

Entre los otros profesionales que deben de sumarse al esfuerzo de elaboración de un código
de ética para cualquier disciplina, al menos deben sumarse los siguientes:

• Uno o más filósofos, preferentemente especialistas en el ámbito de la moral, la ética, la


deontología y la axiología, pues son éstos quienes con sus conocimientos pueden
orientar y suscitar entre el grupo de profesionales expertos, las diversas reflexiones que
permitan enunciar aquellos elementos generales con los cuales los profesionales de ese
campo han de vincularse con la sociedad completa, sin transgredir los principios éticos
y morales propios del colectivo social donde se ejerce dicha profesión. Además han de
contribuir a asegurar que el código de ética profesional, a través de todo su cuerpo
deontológico, responda a los principios de beneficencia, autonomía, justicia y no
maleficencia, así como el dejar plasmanda la confianza plena en los valores esenciales
de la persona y, la comprensión amplia de la sociedad y de sus potencialidades.

• Uno o más abogados, conocedores de la leyes vigentes en el país y a nivel internacional,


para garantizar la congruencia del cuerpo deontológico con las leyes vigentes, también
para hacer concordar los procedimientos

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Lecciones de ética y deontología

que al interior del gremio o asociación se conformen respecto a las sanciones, con la
normativa vigente en el país y en el extranjero. Además, estos profesionales han de contribuir
para asegurar que el código de ética que se elabore, en su letra y espíritu, respete los derechos
individuales de las personas, y se evidencien los deberes y responsabilidades que se tienen
para con la sociedad entera.

• Uno o más orientadores profesionales o expertos en ergología3, pues son estos los
conocedores propiamente del mundo del trabajo, cuyos conocimientos pueden facilitar
el definir el perfil profesional, los elementos deontológicos que tengan que ver con el
desarrollo de la competencia profesional (sus componentes intelectual y física
principalmente), lo relacionado con el desarrollo profesional, entre otros.

3
La ergología o ciencia del trabajo, es una disciplina no general sino particular, que, utilizando o
sirviéndose de todas las disciplinas que en su conjunto forman la ergología en sentido amplio
(medicina del trabajo, fisiología, higiene industrial, psicotecnia, filosofía del trabajo, sociología del
trabajo, psicología del trabajo, derecho laboral, economía del trabajo, pedagogía del trabajo, entre
otras), estudia científicamente el trabajo en sí, en cuanto a sus presupuestos, condiciones,
organización, relaciones, desarrollo, rendimiento y valoración.

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Lecciones de ética y deontología

Según la naturaleza de cada una de las profesiones, deberán sumarme a éste mínimo equipo,
aquellos otros que se consideren indispensables, principalmente aquellos que provengan de
profesiones que se encuentran íntimamente vinculadas con el ejercicio de la profesión de la
cual se está elaborando su código. Por ejemplo, si una asociación de enfermeras desea
elaborar su propio código de ética profesional, además de los profesionales anteriormente
citados, no podrá prescindir de la concurrencia de profesionales de la medicina, pues su
profesión se encuentra estrechamente vinculada con ésta.

Para la aprobación de dicho código se ha de convocar a la Asamblea General de socios o


agremiados para que luego de un estudio profundo del mismo y de sus implicaciones en el
ejercicio profesional sea aprobado, sino de manera unánime que sería lo ideal, al menos por
una mayoría calificada (dos terceras partes de los socios o agremiados). Hay que tomar en
cuenta, que entre mayor sea el número de socios o agremiados que se adhieran a la propuesta
de código de ética profesional que se elabore, mayor será la posibilidad de impactar el
ejercicio y desempeño de los profesionales de ese campo, y por tanto, mayor será el beneficio
para el colectivo social que se beneficia de esta profesión.

Queda luego pendiente la fase de difusión. Cabe aclarar que no se trata de difundirlo entre los
socios y agremiados, pues se supone que para su aprobación se ha realizado al interior de la
asociación o del gremio un amplio proceso de consulta y validación, que incluye el
conocimiento de su cuerpo deontológico. Cuando se plantea una fase de difusión, se refiere al
conocimiento que el público, es decir la sociedad, debe tener sobre el contenido del código de
ética de cualquier profesión, sólo de esta manera se puede garantizar el fiel cumplimiento del
mismo y el beneficio del colectivo, pues la sociedad se convierte en el mejor sensor del
ejercicio y desempeño de estos profesionales, exigiendo el cumplimiento de sus funciones
dentro del marco establecido, garantizando con ello, el respeto de los derechos y el
cumplimiento de sus deberes.

Debe preverse lo que ha de suceder con los futuros profesionales que luego de graduarse en
sus instituciones formadoras han de incorporarse al gremio o asociación profesional. Un
requisito adicional a los que tradicionalmente se establecen para ingresar a una asociación
profesional, debería estar relacionado con el conocimiento que éste tenga del código de ética
de su profesión. No deberían de admitirse en las asociaciones a profesionales que no
conozcan su código de ética y que no demuestren dicho dominio, por medio de una
valoración escrita o entrevista. De esta forma se garantizaría, que ningún profesional pueda
aludir desconocimiento del mismo en el futuro, principalmente si tiene que enfrentar una
sanción proveniente del mismo código.

Finalmente, sobre la fase de implementación, ha de decirse que es la fase más prolongada,


donde por medio de las diferentes instancias que el código contemple y siguiendo los
procesos por éste establecidos, se da cumplimiento a la letra y espíritu del mismo. Del celo
con que esta fase se realice dependerá el prestigio que el gremio o asociación puedan tener
en una sociedad en particular.

El hablar de implementación no quiere decir que el código de ética profesional se encuentra


para siempre acabado, es decir, que lo que lo escrito está plasmado perpetuamente. El código
ha de revisarse con cierta regularidad para garantizar que responda a las necesidades de la
sociedad. El mundo, hoy mucho más que antes, cambia con una celeridad exagerada, por

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Lecciones de ética y deontología

tanto, aquellas asociaciones o gremios profesionales que quieran mantener su vigencia y su


nivel de respuesta al colectivo, han de cambiar a ritmos cercanos o próximos a dicho
cambio.

Pese a lo anterior, vale advertir que hay elementos tan profundos que, aunque pase el tiempo,
mantendrán su vigor, no obstante otros, principalmente los procedimentales, ocupacionales
y legales, necesitan una adecuación más frecuente.

4. Elementos que conforman un código de ética profesional.

Los códigos, afirma Hortal Alonso “Suelen apuntar con mejor o peor fortuna a lo que la
profesión exige de los profesionales, lo que quienes acuden a ellos pueden razonablemente
esperar, y también lo que la profesión reporta a los profesionales en términos de identidad,
cohesión, apoyos corporativos, derechos y recursos económicos”.

Estos elementos y otros que se proponen, permitirán delinear los elementos que han de
conformar los códigos de ética profesional.

En lo que sigue, se ha tomar algunas de las valoraciones presentada por Fernández y Hortal
combinadas con la propuesta personal de estructura de un código de ética.

La forma básica de los enunciados contenidos en los códigos de ética son los deberes, tanto
positivos, afirmativos o imperativos, como negativos o prohibitivos y en menor grado los
permisivos. Los elementos básicos que suelen constituir un código de ética profesional son
los siguientes:

Principios.

Un código de ética profesional ha de partir de la declaración de los principios que regirán el


código, estos se expresan a manera de enunciados donde manifiestan públicamente los valores
intrínsecos de la profesión. Dichos principios pueden ser morales, éticos, antropológicos,
sociológicos, filosóficos, etc. Estos conforman el primer núcleo temático de un código de
ética profesional.

Según Hortal Alonso),

El primer tema del que se ocupa todo código profesional es de señalar y ensalzar la
contribución específica del correspondiente colectivo de profesionales a sus clientes y al
conjunto de la sociedad. Los códigos tratan de mostrar cómo las profesiones no sólo son
necesarias, sino provechosas y convenientes.

En otros casos, sin que exista un apartado particular para ellos, éstos aparecen subsumidos a
lo largo de los diferentes enunciados del código de ética profesional.

Demarcación de la competencia profesional.

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Lecciones de ética y deontología

Para Hortal Alonso (2002, pág. 197), el segundo gran capítulo del ethos profesional es que ese
servicio específico no puede ser prestado por cualquiera. Se requiere conocimientos,
habilidades y competencias específicas.

De una o de muchas maneras todos los códigos de ética profesional desarrollan como
segundo núcleo temático lo concerniente a la competencia profesional (principalmente de su
componente intelectual) y junto a ella, la correspondiente responsabilidad profesional.

Una de las cosas que presuponen y regulan o tratan de regular los códigos de ética es el
ámbito de competencia de la profesión; qué es lo que cae dentro y qué es lo que queda fuera
de su ejercicio; cuándo alguien tiene licencia para ejercer esta profesión; y cuando no está
facultado para ejercerla.

Se asume que el que es competente, tiene que ser por tanto, responsable. Es decir, ha de
responder ante sí mismo, el cliente o usuario de su servicio, el gremio y la sociedad, de su
nivel de capacitación profesional. El estar capacitado en un campo específico del saber o de
la técnica le confiere la obligación de hacer bien aquello que le compete. En pocas palabras:
el profesional debe ser competente en aquello en que consiste precisamente su profesión.

En este apartado se delinea, por lo general, el perfil profesional.

Relaciones entre los profesionales.

El tercer núcleo temático de los códigos de ética profesional se ocupa de regular las relaciones
entre los profesionales, es decir, de la necesidad de pertenecer al colegio, gremio o asociación
profesional para poder ejercer la profesión dentro de un determinado territorio, del cómo se
adquiere la condición de colegiado, asociado o agremiado facultado para ejercer dicha
profesión y de cuáles son los supuestos que hacen perderla transitoria o definitivamente.
También pertenecen a este apartado los deberes de solidaridad para con los colegas y los
familiares de éstos. Todos ellos se perfilan como elementos de cohesión y de status del
colectivo profesional.

Relaciones con los clientes o usuarios de los servicios profesionales.

Un cuarto núcleo temático lo constituyen los deberes y obligaciones para con los clientes o
usuarios de los servicios profesionales, el hecho que se coloquen como cuarto núcleo temático
no quiere decir que son menos importantes que los anteriormente citados.

En este núcleo, suelen explicitarse también los derechos de los clientes o usuarios de los
servicios profesionales, de manera tal, que al ser conocidos por éstos, puedan ser exigidos.
Reconoce con ello, la dignidad del cliente o usuario como persona, y usualmente, el
principio de confidencialidad está referido a este apartado.

Relaciones con la sociedad y el medioambiente.

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Lecciones de ética y deontología

Un quinto núcleo temático tiene que ver con los deberes y obligaciones que se tienen para
con la sociedad en general. Y en algunos casos, según la naturaleza de la profesión con el
medio ambiente.

Suelen diferenciarse algunos deberes que van más allá del cliente o usuario que hace uso o se
beneficia directamente de los servicios que los profesionales, bajo el código de ética prestan,
es decir, se explicitan otros que converjan en un beneficio más de cara al colectivo. Aquí
caben, por ejemplo, los deberes que un colegio, gremio o asociación puedan declarar a favor
de aquellas prácticas que resultan amigables o protectoras del medioambiente.

Relaciones con otros gremios y el Estado.

Se agrega un sexto núcleo que se ocupa de regular las relaciones de los profesionales para con
otros gremios de profesionales, estamentos gubernamentales y el mismo Estado.

Ya se ha planteado anteriormente que existen profesiones cuya labor se encuentra ligada a


otros grupos de profesionales, por tanto, las relaciones con éstos últimos deben quedar
claramente demarcadas, de forma tal que se garantice el cumplimiento de las funciones en un
plano de respeto al campo de ejercicio profesional de otros.

También se suman en este apartado, el conjunto de proposiciones que han de regir la relación
con el Estado y sus diferentes instancias, principalmente aquellas profesiones cuyo mercado
principal o su empleador sea éste.

Deberes para con la investigación y el quehacer científico.

Finalmente, hoy más que nunca, los códigos de última generación incluyen un núcleo
temático que presenta los deberes y obligaciones concernientes al campo de investigación y al
quehacer científico.

Como se ha afirmado en otras partes de este documento, la finalidad del ejercicio profesional
es el bien común, el bienestar de la sociedad. Por tanto, los gremios o asociaciones deben de
destinar recursos para la investigación y el quehacer científico que busque solventar algunas
situaciones que la sociedad enfrenta. Este es el real aporte de los profesionales a un país.

Pero la investigación y el trabajo científico debe de realizarse dentro de parámetros éticos


previamente establecidos, de éstos se ocupa este núcleo temático, dejando en claro los
lineamientos que han de regirlo.

Valoración final sobre los códigos de ética profesional

Los códigos deontológicos contribuyen a la consolidación de una profesión. Toda profesión


necesita imagen, aprecio, reconocimiento social de las capacidades técnicas y también de las
actitudes éticas de los profesionales. Los Colegios profesionales al formular los códigos
deontológicos o éticos, intentan establecer un cierto control de calidad sobre las prestaciones
profesionales.

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Lecciones de ética y deontología

La conciencia profesional

La conciencia humana es individual, pero tiene varias dimensiones: la conciencia reflexiva


(porque es consciente de sí misma) y la conciencia ética, que añade a la conciencia individual
la condición de ser, además, una conciencia responsable. Es decir, que con la primera cada
persona se relaciona con las demás, pero la conciencia ética nos responsabiliza en la forma de
trato hacia esas otras personas. Además de estas dos hay una clase de conciencia más,
constituida como un concepto muy importante relacionado con la deontología profesional: la
conciencia profesional.

La conciencia profesional, es una dimensión esencial de la conciencia ética, a la que añade la


responsabilidad que cada persona tiene. Se manifiesta en un comportamiento socialmente
responsable acerca de los deberes específicos de una profesión después de haber interiorizado,
asumido y personalizado un código de valores referentes a dicha profesión, para después
analizar, aplicar y resolver problemas específicos de la profesión con la mejor competencia y
rectitud posibles y socialmente exigibles.

Se puede hablar de cuatro niveles de la conciencia profesional:

1) La conciencia profesional es intransferible e individual, nadie es responsable por ninguna


otra persona.

2) Nivel de los deberes específicos, aprendidos, asumidos y personalizados por socialización


ética. Cada persona tiene que haberse socializado en el código deontológico de su profesión.

