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JUAN ANTONIO CORRETJER 1

EL LIDER DE LA DESESPERACION

Al leerse las notas sobre Albizu Campos contenidas a lo largo de


muchos escritos míos, el lector tropezará con dos afirmaciones que lo
moverán a hacerse una grave pregunta. Estas afirmaciones son: (1)
Albizu Campos es el mayor líder nacionalista producido por la gestión
independentista puertorriqueña; pero llega históricamente tarde, en
cuanto nacionalista, para tener una burguesía a la cual darle dirección;
y, (2) cuando en enero de 1934 los trabajadores solicitan su liderato en
la huelga de la industria azucarera, él la dirige victoriosamente, pero
no puede la lucha nacionalista beneficiarse de su triunfo porque el
carácter pequeñoburgués del partido se lo impide: no organiza a los
trabajadores sindicalmente ni los incorpora a su partido.
Sin embargo, al año siguiente, el Nacionalismo entra en una nueva
etapa de auge cabalgando la cresta de un gran ascenso revolucionario.
Aquí viene la pregunta: si no hay burguesía en que fundarse y el
partido no se basa en los trabajadores, ¿a qué fuerzas le da liderato
Albizu Campos?
Los propagandistas del Imperialismo le han dado una respuesta
interesada: Albizu no representa al pueblo puertorriqueño. En las
palabras del General Winship "el Partido Nacionalista es la sombra de
un hombre". Cuando el masacrador de nuestro pueblo escribía esas
palabras ya Albizu estaba preso en Atlanta.
La crítica seudo-marxista de la época resolvía el caso con un
recurso determinista: es un caso típico de desesperación
pequeñoburguesa.
Trataremos de darle una explicación científica, históricamente
probada.
Evidentemente, el liderato albizuísta refleja una desesperación.
¿De dónde proviene?
En nuestro libro LA LUCHA POR LA INDEPENDENCIA, cuya
primera edición data de 1949, y en todos nuestros escritos, siempre
hemos dado un punto de partida específico al liderato de Albizu: la
radicalización de las masas como consecuencia de la gran crisis cíclica
del capitalismo que desata el colapso de la bolsa de Nueva York en
octubre de 1929.
Pensar en el efecto que la crisis, al desatarse en Estados Unidos
mismos, habría de ocasionar en Puerto Rico, con su economía en
manos yankis, sin industrias, y con una agricultura latifundista y
monocultura poseída por grandes trusts norteamericanos; sin ningún
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poder político con el que montar su más mínima defensa, es un


formidable ejercicio para la imaginación del lector fuera de Puerto
Rico. Para nosotros fue una terrible experiencia. Pero aún el lector
ajeno a la experiencia puede entender nuestra afirmación de cómo,
para los casi dos millones de puertorriqueños que éramos entonces,
enfrentados a disponer de nuestra vida, que no es solamente nuestra
existencia de cada día sí que también nuestra vida histórica, los años
de la depresión (y Albizu asciende a la presidencia del partido el 12 de
mayo de 1930) es una explicación de cómo la desesperación individual
de cada día se convierte en la desesperación colectiva de las masas,
que a su vez se mira en la personalidad del dirigente y se refleja en su
liderato. Reflejando esa situación Albizu agita, agita y agita hasta
producir la explosión.
¿Hizo mal? Hizo bien. Blanqui aportó lo suyo a la Comuna de
París. *
"Marx – escribe Lenín en 1907 – sabía apreciar también el hecho
de que hay momentos en la historia en que la lucha desesperada de las
masas, incluso por una causa sin perspectivas, es indispensable (el
subrayado en el original) para los fines de la educación ulterior de
estas masas y de su preparación para la lucha siguiente".
Y al analizar la insurrección irlandesa de 1916, reafirmaba: –
"Sólo en la experiencia de los movimientos revolucionarios
inoportunos, parciales, fraccionados, y, por ello, fracasados,
aprenderán las masas, adquirirán fuerzas, verán a sus verdaderos guías,
los proletarios socialistas, y prepararán el embate general, del mismo
modo que las huelgas aisladas, las manifestaciones urbanas y
nacionales, los motines entre las tropas, las explosiones entre los
campesinos, etc., prepararon el embate general de 1905".
En el centenario de la Comuna de París los revolucionarios de
todo el mundo no pueden tener sino comprensión para quienes, en el
apogeo del poderío norteamericano, – parafraseemos a Marx –
quisimos arrancar una estrella a los cielos.†

*
Luis Augusto Blanqui, (1805-81) comunista utópico francés, descollante
revolucionario.

Esta nota fue originalmente escrita en 1971, Centenario de la Comuna de
París para la tercera edición de ALBIZU CAMPOS, la antología de
ensayos y conferencias míos publicada por la editorial EL SIGLO
ILUSTRADO de Montevideo. La dicha tercera edición no ha sido
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Pero sabiendo todos, además, quienes hemos de ser, desde ahora,


los dirigentes victoriosos de la lucha independentista puertorriqueña:
los comunistas.
Para Puerto Rico, esto es tan evidente y próximo como leer en
libro abierto. "Una revolución social para triunfar – afirma Lenin –
necesita por lo menos dos condiciones: un alto desarrollo de las
fuerzas productivas y un proletariado preparado para ella".*
El imperialismo no solo destruyó la burguesía puertorriqueña: al
prohibir a la producción puertorriqueña un mercado interior decretó la
imposibilidad de recuperación a la burguesía nacional, y, ha cerrado el
camino nacionalista a la victoria independizadora. Eso lo obsesionaba
y lo logró.
Pero aplastada la insurrección nacionalista de 1950 traslada a
Puerto Rico un núcleo importante de sus explotaciones industriales.
Estas van desde fábricas de ropa interior de mujer hasta el complejo
petroquímico. Se logra el desarrollo de un proletariado industrial de
más de ochenta mil obreros.
Al mismo tiempo, un fenómeno universal – el proceso de
proletarización del campesinado – es en Puerto Rico hecho evidente.
El capitalismo ha dado a luz sus sepultureros puertorriqueños.
Pero la repetición de esta famosa sentencia de muerte hecha al
capitalismo por Marx y Engels, y que encontramos ya en el Manifiesto
de 1848, no se tome como rendición de armas ante el destino
inevitable del capitalismo. No militamos en las filas de los
deterministas, súbditos de una tendencia de derecha dentro del
movimiento marxista internacional. La economía es la base de la
sociedad y el cambio revolucionario, histórico, se produce en la base;
pero la base se desarrolla revolucionariamente sólo mediante la lucha
de clases, con la lucha política revolucionaria. No creemos que los

publicada. Todo el material incluido en este libro se publica ahora por


primera vez.
*
Esta conocida tesis leninista, que cuadra perfectamente a Puerto Rico,
colonia militar industrial norteamericana, no desdice la experiencia de la
revolución china. Pero vamos más allá y aquí, respetuosamente, nos
alejamos de Lenín y de Mao, para afirmar que los campesinos pueden
también ser movilizados a luchar por el socialismo y la dictadura
proletaria. Lo decimos pensando en otros países latinoamericanos, en los
cuales, contrario a Puerto Rico, la economía es preponderantemente
agrícola y campesino al grueso de su población.
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sucesos vienen predeterminados por la historia; no creemos en la


inevitabilidad histórica de los deterministas. Creemos en los sucesos
de la historia producidos por la acción consciente de las masas,
política, ideológica, revolucionariamente dirigidas.
Cabe añadir de seguido que al mismo tiempo que el
establecimiento de este complejo industrial parejo a la proletarización
más específica de la clase trabajadora se impone la realidad, señalada
por Marx, en sentido de que la revolución está obligada a abrirse paso
a través de una fuerte oposición que ella misma crea. De la necesidad
imperialista de mantener a Puerto Rico pacificado emerge a su vez la
de crear empleos que mitiguen en parte el empobrecimiento de las
masas que es ley general del capitalismo. De ahí surgen a la vez las
ilusiones de "desarrollo" económico,* de "prosperidad", de
"afluencia", que cabrillean en los espejismos coloniales, y siembran
conformismo y oposición a la Independencia. Y encima de los
espejismos una fuerza de oposición a la independencia robustecida y
consolidada en los monopolios, en el Pentágono y en las afinidades
coloniales de los dos. Será a través de esa oposición, creada en el
imperialismo por la necesidad de mejor defender su oposición
amenazada por el desarrollo previsible del independentismo, que
nuestra revolución tendrá que abrirse paso. Esa es la tarea de
sepulturero del capitalismo asignada al proletariado como vanguardia
de todos los oprimidos, en lucha afanosa, política, ideológica,
revolucionariamente dirigida.
Si dijimos antes que los revolucionarios de todo el mundo deben,
en este Centenario de la Comuna de París, mirar comprensivamente a
quienes, en el apogeo del poderío norteamericano, quisimos arrancar
una estrella a los cielos, decimos, igualmente, que no tengan perdón si
no lo hacemos para los que ahora hemos de preparar al proletariado
puertorriqueño para la independencia y el comunismo.
Y nuestra obligación no es sólo organizar. Es también agitar,
agitar, agitar, hasta producir la explosión.

*
Desarrollo norteamericano, gracias a su traslado a Puerto Rico; no
desarrollo capitalista puertorriqueño, como se quiere hacer ver.
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¿A QUE EMBOCO ESE HOMBRE A ESTE PUEBLO?

La radical actividad de Albizu Campos, esa quema suya de todas


las naves todos los días, no ha dado quizás mejor prueba de su mayor
altura o abismal profundidad que ese, entre pregunta ansiosa y cordial
reproche, que me hace un notable sociólogo puertorriqueño: ¿A qué
embocó ese hombre a este pueblo?
Me la planteo como interrogante para darme ocasión de intentar
una respuesta.
La respuesta tiene por forzoso punto de partida una cuestión
filosófica. La realidad existe objetivamente, fuera e inclusive a
despecho, de las ideas y de la voluntad de los seres humanos. Una cosa
necesariamente fue lo que Albizu se propuso, lo que él pensó, lo que
animó, desde sus adentros más recónditos y ardientes, el fervor de su
palabra y el tesón de sus ejecutorias; otra, tercos y obtusos, los
problemas que en el fondo de la sociedad puertorriqueña tejían y
destejían su red contradictoria de entrampe y escapada.
Ya hemos descrito cómo Albizu privado de una burguesía a la
cual darle dirección política, y sin apoyarse en los trabajadores,
desarrolla una estrategia fundada en la desesperación de las masas
víctimas de la depresión en los años 30.
Pero que Albizu no tuviese a disposición suya una burguesía a la
que darle dirección política no lo privó de intentar dársela. Tomando,
al vuelo dos ejemplos, apuntaremos a su campaña para que los colonos
de caña no fuesen burlados por los grandes monopolios absentistas
azucareros gracias a mantener estos últimos – ¡hasta eso! – el poder de
determinar qué cantidad de sacarosa se contenía en su producto.
Ese control se mantenía con un mecanismo muy simple: era el
químico de los centralistas quién lo determinaba. Con su hábito de
predicar fustigando Albizu se burlaba de los colonos que no se
organizaban para exigir que fuesen sus propios químicos quienes
determinasen el grado de sucrosidad de su gramínea. Los colonos por
fin se organizaron; por fin lograron los servicios de químicos
responsables a ellos mismos. Sus ganancias subieron. Pero en cuanto a
responder al llamado patriótico de Albizu, era otra cosa. Siguieron
correspondiéndose con los partidos coloniales. A través de la cuota
azucarera el imperialismo regía su línea política.
Preso ya, y desde La Princesa, no lejano el día en que fuésemos
trasladados a la Penitenciaría Federal de Atlanta, no recuerdo por qué
incidencia en la contradicción de intereses imperialista-coloniales,
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Albizu requería los azucareros a sumarse en la lucha por la


