KANT
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KANT
Fue un visionario que inauguró la modernidad. Cambió la forma de pensar de la gente, incitando a refle-
xionar por uno mismo y a cuestionarlo todo. Las ideas del filósofo que rechazó el dogma, que propugnó
el uso de la libertad en responsabilidad y la idea de ciudadanía común están de vuelta ahora que se cum-
plen tres siglos de su nacimiento.
Vivimos un cierto regreso al pasado. Reaparecen la irracionalidad, el miedo, las teorías conspiranoicas,
las sombrías figuras autoritarias y las guerras sangrientas. Ante ello, no hay recetas mágicas, pero pode-
mos volver a escuchar a los que quisieron emanciparnos de fanatismos y actuar a la luz de un entendi-
miento común. Podemos volver a Kant.
El autor de Crítica de la razón pura es uno de los filósofos más influyentes de todos los tiempos. Es cita-
do, comentado y combatido —especialmente desde el posmodernismo—, incansablemente. De la idea
de la educación universal y gratuita al principio de autonomía moral y personal, de Habermas a Hannah
Arendt, pasando por Hegel, su obra lo impregna casi todo. “Seguro que Kant ha influido en usted aunque
no lo haya leído”, advirtió Goethe.
El pensador que abrió un camino para que seamos mejores ciudadanos, nacido el 22 de abril de 1724 en
Königsberg (hoy Kaliningrado, en Rusia), también impulsó el derecho internacional y el concepto de un
gobierno organizado en una federación de estados, inspiradora de entidades como la ONU o la Unión
Europea. Ahora, en el volátil contexto actual, sus ideas cosmopolitas y democráticas vuelven a cobrar
sentido.
“Con lo que está ocurriendo ahora mismo en la guerra de Ucrania o lo que está haciendo Israel en Gaza,
lo que escribió Kant no puede ser de más actualidad”, afirma Roberto R. Aramayo, profesor del Instituto
de Filosofía del CSIC. Aramayo hace referencia a Sobre la paz perpetua, el ensayo de Kant publicado en
1795 que insta a la regulación de los conflictos, subrayando que ningún Estado debe inmiscuirse por la
fuerza en el gobierno de otro o que, en caso de guerra, no deben llevarse a cabo actos que hagan imposi-
ble una paz futura. “En estos tiempos se ve a Kant más como un icono que como un referente, porque no
nos va a ofrecer respuestas a nuestros problemas concretos, pero su obra nos sigue interpelando hoy
mismo”, sostiene Aramayo, uno de los mayores conocedores de la obra del prusiano y autor de Kant:
Entre la moral y la política (Alianza Editorial, 2018).
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El llamado sabio de Königsberg no debe de ser santo de devoción entre las autoridades de Rusia, Israel o
China. Alertó sobre la pasión por el poder, los posibles engaños de la “razones de Estado” y dejó escrito
que “ninguna voluntad particular puede ser legisladora para una comunidad”. Norbert Bilbeny, catedráti-
co de Ética de la Universidad de Barcelona y autor de El torbellino Kant. Vida, ideas y entorno del mayor
filósofo de la razón (Ariel, 2024), apunta: “Aún no estamos en la Europa ni en el mundo cosmopolita y
hospitalario que él concibió”.
Publicó Crítica de la razón pura, Crítica de la razón práctica y Crítica del juicio en los años 1781, 1787 y
1790, sucesivamente. En ellas, Kant propone una filosofía total, un sistema de conocimiento, moral y
estético, respondiendo a tres preguntas clave: qué puedo saber, qué puedo hacer y qué debo esperar. En
su primera Crítica suma las corrientes filosóficas anteriores, añade el eje del espacio y el tiempo, hace un
reset y responde que al conocimiento se llega aunando el empirismo con el racionalismo, que dicho co-
nocimiento está condicionado por el sujeto que quiere conocer y que hay cosas que no podemos saber;
en la segunda describe una moral y una ética común a priori de todo, un juicio compartido que nos aleja
de los prejuicios; y en la tercera revela el peso del arte en la representación del mundo.
“Era consciente de la maldad en el humano, y avisó de que la conciencia ética puede detenerla”
NORBERT BILBENY
“Una idea guía toda la historia: la del derecho”, dijo el prusiano. Es “el derecho a tener derechos”, en
interpretación del añorado filósofo Javier Muguerza. Desde la mesa de su despacho en su casa de Kö-
nigsberg —bajo un retrato de Jean-Jacques Rousseau interpelándole desde la pared —, Kant dio un nue-
vo empuje a la Ilustración ampliándola hacia una revolución global. Armado con una peluca empolvada,
una pluma y un tintero, El Demoledor, según palabras del escritor Thomas de Quincey, propone una
“salida del hombre de su inmadurez autoincurrida” —así lo escribió Kant en su ensayo ¿Qué es la Ilustra-
ción?, de 1784—.