3) Nivel de madurez y equilibrio psíquico. Para que la conciencia profesional pueda funcionar
hay que gozar de un grado de madurez mínimo.

4) Aptitud profesional para el ejercicio digno de una profesión.

La costumbre y la responsabilidad profesional

La costumbre son normas que crean una sociedad y que le dan un hecho jurídico palpable.
Tienen al igual que ocurre con las leyes, consecuencias cuando son violadas. El profesional
debe regirse por su código de ética propio, pero también tiene que tener en cuenta un marco
de costumbre.

La gran mayoría de los autores coinciden al señalar que el fundamento de la responsabilidad


es la libertad de la voluntad.

El sentimiento de responsabilidad también se puede ir desarrollando a lo largo de la


trayectoria vital y profesional de una persona.

Una profesión cualquiera debe tener un periodo de aprendizaje, una preparación previa
especializada y casi siempre formal, que se debe completar con una formación permanente
que se completa con el paso del tiempo y la vivencia de distintas situaciones en la vida
profesional a las que enfrentarse.

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Lecciones de ética y deontología

El periodista, en virtud de los imperativos éticos que emanan de su profesión, es el


responsable de facilitar al lector la comprensión y el conocimiento de la realidad compleja en
la que se desenvuelve. La veracidad y la evaluación de los posibles efectos que sobre el lector
pudiera tener publicación o la omisión de determinadas informaciones, es fundamental para la
consolidación de los valores democráticos y la creación de una opinión pública responsable.

Colegios profesionales

Los Colegios Profesionales, tal como los define la ley, “son corporaciones de derecho
público, amparadas por la ley y reconocidas por el Estado, con personalidad jurídica propia y
plena capacidad para el cumplimiento de sus fines, entre los que se encuentra la ordenación
del ejercicio de las profesiones”. Además, son las corporaciones que elaboran los códigos
deontológicos.

Los códigos deontológicos cumplen una triple función:

a) Fijar una serie de criterios de carácter científico-funcional para el ejercicio de la profesión,


con el objetivo de dar operatividad y eficacia a las actividades ejercidas en el ámbito cubierto
por las normas establecidas.

b) Refundir orientaciones éticas para el ejercicio de la profesión y plasmarlas en códigos de


deontología profesional.

c) La posibilidad de imponer sanciones disciplinarias a los colegiados que incumplan los


dictados de los códigos deontológicos. Esta función tiene la singularidad de conferir a éstos
relevancia jurídica estatal, lo que otorga a la deontología ciertas coincidencias con el Derecho
en lo que se refiere a la utilización de un procedimiento judicial.

Una diferencia importante entre la deontología profesional y el derecho reside en el origen de


estos dos órdenes normativos reguladores del ejercicio de una profesión. La fuente del
derecho es el poder legislativo del Estado -que emana del ejercicio de la Soberanía Popular-,
mientras que el origen de la deontología profesional no es "estatal", sino que emana del propio
colectivo profesional, y desde una labor de autorregulación. En casos excepcionales, la
iniciativa de un código deontológico puede partir del Estado o de una entidad supraestatal,
como él es caso paradigmático del Código deontológico de los periodistas del Consejo de
Europa, aunque es una condición necesaria que el colectivo profesional lo incorpore a su
actividad y ejerza una labor de autorregulación. Sin estas dos condiciones, este código
normativo se convertiría en derecho y no en deontología profesional. Por lo tanto, no es
necesariamente excluyente de la deontología profesional un código de origen externo a la
propia profesión, si pasa por el filtro de la autorregulación.

En el caso de las profesiones que requieren colegiación profesional, como la psicología,


abogacía y la medicina, existe una institucionalización de la sanción. Sin embargo, hay
profesiones como el periodismo, que se ejercen sin colegiación obligatoria. En estos casos, el
incumplimiento de las normas deontológicas lleva aparejada una sanción similar a la que
corresponde a la vulneración de las normas morales: mala imagen pública, reproche,
expulsión del grupo, etc. Esto las diferencia de las profesiones de colegiación obligatoria,
caracterizadas por la institucionalización de la sanción. Pero no implica falta de gravedad. Un

Caiconte Oscar 184


Lecciones de ética y deontología

profesional puede considerar que una sanción por infracción del código de deontología
profesional tiene más importancia que una sanción administrativa.

Retomando la idea de que la deontología profesional es uno de los órdenes reguladores del
ejercicio de una profesión, en una situación intermedia entre el derecho y la moral, es
necesario hacer una serie de precisiones. Las normas de la deontología profesional, aun
sentidas como vinculantes entre los miembros del colectivo, se alejan del carácter coercitivo
del derecho. El derecho es siempre coactivo, y la deontología profesional puede o no imponer
sanciones y, en el caso de aplicarse, son menos graves que las impuestas por el derecho. La
sanción más grave que puede imponer la deontología profesional es la exclusión de la
profesión.

Por otro lado, las sanciones de la deontología profesional en aquellas profesiones que no
exigen para su ejercicio la colegiación obligatoria son sanciones sociales difusas; es decir, que
aparte de no llegar al grado de gravedad de la sanción jurídica, no tienen por qué estar
necesariamente institucionalizadas. Un ejemplo de sanciones sociales difusas -en este sentido
de informalidad, cercanas a la moral- emitidas por la deontología puede ser la consideración
de exclusión del colectivo profesional de un miembro, sin llegar ésta a ser una sanción no
formalizada.

No obstante, la deontología profesional tiene un mayor grado de institucionalización que la


moral general, de tal modo que, para hablar de deontología profesional, es necesario un grado
de institucionalización normativa -inferior a la del derecho pero superior a la de la moral. La
moral, aunque es de carácter social, tiene un componente último que es individual, mientras
que la instancia última de la deontología profesional es colectiva, común a todo el grupo
profesional. Igual que se da el conflicto entre moral y derecho, cabe la confrontación del
individuo con la deontología profesional a la que está sometido.

Autorregulación

La deontología es uno de los tres órdenes normativos que regulan el ejercicio de las
profesiones, junto al Derecho y la moral. Cabe señalar que las normas deontológicas se
encuentran a medio camino entre los otros dos órdenes normativos.

Una característica fundamental de la deontología profesional es que tiene un fuerte


componente de autorregulación, entendida en un sentido colectivo. Se trata de una
interiorización de las normas propias de la profesión. Se diferenciaría del Derecho en que éste
es creado por el Estado, y de la moral en que la deontología tiene un carácter colectivo, no se
basa en los principios individuales. Otra diferencia clave frente al Derecho, es que éste tiene
un marcado carácter coactivo, impone sanciones al incumplimiento de sus normas. La
deontología, por su parte, puede o no incluir sanciones, y siempre serán menos graves que las
relacionadas con el Derecho (surgidas de instituciones jurídicas).

No obstante, la deontología puede institucionalizarse a través de los Códigos Deontológicos,


la colegiación... (Instrumentos o mecanismos que dotan de más efectividad a la deontología),
pero siempre presenta una institucionalización mucho menor a la del Derecho. Las normas del
Derecho son "ajenas" al mismo, junto a los frentes extremos, mientras que lo característico de
la deontología profesional es la autorregulación. Los profesionales son creadores, sujetos y
objetos de las normas deontológicas de su profesión correspondiente. Participan (a través de

Caiconte Oscar 185


Lecciones de ética y deontología

sus asociaciones, por ejemplo) en la creación de los códigos deontológicos que, a su vez,
deberán aplicar.

La autorregulación es necesaria porque delimita campos de actuación, alerta sobre conductas


alejadas del bien común y puede invitar al profesional a dirigir sus acciones por el fomento de
valores que promuevan una vida más humana.

CÓDIGO ÉTICO Y CONDUCTA PROFESIONAL SEGÚN EL PROJECT


MANAGEMENT INSTITUTE

A nivel internacional, PMI solicitó a profesionales de la comunidad global de la dirección


de proyectos que identificaran los valores que fundamentan sus decisiones y guían sus
actos. Los valores que la comunidad global de la dirección de proyectos definió como más
Apuntes de Proyectos de Ingeniería importantes fueron: responsabilidad, respeto, equidad
y honestidad. Este Código se sustenta en estos cuatro valores. Cada uno de estos cuatro
valores se descomponen en una serie de normas, que pueden ser de 2 tipos: ideales u
obligatorias:
• Las normas ideales describen la conducta que nos esforzamos por mantener como
profesionales. Si bien el cumplimiento de estas normas no se puede medir fácilmente,
comportarnos de conformidad con las mismas es una expectativa que albergamos para
nosotros mismos como profesionales; no es una opción.
• Las normas obligatorias establecen requisitos firmes y, en algunos casos, limitan o
prohíben determinados comportamientos por parte de los profesionales.
Actuar con Responsabilidad: Es nuestra obligación hacernos cargo de las decisiones que
tomamos y de las que no tomamos, de las medidas que tomamos y de las que no, y de las
consecuencias que de ellas resultan.
Actuar con Respeto: Es nuestro deber demostrar consideración por nosotros mismo, los
demás y los recursos que nos son confiados. Estos últimos pueden incluir personas, dinero,
reputación, seguridad de otras personas y recursos naturales o medioambientales.
Un ambiente de respeto genera confianza y excelencia en el desempeño al fomentar la
cooperación mutua: un ambiento en el que se promueve y valora la diversidad de
perspectivas y opiniones.
Actuar con Equidad: Es nuestro deber tomar decisiones y actuar de manera imparcial y
objetiva. Nuestra conducta no debe presentar intereses personales en conflicto, prejuicios
ni favoritismos.
Actuar con Honestidad: es nuestro deber comprender la verdad y actuar con sinceridad
tanto en cuanto a nuestras comunicaciones como a nuestra conducta.

CÓDIGO ÉTICO DE LA NATIONAL SOCIETY OF PROFESSIONAL

ENGINEERS

“Preámbulo”:
La ingeniería es una profesión importante y erudita. Como miembros de esta profesión se
espera que los ingenieros muestren las normas más altas de honestidad e integridad. La
ingeniería tiene un impacto directo y vital sobre la calidad de la vida de todas las personas.
En consecuencia, los servicios que proporcionan los ingenieros requieren honestidad,
imparcialidad y equidad, y deben dedicarse a la protección de la salud, la seguridad y el

Caiconte Oscar 186


Lecciones de ética y deontología

bienestar públicos. Los ingenieros deben desempeñarse de acuerdo con una norma de
conducta profesional que requiere la adhesión a los principios más altos de la conducta
ética.

I. Cánones fundamentales:
En el cumplimiento de sus deberes profesionales, los ingenieros:
• Pondrán, por encima de todo, la seguridad, la salud y el bienestar del público;
• Desempeñarán servicios solamente en las áreas de su competencia;
• Realizarán declaraciones públicas sólo de manera objetiva y veraz:
• Actuarán para cada empleador o cliente como agentes o fiduciarios de confianza:
• Evitarán las acciones engañosas:
• Se conducirán de manera honorable, responsable, ética y legal que realce el honor,
la reputación y la utilidad de la profesión.
II. Reglas de la práctica:
 Los ingenieros pondrán por sobre todo la seguridad, la salud y el bienestar del público. o
Si el criterio de los ingenieros se deja a un lado bajo circunstancias que pongan en peligro
vidas o propiedades, los ingenieros notificarán a su empleador o cliente y a las autoridades
pertinentes.
 Los ingenieros aprobarán sólo aquellos documentos técnicos que cumplan con las normas
aplicables.
 Los ingenieros no revelarán datos, hechos ni información sin el consentimiento previo del
cliente o empleador, excepto según lo autoricen o requieran la ley o este Código.
 Los ingenieros no permitirán el uso de su nombre ni el de sus socios en empresas de
negocios con persona o firma alguna que ellos crean que está implicada en una labor
fraudulenta o deshonesta.
 Los ingenieros no deberán ayudar ni instigar a ningún individuo ni empresa a la práctica
ilegal de la ingeniería.
 Los ingenieros que tengan conocimiento de alguna presunta infracción de este Código
informarán de ello a los cuerpos profesionales adecuados y, cuando sea pertinente, también
a las autoridades públicas, y cooperarán con las autoridades adecuadas en la provisión de
la información o asistencia que pueda requerirse.
 Los ingenieros desempeñarán servicios solamente en las áreas de su competencia.
 Los ingenieros aceptarán encargos de trabajo solamente cuando estén calificados por su
educación o su experiencia en los campos técnicos específicos comprendidos.
 Los ingenieros no firmarán planos ni documentos relacionados con asuntos y materias en
los cuales carezcan de competencia, ni plano o documento alguno que no se haya
preparado bajo su dirección y control.
 Los ingenieros pueden aceptar asignaciones y asumir la responsabilidad por la
coordinación de un proyecto entero, y pueden firmar y sellar los documentos técnicos para
el proyecto en su totalidad, siempre y cuando cada segmento técnico esté firmado y sellado
solamente por los ingenieros calificados que prepararon ese segmento.
 Los ingenieros realizarán declaraciones públicas sólo de manera objetiva y veraz.
 Los ingenieros serán objetivos y veraces en sus informes, declaraciones y testimonios
profesionales. Incluirán toda la información relevante y pertinente en tales informes,
declaraciones y testimonios, los cuales tendrán la fecha que indique cuándo esa
información tenía vigencia.