independencia: esto a despecho de saber, como bien se lo sabía, que
estos bastardos intereses jugaron papel decisivo en la persecución de
que se nos había hecho objeto y aunque, en el bufete del abogado de la
Asociación de Productores de Azúcar, licenciado Sifre, se libraron
cuantiosos cheques en premio a los jurados del panel que nos condenó
a presidio.
Albizu no actuaba así por hacer el tonto, sino por mandato
indeclinable del contenido clasista de su liderato. Era el peso de ese
contenido imponiéndose impertérrito como una quilla para mantener el
balance poli-clasista que él entendía como unidad nacional, como
hermandad de todos los puertorriqueños por encima de toda división
clasista.
Estaba ahí, yo no la inventé, – decía Marx sobre la lucha de clases.
Estaba aquí, aunque Albizu no la desease. Existía objetivamente,
independientemente de su conciencia, sin importar lo que él pensase,
lo que él quisiese: obscura y decisiva fuerza hacedora y destructora y
reconstructora, más allá de la luz patriótica que alumbraba en su
nacionalismo. "Todo movimiento libertador tiene que ser ortodoxo"
filosofaba. "Es lesivo alentar la división de las clases", nos decía,
"porque la lucha de clases divide horizontalmente a la nación incitarla
es lesivo a los intereses de la independencia".
No obstante, tuvo que dirigir la huelga de los trabajadores de la
principal explotación del país en 1934, hecho que repercutiría, como
jamás pudo él imaginarse, en la historia de Puerto Rico y en su propia
vida. Su tarea como dirigente nacionalista, su esfuerzo baldío por
poner bajo su liderato a la burguesía colonial en desbandada es el
hecho que contesta la pregunta que motivó esta nota: – ¿A qué embocó
ese hombre a este pueblo?
Contradictoriamente es Pedro Albizu Campos quien prueba, por
negación, la completa bancarrota política de la burguesía
puertorriqueña, su total incapacidad para actuar independientemente
en política; cabe decir independiente de la coacción imperialista.
Terminada la tarea lideril de Albizu sería una insensatez que cualquier
nuevo liderato independentista queme su esmalte luchando por atraer a
la bandera de la independencia los pocos capitales denominables
nacionales – tan escasos que no forman clase. Y ni qué decir a esa
burguesía compradora, comercial, pendiente del crédito como de una
horca.
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Esta no es cuestión del pasado. Al contrario, es por lo que tiene de


presente, como engendro futuro, que podemos decir cuánto son hechos
que su liderato precipita a lo que realmente "ese hombre embocó a
Puerto Rico".
Y aquí regresamos a aquella afirmación dialéctica de que la
realidad existe objetivamente, fuera de la conciencia de los hombres,
independiente de sus ideas, deseos, intenciones. Aunque la voluntad de
los hombres, por afirmación o negación, al insertarse en la dinámica
histórica trace pauta e imprima sello a los sucesos que tejen su
urdimbre.
Si Albizu pensó alguna vez en que su liderato tuviese su- * cesión
nadie puede imaginarse que lo quisiera distinto en esencia al suyo.
Pero no habría podido pasar inadvertido a la misma generación que
enmarcó su actividad libertadora la inutilidad de una orientación poli-
clasista. Por convencimiento, por ideología, y si no por demagogia, el
nuevo liderato independentista tendría que orientarse hacia la clase
obrera y el socialismo. Esta reacción llevará hasta "la tendencia a teñir
de color comunista las corrientes democrático burguesas de liberación
en los países atrasados", dice Lenin, tendencia que debe ser combatida
"resueltamente" por los comunistas, como inmediatamente aconseja.
(Lenin, "Esbozo Inicial de las Tesis Sobre Los Problemas Nacional y
Colonial", junio de 1920).
Esta nueva orientación se depurará en la lucha misma, en la
profundizante lucha de clases, en la hegemonía de la clase obrera en la
lucha por la independencia, en la guerra popular como expresión
máxima de la lucha de clases con el marxismo-leninismo como guía
para la acción. Las grandes masas oprimidas darán al movimiento su
ancha dimensión de verídica unidad nacional, marchando con el
proletariado en una revolución de una clase, un partido y una bandera:
la clase obrera, el partido comunista revolucionario, la bandera roja.
A esto fue a lo que Albizu verdaderamente "embocó a Puerto
Rico".
¿Habría ocurrido sin que mediara su intervención en el proceso
político puertorriqueño? Seguramente. Pero esa es la clase de pregunta
que no se hace quien desee interrogar seriamente a la historia. Y la
historia no puede ignorar a Pedro Albizu Campos. En la repercusión
del papel que le correspondió desempeñar en la lucha por la
independencia, esta prueba final sobre la burguesía como anacronismo
en el ascenso histórico de Puerto Rico era, estrictamente hablando, una
necesidad. No fue necesario que su generación sucesora lo
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comprobase. Él nos la dio como corroboración, como experiencia. Ni


que decir que fuese eso lo que él quiso. Fue la dialéctica de las fuerzas
históricas, de las clases antagónicas en la sociedad puertorriqueña; la
lucha implacable entre la clase que históricamente podía avenirse con
el imperialismo y la que no tiene manera de hacerlo, ésta cuyos
intereses abren un abismo infranqueable que la separa a la vez de la
burguesía imperialista y de cualquier intento recuperativo de la
puertorriqueña, la que determinara en el liderato albizuísta aspecto tan
positivo.
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TRANSITO DE LA CAÑA AL PETROLEO

Para medir en toda su importancia la participación de Albizu en la


huelga cañera de 1934 es necesario reflexionar sobre lo que va de
aquella época a la realidad a que nos enfrentamos ahora. Los dos años
transcurridos han presenciado lo que podría llamarse tránsito de la
economía colonial de Estados Unidos en Puerto Rico del cultivo
latifundista de la caña y la elaboración del azúcar al establecimiento de
un gran enclave para el refinado de petróleo.
Vuelvo sobre mis pasos para recordar al lector que para 1934 unos
137 mil puertorriqueños trabajaban en las fases agrícola y fabril de la
caña de azúcar. Quiérese decir que en una población total de menos de
dos millones algunos 700 mil puertorriqueños dependían de la
agricultura y elaboración fabril del producto.
No se necesita ser un sabio para entender lo que esa espina dorsal
de la economía significaba como elemento de aglutinación nacional. Si
las relaciones de producción se convierten como en realidad ocurre en
relaciones sociales, no se tiene que estar dotado de las luces del genio
para comprender lo que ese hecho, escueto, indisfrazable, significaba
como elemento de cohesión social.
Nadie lo niega. Los salarios eran escandalosamente bajos; las
condiciones de vida de los trabajadores a nivel bajísimo. Lo que a
Puerto Rico quedaba como beneficio económico era prácticamente
sólo lo que devengaban los trabajadores en salario. Esa es otra
cuestión; y la salida a darse al problema otra, distinta a la que se le ha
dado. Era a una solución revolucionaria a la que esa relación salarial
convertida en relación social dirigía.
Lo que aquí subrayamos es el equivalente de cohesión social que
de aquellas relaciones de producción surgía. E insistimos. Esa
cohesión contenía un potencial revolucionario a explosión pronta.
Valga señalarlo. Algo tiene que significar el hecho de que siendo
los de la caña los trabajadores clave para el desarrollo de un grande y
sólido movimiento sindical, el movimiento obrero dirigido por
Santiago Iglesias como base de masas para "la unión permanente" de
Puerto Rico a Estados Unidos (esa era su pública divisa) algo tiene que
significar, y significa mucho, que Iglesias jamás organizara a los
trabajadores de la caña.
El llamamiento hecho por los trabajadores a Albizu Campos para
que lidereara la huelga alertó al imperialismo que la organización de
los trabajadores agrícolas de la principal explotación del país ya no
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podía ser diferida. Y no solamente era imposible ya diferirla. Era


posible que esa organización se hiciera con una orientación
independentista, anti-imperialista quizás.
Lo primero, la imposibilidad de seguir posponiendo su
organización, era solucionable extendiendo la sindicalización
yankizada a los campos cañeros. Difícil si no imposible lograrlo con el
viejo y desacreditado liderato de la Federación Libre. Pero la
Federación Americana del Trabajo perdería pronto su hegemonía en el
movimiento obrero norteamericano. Con la fundación del Congreso de
Uniones Industriales (CIO) la Federación Americana del Trabajo
perdió esa hegemonía. No significaba de manera alguna que el capital
monopolista yanki hubiese perdido la suya sobre las dos. Pero gracias
a ello el imperialismo podría reinstalarse en los campos cañeros de
Puerto Rico con un nuevo aparato sindical como en realidad lo hizo.
Tal maniobra no era otra cosa sino diferir el problema de fondo
que al imperialismo se planteaba. Lo ocurrido con la Federación Libre
podría repetirse a equis tiempo con el nuevo aparato del CIO. Lo que
el imperialismo necesitaba era mucho más: era destruir esa fuerza de
cohesión social cuya dialéctica fluía hacia la revitalización nacional a
través de los trabajadores y por lo mismo hacia la independencia. Que
los sindicatos podían ser la base más sólida del movimiento de
independencia lo había probado ya revolucionariamente Connolly en
Irlanda, como lo probaría Jagan en Guyana y Toure en Guinea.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, dueño del monopolio
atómico y proclamante del ilusorio "siglo americano", el imperialismo
yanki se dispuso subsistir la estructura de su economía colonial en
Puerto Rico. La primera de sus previsiones fue evitar que la
reorganización económica de la colonia desarrollase un renglón
principal de producción que a su vez redundase en una nueva fuerza de
cohesión social, capaz de expresarse, como primera consecuencia, en
la organización de un sindicato básico ligado al primer renglón de la
economía y centro de gravitación de todo el movimiento sindical, dado
el peso de su influencia por importancia y número. Al contrario, se
propuso instalar un sistema económico de tan variadas explotaciones
que la organización del movimiento obrero viérase obligada a trabajar
mediante una serie de pequeñas uniones sin otra vinculación entre
ellas mismas que la de estar formadas por trabajadores. Producir una
huelga como la del 1934 pensaron los imperialistas hacerla imposible
mediante esa reorganización. Esa es la contestación de Wall Street y el
Pentágono al movimiento obrero y al independentismo. Ese es el
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problema sindical correspondiente a la conversión de Puerto Rico en


colonia militar industrial del imperialismo yanki: primera en la historia
y única al día de hoy.
Como en otro lugar de este libro refiero la consecuencia,
inevitable en el callejón vertical sin salida del capitalismo
monopolista, del otro desarrollo que es la creación de un proletariado
industrial cuyo papel histórico frustrará el intento de dispersar el
movimiento obrero dispersando la producción a que acabo de
referirme, me limito aquí a ese hecho: la conversión de Puerto Rico en
una colonia militar industrial del imperialismo yanki, primera como
acabo de decir en la historia y única hasta ahora.
El hecho en sí no crea excepcionalísimo. Es el resultado lógico del
desarrollo industrial y militar del capitalismo monopolista dentro de
una nueva situación internacional y en el marco de su expansión
colonial. Dada la experiencia de que Estados Unidos ha mirado
siempre a Puerto Rico y Cuba como puntales a su penetración en la
América Latina y de campo experimental para su política
latinoamericana la colocación de una gran planta industrial dentro de
una base de operaciones de sus fuerzas armadas, que es lo que hace de
Puerto Rico una colonia clásica en novísima forma militar industrial,
no hay que descontarla como anticipo de otras más hacia el sur. La
deducción gana en lógica cuando se conjuga con el traslado a Puerto
Rico del centro de adiestramiento anti-guerrillero y contra-subversivo
que hasta ahora el militarismo yanki mantuvo en Panamá.
¿Hasta cuándo tolerarán las potencias esta concentración de
poderío militar norteamericano que lesiona los intereses de todos? En
1926 Albizu vislumbraba que la disolución de esa contradicción entre
las potencias haría obligatoriamente que la batalla final se diera en
aguas del Caribe. Ni en fecha tan temprana ni después pudo Albizu
preveer hasta dónde llegaría Estados Unidos en la inclusión de Puerto
Rico en sus planes de dominio mundial.
Testigos de este nuevo intento norteamericano de parapetar sus
fuerzas en nuestro país, contra el ascenso revolucionario del
proletariado y las masas oprimidas de la América Latina, nuestro
deber no es sólo advertir sobre el peligro. Es subvertir el orden dentro
de ese aparato montado en Puerto Rico por los monopolios armados
yankis. Es arrebatárselo desde adentro, independizando a Puerto Rico
para bien de todos los oprimidos de la tierra.
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EJECUCION DEL CORONEL RIGGS

