Claudio Marenghi - El Ocaso de La Razón Práctica y Sus Secuelas (Studium 2017)
Claudio Marenghi - El Ocaso de La Razón Práctica y Sus Secuelas (Studium 2017)
Claudio Marenghi - El Ocaso de La Razón Práctica y Sus Secuelas (Studium 2017)
1
I.- CRISIS EN EL CONOCIMIENTO Y EN EL SER DEL HOMBRE
1
No desconocemos la injusticia social, la pobreza y la miseria que se siguen padeciendo por todos lados.
De hecho, repudiamos y somos firmes denunciantes de ello. Aquí sólo esquematizamos un cuadro de
situación para presentar la problemática que desarrollaremos.
2
Desde tal fundamentación metafísica y antropológica, la ética se presenta como
la disciplina que le brinda al hombre un conocimiento práctico para su
perfeccionamiento, guiándolo para que sus actos libres sean buenos y
encaminándolo hacia su felicidad. No es, pues, poco significativo lo que esta
ciencia nos ofrece: formar hombres auténticos, buenos, virtuosos y felices. Por
ello, es necesario también revertir el sentido negativo en que son asimiladas las
cuestiones concernientes a la ética en nuestros días. Es sabido que las normas
morales se presentan al hombre contemporáneo como imposiciones extrínsecas
que coartan su libertad (no matar, no robar, no mentir, no fornicar). Pero,
teniendo en cuenta que la ética realista no es represiva y hostil a la naturaleza
humana, pues sus normas indican lo que el hombre debe hacer, pero no
imponiéndoseles como algo extraño, sino ayudando y ordenando para que las
tendencias naturales del hombre se expliciten mejor y no caigan en la anarquía,
es necesario recuperar el sentido positivo de la ética y hacer una revisión
profunda de su significado clásico.
3
II.- EL REALISMO ÉTICO Y EL BIEN DEL HOMBRE
2
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, Rialp, Madrid, 1974, p 15
3
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, p 16
4
Tomás de Aquino, ‘In Symbolum apostolicum expositio’, (en ‘S. Thomae opuscula omnia’, T.4, op. 33, p
350)
5
Emerich Coreth, ‘Esquema de una antropología filosófica’, Herder, Barcelona, 1975, p.211
4
persona es el compuesto: no es ni el alma ni el cuerpo, sino la unión de ambos. 6
La persona humana se caracteriza por poseer un centro cognoscente y deseante
(interioridad), por el dominio de sus actos (autarquía), por ser única e
irrepetible (singularidad), por su inalienabilidad (dignidad), por su
incomunicabilidad (ontológica) y por su comunicabilidad (operativa). La persona
es libre, tiene la capacidad de autodeterminar sus actos y de tener una historia
compartida, formando parte de una tradición cultural que comparte
costumbres, valores y un lenguaje común. Por ello, la persona es responsable,
debe dar cuenta de sus decisiones ante sí, ante los otros y ante Dios.
Conviene aclarar, con Josef Pieper, que en el hombre existe una única razón que
“es teórica cuando se aplica receptivamente a las cosas de la realidad que se
ofrecen ante ella y es práctica cuando se aplica al obrar y al hacer.” 8 La razón
práctica conoce la verdad al igual que la razón teórica, pero ordenando la
verdad conocida a la acción, pudiendo aplicarse al hacer (facere) humano o al
obrar (agere) humano: el primer caso se refiere a la construcción de una obra
exterior al sujeto ; el segundo caso se refiere a los actos interiores de
la voluntad del sujeto, que pueden o no manifestarse exteriormente, en cuanto
dirigidos o no al debido fin último del hombre . Esta última dimensión
de la razón práctica es, obviamente, la que aquí nos concierne.
6
Mejor aún sería hablar de la ‘espiritualidad’ y de la ‘corporeidad’ humana, porque al decir ‘alma’ y
‘cuerpo’ muchas veces se los entiende como cosas y no como los coprincipios del todo que es la
persona.
7
Tomás de Aquino, ‘Suma contra gentiles’, BAC, Madrid, 1964, 3-27
8
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, p 48
9
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, p 51-52
5
razón práctica autónoma como lo es la kantiana, pues si la razón práctica no es
más que la extensión de la razón teórica en su aplicación al obrar, y la razón
teórica consiste en una identidad intencional con la realidad, entonces la ética
tendrá siempre a la realidad como referente.
Edith Stein desde la fenomenología analiza el acto humano como aquél que
procede de la voluntad deliberada del hombre y que “no se trata de un proceso
natural, sino de un llamado y una respuesta.” 10 Dado que el hombre está
abierto por su inteligencia a la totalidad de lo real, en cada acontecimiento vital
la realidad ‘llama’ desde afuera al interior del hombre y le exige elaborar una
‘respuesta’. Este llamado, empero, se dirige a la libertad del hombre, por lo cual
éste puede hacer oídos sordos ante el mismo o no valorar la dimensión del
llamado en su justa medida. La actitud del hombre bueno reside en prestar
atención a lo real, lo cual afecta al ser humano y lo motiva para la meditación y
10
Edith Stein, ‘Ser finito y ser eterno’, FCE, México, 1996, p 402
6
la acción. En la misma tónica, Erich Fromm sostiene que debemos adquirir
conocimientos para elegir el bien, pero ningún conocimiento nos ayudará si
hemos perdido la capacidad de conmovernos: “Si el hombre se hace indiferente
a la vida, ya no hay ninguna esperanza de que pueda elegir el bien: su corazón
se habrá endurecido tanto que su vida habrá terminado.” 11
II.4.- La sindéresis
7
bueno, el objeto apetecido es bueno, la tendencia es buena, los medios son
buenos y el orden en que todo ello acontece también es bueno.