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Lecciones de ética y deontología

 Los ingenieros pueden expresar públicamente las opiniones técnicas que estén
fundamentadas en el conocimiento de los hechos y la competencia en el asunto de que se
trate.
 Los ingenieros no emitirán declaraciones, críticas ni argumentos sobre materias técnicas
que estén inspirados o pagados por partes interesadas, a menos que hayan precedido sus
comentarios identificando explícitamente la parte o partes interesadas en cuyo nombre
hablan, y revelando la existencia de cualquier interés que los ingenieros puedan tener en
esos asuntos. Apuntes de Proyectos de Ingeniería
 Los ingenieros actuarán para cada empleador o cliente como agentes o fiduciarios de
confianza.
 Los ingenieros darán a conocer todos los conflictos de intereses, conocidos o potenciales,
que pudieran influir, o que pueda parecer que influirán, en su juicio o la calidad de sus
servicios.
 Los ingenieros no aceptarán compensación, financiera ni de otra clase, de más de una
parte por los servicios en el mismo proyecto, o por servicios pertinentes al mismo
proyecto, a menos que las circunstancias queden completamente aclaradas y reveladas y
sobre ellas se hayan puesto de acuerdo todas las partes interesadas.
 Los ingenieros no solicitarán ni aceptarán, directa ni indirectamente, consideración
financiera ni otros valores de parte de terceros ajenos al trabajo por el cual son
responsables.
 Los ingenieros que prestan servicio público como miembros, asesores o empleados de un
organismo gubernamental o cuasi gubernamental no participarán en las decisiones con
respecto a los servicios solicitados o provistos por ellos o sus organizaciones en la práctica
privada o pública de la ingeniería.
 Los ingenieros no solicitarán ni aceptarán un contrato de un organismo gubernamental en
el cual un director o funcionario de su organización preste servicio como miembro.
 Los ingenieros evitarán las acciones engañosas.
 Los ingenieros no falsificarán sus calificaciones ni permitirán que se haga una
representación equívoca de sus propias calificaciones ni las de sus asociados. No harán
representaciones equívocas ni exagerarán su responsabilidad en trabajos anteriores. Los
folletos y otras presentaciones con incidencia en la solicitud de empleo no harán
representaciones falsas ni equívocas respecto de empleadores, empleados, asociados,
empresas conjuntas o logros pasados.
 Los ingenieros no ofrecerán, darán, solicitarán ni recibirán, directa ni indirectamente,
contribución alguna para influir en el otorgamiento de un contrato por parte de una
autoridad pública, o que, razonablemente, el público pueda interpretar como algo que haya
tenido el efecto o la intención de influir en la concesión de un contrato. Los ingenieros no
ofrecerán obsequio alguno ni otra consideración valiosa a fin de asegurarse un trabajo. Los
ingenieros no pagarán comisión, porcentaje ni tarifa de corredor para obtener un trabajo,
excepto a empleados o agencias comerciales o de comercialización establecidos, y
contratados por ellos de buena fe.
III. Obligaciones profesionales:
 Los ingenieros se guiarán en todas su relaciones por las normas más altas deshonestidad e
integridad.
 Los ingenieros reconocerán sus errores y no distorsionarán ni alterarán los hechos.
 Los ingenieros advertirán a sus clientes o empleadores cuando ellos crean que un proyecto
puede no ser exitoso.

Caiconte Oscar 188


Lecciones de ética y deontología

 Los ingenieros no aceptarán un empleo externo que vaya en detrimento de su trabajo o


interés regular. Antes de aceptar cualquier trabajo técnico externo, notificarán a sus
empleadores.
 Los ingenieros no intentarán atraer a un ingeniero de otro empleador mediante ofertas o
presentaciones falsas o equívocas.
 Los ingenieros no promoverán sus propios intereses a costa de la dignidad y la integridad
de la profesión.
 Los ingenieros procurarán, en todo momento, servir el interés público.
 Los ingenieros buscarán oportunidades para participar en los asuntos públicos; la
orientación vocacional para los jóvenes, y el trabajo para el mejoramiento de la seguridad,
la salud y el bienestar de la comunidad.
 Los ingenieros no completarán, firmarán ni sellarán planos ni especificaciones que no
estén en conformidad con las normas técnicas pertinentes. Si el cliente o empleador
insisten en tal conducta no profesional, los ingenieros notificarán a las autoridades que
corresponda y se abstendrán de dar más servicios en el proyecto.
 Los ingenieros se esforzarán por ampliar el conocimiento del público y su aprecio por la
ingeniería y sus logros.
 Los ingenieros evitarán toda conducta o práctica que engañe al público.
 Los ingenieros evitarán el uso de declaraciones que contengan una representación material
falsa de un hecho o que omitan un hecho material.
 De forma coherente con lo anterior, los ingenieros pueden publicar avisos para captar
personal.
 De forma coherente con lo anterior, los ingenieros pueden preparar artículos para la prensa
técnica o no especializada, pero tales artículos no implicarán un crédito para el autor por el
trabajo que hayan hecho otros.
 Los ingenieros no divulgarán, sin consentimiento, la información confidencial relacionada
con asuntos de negocios o procesos técnicos de algún cliente o empleador, actual o
anterior, o del organismo público para el cual presten servicios.
 Los ingenieros no promoverán ni harán arreglos para un nuevo empleo o práctica, sin el
consentimiento de todas las partes interesadas, en relación con un proyecto específico por
el cual el ingeniero ha obtenido un conocimiento particular y especializado.
 Los ingenieros no se asociarán ni representarán, sin el conocimiento de todas las partes
interesadas, un interés adversario en relación con un proyecto o procedimiento específico
en el cual el ingeniero ha obtenido un conocimiento particular especializado a nombre de
un cliente o empleador anterior.
 Los ingenieros no serán influidos en sus deberes profesionales por intereses en conflicto.
 Los ingenieros no aceptarán consideraciones financieras ni de otro tipo, incluidos diseños
técnicos gratuitos, de los abastecedores de materiales o equipos a cambio de que
especifique sus productos.
 Los ingenieros no aceptarán comisiones ni asignaciones, directa ni indirectamente, de
contratistas u otras partes que tengan tratos con los clientes o empleadores del ingeniero en
relación con el trabajo por el cual el ingeniero sea responsable.
 Los ingenieros no intentarán obtener empleo, promociones ni contratos profesionales
criticando sin verdad a otros ingenieros, o por otros métodos inapropiados o cuestionables.
 Los ingenieros no pedirán, propondrán ni aceptarán una comisión sobre una base
contingente bajo circunstancias en las cuales su juicio pueda quedar comprometido.
Apuntes de Proyectos de Ingeniería

Caiconte Oscar 189


Lecciones de ética y deontología

 Los ingenieros que están en posiciones asalariadas aceptarán trabajo de ingeniería a tiempo
parcial solamente en la medida coherente con las reglas del empleador y de acuerdo con
las consideraciones éticas.
 Los ingenieros no usarán, sin consentimiento, equipos, suministros, laboratorios u oficinas
de un empleador para llevar a cabo una tarea privada externa.
 Los ingenieros no tratarán de lesionar, de forma maliciosa o falsa, directa ni
indirectamente, la reputación profesional, las posibilidades, la práctica o el empleo de otros
ingenieros. Los ingenieros que crean que otros son culpables de una práctica ilegal o
antiética presentarán tal información a la autoridad correspondiente para que se tomen
medidas.
 Los ingenieros que tienen práctica privada no revisarán el trabajo de otro ingeniero para el
mismo cliente, excepto con el conocimiento de tal ingeniero, o a menos que la relación de
tal ingeniero con el trabajo se haya terminado.
 Los ingenieros empleados por el gobierno, la industria o el campo de la educación tienen
derecho a revisar y evaluar el trabajo de otros ingenieros cuando así lo requieran sus
deberes de empleo.
 Los ingenieros empleados en ventas o en la industria tienen derecho a hacer
comparaciones técnicas de los productos presentados con los productos de otros
proveedores.
 Los ingenieros aceptarán la responsabilidad personal de sus actividades profesionales; los
ingenieros podrán buscar indemnización por los servicios propios de su práctica, a menos
que sea por negligencia grave, donde los intereses del ingeniero no puedan protegerse de
otra manera.
 Los ingenieros cumplirán con las leyes estatales de registro en la práctica de la ingeniería.
 Los ingenieros no usarán su asociación con alguien que no sea ingeniero, con una
corporación o sociedad como "manto" que cubra actividades no éticas.
 Los ingenieros reconocerán el trabajo técnico de quienes corresponda, y reconocerán los
derechos de autoría y propiedad intelectual de otros.
 Los ingenieros, siempre que sea posible, nombrarán a la persona o las personas que
puedan ser individualmente responsables por los diseños, las invenciones, los escritos u
otros logros.
 Los ingenieros que usen diseños suministrados por un cliente reconocen que los diseños
siguen siendo propiedad del cliente y que el ingeniero no puede duplicarlos para otros sin
un permiso expreso.
 Los ingenieros, antes de aceptar un trabajo para otros en relación con el cual el ingeniero
pueda hacer mejoras, planos, diseños, invenciones u otros registros que puedan justificar
derechos de autor o patentes, deben establecer un contrato expreso en referencia a la
propiedad.
 Los diseños, datos, registros y notas del ingeniero que se refieran exclusivamente al
trabajo de un empleador son propiedad del empleador. El empleador deberá indemnizar al
ingeniero por el uso de la información para cualquier otro propósito que no sea el original.
 Los ingenieros continuarán su desarrollo profesional a lo largo de su carrera y deberán
mantenerse actualizados en sus campos específicos trabajando en su profesión,
participando en cursos de educación continua y con la lectura de literatura técnica y su
participación en reuniones y seminarios profesionales

INTERROGANTES ÉTICOS EN LA PRÁCTICA DE LA INGENIERÍA

Caiconte Oscar 190


Lecciones de ética y deontología

¿Es ético…?
• ¿Redactar el estudio de seguridad y salud de un proyecto a partir de fotocopias de? Otros
estudios utilizados en otros proyectos?
• ¿Incrementar “ex profeso” algunas mediciones del proyecto con el fin de crear
bolsas económicas que faciliten la posterior ejecución de la obra?
• ¿Aprovechar el diseño y cálculo de una estructura para proyectar otra similar y
Obtener un ahorro económico?
• ¿Que el proyectista acepte una reducción en los costes de estudios previos
necesarios para redactar el proyecto (estudios geotécnicos o de mercado, por
ejemplo) impuesta por el promotor?
• ¿No calentarse la cabeza” durante la redacción del proyecto con el proceso
Constructivo, el programa de trabajos y la procedencia de materiales porque “el
constructor ya lo hará después”?
• ¿Buscar soluciones constructivas más caras con el fin de incrementar los honorarios
(en el caso de cobro por porcentaje sobre presupuesto de obra?.
• ¿No visar un proyecto en el colegio profesional?
• ¿copiar ideas, soluciones, documentos o diseños?
• ¿Que un director facultativo reciba como regalo de navidad de la empresa
constructora una botella de vino?, ¿y una docena de botellas?, ¿y un jamón? ¿Dónde
está el límite? ¿a cambio de qué se ofrece el regalo?
• ¿Que un director facultativo “se deje” invitar a comer por la empresa constructora
tras cada visita de obra?
• ¿Que la dirección facultativa “delegue” en la empresa constructora la elaboración de
la relación valorada mensual?
• ¿Que la dirección facultativa “delegue” en la empresa constructora la elaboración de
un proyecto reformado o modificado?
• ¿No tomar medidas de protección ambiental o de prevención de riesgos laborales
por el mero hecho de que no están previstas en el proyecto, aunque sean necesarias?
• ¿No proponer mejoras en la calidad de los materiales y equipos o en las condiciones
de ejecución por la simple cuestión de que no están previstas en el proyecto, aunque
sean necesarias?
• ¿Que la dirección facultativa obligue a la empresa constructora a aceptar su
interpretación de los documentos contractuales del proyecto en caso de
contradicción?
• ¿Compensar errores de proyecto, actuando como dirección facultativa, con la
aceptación de propuestas de la empresa constructora que son inaceptables, en
circunstancias normales, con el fin de “camuflar” los errores de diseño?
• ¿Actuar, como dirección facultativa, en connivencia con la empresa constructora? ¿a
cambio de qué? ¿y si el gerente de la empresa consultora (o el jefe del servicio de la
administración pública) lo sabe y no toma medidas?
• encontrar restos arqueológicos en una excavación y “hacerlos desaparecer” para
evitar que se produzca una paralización de los trabajos o un incremento de los
costes? Apuntes de Proyectos de Ingeniería
• ¿Contratar a trabajadores en condiciones precarias (becas, contratos en práctica,
contratos por obra, etc.)?.
• ¿Aplicar medidas coercitivas a los trabajadores para que “no se vayan de la lengua”
ante determinados procedimientos constructivos utilizados u otro tipo de prácticas

Caiconte Oscar 191


Lecciones de ética y deontología

realizadas?
• ¿Que la empresa constructora intente sacar provecho económico de una
contradicción en los documentos contractuales del proyecto?
• ¿Ahorrar en medidas necesarias (seguridad, integración ambiental, calidad, etc.) a
tomar en la obra con el fin de mejorar los resultados económicos de la obra?
• ¿Ocultar defectos de construcción, aunque sean pequeños, a la dirección facultativa
o al promotor?
• ¿Decidir el emplazamiento de una infraestructura (en el caso de una promoción
pública) en base a intereses personales y sin tener en cuenta el bien común?
• ¿Reanudar una actividad profesional determinada, tras ejercer un cargo público
relacionado con ese campo profesional?
• ¿Culpar a los demás de los fallos y no asumir nuestra parte de responsabilidad?
• ¿maltratar verbalmente a compañeros abusando del principio de autoridad?
• ¿ocultar datos a nuestros superiores con el fin de “maquillar” los resultados y que
nuestro prestigio no sea afectado?
• ¿Mentir a nuestros superiores con el fin de salvaguardar nuestro prestigio?
• ¿Aceptar el trabajo a sabiendas de que no se van a poder cumplir los plazos?
• ¿Pasar gastos de un contrato a otro (dentro del mismo departamento) con el fin de
“laminar” los resultados y que en todos los contratos se gane dinero (aunque sea
poco)?.
• ¿Utilizar los medios de la empresa para temas personales?
• ¿Utilizar el horario de trabajo para temas personales?
• ¿Utilizar el horario de trabajo para temas personales?
• ¿No hacer partícipes a los miembros del equipo de las felicitaciones y honores
recibidos?
• ¿Prometer, como empresario o director de departamento, un reparto de beneficios
entre el equipo de trabajo y, posteriormente, falsear el resultado final o repartir
“migajas”?
• ¿Aceptar un trabajo que sabemos que no podemos realizar adecuadamente por falta
de tiempo, experiencia o formación?
• ¿Trabajar para el promotor y para la empresa constructora, aun con el permiso
expreso de ambas partes?
• ¿Dejarse llevar por sentimientos personales a la hora de tomar decisiones?
• ¿Que el ingeniero no actualice sus conocimientos en el campo de su actividad? ¿debe
autoformarse? ¿debe ser la empresa (o la administración pública) la que se preocupe
de su formación?
• ¿Mentir o decir verdades a medias para defender a un compañero acusado de haber
cometido un error o haber generado un problema?, ¿y en un juicio?
• ¿Fomentar el cooperativismo profesional? ¿hasta qué punto? ¿a cambio de qué?