La ejecución revolucionaria del jefe norteamericano de le policía


colonial coronel E. Francis Riggs es el hecho que parte en dos la
historia de nuestras relaciones imperialista- coloniales. Es por lo tanto
el de mayores consecuencias para la lucha independentista. El
momento de viraje en el proceso revolucionario de los años 30. Desde
este punto de vista me le aproximo en este trabajo.
Lo primero en señalarse es la reacción de Albizu Campos frente al
hecho.
Hagamos un poco de historia. El 24 de octubre de 1935 se produce
la Masacre de Río Piedras. Esta es hija de la manipulación que Riggs,
experto en intrigas a estilo CIA, hizo del "independentismo" del
Partido Liberal. Fueron estudiantes universitarios de la llamada
Juventud Universitaria Liberal los que la manipulación policíaca
movió para organizar la asamblea que tratará en vano de declarar a
Albizu Campos persona no grata al estudiantado.
La verdad histórica es que en esa ocasión Albizu hizo lo imposible
por evitar lo inevitable. Mientras Juan Juarbe y Juarbe era designado
para estar en la asamblea Albizu ordenó a este escritor que localizara a
Ramón S. Pagán, Secretario del Trabajo del partido, y evitara
comunicándole su mandato que no se personara en Río Piedras.
Una situación como ésta no se improvisa. Ocurría dentro de un
marco de intriga policíaca dirigida por Riggs y que había penetrado
hasta el tuétano en la buena fe de varios nacionalistas en lo que ahora
llamamos Zona Metropolitana. Una campaña de difamación sin
precedente en política puertorriqueña, se había cebado contra Albizu.
Esta penetró como he dicho hasta la buena fe de algunos nacionalistas
influyentes dentro del partido. (Dejo sin decir que junto a los de buena
fe estarían obligatoriamente los agazapados transmisores de lo que
desde afuera se tiraba contra el partido.)
La noticia había llegado a Albizu de que dentro del partido mismo
se conspiraba para asesinarlo. Se tocó fibra muy sensitiva en Albizu,
pero la purga producida por la información no pasó de tocar a las
personas envueltas en la campaña de difamación.
Por desgracia, en la prueba acerca del proyectado asesinato
aparecía envuelto Ramón S. Pagán. Pero Pagán mismo había
comunicado a Albizu la celebración de una reunión entre los
descontentos. Ante las fieras acusaciones hechas contra Albizu
(seductor, ladrón, vividor, paranoico que llevaba el partido a su ruina)
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Pagán se levantó (es su relato) y dijo que si tales acusaciones eran


ciertas matar a Albizu era una obligación patriótica. Ante su
estupefacción sus palabras fueron recibidas con aprobación.
Pagán había ratificado esta declaración en la reunión conjunta de
la Junta Nacional con los presidentes y secretarios de las juntas
municipales que formuló las expulsiones.
Albizu previo que de no tomarse precauciones en la primera
provocación seria de que el partido fuese objeto matarían a Pagán. De
ahí que a las primeras nubes de borrasca en la Universidad, y
conociendo a Pagán me encargase evitar que éste se presentara en Río
Piedras. Acompañado de Agustín Pizarro, uno de mis inseparables
compañeros, me dirigí inmediatamente a las oficinas de Ochoa
Fertilizer en Hato Rey en las que Pagán trabajaba. Pagán se había
ausentado poco antes pretextando que su presencia era urgente en su
hogar. Esto no era extraordinario. Con relativa frecuencia Pagán se
ausentaba de la oficina durante horas de trabajo. Dada la altísima
consideración en que se le tenía nunca se le llamó la atención. Yo lo
sabía; por lo cual sin dejar de preocuparme corrí a su casa. Había
estado y salido casi inmediatamente hacia San Juan. En Martín Peña
topamos con un nacionalista quien nos dijo espontáneamente que
hacía sólo minutos la había visto pasar en dirección de San Juan. Ya
más tranquilos seguimos hacia la Imprenta Puerto Rico. Si había un
lugar en el que podía estar ese era el sitio. No estaba.
Fue en esos momentos que Fran González, nacionalista y dueño
de un cafetín cercano llegó a la imprenta comunicándonos que por
radio se informaba un motín en la Universidad. Pagán se borró de mi
memoria. Pensé en Juarbe que estaba dentro de la Universidad. Al
ejemplar patriota Buenaventura Rodríguez Lugo, Administrador de la
Imprenta le pedí dinero para fletar un automóvil público, el cual
tomamos en la Plaza Baldorioty. Cuando llegamos a Río Piedras la
Universidad estaba tomada por la policía. La radio informaba muertos
y heridos. Alejandro Ruíz, nacionalista de Río Piedras, nos informó
que a Pepito Santiago lo habían matado.
Entramos Agustín Pizarro y yo a la Universidad. Lo hicimos sin
mayor dificultad porque un policía amigo suyo que había prestado
servicio en Barrio Obrero nos franqueó la entrada.
Juarbe y los compañeros de la Federación Nacional de Estudiantes
habían hecho fracasar el truco contra Albizu. Pero en esos momentos,
cuando la asamblea terminaba comenzaba el mayor peligro. Al salir
del viejo paraninfo. Juarbe se avalanzó sobre un guardia – "Pégame
14 EL LIDER DE LA DESESPERACION

ahora, charlatán, tira ahora". – El guardia, lívido tartamudeó una


excusa. Yo tomé a Juarbe por el brazo: – "¡Vamos!" –
Cuando dejamos a Juarbe camino de Aguas Buenas, Pizarro y yo
caminamos hacia la Universidad. Encontramos un detective
popularmente conocido por el apodo de "el Jíbaro", hombre de genio
apacible y mucha experiencia que siempre – ¡aún en las escalinatas de
el Capitolio, la noche tumultuaria del 16 de abril de 1932!* nos había
tratado con afecto. Fue él quien nos dijo que los cadáveres de los
nacionalistas estaban en el sótano del hospital de Río Piedras. Añadió
que estaría allí dentro de un cuarto de hora más o menos. Entramos al
negocio de Pepe Noya. Fue él quien nos aseguró que Pagán había
muerto. Fuimos al hospital. "El Jíbaro" cumplió su palabra. Estaba allí
y nos dejó ver los cadáveres. Reconocimos a Pagán, a Pepito, a
Rodríguez Vega. Ni Agustín ni yo conocíamos a Don Pedro Quiñones.
La vista de nuestros compañeros asesinados, sus cuerpos tirados en el
piso, frescas las huellas de la violencia que les produjera la muerte,
hizo en nosotros dos el mismo efecto. ¡Salimos de allí hirviendo en
cólera!
Nuestra ira subió de punto cuando supimos que Pagán, Rodríguez
Vega y Dionisio Pearson, (único sobreviviente gravemente herido)
ocupantes del mismo automóvil que conducía Pagán, habían sido
abaleados dentro del automóvil, sin la más mínima oportunidad de
defenderse. Y aunque a Pagán, muerto, con la cabeza caída sobre la
rueda de guiar, un policía apellidado Colón, le levantó la cabeza y en
haciéndolo, le descargó un balazo en un ojo.
El sitio exacto en donde estos compañeros fueron asesinados es la
calle Brumbaugh de Río Piedras casi a mitad entre De Diego y
Arzuaga. Su automóvil se dirigía hacia Arzuaga.
He demorado sobre estos recuerdos, imborrables, para que se
entienda el estado de ánimo en que, nutrido por estos hechos, se
encontraba Albizu al despedir el duelo de nuestros mártires dé Río
Piedras. Y no sólo él, sino los miles de asistentes al antierro, y Puerto
Rico en general. Fue allí que Albizu, tras media hora de furiosa
oratoria, juramentó a los presentes a que aquél crimen no quedaría
impune.

*
Asalto masivo al Capitolio colonial, dirigido por Albizu. Véase mi libro
ALBIZU CAMPOS, Editorial El Siglo Ilustrado, Montevideo, 1970.
JUAN ANTONIO CORRETJER 15

No quedó. El 23 de febrero de 1936 Elias Beauchamp minutos


después que Hiram Rosado lo intentó sin lograrlo ejecutó
revolucionariamente al Coronel E. Francis Riggs.
Beauchamp y Rosado fueron detenidos y asesinados en el Cuartel
General de la Policía.
En el mismo cementerio El Seboruco en donde tres meses antes
había despedido el duelo de los mártires de Río Piedras, Albizu
despidió el de Beauchamp y Rosado. Es uno de sus discursos más
hermososo y de los mejor conocidos aunque desgraciadamente su
texto completo se perdió. Es inolvidable por el aire majestuoso con
que la palabra discurre en el ámbito cristalino de una transparente
serenidad; por su contenido como de honda meditación dicha en
público; por su lenguaje casi bíblico, por su famosa, espontánea
paráfrasis a un salmo de David.
– "Puerto Rico ha cumplido su juramento". –
Con esas palabras empieza y acaba ese discurso con que Albizu
despide sobre su tumba a nuestros dos héroes.
–oOo–

Albizu tenía todas las razones ya dichas para su furia cuando la


matanza de Río Piedras. Pero desde el mismo día en que ocurrió, hasta
siempre que volvimos sobre el tema,
Albizu expresó con profundo sentimiento que Pagán había
deliberadamente desafiado la muerte entrampado por la calumnia de
que pudiera haber estado envuelto en una conspiración para asesinarlo.
En una palabra, Pagán fue a Río Piedras para probar su lealtad a
Albizu Campos. Y además de su emoción patriótica, Albizu sintió
siempre hacia Beauchamp y Rosado un hondo sentimiento de gratitud
personal.
Pero eso no es lo importante, desde un punto de vista político y
revolucionario. Puesto que él sabía bien que a Beauchamp y a Rosado
no los movieron sentimientos personales sino un entrañable sentido de
rectitud patriótica y de honor revolucionario. Por eso empezó y
terminó su oración fúnebre con las palabras citadas: – "Puerto Rico ha
cumplido su juramento". – Con la acción de Beauchamp y Rosado el
Puerto Rico que Albizu llevó en su conciencia se alzó a nueva altura.
Un pueblo, como un hombre, no debe faltar a su palabra empeñada, a
un juramento. Así pensaba Albizu Campos.
De modo que no vio en el 23 de febrero de 1936 sino la fecha
memorable de un acontecimiento moral.
16 EL LIDER DE LA DESESPERACION

¿Por qué no previmos el momento en que pudiese ocurrir el


ajusticiamiento de Riggs? ¿Por qué no vimos que un acontecimiento
de tal magnitud no podía quedarse sin futuro y que ese futuro era el
que había que discutir al enemigo?
Aquella mañana de domingo, el general Winship andaba de fiesta
por El Yunque. El jefe del ejército coronel Colé se encerró en Casa
Blanca, la policía no sabía qué hacer. Los jefes se encerraron con sus
prisioneros a esperar órdenes telefónicas en el Cuartel General.
Veinticinco hombres regularmente armados habríamos tomado
Fortaleza. Dudo que la resistencia pasara de tres descargas. Otros tanto
habrían capturado a Winship, duro en el mandar, pero su conducta en
Ponce indica que su valor personal era mucho menos que su ceño. La
sensibilidad de los pueblos hispano-americanos no había sido sacudida
aún por la Guerra Civil de España. Un golpe de mano de esa índole en
Puerto Rico, por sólo su audacia, por lo inesperado, habría
galvanizado a una América que aún sentía arder en su conciencia la
sangre de Sandino.
¿Qué fenómeno nos detuvo?
La respuesta está al caerse. Llana, simplemente imprevisión. Una
imprevisión que a solas tiene por excusa la conciencia de no lanzar el
país a una guerra para la cual el partido que debía organizaría y
dirigirla no estaba materialmente preparado. Quiérese decir, que su
líder no pensó en lanzar a sus hombres a enfrentar desarmados al
ejército de Estados Unidos. Y todos nuestros esfuerzos por armarnos
habían fracasado.
–oOo–