Fue un hombre metódico, de familia humilde, influenciado por su madre, una lectora inquieta de recta
conducta que le llamaba cariñosamente Manelchen (Manolito). “Un ateo ético”, en descripción de Ara-
mayo, un pensador que vio con buenos ojos la guerra de Independencia americana y la Revolución Fran-
cesa, un trabajador solitario que se volvía sociable unas horas al día, cuando invitaba a grupos de amigos
a comer, a beber vino y a conversar en su casa.
Vivió siempre soltero, dedicado a su proyecto de filosofía total. De estudiante se reveló como un porten-
to, pero la muerte de su padre le obligó a dejar la universidad y mantener a sus hermanos. Estuvo casi
una década alejado de los circuitos académicos, ejerciendo de preceptor de niños de familias ricas y de
bibliotecario, hasta que retomó sus estudios gracias al apoyo económico de su tío zapatero.
También fue un profesor hipnótico para sus cada vez más numerosos alumnos, un intelectual que cada
día a las cinco de la madrugada ya estaba leyendo y escribiendo. Durante años impartió más de 40 horas
semanales de Metafísica, Geografía, Ética, Antropología, Pedagogía, Matemáticas, Latín o Mineralogía.
Recibió ofertas para trabajar en las universidades de Jena y Berlín, pero optó por no moverse de su ciu-
dad, desde donde universalizó los ideales de Montesquieu, Rousseau y Voltaire, redibujando para siem-
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pre la dimensión colectiva de la política (aunque, víctima de su tiempo, legitimó la exclusión de las muje-
res en dicha dimensión).
Fue un hipocondriaco de salud aceptable, un hombre que en sus paseos de la tarde respiraba solo por la
nariz por miedo a constiparse y que, por tanto, no hablaba en caso de tener compañía. Un pensador
longevo que, con los achaques de la edad, cuando se dio cuenta de que explicaba siempre las mismas
historias optó por apuntárselas para no repetirlas. A sus casi 80 años, en una de esas comidas en su casa,
confesó: “Señores, soy viejo, débil e infantil, y en consecuencia deben ustedes tratarme como a un niño”.
En sus obras alude a un mundo en permanente construcción, alertando de que cuando se habla de la
sociedad como es, en verdad se subraya lo que se ha hecho de ella. Contra las tentaciones del nihilismo y
el no future, Kant insta a actuar como si el mundo tuviera un propósito, y este fuera digno y decente. En
Kant, “trabajar y colaborar de forma comunitaria y tener las obligaciones morales claras conlleva una
esperanza real en el futuro”, reflexiona Kate Moran, profesora de Filosofía de la Universidad de Brandeis
y autora de Kant’s Ethics (la ética de Kant) (Cambridge University Press, 2022).
Kant ilumina: a pesar de las guerras y la violencia, en su ideario es razonable esperar que la humanidad
avance y logre una paz duradera. Pero para conseguirlo es requisito desarrollar un Estado constitucional
republicano que regule la libertad en común de la ciudadanía, que sea garante del acto de pensar por
uno mismo, dejando “espacio a la libertad interna de actuar moralmente y bien”, apunta Margit Ruffing,
doctora en Filosofía de la Universidad Johannes Gutenberg de Maguncia.
Para Ruffing, la obra kantiana refleja que “el futuro llegará, y no hay ninguna razón sensata para no tra-
bajar por un mundo mejor, sino muchas razones para hacerlo”. Pero Kant no era un optimista irredento:
“Era consciente del conflicto y la maldad en el humano, y avisó de que solo el conocimiento y la concien-
cia ética pueden detenerlos”, advierte Bilbeny. El prusiano vendría a ser un pesimista con “un inquebran-
table optimismo metodológico, basado en la esperanza moral de que nuestro perfeccionamiento puede
transformar el futuro”, según Aramayo.
Pero no todo va a ser mañana. Para hoy mismo, el pensador de Königsberg ofrece herramientas para la
convivencia cotidiana, como “la idea de ser generosos con los demás e implacables con nosotros mis-
mos”, según escribió Muguerza, o de actuar como si de nosotros dependiera el curso del mundo. “Hay
mucho que aprender de él: a tratarnos educadamente, prestar atención sincera a los demás, en el traba-
jo, en casa o en la calle”, apunta la profesora Moran. Son pequeñas reverberaciones que perfilan un
mundo más humanizado. Entonces, no todo está perdido. Tras reencontrar la voz del filósofo, un poco a
la manera de Nathy Peluso y C. Tangana, dan ganas de cantar “yo era ateo, pero ahora creo” (en Kant).
FIN