Caiconte Oscar 192


Lecciones de ética y deontología

Principales teorías éticas

Una teoría ética es una teoría filosófica que intenta fundamentar la moral, es decir,
justificar su validez y legitimidad. Como toda moral, consiste en una serie de preceptos
o normas y una serie de valores, la teoría deberá justificar precisamente estas normas y
valores. Según el tipo de fundamento que proporcione, hablaremos de un tipo de teoría
ética o de otro. Así, serán teorías distintas las que conciben y defienden la moral como
una búsqueda de la vida buena o como el cumplimiento del deber.
Las distintas teorías éticas que se han dado a lo largo de la historia pueden dividirse en
varios tipos, no sólo por el fundamento concreto que dan de las normas morales, sino
también por el modo particular de darlo. A continuación, ofrecemos una serie de
preguntas, cuya respuesta puede servir para clasificar la diversidad de teorías existentes.

Ética nicomáquea o Ética a Nicómaco (griego Ἠθικὰ Νικομάχεια) latín Ethica


Nicomachea) es una obra de Aristóteles escrita en el siglo IV a. C. Se trata de uno de los
primeros tratados conservados sobre ética y moral de la filosofía occidental, y sin duda
el más completo de la ética aristotélica. Está compuesto por diez libros que se
consideran basados en notas sobre sus ponencias magistrales en el Liceo. La obra
abarca un análisis de la relación del carácter y la inteligencia con la felicidad.
Aristóteles se pregunta ¿Qué bien es el objeto de todos los fines? Toda actividad apunta
hacia un bien, y ese bien es la felicidad. No sólo debe ser un bien, sino el bien al cual
todos los demás bienes se dirigen. Ahora bien, esta felicidad se compone de la vivencia
de las virtudes y de una vida completa; la felicidad es una actividad del alma de acuerdo
con la virtud ("excelencia") completa.
La virtud está en la parte racional del alma y también en la parte no racional que
obedece a la racional, el estagirita establece que las virtudes han de ser de dos clases: las
virtudes llamadas éticas, morales o de carácter; especialmente la justicia, que vienen del
alma desiderativa en tanto que esta obedece a la razón; y las virtudes denominadas
dianoéticas, intelectuales o racionales, que son las que permiten alcanzar la felicidad y
vienen del alma racional misma.
Aristóteles sostiene que la virtud lleva a la felicidad y esa es la base de la ética, todo
acto tiene un fin último, que es la felicidad, pero se puede buscar este fin en diversas
cosas. Aristóteles muestra que el fin ha de ser específico del hombre, y esto es la
contemplación, a la cual ayuda la virtud necesariamente, pues la virtud busca el medio
que le da la recta razón del individuo.
Aristóteles afirma que la virtud es el hábito por el que el hombre se hace bueno y realiza
bien la obra que le es confiada. Aristóteles distingue entre la virtud moral (ethos), o de
carácter, y la virtud intelectual (que se desdobla en Sabiduría en la teoría y en Prudencia
en la práctica). En tanto que busca un medio entre vicios y una clase de estado para
realizar las mejores acciones que mantenga la relación con el placer y el dolor, la virtud
moral hace bueno al ser humano. El arte sólo requiere conocimiento, pero la virtud
requiere elección racional y ejercicio constante de la misma. Es difícil ser bueno porque
es difícil encontrar el medio, y la función de la educación es precisamente ayudar a
alcanzarlo. Entre el exceso y el defecto el punto medio es la virtud o magnificencia y
Aristóteles llama a los dos extremos más distantes como contrarios.

Caiconte Oscar 193


Lecciones de ética y deontología

Aristóteles divide los actos del hombre en voluntarios e involuntarios. El acto


involuntario se debe a un primer principio extrínseco al hombre, como la fuerza o la
ignorancia. El acto no voluntario es un acto involuntario que no se lamenta. El acto
involuntario surge cuando el individuo obra en estado de ignorancia y en estos casos se
puede hacer una excepción para recurrir a la compasión e indulgencia sobre las
consecuencias de estos actos. El acto voluntario se hace por el deseo. Ahora bien, la
elección racional es más restringida que el acto voluntario, en el sentido que el acto está
dentro de nuestro poder y no necesariamente según el apetito, sino que es fruto de una
deliberación. Se delibera algo que se puede hacer, no sobre verdades ni sobre las
acciones de otros; además, se deliberan los medios y no el fin, pues el fin no se escoge
como fin, sino que es natural y es el bien deseado según lo que se conoce (lo que el
entendimiento presenta a la voluntad). Entendido así el acto voluntario, la virtud se
aplica a cuanto conduce al fin e implica la responsabilidad del sujeto.
La fortaleza
La fortaleza es el medio entre el temor y la confianza respecto a la muerte. La persona
valiente actúa a pesar del temor, pero no sin temor. El exceso de temor se llama
cobardía, Y actúa con confianza, pero sin exceso de confianza, que se llama
precipitación. Sin embargo, la fortaleza se aplica más al temor que a la confianza, por
ser este último más difícil de controlar, y busca el bien honesto cuando es difícil ver este
bien superior. La característica fundamental de la verdadera fortaleza es que se basa en
el carácter y no en el cálculo o en la preparación.
Templanza
La templanza es el medio respecto a los placeres, especialmente los del tacto, la comida
y el sexo, que tenemos en común con los animales no racionales. Hay placeres naturales
y placeres del individuo: por ello, errar en los placeres naturales es siempre un exceso,
mientras que errar en los placeres individuales no siempre es excesivo. El dolor viene
cuando el que no tiene esta virtud tampoco obtiene sus placeres. La intemperancia es
más voluntaria que la cobardía, pues siempre viene con una elección positiva,
haciéndola más censurable. El apetito debe siempre seguir lo que es noble como
propuesto por la razón.
El libro sexto es quizás el más importante para entender la ética de Aristóteles, porque,
como él mismo dijo al inicio de la obra, la verdad es el bien superior, y este capítulo
trata de la facultad del hombre que consigue este bien, el entendimiento. Además, es el
intelecto el que nos dice dónde está el medio debido para realizar los actos virtuosos.
La primera cosa que hace es parafrasear lo que había dicho en: hay dos partes del alma.
Y distingue esta vez las sub-partes de la razón, que serían el intelecto especulativo y el
intelecto práctico, a los cuales corresponden la sabiduría y la sabiduría práctica (llamada
prudencia) respectivamente. Tres cosas controlan el acto y la verdad en el alma: la
percepción, el intelecto y el deseo. Pero los animales no racionales tienen percepción,
así que no es el primer principio en el hombre. El intelecto práctico afirma y niega para
que el deseo busque el bien y huya del mal. El bien del intelecto especulativo es la
verdad. El bien del intelecto práctico es la verdad de acuerdo con el deseo recto. Así el
primer principio de la acción como causa eficiente es la elección racional, es decir, de
acuerdo con el fin; el principio de esto es el deseo, y así la elección racional requiere
carácter. En otras palabras, el intelecto y el deseo se influyen mutuamente en el campo
práctico, y la virtud depende del pensar y del carácter.
En el intelecto hay cinco virtudes: el arte, el conocimiento científico, la prudencia, la
sabiduría, y el entendimiento. Ahora bien, el entendimiento, el conocimiento científico

Caiconte Oscar 194


Lecciones de ética y deontología

y la sabiduría se refieren a lo necesario, no a lo contingente, ni a lo que puede hacer el


hombre. Por otro lado, el arte y la prudencia se refieren a lo que hace el hombre.
La prudencia es una virtud que permite descubrir el bien presente en una acción a
realizar. Es la virtud intelectual del obrar humano, no solo en el sentido de obrar bien,
sino de llegar a ser bueno por medio del obrar, pues ayudará a encontrar los mejores
bienes humanos en relación con la acción. Las virtudes inferiores a la prudencia son: el
deliberar bien, el juzgar bien, y el discernimiento.
Como la sabiduría concierne cosas más elevadas y universales, mientras que la
prudencia concierne la verdad en relación a los actos humanos, la sabiduría está por
encima de la prudencia, pues su objeto pertenece exclusivamente a la parte superior del
alma.
Aristóteles va un paso más adelante de Sócrates al distinguir entre, por un lado, el saber
qué sería bueno hacer y, por otro, el estar dispuesta a hacerlo. La persona prudente no
solamente sabe qué sería bueno hacer, sino que también está dispuesto, mientras que la
persona incontinente sabe qué sería bueno hacer, pero no lo logra por indisposición. Así
la incontinencia no es un vicio (ni tampoco la continencia una virtud), pues el
incontinente se da cuenta de su condición como tal y quiere cambiar. En cambio, quien
padece un vicio no se da cuenta de él.
Esta falta de continencia se relaciona con el placer. El hombre busca el placer necesario
y el placer que es fin en sí. La incontinencia se refiere más a la falta de control en los
placeres necesarios, como la comida y el sexo. La continencia se guía por la elección
racional del placer, mientras que la incontinencia piensa lo opuesto y, sin embargo, hace
lo mismo que haría quien no tiene templanza.

A continuación, Aristóteles analiza la definición que otros autores han dado del placer.
Algunos, como Espeusipo, mantenían que no era un bien, mientras que muchos han
dicho que sí es un bien, y Eudoxo llegó a decir que era el bien supremo. Aristóteles
muestra varios ejemplos para probar que el placer tiene que ser bueno y a la vez que
puede conducir al vicio. Esto se debe a que el hombre no tiene una naturaleza simple,
sino compleja. Por esto hay varias dificultades, pero al final se puede decir con
Espeusipo que el placer no es el bien supremo, y con Eudoxo que sí es un bien.
Aristóteles comienza el último libro retomando el tema del placer del libro siete, debido
a la importancia que esta tiene en relación con la felicidad y su correcta definición. El
placer es lo que completa una actividad como consecuencia, y no como si la actividad
fuera el placer. Para obrar éticamente, para llegar a la verdadera felicidad, el placer tiene
que regirse por la actividad característica del ser humano. Así, el hombre perverso
encontrará placer en lo que no es un bien, mientras que el hombre bueno lo encontrará
en el bien.
Entonces, la felicidad es una actividad que tiene fin en sí y no en otra actividad, y
además es autosuficiente y se actúa de acuerdo con la virtud. La felicidad no es la
actividad en consonancia con cualquier virtud, sino con la más excelsa virtud, y ésta
dependerá de la facultad más excelsa: en el caso del hombre el intelecto. Por tanto, la
felicidad es la vida de acuerdo con el intelecto, o la contemplación acompañada por los
demás aspectos propiamente humanos (amistad, bienestar, etc.).
Pero Aristóteles había dicho que se requiere la virtud, y no deja de lado este aspecto
esencial, sino que muestra que la felicidad misma se encuentra también, pero de modo
análogo, en la virtud del carácter, de modo que los hábitos de virtud que se han logrado
conllevan el placer. Además, la contemplación se logra en esta vida solamente con las
virtudes.

Caiconte Oscar 195


Lecciones de ética y deontología

La filosofía ética surgida de estos tratados de Aristóteles es conocida como


eudemonismo debido al lugar que ocupa la noción de felicidad como finalidad del acto
moral. Sin embargo, hay que aclarar que la felicidad de la que se habla aquí es la
contemplación, una virtud sólo parcial, porque en sí no comporta el ser bueno, sino el
actuar bien con el intelecto. Por otro lado, y a modo de complemento está la necesidad
de llegar a la virtud de carácter, que implica vivir la prudencia y la justicia.
Para los filósofos posteriores, la Ética a Nicómaco ha sido siempre una obra
fundamental, estén o no de acuerdo con sus postulados. Su éxito se puede ejemplificar
con la sentencia tan repetida: "en el medio está la virtud" y la concepción de la felicidad
como fin y consecuencia de virtud. También se expone la idea de placer y felicidad que
van ligados.
Ética Tomista
La ética de Tomás de Aquino sigue la línea aristotélica, aunque adaptada a presupuestos
cristianos en los que se basa el pensamiento del aquinate. Aristóteles consideraba que
todas las acciones humanas estaban encaminadas a un fin último concreto (teleología), y
respecto a este todos los demás fines son particulares, secundarios pues tan sólo sirven
para alcanzar aquel fin último que unifica, organiza y jerarquiza a todos los demás. El
fin de todas las acciones humanas es adquirir la felicidad (eudaimonía). La felicidad
consiste en perseguir aquello que es lo más natural para la propia naturaleza. Según
Aristóteles lo más genuino del hombre es el uso de la razón, del logos, así el hombre
será feliz en la medida en que desarrolle al máximo su poder cognoscitivo y ejercite la
capacidad racional (intelectualismo).
Santo Tomás asume su carácter eudemonista, teleológico e intelectualista, y la completa
con la aportación cristiana del valor de la persona y el sentido trascendente que tiene la
vida humana. Si la felicidad racional aristotélica se alcanza en este mundo, Tomás de
Aquino defiende que la felicidad terrenal no es absoluta ni total si no se proyecta hacia
cotas más altas, como es el conocimiento divino. La perfecta felicidad, el fin último
consiste básicamente en la visión de Dios.
Para Santo Tomás los actos morales son aquellos que proceden de la voluntad del
hombre en cuanto ser racional y libre. El hombre en su actuación moral persigue como
fin el bien y la felicidad; pero, ¿cuál es el fin que constituye para el hombre el bien
supremo?
Santo Tomás descarta todo lo que se encuentra dentro de las fronteras de lo particular y
contingente: riquezas, fama, poder y hasta la vida contemplativa, que para Aristóteles
constituye el bien supremo del hombre. El bien supremo del hombre consiste en la
visión de la esencia divina, meta final que satisface plenamente su ansia de felicidad.
La vía que defiende el aquinate para llegar a la felicidad, es el amor. Serán buenas
acciones aquellas que, basándose en el amor y en el conocimiento natural, nos acerquen
a la presencia divina, y malas las que nos alejen del camino de Dios. Este fin teleológico
es el que perfecciona a los hombres como seres racionales. Ahora bien, el hombre por sí
mismo no puede lograr este objetivo explícito en las escrituras por lo que necesita de la
gracia de Dios. Según santo Tomás existe en el hombre una tendencia natural a conocer
a Dios y a obrar conforme a la ley natural. Pero únicamente la gracia divina, que ayuda
y eleva al hombre sobre su propia naturaleza, le permite conseguir la beatitud eterna.
El hombre posee instintos y pasiones que le llevan a actuar en contra de su racionalidad.
La razón es la medida de los actos humanos en tanto que virtuosos. La virtud es un
término medio, un equilibrio racional entre dos extremos. La repetición de actos buenos
conforma el hábito virtuoso. La obligación de actuar de acuerdo con la racionalidad
humana viene impuesta por la misma naturaleza humana, por eso la ley moral es

Caiconte Oscar 196


Lecciones de ética y deontología

racional v natural. Los preceptos de la ley natural son inmutables y su cumplimiento es


necesario para el bien del hombre. Esta ley natural está fundamentada en la ley positiva
divina revelada por Dios que, a su vez., es expresión de la ley eterna que radica en la
razón divina, en la misma esencia de Dios.
En consecuencia, siguiendo, sus raíces aristotélicas Sto. Tomás está de acuerdo con
Aristóteles en la concepción teleológica de la naturaleza y de la conducta del hombre:
toda acción tiende hacia un fin, y el fin es el bien de una acción. Hay un fin último hacia
el que tienden todas las acciones humanas, y ese fin es lo que Aristóteles llama la
felicidad. Santo Tomás está de acuerdo en que la felicidad no puede consistir en la
posesión de bienes materiales, pero a diferencia de Aristóteles, que identificaba la
felicidad con la posesión del conocimiento de los objetos más elevados (con la teoría o
contemplación), santo Tomás, identifica la felicidad con la contemplación beatífica de
Dios, con la vida del santo, de acuerdo con su concepción trascendente del ser humano.