Lo demás es bastante bien conocido. Está en la prensa


contemporánea y lo he relatado en varias ocasiones. El 31 de marzo
expide la Fiscalía Federal el famoso auto de Subpoena Duces Tecum.
El 2 de abril soy internado en La Princesa. El 4 de abril el Gran Jurado
encuentra causa probable de acción contra Albizu Campos, contra mí
mismo, y contra Luis F. Velázquez, su hijo Julio Héctor Velázquez;
Juan Gallardo Santiago, Erasmo Velázquez y Olmedo, Clemente Soto
Vélez y Pablo Rosado Ortiz. Juarbe es exonerado y Rafael Ortiz
Pacheco ha huido del país. Enterado confidencialmente por un amigo
de la orden de arresto escapó sin siquiera informar a su maestro, líder
y "compadre". Anduvo errante por algunos países latinoamericanos, en
los que son bien recibidos los valientes, no los desertores. Volvió
luego al país amparado por el Fiscal Snyder quien archivó su caso. Fue
JUAN ANTONIO CORRETJER 17

ingresado en la judicatura colonial por Tugwell y hace algunos años se


jubiló como Juez del Tribunal Superior en Ponce.
En agosto todos los encausados somos sentenciados a largas
condenas de presidio a ser cumplidas en Atlanta, Georgia. El 7 de
junio de 1937 somos trasladados a dicho presidio. El Nacionalismo ha
sido descabezado y el independentismo, deprimido, corre a echarse en
brazos de Muñoz Marín. En sus destructores empeños coloniales el
imperialismo se había hecho de una larga tregua. De los embates de
1930 a 1938 se volvería al shadow boxing de 1900- 1930.
–oOo–

Con toda la evidencia exterior parece tener razón el inteligente


amigo que propone, como tesis aceptable, que la ejecución de Riggs
entrampó a la independencia de manera que el imperialismo, al que
Albizu había puesto fuera de nuestro fortín, pasó de un salto por
encima de nuestros fuegos y se colocó dentro. Este es el sentido que le
da al nombramiento de Enrique de Orbeta como substituto de Riggs en
la jefatura constabularia. Con ese relleno de carne boricua en el vacío
policial el imperialismo reactiva todas las esperanzas autonomistas
tradicionales en la política del país. Se atrinchera en ellas durante
treinta años. Es una nueva estabilización del régimen, comparable a la
de 1900.
La premisa así planteada estaría incompleta si se pasase por alto la
prisión de Albizu Campos, su liderato tronchado, de una suerte; y de
otra el cuadro internacional en el que el drama puertorriqueño encaja.
Cómo se habría de manejar Albizu con la situación creada por la
decisión imperialista de pasar puertorriqueños a puestos de mayor
disposición pública – jefatura policíaca primero, gobernador de
nombramiento después, electo seguido, en el curso casi a exactitud de
los diez años que tramitan el regreso de Albizu a la actividad pública,
quedaría en la estrictamente conjeturable.
Pero no puede pasarse por alto que, se manejase Albizu en la
forma en que lo hiciese; y se dispusiese el régimen con todos sus
recursos de la manera en que se dispusiese, la verdad apabullante de la
situación internacional que le es contemporánea habría pesado sobre el
destino de Puerto Rico en cuya representación histórica protagonizó
Albizu Campos. Esto pinta en colores muy diferentes esa premisa.
No se olvide que nuestro caso en corte está estancado cuando
súbitamente el fascismo español se alza en armas contra la República.
Al rugido de los cañones que empiezan su desastroso embate en
18 EL LIDER DE LA DESESPERACION

España el interés latinoamericano vuelve sus ojos hacia los campos de


batalla. De inmediato, el régimen llama nuestro caso a corte. No
solamente la guerra civil de España facilita a Estados Unidos disponer
con mayor soltura de Puerto Rico si no que además prologa la
Segunda Guerra Mundial.
Cómo habría afectado el liderato de Albizu Campos la Guerra
Civil de España, a haber estado éste en libre actividad política, no es
indispensable asunto para ser tratado aquí. Es imposible pensar, no
obstante, que a hombre de su prestigio e influencia, a uno y otro lado
del Atlántico, las tremendas fuerzas que debatían a boca de cañón el
destino de España no habrían de requerirlo a tomar posición.
Cómo lo habría puesto a prueba la Segunda Guerra Mundial es
lógicamente presumible.
No es dable imaginarse a Albizu repitiendo, en 1940, aun
debidamente enmendado, el papel de José de Diego en 1917.
La lógica de su conducta, aún su propia racionalización de su
participación militar en la Primera Guerra; ni la dialéctica de su propio
partido habrían librado a Albizu de encararse definitivamente con
Atlanta. Habría encabezado el desfile de directivos nacionalistas hacia
presidios y destierro decretado por la Ley de Servicio Militar
Obligatorio. Y habría sido para el régimen interventor mil veces más
ventajoso por otras tantas razones más justificables dentro de su papel
mundial, encarcelarlo como obstructor aparente del esfuerzo militar
antifascista, que lo que le fue en 1936 "por conspiración para derrocar
por la fuerza el gobierno de Estados Unidos en Puerto Rico, hacer
propaganda sediciosa y reclutar soldados para llevar a cabo tal fin".
¡Encarcelarlo como a un libertador!
Tan poco es presumible pensar que de toda la comedia
internacional montada por Roosevelt no tuviese que salir ganancioso
el conformismo colonial vestido de autonomismo.
Nada de esto habría justificado que se privara al país de una
página históricamente tan significativa como fue la ejecución de
Riggs. Ni siquiera – y nadie sabe cuánto cuenta para mí escribir estas
palabras – el sacrificio de Beauchamp y Rosado.
JUAN ANTONIO CORRETJER 19

ALBIZU Y RIGGS

Fue con motivo de la huelga de enero de 1934 que Albizu y Riggs


hicieron contacto personal a través del ingeniero independentista Félix
Benítez Rexach, íntimo amigo de Albizu, y amigo personal también de
Riggs. Este último solicitó a Benítez concertarle una entrevista con
Albizu. Se llevó a cabo en El Escambrón Beach Club.
El tema de la conversación fue la huelga. Habiendo Riggs oído a
Albizu admitió la justicia de las demandas obreras. Las llamó
modestas. Añadió que recomendaría a la Asociación de Productores de
Azúcar aceptar las "modestas" peticiones de los trabajadores.
Efectivamente, a penas transcurrieron horas de terminada la entrevista
cuando los patronos transigieron.
Se ha dicho y se ha escrito que en la entrevista Riggs aceptó la
legitimidad y justicia de la aspiración independentista, nada raro pues
que esa ha sido la posición oficial hipócrita de su gobierno. Además,
que ofreció a Albizu cuantiosa suma de dinero como cooperación a su
lucha. A lo que Albizu finamente declinó.
Eso era parte del trabajo de Riggs. Pero Riggs conocía a Albizu de
sobra (si no personalmente por haberlo oído en la tribuna y observado
en su trayectoria política) y sobre todo por tener a su disposición el
dosier que tanto el ejército como el ejército como el Departamento de
Estado norte-americanos mantuvieron a Albizu desde 1917. La
vulgaridad de su trabajo de espionaje incluía el de sobornador. Pero su
educación y el trato de gente en el que tenía larga y variada
experiencia tuvieron que hacerle comprender que el dinero no era
elemento para detener el paso patriótico de Albizu. Difícil es para
quien conoció a Albizu imaginar a Albizu declinando finamente un
intento de soborno.
Los tejedores de esta leyenda hacen poco favor a Albizu. El
intento de soborno presupone flaqueza en aquél a quien se le hace la
oferta.
La historieta no pasa de ser eso: una historieta.
La segunda y última vez que Albizu y Riggs departieron fue en
ocasión de una asamblea de los colonos de caña celebrada en el hoy
Teatro Tapia. Albizu había sido invitado a hablar y Riggs no perdería
la oportunidad de observar directamente los efectos del contacto entre
los colonos de caña y Albizu. Durante acaso una media hora hablaron
sobre generalidades, sentados en el escenario, antes de comenzar el
20 EL LIDER DE LA DESESPERACION

acto. La entrevista fue cortés y afable. Lo único desentonante fue


posiblemente mi malacrianza.
He recordado muchas veces aquella media hora. Doy testimonio
de que entre ambos hombres no había antipatía personal.
Cierro este capítulo con una nota muy particular.
Albizu no ordenó la ejecución de Riggs ni participó en la
conspiración para llevarla a cabo. Hizo su discurso, tomó el juramento
y esperó. Un día en diciembre le advertí la posible inmediatez del acto.
No hizo comentario. Volví a advertirle en enero. Un poco enfadado
me dijo: – "No quiero volver a oírlo".
Aclararé por qué hago esta afirmación.
Si la ejecución de Riggs llegase a resultar con prueba irrefutable,
cosa en la cual no creo, un error fatal para la lucha por la
independencia, la responsabilidad de sus gestores sería
verdaderamente enorme.
Había ciertamente, tras ese acto, seis años de agitación
revolucionaria albizuísta. De actividades revolucionarias también.
La enérgica dramaticidad del discurso pronunciado por Albizu en
el cementerio El Seboruco, lo señala también como inductor del drama
patriótico del 23 de febrero de 1936.
Pero el ámbito que llevara hasta el histórico suceso queda
incompleto sin la constante jactancia, arrogancia y bravuconoreía de
Riggs. La única explicación posible para tal conducta en hombre de su
carrera es la intención de envalentonar a sus hombres, creando un
espíritu de cuerpo contra los nacionalistas. El olímpico desdén de
Riggs por el pueblo colonizado lo llevó a una subestimación suicida de
la capacidad de decisión en los puertorriqueños. Creo que Riggs no
hizo objeto a Albizu de ese desprecio ni de esa subestimación. Había
sido informado sobre él por quienes formaron su inteligencia,
dinamizaron su voluntad y tuvieron a su disposición tiempo bastante
para resumir sus observaciones. Albizu, pudo pensar Riggs, era la
excepción que prueba la regla. Pero jamás pensó que tuviera a su
disposición el elemento humano capaz de asimilar volitivamente su
mensaje. Posiblemente creyó que la formación misma de Albizu,
universitaria y militar, le prohibía todo aventurerismo. Pensó que
jamás se dispondría a actuar sin contar previamente con la
organización necesaria y sin los medios materiales correspondientes.
Creyó del mismo modo que la sincera, apasionada elocución de Albizu
en El Seboruco se disolvería en la atonía colonial de sus oyentes.
Jamás pensó que en el silencio con que se oyó a Albizu implorar el
JUAN ANTONIO CORRETJER 21

juramento de la dignidad patriótica ofendida, estaban quienes, antes ya


de aquel momento, lo condenaron a muerte.
En descargo de Riggs puede decirse que su juicio no era único.
Era el juicio mismo de su gobierno cuando decidió apoderarse de
Puerto Rico. Así lo revelan las instrucciones secretas dadas al General
Miles en febrero de 1898. Así lo declara bestialmente Coolidge en su
libro de poco después. *
Desgraciadamente hay más. Su gobierno había asesinado a
Sandino sin que un brazo latinoamericano nivelara una pistola sobre
Washington. ¿Estaba el espíritu hispanoamericano herido de atonía
colonial?
Téngase en cuenta además que fenómeno tan profundo y complejo
como el de la violencia de los pueblos coloniales quedó sin estudio de
mérito hasta que Franz Fanón lo sometió a su examen: elocuente,
copioso, estremecedor, atropellado. Al día de hoy censurablemente,
una de las áreas más importantes reservada a la sociología marxista ha
quedado sin cultivo.
Riggs mismo se ocupó de probar la complejidad de este fenómeno
hasta la hora misma de su muerte. Fallado el intento de Hiram Rosado
"lo juicioso, lo militar, era que Riggs se marchase inmediatamente al
Cuartel General y aguardase allí los resultados inmediatos" (opinión
expresada por Albizu, que comparto).
Estos en aquel momento podían ser conjeturablemente distintos.
Podía ser la captura sin consecuencia de su agresor o con éste herido o
muerto al resistir el arresto. También el golpe de estado o una
sublevación popular.
Ocurrió lo primero. Beauchamp se rindió con las famosas
palabras:
–"Yo no tiro a mis hermanos"–.
Pero los policías puertorriqueños a quienes se rindió no eran
hermanos suyos. Eran hermanos de Riggs... por $75 mensuales.
¡Trágico sentimentalismo! Minutos después sus "hermanos" lo
asesinaban en el Cuartel General.
Ya advertimos que la violencia colonial es fenómeno muy
complejo.

*
No se trata del Coolidge que fuera Presidente de Estados Unidos, sino a
un comentarista norteamericano que escribiera un libro sobre Puerto Rico
a principios del Siglo.
22 EL LIDER DE LA DESESPERACION

Riggs pudo pensar que un segundo atentado, inmediatamente


después del fracasado (y con su primer agresor ya detenido) no se
produciría. La experiencia histórica, la suya misma lo aleccionaban.
Eso era lo aprendido en la experiencia secular del terrorismo europeo.
Se equivocó. Le costó la vida. Su equivocación era tan profunda que
se la habría costado aunque Beauchamp también hubiese fallado.
Ocurrieran el golpe de estado o la sublevación popular. Su
temeridad, su arrogancia, su desdén por el pueblo colonizado, habrían
privado su gobierno del único oficial de mérito presente en Puerto
Rico aquél día.
JUAN ANTONIO CORRETJER 23

LA BATALLA DE LOS CALDEROS Y LAS OLLAS

No me aprovecharé del patetismo de mis anteriores palabras para


excusarme y no volver sobre lo de la imprevisión que nos inmovilizó
el 23 de febrero de 1936. Si el recuento de nuestras experiencias ha de
tener algún valor didáctico escudriñarlo con impiadosa autocrítica es
nuestra tarea más productiva.
Recuerdo algunas expresiones de la tribuna albizuísta de la que se
hiciera mucha mofa, aún en momentos cuando su autor gozara de
mayor prestigio. Por ejemplo: aquello que dijera en Ponce sobre
combatir a los yankis con los cuchillos, tenedores y cucharas del ajuar
hogareño y hasta con las ollas y calderos de las cocinas.
Intelectuales, profesores, periodistas, profesionales, políticos,
todos víctimas del apocamiento con que el maquinismo burgués
apabulla sus mentes se burlaban de tales pronunciamientos.
Arremolinado junto a la tribuna el pueblo lo aplaudía frenéticamente,
arrastrado por su emoción; pero sin reflexionar en el sentido
revolucionario profundo de sus palabras. Es cierto que la mujer más
débil si mantiene su valor y quiere defender su dignidad no está
indefensa ante el soldado mejor armado si le hunde a éste un alfiler en
un ojo.
Con verdadera pasión ha embargado nuestro espíritu aquel
anecdotario del 2 de mayo madrileño que nutrió nuestra infancia;
aquellas ollas llenas de aceite caliente que desde balcones y ventanas
las cocineras de Madrid lanzaban sobre la desmoralizada tropa
napoleónica.
Sobre Albizu y sobre todos nosotros pesó más en aquellos
momentos, como tara insuperable, nuestra propia formación histórica
y nuestra idea de lo revolucionario militar. La profunda entraña
revolucionaria del arrebato tribunicio no nos iluminó aquel día 23 de
febrero de 1936 porque no había guiado nuestros pasos a través de los
tesoneros esfuerzos que por armarnos hicimos durante varios años.
Recuerdo. En 1934 me entrevisté con el presidente haitiano
Etienne Vincent. La entrevista iba muy placentera, muy gentil, hasta
que puse sobre su escritorio una libreta de bonos de la República. (La
famosa emisión hecha por el Partido Nacionalista en 1932). Vincent se
levantó nerviosamente de su asiento. Leí en su ademán y en sus ojos el
cobarde designio de entregarme a su Guardia. Se contuvo. Haciendo
un supremo esfuerzo de serenidad me preguntó por qué con los medios
de comunicación existentes en Puerto Rico necesitábamos tanto
24 EL LIDER DE LA DESESPERACION

dinero. Calé la intención de su pregunta y la temí más que a su


Guardia. Me enfrasqué en una larga explicación dejada sin terminar
porque poniéndose nuevamente de pie me dio a entender que la
entrevista había terminado.
Al anochecer de ese mismo día entrevisté al Comandante de la
Gendarmerie (equivalente haitiano del ejército nacional) y presunto
aspirante a suceder a Vincent en la presidencia. Lamento no recordar
su nombre. Como en el caso de Vincent anteriormente la evocación de
los empeños puertorriqueñistas de Dessalines y Boyer y las afinidades
haitianas de Betances conmovieron nuestras palabras. Pero cuando
pregunté si podría adiestrarnos un pelotón de metrallistas el hielo cortó
su lengua. Más hombre que Vincent, me dijo que ni él ni ningún
funcionario haitiano podía complacerme.
David Gay Caibó, Encargado de Negocios de Cuba en Puerto
Príncipe me aconsejó esa noche que saliera de Haití. Enterado por un
amigo mutuo – el poeta Pierre Moraviah Morpeau – que no disponía
yo de dinero para pagar mi hotel y pasaje me envió de su haber
personal el dinero necesario. Lo acepté como préstamo que pagué
escrupulosa y gustosamente.
En La Habana, otro día, en conversación con Enrique Fernández y
Rubén de León indiqué la urgencia que teníamos en Puerto Rico de
algunas quince subametralladoras Thompson. Fernández, que llevaba
ya en la frente la muerte a traición con que lo señalaba el dedo asesino
de Batista, sonrió con tristeza. León puso en mi rodilla la mano
amistosa: – "¡Ya quisiéramos nosotros tenerlas!" –
No es éste el recuento de aquellos esfuerzos por armarnos. Me he
referido solamente a tres, sin duda los más tontos y el más candoroso,
a vía de ilustración del tesón y alcance con que lo intentamos. Pero
también como ejemplo de lo que para mí ha sido nuestra fundamental
desorientación al pensar el programa militar de nuestra revolución
libertadora. La intuición del tribuno revolucionario se señalaba a sí
mismo, nos señalaba a todos, en sus arrebatos tribunicios el rumbo
verdadero. Sin embargo, cuando nos poníamos a construir
racionalmente nuestros proyectos revolucionarios, nuestra formación
histórica se volvía contra nosotros como un espectro. Un ejército de
fantasmas se levantaba ante nuestra admiración como una
ejemplaridad, desde Carabobo a Ayacucho, para gritarnos, bajo la
iluminación de los grandes momentos de la historia: – "¡Vanguardia
adelante! ¡Paso de vencedores!" –
JUAN ANTONIO CORRETJER 25

Las ollas, los calderos, los cuchillos de mesa, los tenedores y


cucharas que en la tribuna Albizu quería ver transformados en armas
anti-imperialistas, además de ser armas verdaderas eran también un
símbolo: magma verbal de otro recuerdo glorioso, de otro gran
momento de la historia mucho más cerca de nosotros, de nuestra
circunstancia y nuestro tiempo: el 2 de mayo. Y además un programa:
la guerra popular.
Pero en eso no pensábamos. Otro tipo de imaginería heroica
avasallaba nuestra imaginación. ¡Bolívar! "Con una montaña por
tribuna, con la tiranía descabezada a los pies..." El héroe único que
sereno "en medio del combate se desmonta del caballo de la gloria y
sus soldados estupefactos lo ven tranquilamente acomodarle la
montura" mientras en torno suyo el enemigo riega con sus fuegos el
campo de batalla.
Comprendo el realismo de Pedro Albizu Campos luchando contra
ese desfile de pabellones peinados por el plomo; oponiendo, a la falta
de una enérgica y desarrollada voluntad colectiva de lucha en el
pueblo al que amó con las entrañas vertidas en el verbo iracundo,
inventar su teoría del "ejército de un sólo hombre", reverso de la
misma medalla, pero capaz por lo menos de tener nombre propio, real,
glorioso y efectivo y llamarse Elias Beauchamp. Recuerdo mi propia
conciencia de niño que aprendió de memoria antes de saber leer las
décimas inmortales de López García. Al mismo tiempo mi
inarrancable ser de hombre de mi siglo, de adolescente contagiado por
la Liga Anti-imperialista y el resplandor lejano de la Revolución de
Octubre, debatirse con la imagen también grabada en mi espíritu por la
palabra de mi madre, de aquel Maceo inmortal casi echado de bruces
sobre el caballo de batalla, cargando frente a un batallón de truenos y
descabezando españoles con el relámpago que en su mano triunfó en
Peralejo. Y ni aún la imagen sobria y cercana de Sandino, ídolo y líder
de mis años más tempranos, era bastante para hacerme volver a la
intuición genial – ollas, calderos, cuchillos de mesa, tenedores y
cucharas – del discurso de Ponce que refulgía como un símbolo y se
presentaba como un programa. Un programa militar para la revolución
puertorriqueña: la sublevación popular como en el 2 de mayo, la
guerra popular como la hemos sabido después.
26 EL LIDER DE LA DESESPERACION

TERRORISMO

La campaña contra el Partido Nacionalista en general y


particularmente contra Albizu Campos ha identificado al
Nacionalismo, y sobre todo al albizuísmo como fase específica del
nacionalismo, con el terrorismo. Se ha creado la impresión de que con
el advenimiento de Albizu al liderato nacionalista llegó a Puerto Rico
el terrorismo. Veremos.
El movimiento obrero a partir de principios de siglo y hasta la
liquidación de la Federación Libre usó el terrorismo y el sabotaje
como instrumentos legítimos de la lucha de clases. Es más. A mediar
ya la década de los años 30, y a tiempo en que clandestinos
nacionalistas dinamitaban el viejo edificio de la Compañía Telefónica
en San Juan y el Cuartel de la Policía en Villa Palmeras, resonaban,
por Juncos y Caguas, los últimos dinamitazos surgidos del
economicismo iglesista. Los fuegos en los cañaverales que aún hoy
entretienen, ocasionalmente, la impaciencia revolucionaria, fueron
esfuerzo concentrado de los federacionistas a partir de 1900.
El Partido Republicano, fundado y dirigido por Barbosa, tuvo sus
llamadas "turbas", que no eran otra cosa que terroristas al servicio del
anexionismo. Federales y Unionistas de Muñoz Rivera también los
tuvieron, aunque menos audaces e insistentes. A principios de los años
30 de este siglo, antes que los nacionalistas pusiéramos nuestros
primeros cartuchos de dinamita u organizásemos nuestros primeros
grupos de choque, los "Liberales" de Barceló y Muñoz Marín y los
"Republicanos" de Martínez Nadal e Iriarte tenían grupos de coacción
armada. Los usaban para matarse los unos a los otros. Unos y otros
habían ya ensangrentado sus banderines sectarios antes que el primer
nacionalista nivelara un arma contra un adversario.
La actividad llamada "terrorista" dinamizada por los nacionalistas
tiene sin embargo rasgos que obligan a un estudio más profundo. Dado
el planteamiento albizuista sobre la nulidad del Tratado de París,
aceptado por el Partido y hecho por la juventud base y orientación de
toda nuestra actividad política, un estado de guerra existía entre Puerto
Rico y Estados Unidos. El sabotaje, la demolición, la coacción y
desmoralización de las fuerzas a su servicio eran legítimas acciones de
guerra en defensa de nuestra soberanía.
Tal y como los trabajadores de la Federación Libre usaban el
sabotaje y el terrorismo para sostener su lucha, claros en el concepto
de que la lucha de clases es guerra, guerra a muerte, los grupos
JUAN ANTONIO CORRETJER 27

nacionalistas de acción dirigían sus actos de guerra contra el invasor y


sus defensores quintacolumnistas que los apoyaban. El Programa del
Partido, redactado por Albizu y aprobado en la Asamblea General
Ordinaria celebrada en el Ateneo Puertorriqueño el 12 de mayo de
1930, decía que, el Partido Nacionalista – "Tratará sin piedad a los
nativos o extranjeros que, por buenas o malas artes, pretendan afianzar
el régimen colonial, en cualquier forma que se presente al país".
Señalamos, además, la moderación con que el Nacionalismo usó
estos instrumentos de lucha.
Pongamos, por caso, los atentados personales. En toda la historia
del albizuísmo solamente cuatro atentados personales se efectúan.* Sus
objetivos son: el coronel Riggs, Santiago Iglesias, el juez Robert
Cooper y el general Blanton Winship. Note el lector que ninguno de
ellos es puertorriqueño. Y que cada uno de ellos justificó con su
conducta la agresión.
Riggs, por ejemplo, sobre la sangre aún caliente de nuestros
mártires de Río Piedras, de cuya muerte él mismo era responsable,
declaró a la prensa que "habrá guerra, guerra, y guerra contra los
nacionalistas". Lo que trajo mi respuesta como Secretario General del
Partido Nacionalista: "Juega con fuego el coronel. Habrá guerra,
guerra y guerra contra los yankis".
En plena campaña electoral de 1936, cuando la persecución contra
el nacionalismo en particular y el independentismo en general era más
fuerte; y cuando la imantación de los puertorriqueños hacia el
patriotismo predominaba, Iglesias, en la tribuna pública de su partido,
afirmó dos veces (y en discursos transmitidos por la radio) que "La
patria es el refugio de los canallas". Cuando empezó a decirlo por
tercera ocasión, en Mayagüez, no pudo acabar. El patriota Domingo
Saltary lo detuvo a tiros.
El Juez Cooper presidió el Tribunal que condenó a presidio a
Albizu Campos y a los que fuimos sus compañeros de juicio, en 1936.
Eso, de por sí, no justificaba el atentado. Pero era de público
conocimiento – y ahí están las colecciones de los periódicos de la
época y la aún tradición viva ecuánime – el descaro y el odio
demostrados por Cooper durante todo el proceso. Fíjese el lector en
que el atentado no se dirigió contra el Fiscal Snyder, cuya función