En efecto, la vida del hombre no se agota en esta tierra, por lo que la felicidad no puede
ser algo que se consiga exclusivamente en el mundo terrenal; dado que el alma del
hombre es inmortal el fin último de las acciones del hombre trasciende la vida terrestre
y se dirige hacia la contemplación de la primera causa y principio del ser: Dios. Santo
Tomás añadirá que esta contemplación no la puede alcanzar el hombre por sus propias
fuerzas, dada la desproporción entre su naturaleza y la naturaleza divina, por lo que
requiere, de alguna manera la ayuda de Dios, la gracia, en forma de iluminación
especial que le permitirá al alma adquirir la necesaria capacidad para alcanzar la visión
de Dios.
La felicidad que el hombre puede alcanzar sobre la tierra, pues, es una felicidad
incompleta para Sto. Tomás, que encuentra en el hombre el deseo mismo de contemplar
a Dios, no simplemente como causa primera, sino tal como es Él en su esencia. No
obstante, dado que es el hombre particular y concreto el que siente ese deseo, hemos de
encontrar en él los elementos que hagan posible la consecución de ese fin. Santo Tomás
distingue, al igual que Aristóteles, dos clases de virtudes: las morales y las intelectuales.
Por virtud entiende también un hábito selectivo de la razón que se forma mediante la
repetición de actos buenos y, al igual que para Aristóteles, la virtud consiste en un
término medio, de conformidad con la razón. A la razón le corresponde dirigir al
hombre hacia su fin, y el fin del hombre ha de estar acorde con su naturaleza por lo que,
al igual que ocurría con Aristóteles, la actividad propiamente moral recae sobre la
deliberación, es decir, sobre el acto de la elección de la conducta.
La misma razón que tiene que deliberar y elegir la conducta del hombre es ella, a su vez,
parte de la naturaleza del hombre, por lo que ha de contener de alguna manera las
orientaciones necesarias para que el hombre pueda elegir adecuadamente. Al reconocer
el bien como el fin de la conducta del hombre la razón descubre su primer principio: se
ha de hacer el bien y evitar el mal ("Bonum est faciendum et malum vitandum"). Este
principio (sindéresis) tiene, en el ámbito de la razón práctica, el mismo valor que los
primeros principios del conocimiento (identidad, no contradicción) en el ámbito de la
teórica. Al estar fundado en la misma naturaleza humana es la base de la ley moral
natural, es decir, el fundamento último de toda conducta y, en la medida en que el
hombre es un producto de la creación, esa ley moral natural está basada en la ley eterna
divina. De la ley natural emanan las leyes humanas positivas, que sean aceptadas si no
contradicen la ley natural y rechazadas o consideradas injustas si la contradicen. Pese a
sus raíces aristotélicas vemos, pues, que Sto. Tomás ha conducido la moral al terreno
teológico, al encontrar en la ley natural un fundamento trascendente en la ley eterna.

Caiconte Oscar 197


Lecciones de ética y deontología

Hedonismo
El hedonismo es una teoría que establece el placer como fin y fundamento de la vida.
Las dos escuelas clásicas del hedonismo, formuladas en la Grecia antigua, son la
escuela cirenaica y los epicúreos:

Escuela cirenaica: Se plantea que los deseos personales se debían satisfacer de


inmediato sin importar los intereses de los demás. Esta teoría fue expuesta por el grupo
de los Cirenaicos. (Primero mis dientes, luego mis parientes).
Epicúreos: Formulada por los epicúreos o hedonistas racionales, seguidores del filósofo
Epicuro de Samos, quien vivió en Grecia entre 341 y 270 a. C. La doctrina que predicó
Epicuro de Samos, consideraba que la felicidad consiste en vivir en continuo placer,
porque muchas personas contienen (comprenden) el placer como algo que excita los
sentidos. Epicuro consideró que no todas las formas de placer se refieren a lo anterior,
pues lo que excita los sentidos son los placeres sexuales. Según él, existen otras formas
de placer que se refieren a la ausencia de dolor o de cualquier tipo de aflicción. También
afirmó que ningún placer es malo en sí, solo que los medios para buscarlo pueden ser el
inconveniente, el riesgo o el error.
Del griego hedoné (placer). Doctrina ética según la cual el único bien es el placer y el
único mal el dolor. En consecuencia, sitúa en el placer la felicidad humana. El
hedonismo no consiste en afirmar que el placer es un bien, ya que dicha afirmación ha
sido admitida por otras muchas doctrinas éticas muy alejadas del hedonismo, sino en
considerar que el placer es el único y supremo bien. El término hedonismo puede
tomarse en dos sentidos, lato y estricto. En el primero, hedonismo sería una teoría ética
de gran amplitud en la que la palabra placer tendría un significado muy extenso,
abarcando tanto el placer como la utilidad; en este sentido se encuadraría dentro del
hedonismo el utilitarismo (v.). En un sentido más restringido, el hedonismo se
diferencia del utilitarismo, fundamentalmente, porque el primero cifra el bien en el
placer individual, mientras que el segundo afirma como bien sumo el placer, el bienestar
y la utilidad sociales; el hedonismo tiene carácter individualista, el utilitarismo es de
índole socialista (en el sentido etimológico de la palabra). Dentro del hedonismo en
sentido estricto se pueden distinguir dos formas del mismo, de acuerdo con los dos
significados que tiene el término placer. Éste designa, ya el placer sensible o inferior, ya
el placer espiritual o superior. En consecuencia, habrá dos formas de hedonismo,
llamadas hedonismo absoluto y hedonismo mitigado, o eudemonismo.
Epicuro y sus seguidores que nos muestran sus doctrinas: entre los deseos, algunos son
naturales y necesarios y otros ni lo uno ni lo otro, solo consagrados a la opinión vana.
La disposición que tengamos hacia cada uno de estos casos determina nuestra aptitud
para ser felices o no.

1- Dentro de los deseos naturales y necesarios encontramos las necesidades básicas


físicas, como alimentarse, calmar la sed, abrigarse y el sentido de seguridad.
2- Dentro de los deseos naturales e innecesarios (no necesarios) están la conversación
amena, la gratificación sexual y las artes.
3- Dentro de los deseos innaturales (no naturales) e innecesarios (no necesarios) están
la fama, el poder político, el prestigio y los generados por las empresas.
Epicuro formuló algunas recomendaciones con respecto a estas categorías:
Debemos satisfacer los deseos naturales necesarios de la forma más económica posible.

Caiconte Oscar 198


Lecciones de ética y deontología

Podemos perseguir los deseos naturales innecesarios hasta la satisfacción de nuestro


corazón, no refiriéndose a uno mismo, sino de tratar de llevar el egoísmo al placer de
otra persona.
No debemos arriesgar la salud, la amistad o la economía en la búsqueda de satisfacer un
deseo innecesario, pues esto solo conduce a un sufrimiento futuro.
Hay que evitar por completo los deseos innaturales e innecesarios, pues el placer o
satisfacción que producen es efímero.
Para Epicuro la felicidad es la conjunción de dos factores:
• La ausencia de preocupaciones (en griego ataraxia)
• El placer (en griego hedoné)
A través de estos factores Epicuro pretende evitar. El temor a los dioses, el temor a la
muerte y el temor al futuro.
Estoicismo
El estoicismo es un movimiento filosófico fundado por Zenón de Citio en el 301 a. C,
Su doctrina filosófica estaba basada en el dominio y control de los hechos, cosas y
pasiones que perturban la vida, valiéndose de la virtud y la razón del carácter personal.
Su objeto era alcanzar la felicidad y la sabiduría prescindiendo de los bienes materiales.
Los estoicos proclamaron que se puede alcanzar la libertad y la tranquilidad tan sólo
siendo ajeno a las comodidades materiales, la fortuna externa y dedicándose a una vida
guiada por los principios de la razón y la virtud (tal es la idea de la imperturbabilidad o
ataraxia).
Al estar todos los acontecimientos del mundo rigurosamente determinados y formar
parte el hombre del logos universal, la libertad no puede consistir más que en la
aceptación de nuestro propio destino, el cual estriba fundamentalmente en vivir
conforme a la naturaleza. Para ello el hombre debe conocer qué hechos son verdaderos
y en qué se apoya su verdad.
El bien y la virtud consisten, por tanto, en vivir de acuerdo con la razón, evitando las
pasiones (pathos), que no son sino desviaciones de nuestra propia naturaleza racional.
La pasión es lo contrario que la razón, es algo que sucede y que no se puede controlar,
por lo tanto, debe evitarse. Las reacciones, como el dolor, el placer o el temor, pueden y
deben dominarse a través del autocontrol ejercitado por la razón, la impasibilidad
(apátheia, de la cual deriva apatía) y la imperturbabilidad (ataraxia). Estas surgirán de la
comprensión de que no hay bien ni mal en sí, ya que todo lo que ocurre es parte de un
proyecto cósmico. Solo los ignorantes desconocen el logos universal y se dejan arrastrar
por sus pasiones.
El sabio ideal es aquel que vive conforme a la razón, está libre de pasiones y se
considera ciudadano del mundo. El cosmopolitismo, que defiende la igualdad y
solidaridad de los hombres.
La doctrina estoica de la ley natural, que convierte la naturaleza humana en norma para
evaluar las leyes e instituciones sociales, tuvo mucha influencia en Roma y en las
legislaciones posteriores de Occidente. Además, tuvo importancia en corrientes y
filósofos posteriores como Descartes y Kant.
Teoría emotiva
El Emotivismo ético es una corriente meta ética que afirma que los juicios de valor son
emanados de las emociones individuales y que éstas tienen como objeto persuadir a los
demás para que sientan lo mismo, intentando lograr que personas distintas valoren de
forma idéntica lo que se observa. Se induce de esto que el Emotivismo no utiliza medios
racionales para demostrar su validez, de hecho, prescinde de la misma utilizando sólo
las emociones y su espontaneidad como medios para conocer la verdad moral.

Caiconte Oscar 199


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Según esta doctrina, por ejemplo, afirmaciones como "matar es malo" no informan
acerca de la naturaleza del acto de matar, sino que expresa el sentimiento que éste
provoca.
El Emotivismo ético tiene sus raíces en el pensamiento de Hume y el primer
Wittgenstein
Durante el siglo XX el Emotivismo fue de las teorías éticas más influyentes. Empieza
empleando la observación de diferentes formas el lenguaje.
Esta teoría fue desarrollada principalmente por el filósofo estadounidense Charles
Stevenson y el británico Alfred Jules Ayer.
Sus principales propósitos son:
1. se emplea como medio para influir sobre la conducta de la gente, a través de los
medios verbales como: emociones, sentimientos, súplicas, etc.
2. el lenguaje moral se emplea para expresar la actitud propia y se debe diferenciar con
el subjetivismo simple.
Emotivismo
El Emotivismo ético es una corriente metaética que afirma que los juicios de valor no
afirman nada sobre algún objeto externo (como la acción evaluada) o interno (como el
estado personal de ánimo): sólo expresan ciertas emociones. Adviértase que expresar no
es lo mismo que afirmar: así expresar un dolor (¡usualmente con un “Ay!”) es distinto
que afirmar que se lo siente. Al no ser afirmaciones, los juicios de valor no son ni
verdaderos ni falsos; por lo tanto, carece de sentido hablar de verdades morales o de un
conocimiento moral. Su función es expresar emociones o persuadir a los demás para
que sientan lo mismo. Al interpretar el lenguaje moral en términos sentimentales, el
emotivismo no admite criterios racionales para determinar la validez de los juicios de
valor.
Durante el siglo XX el emotivismo fue de las teorías metaéticas más influyentes. Sus
representantes más destacados fueron el filósofo británico Alfred Jules Ayer, principal
portavoz del Empirismo lógico en Inglaterra, y el filósofo estadounidense Charles
Leslie Stevenson.
Alfred Ayer sostiene que los juicios de valor no afirman nada ni sobre algún objeto del
mundo (como aseveran las posturas objetivistas) ni sobre el estado personal de ánimo
del enunciador (como supone el subjetivismo): sólo expresan ciertas emociones. Pero
expresar no es lo mismo que aseverar: decir “Robar dinero es malo” es como decir
“¡¡Robar dinero!!”, con un particular tono de horror. “Malo” no agrega ninguna
información: sólo manifiesta un sentimiento de desaprobación, del mismo modo que
“¡Ay!” no es una afirmación acerca de un dolor que se siente, sino la expresión de ese
dolor. Al no ser afirmaciones, estos juicios no son ni verdaderos ni falsos. Los
conceptos éticos son pseudo-conceptos, que no agregan ningún tipo de información
sobre la acción evaluada. Niega, a su vez, que se pueda argumentar sobre valores:
cuando creemos hacerlo sólo argumentamos sobre los hechos que rodean a nuestras
valoraciones.
En la particular versión del emotivismo debida a Bertrand Russell (posición que más
adelante matizaría en buena medida), cuando se pronuncia “X es bueno en sí mismo” lo
que se dice realmente es “¡Ojalá que todos deseen X!”. Un juicio de valor, pues, expresa
un deseo, que como tal no es una descripción, por lo que no le cabe verdad o falsedad.
A diferencia de la posición de Ayer, sin embargo, el deseo moral manifiesta para
Russell la pretensión de extender universalmente la cualidad valorada.
C. L. Stevenson destaca no tanto la función expresiva de los términos morales como su
carácter “magnético”, esto es, su capacidad para influir en la opinión y en el curso de la

Caiconte Oscar 200


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acción de las personas. Así, para Stevenson, aceptar que algo es bueno nos haría en
principio tender a obrar en su favor. Por ejemplo, un juicio de valor como “La música
clásica es buena” además de expresar una emoción significaría “A ti también debería
gustarte la música clásica”. De modo que los juicios de valor no sólo tendrían un valor
expresivo, sino que mediante ellos el enunciador pretendería ejercer una presión
normativa sobre su interlocutor, persuadirlo de que realice ciertas acciones.
Stevenson admite que hay un razonamiento moral, es decir, que tendemos a respaldar
nuestros juicios morales mediante razones. Sin embargo, para este filósofo la relación
que guardan estas razones con los juicios que pretenden apoyar es sólo psicológica y no
lógica. Lo que hace posible este apoyo es el hecho de que nuestras actitudes morales
están psicológicamente emparentadas con nuestras creencias, y la alteración de las
creencias conlleva en general la modificación de las actitudes del caso.
Más recientemente Allan Gibbard formuló una teoría expresivista de las normas. De
acuerdo a ella un juicio moral expresa la aceptación de un sistema de normas por parte
de un agente, de modo que decir que un cierto acto es moralmente incorrecto equivale a
decir que es racional para la persona que lo llevó a cabo sentirse culpable del mismo y
para los demás sentirse enojados con él.
Nicolás Zavadivker, a su vez, intentó recientemente ampliar el emotivismo de forma tal
de incorporar parcialmente las pretensiones de validez que según las corrientes neo-
racionalistas manifiestan los juicios morales, y a la vez mostrar que es posible dar
cuenta de un genuino razonamiento moral en el marco de una posición emotivista,
contra lo que afirmaban los primeros partidarios de esta doctrina.
Utilitarismo
El utilitarismo es una teoría y doctrina ética, que establece que la mejor acción es la que
maximiza la utilidad. Esta "utilidad" se define de varias maneras, generalmente en
términos del bienestar de entidades sintientes, tales como seres humanos y otros
animales. Jeremy Bentham, el fundador del utilitarismo, describió la utilidad como la
suma de todo placer que resulta de una acción, menos el sufrimiento de cualquier
persona involucrada en la acción. El utilitarismo es una versión del consecuencialismo,
que establece que las consecuencias de cualquier acción son el único estándar del bien y
del mal. A diferencia de otras formas de consecuencialismo, como el egoísmo, el
utilitarismo considera todos los intereses por igual.
En la economía neoclásica, se llama utilidad a la satisfacción de preferencias mientras
que, en filosofía moral, es sinónimo de felicidad, sea cual sea el modo en el que esta se
entienda. El utilitarismo es a veces resumido como "el máximo bienestar para el
máximo número". De este modo el utilitarismo recomienda actuar de modo que se
produzca la mayor suma de felicidad posible en conjunto en el mundo.
La forma tradicional de utilitarismo es la del utilitarismo del acto, que afirma que el
mejor acto es el que aporta la máxima utilidad. Una forma alternativa es el utilitarismo
de las normas, que afirma que el mejor acto es aquel que forme parte de una norma que
sea la que nos proporciona más utilidad.
Muchos utilitaristas argumentarían que el utilitarismo no sólo comprende los actos, sino
que también los deseos y disposiciones, premios y castigos, reglas e instituciones.
Es un tipo particular de utilitarismo que define a la utilidad en términos de satisfacción
de las preferencias. Los utilitaristas de la preferencia afirman que lo correcto a hacer es
aquello que produzca las mejores consecuencias, pero definiendo a las mejores
consecuencias en términos de satisfacción de las preferencias.
Según la ética utilitarista, a diferencia de la hedonista que hemos puesto como ejemplo,
nuestras acciones han de estar orientadas a la consecución de la máxima felicidad para

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el mayor número de personas. Este fin es, a su vez, un procedimiento decisorio que, a la
hora de enfrentarnos a un dilema moral, ha de ayudarnos a decidir el curso de acción
más adecuado con respecto a este objetivo.

De acuerdo con Stuart.Mill, la razón está inextricablemente unida con el deseo, de


manera que la razón sólo se justifica cuando los deseos coinciden con los preceptos. El
deseo de ser feliz por encima de todos los demás deseos (eudemonismo) se presenta en
todo ser humano, en coherencia con el deseo mayor surge la máxima racional del
máximo bienestar para la mayoría. ¿Por qué para la mayoría? Ya dijimos que debido a
que el hombre además de ser un ser racional y deseante, es un ser social. Razón, Deseo
y Sociedad, han de encontrar su equilibrio para que pueda darse la Felicidad. Él debe de
Mill está ligado al es del hombre. La ética es el arte de vivir y de convivir
conjuntamente. Mill rescata de la subjetividad relativista el mundo de los sentimientos,
pasiones o deseos al ensartarlos dentro de un entrelazamiento con lo razonable del que
se derive la felicidad. Buscar el hedonismo universal es lo mejor que puede hacer un ser
dotado de racionalidad, sociabilidad y capacidad de desear, si quiere procurarse la
felicidad profunda y duradera, más allá de la mera satisfacción momentánea de deseos
particulares y superficiales; pues la felicidad sólo será duradera en un mundo donde sea
mayoritaria. Los lemas de la Ilustración francesa resuenan continuamente en la ética de
Mill, libertad, igualdad y fraternidad, ninguno de esos conceptos sociales puede
realizarse en solitario.
No puede un hombre lograr la felicidad de los demás ya que la Felicidad es una
conquista humana que requiere el concurso de, al menos, una mayoría de la humanidad;
siendo asimismo un fruto del desarrollo de las capacidades de autogobierno y de
participación en la vida pública.
La defensa de la libertad individual resulta indispensable para lograr una sociedad libre,
no la supuesta ventaja personal o salvación individual. La libertad no entra aquí en
contradicción con la solidaridad compartida, también el grado de la individual depende
de la general y viceversa, equilibrándose y limitándose ambas. Los individuos al
defender su libertad individual, cosa que no pueden hacer sin defender también la de los
demás, participan en la creación de la libertad colectiva.
Ética kantiana
La ética kantiana es una teoría ética deontológica formulada por el filósofo alemán
Immanuel Kant. Desarrollada como producto del racionalismo ilustrado, está basada en
la postura que la única cosa intrínsecamente buena es una buena voluntad; una acción
solo puede ser buena, por tanto, si su máxima, el principio subyacente, obedece a la ley
moral. Central a la construcción kantiana de la ley moral es el imperativo categórico,
que actúa sobre todas las personas, sin importar sus intereses o deseos. Kant lo formuló
de varias maneras. Su principio de universalidad requiere que, para que una acción sea
permisible, debe ser posible aplicarla a todas las personas sin resultar contradictorio. Su
formulación de la humanidad como un fin en sí misma exige que los humanos nunca
sean tratados meramente como un medio para un fin, sino también un fin en sí mismos.
La formulación de la autonomía concluye que los agentes racionales están obligados a
la ley moral por su propia voluntad, mientras que el concepto de Kant del Reino de los
fines exige que las personas actúen como si los principios de sus propias acciones
establecieran una ley para un reino hipotético. Kant también distinguió entre deberes
perfectos e imperfectos. Un deber perfecto, como el deber de no mentir, es siempre
verdadero; uno imperfecto, como donar a la caridad, puede flexibilizarse y aplicarse en
un tiempo y espacio particulares.

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Aunque Kant desarrolla su teoría ética a través de toda su obra, es definida más
claramente en Fundamentación de la metafísica de las costumbres, Crítica de la razón
práctica y Metafísica de las costumbres. Como parte de la tradición de la Ilustración,
basó su teoría ética en la creencia de que la razón debería usarse para determinar cómo
debería obrar una persona. No intentó prescribir una acción específica, sino que enseñó
que la razón debe usarse para determinar cómo comportarse.
Buena voluntad y deber
En el conjunto de sus escritos, Kant construyó las bases para una ley ética a partir del
concepto del deber. Comenzó su teoría ética argumentando que la única virtud que
puede ser incondicionalmente buena es una buena voluntad. Ninguna otra virtud tiene
este estatus debido a que todas las otras virtudes pueden usarse para lograr fines
inmorales (la virtud de la lealtad no es buena si se es leal a una persona malvada, por
ejemplo). La buena voluntad es única en que siempre es buena y mantiene su valor
moral incluso cuando fracasa en el logro de sus intenciones morales. Consideró la buena
voluntad como un principio moral individual que libremente elige usar a las otras
virtudes para fines morales.
Para Kant una buena voluntad es una concepción más amplia que una voluntad que
actúa por deber. Una voluntad que actúa por deber es distinguible como una voluntad
que supera los obstáculos con el fin de cumplir la ley moral. Es por tanto un caso
especial de buena voluntad que se hace visible en condiciones adversas. Kant sostiene
que solo los actos realizados por deber tienen valor moral. Esto no quiere decir que los
actos realizados solamente en conformidad con el deber sean despreciables (estos
todavía merecen aprobación y apoyo), pero las acciones que se realizan por deber
poseen una consideración especial.
La concepción kantiana del deber no implica que las personas realicen sus tareas de
mala gana. Aunque el deber a menudo limita a las personas y las motiva a actuar en
contra de sus inclinaciones, todavía proviene de la voluntad de un agente: desean
mantener la ley moral. Por lo tanto, cuando un agente realiza una acción por deber es
porque los incentivos racionales le importan más que sus inclinaciones opuestas. Kant
deseaba ir más allá de la concepción de la moral como deberes externamente impuestos
y presentar una ética de autonomía, donde los agentes racionales reconocen libremente
las exigencias que la razón les hace.
Deberes perfectos e imperfectos
Al aplicar el imperativo categórico, surgen deberes debido a que el fracaso de
cumplirlos resultará ya sea en una contradicción en la concepción, ya sea en una
contradicción en la voluntad. Los primeros se clasifican como deberes perfectos, los
últimos como imperfectos. Un deber perfecto es cierto siempre: existe un deber perfecto
de decir la verdad, por lo que nunca debemos mentir. Un deber imperfecto permite
flexibilidad: la caridad es un deber imperfecto porque no estamos obligados a ser
completamente caritativos en todo momento, pero podemos elegir las ocasiones y
lugares en los que lo somos. Kant creía que los deberes perfectos son más importantes
que los deberes imperfectos: si surge un conflicto entre deberes, debe seguirse el deber
perfecto.
Imperativo categórico
La formulación primordial de la ética kantiana es el imperativo categórico, de la que
deriva cuatro formulaciones adicionales. Kant hace una distinción entre imperativos
categóricos e hipotéticos. Un imperativo hipotético es uno que debemos obedecer si
queremos satisfacer nuestros deseos: "ir al médico" es un imperativo hipotético, porque
solo estamos obligados a obedecerlo si queremos mejorarnos. Un imperativo categórico

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nos obliga a pesar de nuestros deseos: todo el mundo tiene el deber de no mentir,
independientemente de las circunstancias e incluso si hacerlo nos beneficia. Estos
imperativos son moralmente vinculantes ya que se basan en la razón, en lugar de hechos
contingentes sobre un agente. A diferencia de los imperativos hipotéticos, que nos
obligan en la medida en que somos parte de un grupo o sociedad con los que tenemos
deberes, no podemos excluirnos del imperativo categórico porque no podemos optar por
dejar de ser agentes racionales. Le debemos obligación a la racionalidad en virtud de ser
agentes racionales; por lo tanto, el principio moral racional se aplica a todos los agentes
racionales en todo momento.
La primera formulación de Kant del imperativo categórico es el de la universalidad:
Obra solo según una máxima tal, que puedas querer al mismo tiempo que se torne en ley
universal.
Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785)
Cuando alguien obra, es de acuerdo a una regla o máxima. Para Kant, una acción solo
está permitida si uno está deseando que la máxima que permite la acción sea una ley
universal conforme todos obrasen. Las máximas fallan esta prueba si producen una
contradicción en la concepción o en la voluntad cuando son universalizadas. La primera
ocurre cuando, si una máxima fuese universaliza, deja de tener sentido ya que la
"máxima necesariamente se destruiría a sí misma tan pronto como se hiciese una ley
universal". Por ejemplo, si la máxima "Es aceptable romper promesas" se
universalizará, nadie confiaría en ninguna promesa, así que la idea de una promesa
perdería su sentido; la máxima sería autocontradictoria, ya que, cuando universalizada,
las promesas dejan de tener significado. La máxima no es moral porque es lógicamente
imposible de universalizar: no podríamos concebir un mundo en el que esta máxima
fuese universalizada.18 Una máxima también puede ser inmoral si crea una
contradicción en la voluntad cuando se universaliza. Esto no significa que sea
lógicamente contradictoria, sino que la universalización de la máxima conduce a un
estado de cosas que ningún ser racional podría desear. Por ejemplo, Driver argumenta
que la máxima 'No haré caridad' produce una contradicción en la voluntad cuando se
universaliza porque un mundo en el que nadie da a la caridad no sería deseable para la
persona que se comporta bajo esa máxima.
Kant creía que la moralidad es la ley objetiva de la razón: así como las objetivas leyes
físicas exigen acciones físicas (las manzanas caen a causa de la gravedad, por ejemplo),
las objetivas leyes racionales obligan acciones racionales. Por consiguiente, creía que un
ser perfectamente racional también debe ser perfectamente moral, porque un ser
perfectamente racional subjetivamente encuentra necesario hacer lo que es
racionalmente necesario. Debido a que los seres humanos no son perfectamente
racionales (obran en parte por instinto), creía que los seres humanos deben someter su
voluntad subjetiva a las leyes racionales objetivas, lo que llamó la obligación de
sometimiento.
Argumentó que la ley objetiva de la razón es a priori, existente externamente del ser
racional. Del mismo modo que las leyes físicas existen antes de los seres físicos, las
leyes racionales (moral) existen antes de los seres racionales. Por lo tanto, según Kant,
la moral racional es universal y no puede cambiar dependiendo de las circunstancias.