*
He dicho cuatro; porque la muerte a tiros del policía Colón, en Río
Piedras fue la acción individual e intempestiva de un nacionalista; por lo
cual el gobierno pudo sacar de él mucha ganancia.
28 EL LIDER DE LA DESESPERACION

sobrepasó los límites de los desmanes habituales entre estos


funcionarios de la judicatura norteamericana, sino contra el Juez. Para
muestra de su ensañamiento recordemos que sentenció a Luis F.
Velázquez a diez años de presidio, a pesar de que el nombre de
Velázquez ni siquiera aparece en el Expediente, excepto en la
acusación y sentencia.
Del general Winship no hay que hablar, excepto para señalar que
el aniversario de la invasión de Puerto Rico por los yankis nunca lo
celebró el Gobierno fuera de San Juan, ni antes ni después de 1938. En
ese año, Winship, rodeado de tropas, escogió a Ponce para celebrarlo.
Para celebrarlo exactamente en la ciudad misma y no lejos del mismo
lugar, en que apenas transcurrido un año, había ordenado la famosa
Masacre. La respuesta se la dio a tiros Ángel Esteban Antongiorgi.
Esto en cuanto a los hechos, específicamente.
Nos falta ahora enfocar el terrorismo a la luz de la teoría
revolucionaria.
Como marxista, juzgamos el terrorismo como una de tantas
actividades radicales llevadas a cabo al margen de las masas y, en el
fondo, por falta de fe en las masas. Al mismo tiempo afirmamos que el
estado capitalista es un aparato fundado en la coacción, que es de
naturaleza represivo, y que su poder funciona a través de instrumentos
de terror como el ejército regular, la policía, los tribunales de justicia,
los presidios. Mediante estos instrumentos de terror sostienen el
régimen de explotación de los capitalistas contra los trabajadores. En
la lucha que en respuesta a ese despotismo llevan a cabe los
trabajadores condenar a los trabajadores por recurrir al terrorismo es
simplemente faltar a nuestro deber de orientarlos hacia su
organización ascendente revolucionaria de clase; o sea, el movimiento
obrero, su politización con la organización de un partido propio, y la
organización ideológica según el marxismo-leninismo .alejándolos a la
vez del economicismo, del reformismo y el revisionismo.
El grupo obrero a nivel de una explotación específica debe seguir
siendo la base para la organización del Partido marxista revolucionario
y de su lucha misma saldrán su brazo armado y su acción
revolucionaria. A los trabajadores no se les debe engañar haciéndoles
creer que pueden librarse de la explotación a través de los medios
pacíficos de lucha. Por el contrario, deben ser aclarados
constantemente en cuanto a que su liberación, que ellos mismos harán,
depende de una revolución; que la revolución es un hecho violento con
que una clase derroca a otra clase para establecer su poder propio: en
JUAN ANTONIO CORRETJER 29

este caso el proletariado a los capitalistas – y que ese hecho violento


indispensable, necesita para vencer un mínimo previo sin el cual toda
tentativa será baldía: un partido marxista-leninista que dirija la
revolución obrera y un ejército dirigido por el partido que lleve a cabo
las tareas militares de la revolución.
Aceptando que la lucha por la independencia política es una forma
específica de la lucha de clases, y que el proletariado ha de darle su
contenido clasista, y a la vez protagonizar la revolución liberadora, va
sin decirse que en la lucha por la independencia rige la misma
orientación que acabamos de señalar.
Profundizando en la posición marxista frente al terrorismo
repetimos que siempre es un recurso radical que demuestra falta de fe
en las masas y por lo mismo opera al margen de ellas.
Dentro de ese planteamiento juzgamos los distintos actos
terroristas de acuerdo a como afectan a las masas y en como las masas
reaccionan frente a éstos.
Si un acto terrorista aleja las masas de la revolución ese acto es
obligatoriamente reprobable. Si, por el contrario, el acto terrorista une
a las masas más estrechamente a la revolución obviamente se actuó
correctamente.
El episodio de Angiolillo define a Betances frente a uno de los
momentos más enigmáticos de su vida. Hoy no es motivo de debate si
Betances puso o no puso en manos de Angiolillo los medios para
ejecutar revolucionariamente a Antonio Cánovas del Castillo, el
ilustrado déspota español, Primer Ministro de la Corona.
Lo que puede discutirse es si estuvo en lo correcto, políticamente
hablando, al autorizar la muerte de Cánovas. El Jefe conservador
imponía al pueblo de Cuba las formas más crueles de opresión, tanto
en la guerra como en territorio no beligerante. Su muerte atenuó
grandemente el sufrimiento del pueblo cubano y la guerra continuó
con mayor respeto entre los combatientes.
La ejecución revolucionaria de Cánovas no aisló a la Revolución
Cubana de las grandes masas oprimidas de Cuba. Al contrario, las
acercó más a la revolución. Luego Betances actuó correctamente.
Actuó correctamente porque autorizó el atentado personal en
circunstancias muy especiales: con él se suprimía un dirigente
importante de la opresión, responsable directo de ella. La inversión de
su autoridad moral en el asunto estuvo justificada. No lo habría sido en
caso de que lo que se eliminara fuese un agente policíaco cualquiera,
un diminuto informante, para cuya eliminación hubiese sido necesario
30 EL LIDER DE LA DESESPERACION

el sacrificio del elemento más dispuesto, de mayor inclinación heroica


y mejor futuro revolucionario.
Esta clarificación sobre la ejecución de Cánovas nos trae
directamente a una elucidación de límpido perfil contra el terrorismo
indiscriminado. El del irresponsable que arroja o coloca una bomba
con carga mortífera en lugar público en el cual no podrá hacer otra
cosa como no sean víctimas inocentes, y atraer contra la causa que
pretende defender el asco y el desprecio de las masas.
Ante ese tipo de terrorismo, hágalo quien lo haga, bien sea el
descarriado individualista de la revolución o alguna organización
específica, solo caben el repudio y el castigo, igual que lo merece con
mayor razón el jefe de estado y el gobierno que lanzan su aviación de
guerra a bombardear ciudades, llámese éste Hitler contra Europa o
Nixon contra Vietnam.
No encuentro manera posible de pensar que el Partido
Nacionalista, por su origen y cuadro clasista, por su radical posición y
por el contexto internacional en que se desenvuelve, pudiese escapar a
lo que se ha llamado acción directa, o sea, el sabotaje, el atentado
personal. * Todo el ejemplo de las luchas liberadoras de la época lo
hacen. Es la hora de Guiteras y la "Joven Cuba" y de I.R.A. en Irlanda,
para mencionar solamente dos, por ser dos que, por motivos muy
especiales, tenían que influir más hondamente en Puerto Rico.
Lo importante es dilucidar si estos atentados personales alejaron o
acercaron las grandes masas oprimidas de Puerto Rico a la bandera
independentista.

*
Para la juventud que en Puerto Rico venera a "Che" Guevara, esta cita
suya: –"El sabotaje nada tiene que ver con el terrorismo; el terrorismo y el
atentado son fases absolutamente diferentes. Creemos sinceramente que
aquella es un arma negativa, que no produce en manera alguna los efectos
deseados, que puede volcar a un pueblo en contra de determinado
movimiento revolucionario y que trae una pérdida de vidas entre sus
actuantes muy superior a lo que rinde en provecho. En cambio, el atentado
personal es lícito efectuarlo, aunque sólo en determinadas circunstancias
muy escogidas; debe realizarse en casos en que se suprima mediante él
una cabeza de la presión. Lo que no puede ni debe hacerse es emplear el
material humano, especializado, heroico, sufrido, en eliminar un pequeño
asesino cuya muerte puede provocar la eliminación de todos los elementos
revolucionarios que se emplean, y aún más, en represalia". (Guerra de
Guerrillas").
JUAN ANTONIO CORRETJER 31

Creo que para examinar el asunto bastaría con el caso de mayor


importancia, no sólo por las razones ya mencionadas en otro capítulo
sino también porque es cronológicamente el primero.
La respuesta puede encontrarse en la prensa de la época. Una
comparación entre la enorme masa que acompaña a su entierro a
Beauchamp y Rosado y el pequeño séquito oficial que lleva a Riggs a
su tumba es una prueba. Como hay fotografías de ambas el curioso
puede recurrir a hemerotecas.
Pero la prueba más grande en el sentido de que la ejecución de
Riggs no alejó al pueblo de nuestra bandera la ofrece el hecho mismo
que parecería más lesivo al nacionalismo: el proceso en la Corte
Federal.
¿Por qué recurre el gobierno a encausarnos por conspiración
insurreccional, pasando por encima de sus deseos de acusarnos por
asesinato?
La razón es una: no podían contar con un solo jurado que nos
declarase culpables. La emoción popular se levantaba, como una
muralla intraspasable, contra el deseo gubernamental, desde Casa
Blanca a La Fortaleza. En el primer juicio en la Corte Federal el
gobierno no consigue una sentencia: el jurado se divide por la mitad:
los puertorriqueños (anexionistas todos menos uno) y los americanos.
Los primeros absuelven y los segundos condenan. No hay acuerdo. El
gobierno tiene que recurrir a la selección de un jurado especial,
escogido en Fortaleza, y compuesto por yankis con solamente tres
jurados nacidos en Puerto Rico pero obligados a votar según la
imposición de las compañías norteamericanas que representaban.
Los grandes terroristas de la época fueron, en Puerto Rico, Riggs,
responsable de la Masacre de Río Piedras; el coronel Cole, *
responsable del asesinato de Beauchamp y Rosado en el Cuartel
General; el coronel Orbeta, a cargo directo de la Masacre de Ponce, y
el general Winship que las prohijó todas y planificó la de Ponce.
Dado el carácter preponderante que en la historia de Puerto Rico
tiene Santiago Iglesias Pantín, como figura la más destacada en la
colonización del movimiento obrero, cabe plantearse si el atentado
contra su vida provocó una reacción violenta contar los nacionalistas.
La respuesta es no; pero la sequedad del no tiene un contenido muy
elocuente. Iglesias había muerto antes que Saltary lo hiriera en
Mayagüez, mucho antes de que un mosquito lo liquidara en Méjico.