La segunda formulación de Kant del imperativo categórico es tratar a la humanidad


como un fin en sí misma:
Obra de tal modo que trates a la humanidad, tanto en tu persona como en la de cualquier
otro, siempre como un fin y nunca solamente como un medio.

Caiconte Oscar 204


Lecciones de ética y deontología

Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785)


Kant sostenía que los seres racionales nunca pueden tratarse simplemente como un
medio para un fin; siempre deben tratarse también como fines en sí mismos, lo que
requiere que sus propios motivos razonados deban ser igualmente respetados. Esto se
deriva de su afirmación de que la razón motiva la moral: exige que respetemos la razón
como un motivo en todos los seres, incluidas otras personas. Un ser racional no puede
racionalmente consentir ser utilizado simplemente como un medio para un fin, por lo
que siempre deben tratarse como un fin. Kant lo justifica argumentando que la
obligación moral es una necesidad racional: aquello que es deseado racionalmente es
moralmente correcto. Debido a que todos los agentes racionales desean racionalmente
ser un fin y nunca solo un medio, es moralmente obligatorio que se les trate como tales.
Esto no significa que no podamos tratar nunca a un humano como un medio para un fin,
sino que cuando lo hacemos tenemos que tratarlo además como un fin en sí mismo.
La fórmula de autonomía kantiana expresa la idea de que un agente está obligado a
seguir el imperativo categórico debido a su voluntad racional, en lugar de cualquier
influencia exterior. Kant creía que toda ley moral motivada por el deseo de cumplir
algún otro interés rechazaría el imperativo categórico, lo que lo llevó a argumentar que
la ley moral solo debe surgir de una voluntad racional. Este principio requiere que las
personas reconozcan el derecho de los demás a actuar de manera autónoma y significa
que, ya que las leyes morales deben ser universales, lo que se requiere de una persona se
requiere de todos.
Otra formulación del imperativo categórico es el Reino de los fines:
Obra como si por medio de tus máximas fueras siempre un miembro legislador en un
reino universal de los fines.
Immanuel Kant, Fundamentación de la metafísica de las costumbres (1785)
Esta formulación requiere que las acciones se consideren como si su máxima fuese
proporcionar una ley para un hipotético Reino de los fines. En consecuencia, las
personas tienen la obligación de obrar bajo principios que una comunidad de agentes
racionales aceptaría como leyes. En tal comunidad, cada individuo solo aceptaría
máximas que puedan regir a todos los miembros de la comunidad sin tratar a ningún
integrante meramente como un medio para un fin. A pesar de que el Reino de los fines
es un ideal —las acciones de otras personas y los eventos de la naturaleza aseguran que
acciones con buenas intenciones a veces resulten en daños— todavía se nos exige actuar
categóricamente, como legisladores de este reino ideal.
Ética del discurso
La ética discursiva (Diskursethik) según la fórmula original alemana) constituye un
modelo teórico dirigido a fundamentar la validez de los enunciados y juicios morales a
través del examen de los presupuestos del discurso. La ética discursiva contemporánea
ha sido elaborada por los filósofos alemanes, quienes son considerados como las
referencias básicas e ineludibles.

La ética del discurso de Habermas es un intento de explicar las implicaciones de la


racionalidad comunicativa en el ámbito de la intuición moral y la validez normativa. Se
trata de un esfuerzo complejo teórico para la reformulación de las ideas fundamentales
de la ética deontológica kantiana en términos del análisis de las estructuras
comunicativas. Esto significa que es un intento de explicar el carácter universal y
obligatorio de la moral al evocar las obligaciones de servicio universal de la
racionalidad comunicativa. Es también una teoría cognitivista moral, lo que significa
que afirma que justificar la validez de las normas morales se puede hacer de una manera

Caiconte Oscar 205


Lecciones de ética y deontología

análoga a la justificación de los hechos. Sin embargo, todo el proyecto se realiza como
una reconstrucción racional de la intuición moral. Alega que sólo reconstruir las
orientaciones normativas implícitas que orientan a las personas y afirma acceder a esto a
través de un análisis de la interacción comunicativa.
La ética discursiva aspira a fundar un principio moral que no esté basado en intuiciones
o comprensiones de una época o cultura determinada, sino que tenga validez universal.
Pese a su pretensión de universalidad, es una ética modesta. Es una ética universalista
de la justicia, esto es, "una ética del razonamiento normativo abstracto basado en
principios y especializada en cuestiones que afectan al bien común". No abarca, por
tanto, todas las cuestiones de los usos de la razón práctica y excluye las cuestiones
pragmáticas o prudenciales. Está orientada, dicho de modo algo más preciso, "a la
clarificación de expectativas legítimas de comportamiento en vista de conflictos
interpersonales que, en virtud de intereses contrapuestos, perturban la vida en común.
Se trata de un discurso restringido a la fundamentación y utilización de normas que
determinan los derechos y las obligaciones recíprocos". La ética discursiva encuentra,
en consecuencia, su prolongación en el ámbito del derecho (en el desarrollo de la teoría
discursiva del derecho son especialmente relevantes las aportaciones de Robert Alexy y
Klaus Günhter) y en el de la política, en donde adopta la forma de democracia
deliberativa.
La ética discursiva muestra un perfil propio y aparece como primus inter pares sólo
cuando se exige una ética del trato racional con diferencias radicales de opinión moral y
con el conflicto intermoral, porque es capaz de fundamentar cómo se puede llegar a
alcanzar un medio de conciliación (" discurso moral") si deseamos superar los límites
estrechamente definidos de las opiniones morales y las posiciones éticas fundamentales.
De esta forma, la ética discursiva evita cualquier Paternalismo moral en el cual las
restantes posiciones fundamentales y sus respectivas opiniones morales han caído
inevitablemente al confrontarse con el pluralismo moral.

En el siguiente esquema podemos ejemplificar las distintas corrientes éticas

Caiconte Oscar 206


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PREGUNTA RESPUESTA TIPO ETICA TEORIA ETICA

¿Quién puede Yo mismo Autónoma Formalismo


decirme lo que
Ética discursiva
debo hacer?

La naturaleza, Dios, Heterónoma Estoicismo


la autoridad legal
Intelectualismo moral

Iusnaturalismo ético

Utilitarismo

Hedonismo

¿Qué debo hacer? Debo actuar de Formal Formalismo


acuerdo con una
Ética discursiva
norma que pueda
convertirse en ley
universal

Debo hacer esto, Material Eudemonismo


porque esto es lo
Hedonismo
bueno
Estoicismo

Utilitarismo

Iusnaturalismo ético

¿Cuáles son las Las que tienen Teleológica Eudemonismo


acciones correctas? buenas
Hedonismo
consecuencias, es
Iusnaturalismo ético
decir, las que se
acercan al bien Utilitarismo

Las que son Deontológica Formalismo


correctas en sí
Ética discursiva
mismas, al margen
de sus
consecuencias, pues
cumplen con el
deber

¿Puedo conocer lo Si Cognoscitiva Intelectualismo moral


que está bien y lo
Eudemonismo
que debo hacer?
Hedonismo

Utilitarismo

Formalismo

Caiconte Oscar 207


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Ética discursiva

No No cognoscitiva Emotivismo

En conclusión, podemos decir:

Intelectualismo moral
Según esta teoría, conocer el bien es hacerlo: sólo actúa inmoralmente el que desconoce
en qué consiste el bien. Puede comprobarse que esta teoría es doblemente cognitivista,
ya que no sólo afirma que es posible conocer el bien, sino que además defiende que este
conocimiento es el único requisito necesario para cumplirlo. El filósofo
griego Sócrates fue el primero en mantener dicha postura ética, Para este pensador, no
sólo el bien es algo que tiene existencia objetiva y validez universal, sino que, además,
al ser humano le es posible acceder a él. Así pues, Sócrates concibe la moral como
un saber. De la misma forma que quien sabe de carpintería es carpintero y el que sabe
de medicina es médico, sólo el que sabe qué es la justicia es justo. Por lo tanto, para este
filósofo no hay personas malas, sino ignorantes, y no hay personas buenas si no son
sabias.
Eudemonismo
Muchas veces habrás preguntado para qué sirve tal o cual cosa, pero, en ocasiones, esta
pregunta es absurda. Así, si preguntamos para qué sirve la felicidad, la respuesta sería
que, para nada, pues no es algo que se busque como medio para otra cosa, sino que se
basta a sí misma, es un fin. Las éticas que consideran la felicidad (eudaimonía) el fin de
la vida humana y el máximo bien al que se puede aspirar son eudemonistas. Ahora bien,
decir que el ser humano anhela la felicidad es como no decir nada, pues cada uno
entiende la felicidad a su modo. Aristóteles fue uno de los primeros filósofos en
defender el eudemonismo. Pero ¿qué entendía Aristóteles por felicidad? Todos los seres
tienen por naturaleza un fin: la semilla tiene como fin ser un árbol; la flecha, hacer
diana... No podría ser menos en el caso del hombre. Como lo esencial del hombre (lo
que le distingue) es su capacidad racional, el fin al que por naturaleza tenderá será
la actividad racional. Así pues, la máxima felicidad del ser humano residirá en lo que
le es esencial por naturaleza: la vida contemplativa, es decir, el ejercicio teórico de la
razón en el conocimiento de la naturaleza y de Dios, y en la conducta prudente, que se
caracteriza por la elección del término medio entre dos extremos, el exceso y el defecto
Hedonismo
La palabra hedonismo proviene del griego hedoné, que significa placer. Se considera
hedonista toda doctrina que identifica el placer con el bien y que concibe la felicidad en
el marco de una vida placentera. Aunque existen muchas teorías, suelen diferir entre
ellas por la definición propuesta de placer. Los cirenaicos formaron una escuela iniciada

Caiconte Oscar 208


Lecciones de ética y deontología

por un discípulo de Sócrates, Aristipo (435 a.C). Según este filósofo, la finalidad de
nuestra vida es el placer, entendido en sentido positivo como goce sensorial, como algo
sensual y corporal, y no como fruición intelectual ni como mera ausencia de dolor. Al
igual que los anteriores, el epicureismo identifica placer y felicidad. Sin embargo, a
diferencia de estos, Epicuro define el placer como la mera ausencia de dolor. No se
trata, pues, de buscar el placer sensual del cuerpo, sino la ausencia de pesar del alma.
Esta serenidad o tranquilidad del alma (ataraxia) es el objetivo que debe seguir todo ser
humano. ¿Cómo alcanzarla? El sabio que se conduce razonablemente y no escoge a lo
loco lo que pueden ser sólo aparentes placeres logrará una vida más tranquila y feliz.
Estoicismo
En un sentido amplio, pueden considerarse estoicas todas las doctrinas éticas que
defiendan la indiferencia hacia los placeres y dolores externos, y la austeridad en los
propios deseos. Ahora bien, en un sentido estricto, se conoce como estoicismo tanto la
corriente filosófica grecorromana, iniciada por Zenón, como la teoría ética mantenida
por estos filósofos La ética estoica se basa en una particular concepción del mundo: éste
se encuentra gobernado por una ley o razón universal (logos) que determina el destino
de todo lo que en él acontece, lo mismo para la naturaleza que para el ser humano. Por
lo tanto, el ser humano se halla limitado por un destino inexorable que no puede
controlar y ante el que sólo puede resignarse. Esta es la razón de que la conducta
correcta sólo sea posible en el seno de una vida tranquila, conseguida gracias a
la imperturbabilidad del alma, es decir, mediante la insensibilidad hacia el placer y
hacia el dolor, que sólo será alcanzable en el conocimiento y la asunción de la razón
universal, o destino que rige la naturaleza, y, por tanto, en una vida de acuerdo con ella
Iusnaturalismo ético
Se puede calificar de iusnaturalista toda teoría ética que defienda la existencia de
una ley moral, natural y universal, que determina lo que está bien y lo que está mal.
Esta ley natural es objetiva, pues, aunque el ser humano puede conocerla e
interiorizarla, no es creación suya, sino que la recibe de una instancia externa. Tomás
Aquino es el filósofo que ha mantenido de forma más convincente el iusnaturalismo
ético. Según este filósofo, Dios ha creado al ser humano a su imagen y semejanza y, por
ello, en su misma naturaleza le es posible hallar el fundamento del comportamiento
moral. Las personas encuentran en su interior una ley natural que determina lo que está
bien y lo que está mal, gracias a que ésta participa de la ley eterna o divina.
Formalismo
Son formales aquellos sistemas que consideran que la moral no debe ofrecer normas
concretas de conducta, sino limitarse a establecer cuál es la forma característica de toda
norma moral. Según Inmanuel Kant, sólo una ética de estas características podría
ser universal y garantizar la autonomía moral propia de un ser libre y racional como el
ser humano. La ley o norma moral no puede venir impuesta desde fuera (ni por la
naturaleza ni por la autoridad civil...), sino que debe ser la razón humana la que debe
darse a sí misma la ley. Si la razón legisla sobre ella misma, la ley será universal, pues
será válida para todo ser racional. Esta ley que establece como debemos actuar