*
Jefe del Ejército.
32 EL LIDER DE LA DESESPERACION

"Liderato difunto" había llamado Albizu a Iglesias y sus tenientes en


Guayama, dos años antes.
Y, ¿no es ese el significado del liderato de Albizu en la huelga del
1934? Ya iglesias no era el líder de los trabajadores de Puerto Rico.'
No era más que un politiquero colonial, un pobre resident
commissioner en Washington. Iglesias era un cuerpo vacío en 1936.
Lo que se castigó fueron sus palabras. La osadía de llamar "refugio de
los canallas" a la patria no se le toleraba a nadie en el Puerto Rico de
1936.
JUAN ANTONIO CORRETJER 33

LA ASOCIACION DE TRABAJADORES

Un recuerdo muy vivo llega a mi pluma desde los confines de


aquel enero de 1934. Fue en Ciales que me enteré por la radio de la
salida de Albizu hacia la huelga cañera. Era tarde; y a mis compañeros
Juan Ortiz y los "Guares" San Miguel, y a mí mismo, nos fueron
difíciles la trasbordos hasta llegar a Río Piedras. Ahí nos enteramos
que Albizu estaba en Fajardo y no en Guayama como había
comunicado la radio.
Salimos inmediatamente hacia Fajardo, pero en Canóvanas nos
detuvo la situación casi de motín en medio de la cual se encontraba
nuestro valiente compañero Álvaro Rivera Walker. Canóvanas era un
centro nervioso de la huelga. Pasado el peligro inmediato, seguimos
viaje a Fajardo.
Llegamos de noche. Albizu estaba en el hotel del pueblo, cercano
a la Plaza, y allá nos dirigimos. Esperamos largo rato para poder
hablarle y ponernos a su disposición. Albizu conferenciaba a puertas
cerradas con el liderato nacionalista de Fajardo. Como muchos de
ellos trabajaban para la Fajardo Sugar Company o estaban
relacionados de alguna forma con la Central, su importancia para el
partido crecía en aquellos momentos. Era muy natural para nosotros
los recién llegados que la conferencia se prolongara. Era parte de
nuestro comportamiento jamás demostrar prisa en situaciones como
aquella, ni interés en saber lo que Albizu conversara privadamente con
otros compañeros. Éramos, en verdad, una fraternidad muy estrecha.
La mutua confianza era absoluta. Para nosotros, los jóvenes con quien
Albizu contaba para todas las situaciones y a todas horas; los que
estuviésemos en dónde estuviésemos y haciendo lo que se estuviera
haciendo bastaba una señal para dejarlo todo y volar al sitio que se nos
destinara, todo miembro del partido era, con sólo serlo, bueno, sin
mácula, incapaz de doblez, segundas intenciones, o motivos ocultos.
En una palabra, como nosotros mismos, ninguno podía tener otro
interés que no fuese el de la patria.
Pasó mucho tiempo para que me enterara de lo hablado y
discutido aquella noche en la conferencia a puertas cerradas del hotel
fajardino. No lo supe hasta que el mismo Albizu, en una de nuestras
conversaciones en Atlanta, me lo dijera.
Los dirigentes nacionalistas de Fajardo estaban trabajados por una
gran preocupación. Na pasaban por alto el significado e importancia
del llamado hecho a Albizu por los trabajadores. Al mismo tiempo
34 EL LIDER DE LA DESESPERACION

temían que la participación de Albizu en la huelga comprometiera el


partido a seguir un camino que a ellos – oficinistas, ejecutivos,
comerciantes, clase media en fin con impulso ascendente – no les
gustaba. Temían sobre todo que Albizu se quedara en Fajardo a dirigir
localmente la huelga, organizara una unión en la Central. Trataron por
lo tanto de persuadir a Albizu a que se redujera a pronunciar un
discurso de aliento patriótico a los trabajadores, de defensa de sus
derechos en la huelga y de fusta contra los americanos (la Fajardo
Sugar Company era propiedad de los Armstrong de Nueva York).
Albizu tuvo mucha dificultad en persuadirlos a no temer a la huelga y
en demostrarles que su participación en la misma sólo podía hacer
bien al partido.
Hace muchos años que atribuyo al carácter pequeño-burgués del
Partido Nacionalista su incapacidad para dejar organizada y
funcionando una nueva sindical con la huelga cañera de 1934 por
punto de partida. Señalé este hecho en la primera edición de mi libro
"La Lucha por la Independencia de Puerto Rico" publicada en 1949.
Con la nota que ahora por primera vez publico vigorizo la razón
práctica que animó desde entonces mi afirmación.
No fue solamente en Fajardo en donde Albizu tropezó con la
incomprensión clasista de sus correligionarios.
El problema que se planteaba a Albizu no era pequeño. Los
hombres que se lo presentaban eran sus fieles; miembros firmes y
consecuentes del partido, llegados a sus filas atraídos por el mismo
Albizu. Habían resistido la ola de soborno mesocrático y de
gravitación masiva que trabajó contra el partido desde la organización
del Partido Liberal y la prédica "independentista" de Muñoz Marín.
Era, además, 1934, año en que la política del Nuevo Trato ponía a
disposición de Muñoz Marín un presupuesto federal mayor que el
colonial del que disponía la Coalición gobernante y en que ambos se
volvían contra el Nacionalismo. Era, en fin, el año del llamado Plan
Chardón, proyecto entreguista con millones de dólares a su
disposición, dirigido contra la independencia y manipulado por
supuestos "independentistas".
La duda sobre la estabilidad de los obreros junto al partido una
vez pasada la huelga ha de haber sido muy profunda en Albizu; su
seguridad en los miembros del partido definitivamente mayor.
A su paso por los centros huelgarios Albizu fue dejando un
embrión organizativo que debió ser la Asociación de Trabajadores
Puertorriqueños. Su dirección quedaba enteramente -en manos de los
JUAN ANTONIO CORRETJER 35

mismos obreros. El marxismo-leninismo enseña que en sus albores


organizativos la clase obrera necesita la cooperación dirigente de los
"desprendimientos" de clase: es decir, del elemento burgués
proletarizado por el empobrecimiento general de las masas que es ley
universal del capitalismo. Ese proceso de desprendimientos se produce
además mediante la proletarización mental del elemento más noble de
la pequeña burguesía: intelectuales, artistas, profesionales, y sobre
todo estudiantes. Entre éstos el idealismo ético de su sector de clase
conjuga frecuentemente con el materialismo dialéctico e histórico;
encuentro en éste una explicación del mundo y de la vida que no se le
da en las aulas.
Ese proceso de desprendimientos no se hizo presente en 1934. Los
jóvenes que estábamos dispuestos a todo sacrificio a toda dedicación y
a toda audacia no pensábamos en esos términos. Nuestro pensamiento
y nuestro corazón estaban puestos en la insurrección.
De ahí que la desmovilización de las masas una vez que los
patronos aceptan las "modestas" demandas obreras, condena a muerte
a la Asociación de Trabajadores. Devuelta al espontaneísmo de clase
se deshace en la desmovilización.
Guayama ofrece el mejor ejemplo para ilustrar lo que hemos
dicho. En Guayama Albizu encuentra todos los trabajadores en huelga.
Allí está la Central Aguirre, segundo de los grandes pulpos yankis que
succionan a los trabajadores. No hay sitio en la plaza, no hay lugar en
las calles de Guayama que no estén bajo los pies de los trabajadores.
Albizu tiene que haber sentido ese día ¡aquella noche! más cerca de sí
que nunca la gran masa humana oprimida que es su pueblo.
La presión de la masa sobre el líder es tan grande que es en
Guayama en donde organiza formalmente la Asociación de
Trabajadores. Es en Guayama además en donde un líder regional del
partido acoge la idea. Pero no es un obrero. Es un dentista, el doctor
Eugenio Vera.
El 30 de enero se radican en Secretaría Ejecutiva los Artículos de
Incorporación de la Asociación. Interesa ver quiénes fueron sus
incorporadores: Eugenio Vera, Ángel María Vargas, Nicolás Ortiz,
Aguedo Ramos Medina, Juan Colón, Raimundo Díaz, Santos Cruz,
Nicolás Jiménez, Jesús Porrata, Domingo Masso, Dámaso Hernández,
y Lorenzo Vázquez.
El doctor Vera aparte, Albizu no encuentra un sólo dirigente
nacionalista en Guayama dispuesto a echarse encima la grave tarea de
organizar a los trabajadores contra los patronos de Aguirre. Ángel
36 EL LIDER DE LA DESESPERACION

María Vargas vivía en Río Piedras. En esos momentos dedicaba casi


todo su tiempo a acompañar a Albizu. (Sin sueldo, esté claro.)
Raimundo Díaz tampoco era obrero. Estaba señalado para otras tareas:
el presidio, el destierro y la muerte en combate, no para la de organizar
trabajadores. Tampoco residía en Guayama. Aguedo Ramos Medina
presidía la Junta Municipal Nacionalista de Santurce, en donde residía.
No era obrero; su interés se concentraba en los Cadetes no en los
trabajadores. Nicolás Jiménez vino al Nacionalismo desde el Partido
Socialista amarillo, coaligado entonces con el Republicano en el
gobierno colonial. Había perdido su interés en la clase obrera. Con
toda su acogedora actitud ante la idea de la Asociación, el doctor Vera
tampoco abandonaría su clínica para dedicarse a la clase obrera. No
puedo juzgar a los otros. Me inclino a creer que eran obreros y
residentes en Guayama. Pero ahí está en todo su dolor la razón teórica
probada por la experiencia. Sin dirección, abandonada al
espontaneísmo de clase, cualquier organización obrera se destruye.
Como la Asociación ha sido debidamente inscrita en Secretaría
Ejecutiva, ésta requiere de los incorporados un informe anual. Lo
requiere en vano en 1936, 1937 y 1938. El 19 de agosto de 1938 el
doctor Vera dirige al Secretario Ejecutivo la siguiente carta:
"Me refiero a su comunicación del 1ro de agosto concerniente a la
Asociación de Trabajadores de Puerto Rico. Deseo advertirle, señor
Gallardo, que dicha Asociación fue una entidad que murió al nacer,
que no tuvo actividad alguna después de ser organizada y que todos
sus miembros organizadores, unos han muerto otros se han ausentado
de la ciudad, y otros no sé ni dónde viven. Ni yo como presidente,
ningún otro miembro, se ha vuelto a ocupar más de esta Asociación.
"Yo siento informarle que no puedo darle información alguna
sobre ella más de la que le doy aquí, por no tener ni un sólo papel* que

*
En carta fechada en Guayama el 26 de agosto de 1936, el doctor Vera
escribe al Secretario Ejecutivo Carlos Gallardo: "Cuando usted solicitó de
mí por primera vez dicho informe, se lo comuniqué al Sr. Velázquez,
quién me aseguró que haría el informe y se lo remitiría a usted, siendo
ésta la razón por la cual no me ocupé más del asunto, confiando en que el
Sr. Velázquez cumpliría con su promesa. "Como todos los documentos
referentes a esta asociación estaban en poder del Sr. Luis F. Velázquez,
hoy preso político en La Princesa, no me es posible detallar el Informe
que Ud. me pide". Velázquez dio a guardar unas cajas con documentos a
un nacionalista de apellido Cortés, pequeño comerciante establecido en
JUAN ANTONIO CORRETJER 37

pueda orientarme". (Legajo 713, Fichero del Departamento de Estado.