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Lecciones de ética y deontología

correctamente, sólo es expresable


mediante imperativos (mandatos) categóricos (incondicionados). Estos de diferencian
de los imperativos hipotéticos, propios de las éticas materiales, que expresan una norma
que sólo tiene validez como medio para alcanzar un fin. Por contra, el imperativo
categórico que formula Kant es: Obra de tal modo que tu acción pueda convertirse en
ley universal. Este imperativo no depende de ningún fin y, además, no nos dice qué
tenemos que hacer, sino que sirve de criterio para saber qué normas son morales y
cuáles no. Establece cuál es la forma que debe de tener la norma para ser moral: sólo
aquellas normas que sean universales serán realmente normas morales.
Emotivismo
Por Emotivismo se entiende cualquier teoría que considere que los juicios morales
surgen de emociones. Según esta corriente, la moral no pertenece al ámbito racional, no
puede ser objeto de discusión o argumentación y, por tanto, no existe lo que se ha
llamado conocimiento ético. David Hume es uno de los máximos representantes del
Emotivismo. Afirma que las normas y los juicios morales surgen del sentimiento de
aprobación o rechazo que suscitan en nosotros ciertas acciones. Así, una norma
como Debes ser sincero o un juicio moral como Decir la verdad es lo correcto se basan
en el sentimiento de aprobación que provocan las acciones sinceras y en el sentimiento
de rechazo que generan las acciones engañosas. Para los emotivitas, los juicios morales
tienen la función de suscitar esos sentimientos no solo en mí, sino en el interlocutor y,
así, promover acciones conforme a estos: la función que poseen los juicios y las normas
morales es influenciar en los sentimientos y en la conducta del interlocutor.
Utilitarismo
Es una teoría ética muy cercana al eudemonismo y al hedonismo, pues defiende que la
finalidad humana es la felicidad o placer. Por ello, las acciones y normas deben ser
juzgadas de acuerdo con el principio de utilidad o de máxima felicidad. Al igual que
las anteriores, constituye una ética teleológica, pues valora las acciones como medios
para alcanzar un fin y según las consecuencias que se desprendan de ellas: una acción es
buena cuando sus consecuencias son útiles (nos acercan a la felicidad) y es mala cuando
sus consecuencias no lo son (nos alejan de ella). Según John Stuart Mill, la principal
diferencia entre el utilitarismo y el hedonismo clásico (epicureismo) es que el primero
trasciende el ámbito personal: no entiende por felicidad el interés o placer personal, sino
el máximo provecho para el mayor número de personas. El placer es un bien común.
Mill distingue entre placeres inferiores y superiores: hay placeres más estimables que
otros según promuevan o no el desarrollo moral del propio ser humano.
Ética discursiva
Heredera y continuadora de la ética kantiana, la ética del discurso o ética
dialógica es formal y procedimental, pues no establece normas concretas de acción,
sino el procedimiento para determinar qué normas tienen valor ético. El criterio es
similar al kantiano, pero formulado de modo distinto. Si en Kant tenía validez aquella
norma que podía convertirse en ley universal, para las éticas discursivas
es norma moral aquella que es aceptable por la comunidad de diálogo, cuyos

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Lecciones de ética y deontología

participantes tienen los mismos derechos y mantienen relaciones de libertad e igualdad,


esto es, a la que se llega a través del diálogo y no del monólogo. Para Jürgen
Habermas, sólo tienen validez aquellas normas aceptadas por un consenso en
una situación ideal de diálogo. Esta situación de diálogo debe de cumplir una serie de
requisitos: todos los afectados por una misma norma deben participar en su discusión;
todos los participantes deben tener los mismos derechos y las mismas oportunidades de
argumentar y defender sus posturas; no puede existir coacción de ningún tipo y todos
los participantes deben intervenir en el diálogo teniendo como finalidad el
entendimiento.

Problema de la esencia del Acto Moral

Este problema está encaminado a caracterizar al acto moral. Entre las preguntas que se
formula están: ¿qué es un acto moral?; ¿cuáles son las condiciones o requisitos que
reclama un acto moral?; ¿cuáles son los elementos esenciales que conforman al acto
moral?

El acto moral, como se verá, entraña todo un proceso en que se interrelacionan una serie
de elementos o pasos. Podríamos definirlo diciendo que es el proceso mediante el cual
un sujeto moral realiza un comportamiento susceptible de ser valorado bajo un sentido
moral (bueno o malo).
En relación con los requisitos que nos permiten efectuar un acto moral, cabe mencionar
la conciencia del sujeto, su inteligencia, su voluntad y su libertad. Un acto adquiere el
calificativo de moral cuando ha sido realizado en una forma consciente, voluntaria y
libre. De esta manera la inteligencia en cuanto permite a la persona conocer lo que está
por realizar y la voluntad que hace apetecer, querer, amar, odiar, rechazar la acción u
objeto y la libertad que implica hacer u obrar, son las condiciones fundamentales y
necesarias en la esencia del acto moral; atendiendo a estas consideraciones, el acto de
un individuo que ha sido realizado bajo una coacción interna o externa no cae en la
esfera de la moral. Lo mismo podemos decir de los actos inconscientes. Frecuentemente
se dice: las acciones de los niños (seres sin plena conciencia moral), de dementes no
tiene calidad moral, pues ellos no saben lo que hacen.

Según John Dewey, en su obra Teoría de la moral, los requerimientos que debe poseer
un sujeto para realizar un acto moral son:

a) debe saber lo que está haciendo;

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b) debe escoger ese acto y escogerlo por él mismo (libertad);


c) debe ser el acto moral la expresión de un carácter formado y estable, y
d) el acto debe ser voluntario, manifestar una elección como expresión de la conciencia
y disposición general de la personalidad. Considerados en forma aislada, muchos actos
de la vida diaria pueden ser indiferentes a la moral, por ejemplo: levantarse por la
mañana, vestirse, desayunarse, ir a trabajar, etc. Sin embargo, estos actos, pensados en
una totalidad, adquieren un sentido moral. Los actos cotidianos son insignificantes
aisladamente, pero son importantes en su conjunto. Por ejemplo, como dice Dewey, “si
un hombre que tuviera que acudir a una cita importante por la mañana, rehusara
levantarse de la cama por pura pereza, la calidad moral indirecta de este acto,
aparentemente automático, sería evidente. Se realiza un gran número de actos que
parecen triviales en sí, pero que en realidad son apoyos y puntuales de otros actos, en
los que están presentes consideraciones morales definidas. La persona que pasara por
alto completamente la conexión de la gran cantidad de actos más o menos rutinarios con
el pequeño número de aquellos que tienen una clara consecuencia moral sería una
persona totalmente irresponsable e indigna de confianza”.
Así pues, los actos morales cobran todo su sentido en su conjunto en su interna
conexión; hay actos aparentemente intranscendentes que ninguna música celebra, que
no provocan el menor elogio, que permanecen callados e ignorados, pero que juntos
hacen posible el surgimiento de la moral y, por lo tanto, la aprehensión de valores.
En realidad, el acto moral involucra todo un proceso, en cuyo análisis puede intervenir
la psicología prestándole un gran apoyo a la ética. La vida moral es estimulada por
ciertas necesidades de la existencia moral y social; en el primer aspecto intervienen
sentimientos, ideales, motivos, valoraciones, elecciones, elementos todos que dan
sentido al acto moral.

Estructura del acto moral. Siguiendo los lineamientos que presenta A. Sánchez
Vázquez, pueden distinguirse los siguientes elementos que integran el acto moral:

a) El primer elemento del acto moral es el sujeto moral. El sujeto moral es un individuo
dotado de conciencia moral. Este sujeto no es un ente abstracto o ideal, sino un ser
concreto, ubicado en una determinada circunstancia histórica y social. Por ello también
se le llama sujeto real.
b) Motivos o intensiones. Cuando nos preguntamos qué es lo que nos lleva a actuar o a
perseguir un determinado fin, nos estamos refiriendo a los motivos o intenciones de
nuestros actos. Podemos decir que un mismo acto puede realizarse por diferentes
motivos: buenos o malos, conscientes o inconscientes. Pero, en todo caso, los motivos
inconscientes son desterrados del mundo moral, por lo que, el acto moral, se centrará
solamente en los motivos conscientes del sujeto.
Los motivos o intenciones constituyen uno de los factores más interesantes del acto
moral por las discusiones que han suscitado. Por ejemplo, las teorías motivistas o éticas
de los motivos o de las intenciones consideran que lo bueno de una acción descansa en
los motivos del sujeto. Como representante de esta postura tenemos a Kant. Según la
teoría motivista, podemos hablar de los actos que son realizados con buenas
intenciones, pero cuyos resultados no son, por diversas circunstancias, buenos o
positivos. Estos actos, a pesar de todo, serán positivos. En cambio, se puede hablar de
actos que son realizados con malas intenciones y cuyos resultados, a la postre, son

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Lecciones de ética y deontología

exitosos y hasta juzgados como buenos. Sin embargo, como estos actos no surgieron de
una intensión o motivación positiva debemos calificarlos como malos.
c) Conciencia del fin que se persigue. Se entiende por ello la anticipación ideal del
resultado que se pretende alcanzar. La conciencia del fin le da al acto moral el carácter
de voluntario.
El sujeto moral tiene capacidad para sopesar los alcances, las consecuencias, las
secuelas que pueda traer consigo su acto moral y de esta manera poder prever con
anticipación situaciones indeseables que en muchos casos pueden ser graves.
Cabe señalar que este momento del acto moral es de vital importancia para cualquier
sujeto moral, puesto que todavía no se ha realizado efectivamente el acto, pudiendo, así,
orientarlo hacia un sentido más positivo.
Por ejemplo, dos sujetos visitan a un amigo mutuo que está enfermo:
• El primero espera que su visita reconforte y apoye moralmente a su amigo
• El segundo, en cambio, espera que, mediante su visita, su amigo –que es persona
influyente- lo tome en cuenta para procurarle un ascenso en la vida política.
d) Decisión. La decisión le otorga al acto moral su carácter autónomo y voluntario, ya
que la decisión debe ser expresión de la propia voluntad y responsabilidad del sujeto, y
no de una voluntad ajena (heteronomía). Podríamos definir la decisión como la
capacidad que tiene el sujeto para actuar por sí mismo, en concordancia con lo que cree
que es la mejor elección o alternativa.
e) Elección. La decisión implica una elección entre varios fines posibles. En un acto
moral uno siempre se pregunta: ¿Cuáles son los fines preferibles para llevar a cabo el
acto? Un ejemplo de elección es el que nos proporciona Dewey en su obra ya citada:
“Una persona va a abrir una ventana porque siente necesidad de aire fresco; ningún acto
podría ser más natural”, más moralmente indiferente en apariencia. Pero recuerda que
su acompañante es un minusválido muy sensible a las corrientes de aire. Ve ahora su
acto bajo dos aspectos diferentes, dotados de dos valores distintos y tiene que hacer una
elección. ¿Cuál es el fin adecuado: la satisfacción de un placer personal o la satisfacción
de las necesidades de otro? Podemos observar, a propósito de la elección, que para una
ética como la de Sartre (existencialismo ateo) la elección viene siendo un elemento
crucial.
Como el hombre está condenado a ser libre no puede substraerse de la elección. Solo
que no hay una guía o norma necesaria que nos sirva de apoyo para realizar cada
elección. La elección descansa en la pura libertad del sujeto. Este es el sentido de su
frase “El hombre inventa al hombre”.
f) Medios. Se necesita, además, la conciencia de los medios para realizar el fin
escogido.
Los medios deben ser tan morales como los fines. Recuérdese que Maquiavelo
considera que los fines justifican los medios; si el asesinato o la conspiración piensa,
conducen al fortalecimiento del Estado, entonces éstos son buenos por haber
demostrado su efectividad.
g) El resultado. El empleo de los medios permite alcanzar, al fin, el resultado deseado.
El acto moral se consuma en el resultado, o sea, en la realización de fin perseguido.
Es preciso recordar aquí las teorías consecuenciales o éticas de los resultados, que
sostienen que la licitud o ilicitud de una acción dependen únicamente del resultado, o
consecuencia, que tenga (por ejemplo, el utilitarismo). Dentro de este criterio el

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delincuente es castigado, porque el castigo tiene como resultado impedir la realización


de otros delitos semejantes.
h) Las circunstancias. Además de los elementos mencionados, se habla de las
circunstancias como otro ingrediente del acto moral. Se entiende por éstas las diversas
situaciones que rodean el acto moral. El hecho de llamarse circunstancias no significa
que carezcan de importancia para la valoración del acto moral.
Según Austin Fagothey, una forma de enumerar las circunstancias que enmarcan el acto
moral sería a través de preguntas como: ¿quién?, ¿cuándo?, ¿cómo?, ¿a quién? ¿Con
qué medios?, ¿cuán a menudo?, pero no ¿qué? o ¿por qué?, ya que estos interrogantes
se refieren al acto mismo y su motivo. Nótese que, para Fagothey, el sujeto moral, los
medios y otros elementos quedan subsumidos en lo que denomina circunstancias del
acto moral.
Según Fagothey, algunas circunstancias pueden ser indiferentes al acto moral
considerado como tal; en cambio, otras resultan ser esenciales para calificarlo. “Algunas
circunstancias –explica este autor- nada tienen que ver con la moralidad, por ejemplo, el
que uno envenene con estricnina o cianuro, que calumnie en inglés o en francés, que
robe con la mano derecha o la izquierda. En cambio, otras circunstancias si afectan la
moralidad; por ejemplo, el que uno robe a un rico o a un pobre, asesine a un extranjero
o a un amigo o pariente, tenga relaciones sexuales con una persona casada o soltera;
dañe la reputación de otra persona en privado o en público; cargue precios exorbitantes
para los alimentos en tiempos normales o cuando la gente se muere de hambre.”
En el acto moral concurren una serie de elementos o momentos: todos ellos deben ser
cumplidos de manera positiva para que nuestro comportamiento sea moralmente bueno
en una forma plena.
En realidad, el análisis del acto moral nos sirve de pauta para distinguir entre actos
responsables e irresponsables. Solo los actos responsables, esto es, conscientes y libres,
caen dentro del dominio de la moral. Esto nos lleva a tratar un poco el concepto de
“responsabilidad moral”, así como la noción concomitante de “conciencia moral”. La
responsabilidad moral puede definirse como la capacidad y la obligación moral que
tiene el sujeto de responder plenamente de los actos realizados, siempre y cuando éstos
tengan su origen en un comportamiento libre y consciente.
Entre los factores que obstaculizan o nulifican la libertad del sujeto y que por lo tanto lo
eximen de responsabilidad moral, están: factores de tipo inconsciente (demencia,
estados patológicos como enfermedades mentales), ausencia de libertad para obrar por
cuenta propia (todo tipo de coacción: interna o externa).
La responsabilidad moral está ligada íntimamente al concepto de “conciencia moral”.
En virtud de la conciencia moral somos capaces de dictaminar acerca del valor moral de
una acción. Defínase la conciencia moral como “un conjunto de sentimientos, creencias,
ideas y juicios que nos inducen a distinguir entre lo que es bueno y lo que es malo”.
La conciencia moral es privativa del hombre. El animal está determinado por su
naturaleza y su comportamiento meramente instintivo; en cambio. “la conducta
específicamente humana no está determinada por fuerzas ciegas, que actúan de la forma
ineludible que es propia del instinto animal. La conducta del hombre, tanto si está de
acuerdo como si está en contra de las exigencias de su verdadero ser, depende de la
intervención de su razón, de su autodeterminación. Esta disposición a la
autodeterminación propia de la naturaleza del hombre es el fundamento de la

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responsabilidad, de la conducta humana y del nacimiento del fenómeno de la moralidad


en el hombre”

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