Archivo del Instituto de Cultura Puertorriqueña.)
Por disposiciones tomadas en Secretaría Ejecutiva el 23 de julio
de 1939, Gallardo comunicó a Vera la disolución legal de la
Asociación. Diez días antes, Vera la había solicitado.
–oOo–

Una cuestión queda pendiente. Una de las cuestiones de mayor


importancia en la historia política de Puerto Rico del Siglo XX.
Con todo el amor y todo el respeto que se le tiene ¿puede
excusarse a Albizu Campos, así, a la ligera, su descuido con la
Asociación de Trabajadores?
Recordemos su Programa de 1930. Refiriéndose al movimiento
obrero y a la organización obrera dice:
"Libremos al obrero inmediatamente del caudillaje del obrerismo
desorientado de origen yanki, que, bajo la sugestiva denominación de
socialistas, pero sin definición política alguna, y, por lo tanto los más
hábiles defensores del coloniaje, lo han hecho portador de la bandera
norteamericana, bajo cuya sombra impera este coloniaje que nos ha
convertido en esclavos de las corporaciones y empresas
norteamericanas.
"El Partido Nacionalista desarrollará el siguiente programa
económico:
1. – Organizará a los obreros para que puedan recabar de los
intereses extranjeros o invasores la participación en las ganancias a
que tienen derecho, asumiendo su dirección inmediata, poniendo
hombres de talla, responsabilidad y patriotismo para dirigirlos".
El Programa, suyo de principio a fin, demuestra la conciencia que
Albizu tuvo de lo que para la lucha por la independencia significaba la
colonización del movimiento obrero y su emancipación. Y es tanta la
importancia que da a este hecho que el primer punto de su programa
económico lo dedica al movimiento obrero. La evidente conciencia
burguesa y elitista del pronunciamiento, no quita una coma a su
importancia, ni a la que Albizu le da a los trabajadores como fuerza de
lucha independentista. El anti-imperialismo del planteamiento es

Santurce. Años más tarde este negocio fue embargado. Al encontrar en el


negocio dichas cajas el Gobierno se incautó de ellas. (Informado por
Paulino E. Castro al autor.)
38 EL LIDER DE LA DESESPERACION

poderoso y claro. Dado su contenido de clase obligatoriamente


limitado. *
Conmovido en sus más íntimas entrañas patrióticas, enfrentado a
aquellos cuatro mil trabajadores enfurecidos que lo aclaman en
Fajardo y lo siguen machete en mano hasta Ceiba; sacudido en sus
sentimientos más profundos de hijo de su pueblo ante aquella
Guayama erguida en seis mil macheteros que él lleva en desafío
triunfal por los predios prohibidos de Aguirre y Guánica, el hombre de
acción que es en esencia declara a los trabajadores el más grande, el
verdadero poder de la patria. Viéndolos erguirse en lucha declara "la
patria resurrecta".
Ahí estaba, alrededor suyo, entregándole su alma generosa, el
verdadero, el más grande poder de la patria, la patria resurrecta; ahí
estaba, hecho carne y hueso, la expectativa de su Programa escrito
cuatro años antes. ¿Cómo es posible que aquella poderosa voluntad, la
más grande que hasta ahora ha producido Puerto Rico, no se agarrase a
la Asociación de Trabajadores para llevarla adelante?†
Todas las grandes cuestiones sociales empiezan por plantear un
problema filosófico que finalmente se resuelve en el campo de batalla.
Son las ideas las que dirigen la voluntad y una voluntad, por fuerte que
sea, no irá más lejos que a donde sus ideas la dirijan. El contenido
ideológico de aquella privilegiada inteligencia no era la del
revolucionario de la clase obrera. Nuestra historia sería otra y mejor si
Albizu hubiese sido comunista.
Muchas razones, aun cuando muchas otras nos asisten, tenemos
para nuestra diaria insistencia en la clarificación, la precisión, de las

*
José Carlos Mariátegui, por quién Albizu sintió, si alguna, muy poca
simpatía, dejó escrito:
"Ni la burguesía, ni la pequeña burguesía, en el poder, pueden hacer una
política anti-imperialista... ¿Qué cosa puede oponer a la penetración
imperialista la más demagógica pequeña-burguesía? ... El asalto del poder
por el anti-imperialismo, como movimiento demagógico populista... no
representaría nunca la conquista del poder por las masas proletarias, por el
socialismo".

Aquí se plantea un comienzo de respuesta a la afirmación que hace a
Albizu fascista. De haberlo sido no habría descuidado su organización
obrera, como no lo hicieron ni Mussolini, ni Hitler, ni Sala- zar, ni Franco,
ni Perón.
JUAN ANTONIO CORRETJER 39

ideas comunistas, en la ideología del marxismo-leninismo. Pero una de


particular importancia nos obliga. La confusión ideológica y el
contrabando de ideas es rasgo evidente en el independentismo de hoy.
Llamarse socialista, marxista-leninista, se ha vuelto un relajo. Nunca
más importante que ahora la clarificación ideológica. Es indispensable
no solamente que se sepa que la clase obrera, por ser la mayor fuerza y
llevar en sí la capacidad de desarrollo de la nación, es el factor
decisivo para independizar a Puerto Rico y establecer la República
Socialista. No solamente es indispensable que se sepa que el
marxismo-leninismo debe ser el motor ideológico que mueva a la clase
obrera y la brújula que la dirija correctamente. Es también necesario
que se sepa que el marxismo-leninismo es un todo doctrinado, que la
base inconmovible del marxismo es el materialismo dialéctico e
histórico. Las ideas marxistas son ideas comunistas. Y es ese hecho
filosófico el que da un contenido especial a la lucha de clases, a la
toma revolucionaria del poder, a la dictadura del proletariado. La lucha
es ideológica, filosófica, del marxismo-leninismo contra toda doctrina,
toda teoría, que no sea ella misma. Y se decidirá en el campo de
batalla, en la guerra popular en la cual, junto con el imperialismo, se
quemarán todas las ideas contrarias al marxismo.
Lo es además de otra manera, más próxima y apremiante.
Cuando Albizu organiza la Asociación de Trabajadores aún se
esperaba, en todas partes, superar la crisis en que el movimiento
sindical había caído. Se estabilizó después una dirigencia
burocratizada en todo el movimiento sindical, en la que los sueldos
enriquecedores, las oficinas fastuosas y los negocios marginales tullen
la actividad de los trabajadores y mutilan su agresividad frente al
patrono y a los sostenes patronales que son la policía y los jueces.
Durante algunos años fue dable creer que la substitución de ese
liderato artrítico y barrigón por nuevos dirigentes animados por su
juventud y las ideas correctas, bastaba para romper la inercia de un
movimiento que se había hecho notable por no moverse.
La catapulta de la opresión capitalista en la era de la guerra de
Vietnam y la regresión en la Unión Soviética y China se ha ocupado
de destruir el mito postrero de regeneración posible de lo que, en el
mundo conocido como occidental, habíamos titulado movimiento
sindical o movimiento obrero. No es que los dirigentes de las uniones
fallen, víctimas de sus debilidades. Es que todo el aparato sindical
movilizado por la revolución industrial y organizado por las Tres
Internacionales Comunistas caducó, como caducaron sus mismas
40 EL LIDER DE LA DESESPERACION

organizadoras. Todo ese aparato debe ser abandonado por los obreros.
Sencillamente, no sirve. Lo presente es la reorganización de la clase
obrera desde abajo, la formación de comités obreros, dondequiera que
el capitalismo tenga establecidas y funcionando sus explotaciones.
Comités forjados al calor de las nuevas necesidades de la clase obrera,
cercada como está por policías, jueces, interdictos, mandamus, leyes,
jurisdicciones, negociaciones, y otras tantas porquerías de poder
capitalista y anti-obrero. Comités que no puedan pagar multas y por lo
tanto no tengan que pagarlas; ni estén atados por compromisos y
temores al régimen legal; comités en fin capaces de desarrollar un
vasto y continuado programa de huelgas rebeldes que se desarrollen y
triunfen a despecho del aparato legal de los capitalistas; comités que
cuenten a la vez con una dirección pública y otra que no lo sea, con
mucha estaca para los rompehuelgas y mucho desprecio a la "ley y el
orden" de los patronos.
A su vez, si aceptamos como positivo el acercamiento de los
independentistas a la clase trabajadora, vaya sin decirse que esa
aproximación debe ser hecha sin maniobrería, sin intento de usar a los
trabajadores para su propio interés partidario, ni con disimulos más o
menos brillantes de orfebrería propagandística, pasar a la clase obrera
como conveniencia patriótica su nacionalismo burgués, cosa que les es
imposible.
Y además esperar, porque les espera, que los trabajadores, a
medida que las ideas comunistas proyecten su voluntad de lucha hacia
donde deben ir a identifiquen al enemigo como enemigo de clase,
rechacen igualmente que los privilegios y violencias de la nación
opresora la tendencia de la nación oprimida hacia los privilegios.
JUAN ANTONIO CORRETJER 41

DE LAS ESTACAS A LOS RIFLES

Los Cadetes de la República, organización paramilitar del Partido


Nacionalista, me traen nuevamente a la influencia del nacionalismo
irlandés sobre Albizu. Siguiendo la línea de los paralelismos, los
Cadetes equivaldrían, en términos irlandeses, a los Voluntarios de
Padraic Pearse; no a las Milicias Obreras, de Connolly. (El nombre
oficial de éstas en inglés era, "Citizens Army", que al unirse ambas
organizaciones para el levantamiento de 1916, se llamaron Ejército
Republicano Ir* landés, bajo el mando supremo de Connolly.)
El tema es riquísimo. Mas lo que aquí interesa es señalar que las
Milicias Obreras surgieron de la gran huelga dublinense del transporte,
en 1913, la más grande batalla de la lucha de clases en Europa en los
años inmediatamente anteriores a la Primera Guerra Mundial. Jim
Larkin dirigió la huelga. Connolly las organizó como grupos de
autodefensa contra rompehuelgas y policías. En 1914, Connolly fue
electo Secretario de la Unión de Transporte de Irlanda y Comandante
de las Milicias.
Fijémonos en que los Cadetes de la República existían desde dos
años antes que estallara nuestra huelga de la caña en enero de 1934.
Pudo El Imparcial encabezar su despliegue informativo de la huelga
con el famoso titular: "Cadetes de la República Invaden Oriente".
Desgraciadamente, era nada más un titular sensacionalista. Los
Cadetes no fueron movilizados durante la huelga.
Lo que sí no pudo quedar fuera de mi mente es lo que pudo haber
salido de nuestra gran huelga de haber existido en Puerto Rico una
organización obrera que compartiera con los Cadetes lo que las
Milicias de Connolly compartieron con los Voluntarios de Pearse. No
había tal. Pretender convertir a Tadeo García en un Larkin y a
Florencio Cabello en un Connolly sería ser tan injusto con los
puertorriqueños como con los irlandeses.
Otra cuestión es comparar el pensamiento militar de Albizu con el
de Connolly, como ya hemos dicho, admirado por el primero. El
planteamiento de Albizu en cuanto a que la guerra libertadora tendría
que ser urbana y rápida (pronta en vencer) descuenta toda perspectiva
a la guerrilla urbana. La guerra rápida que Albizu tenía en mente no
tenía lugar para la guerrilla.
Albizu conocía, probablemente, el texto de Connolly sobre
combate revolucionario urbano. Digo probablemente porque jamás le
oí mencionarlo a pesar de su muy frecuente mención de Connolly. El
42 EL LIDER DE LA DESESPERACION

otro gran texto sobre combate revolucionario urbano de la época, el


estudio de Lenín sobre la lucha de los obreros de Moscú en 1905 no lo
conoció.
Pero vuelvo sobre mi insistencia de cómo tampoco se nos ocurrió,
siquiera, intentar organizar los Cadetes en las filas de los jóvenes
trabajadores que en número de muchos millares estuvieron a nuestra
disposición en 1934. La razón es obvia dos veces, y la he expuesto
muchas veces, dado el contenido clasista, en composición y en
ideología, del nacional revolucionario liderato de Albizu y del Partido
Nacionalista.
Pero Albizu sigue siendo un verdadero maestro en señalar, por
comisión o por omisión, el rumbo revolucionario en Puerto Rico. En
su experiencia debemos fijamos para, viendo hacia dónde señaló con
su índice, corregir a la vez los errores del reformista,
contrarrevolucionario y anti-obrero movimiento obrero de Puerto
Rico; y subsistir las ideas nacionalistas revolucionarias de Albizu por
las ideas comunistas de Connolly y Lenin. Luego, no organizar la
nueva fuerza de combate libertador desde afuera de la clase obrera
sino dentro de ella.
Los Comités Obreros a que nos hemos referido en otro capítulo
deben ser su embrión La independencia y el socialismo tomarán
rumbo definitivo a la victoria cuando los Comités de Estaca de las
Uniones se conviertan en pelotones de nuestras Milicias Obreras;
cuando las estacas se conviertan en rifles.
A eso hay que ir y se irá. Es una necesidad de la clase obrera. La
necesidad rige la historia.

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