La ley natural también está presente en el hombre, pero dado que se trata de
un ser libre, puede negarla o no tenerla en cuenta. Es por ello que el bien
metafísico no se identifica con el bien moral, que es el obrar libre recto del
hombre. Y puesto que es la libertad del hombre la que introduce el desajuste
entre sus tendencias naturales y sus fines, la libertad debe ser reencausada por
una norma o regla moral, para que el hombre alcance su perfección.
Para satisfacer esta demanda, existe en el hombre un orden moral natural que
tiene su expresión tendencial en la apetencia necesaria del bien (‘voluntas ut
natura’) y su reflejo cognoscitivo en el principio de la razón práctica
(‘sindéresis’). La ‘voluntas ut natura’ es la tendencia originaria y espontánea
sobre la que no tenemos ninguna iniciativa, que explica por qué hacemos todo
lo que hacemos, ya que forzosamente somos movidos hacia la verdad, hacia el
bien, hacia la unidad, hacia la belleza, es decir, hacia todo aquello que son
atributos del ente o trascendentales.
Dicho esto, el dictamen de la sindéresis, ‘el bien debe hacerse y el mal debe
evitarse’, puede ser reformulado en estos términos: “hacia lo que el ente real
naturalmente tiende, hacia eso es hacia lo que debe dirigirse” 15, lo cual no hace
sino reafirmar la respuesta aristotélica a la pregunta por el bien citada
anteriormente.
15
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, p.74
8
II.5.- La prudencia
16
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, p 79
17
Aristóteles, ‘Retórica’, L.I, Cap. 9, II-14
18
Tomás de Aquino, ‘Suma teológica’, BAC, Madrid, 1956, II-II, q. 47, art. 1
19
Luis de Granada, ‘Guía de pecadores’, J. Cuervo, Madrid, 1906, T.I, p 424
9
El querer y el obrar concreto dependen del mandato de la prudencia, la cual
aplica el conocimiento universal a las cuestiones particulares. El bien del
hombre consiste, pues, en que el hombre conozca la verdad y plasme esa
verdad en sus obras. Este es el significado clásico de que el bien del hombre
consista en ‘vivir según la razón’. Dice Santo Tomás: “El bien del hombre en
cuanto hombre, es que la razón sea perfecta en el conocimiento de la verdad y
que los apetitos inferiores se regulen según la regla de la razón; pues el hombre
es hombre en cuanto que es racional.” 20 Si bien existen condicionamientos que
pueden perturbar la realización plena de la persona, quien vive según la razón
sorteará las dificultades que se le presenten, pues “el hombre verdaderamente
bueno y prudente soporta dignamente todas las vicisitudes de la fortuna y actúa
siempre de la mejor manera posible.” 21
La tesis realista en materia ética nos dice que todo deber ser se funda en el ser.
Hemos visto tal vinculación del obrar moral con la realidad y, ahora, podemos
recapitularla del siguiente modo: la acción moral es referible al mandato de la
razón práctica que la precede, el mandato de la razón práctica es referible a un
conocimiento de la razón teórica en vistas a la acción, finalmente “el
conocimiento de la razón teórica es idéntico en su qué con el mundo objetivo del
ser, con las cosas, de las cuales aquél recibe su medida.” De modo que “el
conocimiento es realidad hecha sujeto, el mandato es conocimiento dirigente, la
acción moral es mandato actualizado” 22, fórmula magistral con que Josef
Pieper sintetiza el fundamento de lo ético en la realidad.
20
Tomás de Aquino, ‘Virt.Comm’, 9
21
Aristóteles, ‘Etica a Nicómaco’, 1100b 36
22
Josef Pieper, ‘El descubrimiento de la realidad’, p 90
10
III.- EL AGOTAMIENTO DE LA RAZÓN Y SUS SECUELAS
Hemos visto que el bien del hombre consiste en ‘vivir según la razón’, lo cual se
funda en su ser personal y en el mundo que habita. Tal es la tesis del realismo
ético: el deber ser se funda en el ser. A continuación analizaremos el ocaso del
concepto clásico de razón práctica en nuestros días, en los que imperan el
positivismo, el pragmatismo y el nihilismo. Pero antes, rastrearemos el origen
histórico de la crisis de la razón práctica en el movimiento iluminista, que
debido a su carácter antimetafísico terminó haciendo imposible la justificación
epistemológica de la ética como ciencia.
1.- La razón humana es erigida como la medida de todas las cosas, como guía de
la vida y de la cultura. Los ideólogos racionalistas que sustentaron el
movimiento iluminista “trataron de idear una doctrina autónomamente humana
tan amplia como la teología, en lugar de aceptar metas y valores que les
imponía una autoridad espiritual.” 23 La razón habría de regular nuestras
decisiones y nuestras relaciones con los otros hombres y con la naturaleza:
“¡Sapere aude! ¡Ten la valentía de utilizar tu propia inteligencia! He aquí el lema
de la Ilustración.” 24
23
Max Horkheimer, ‘Crítica de la razón instrumental’, Sur, Bs. As, 1969, p 25
24
Kant, ‘¿Qué es la ilustración?’, Nova, Bs. As, 1964, p 58
11
2.- La libertad de pensamiento se proclama como un derecho absoluto de la
persona ante toda autoridad o tradición que intente coartarla. La Revolución
francesa es coronada con la ‘Declaración de los derechos del hombre y del
ciudadano’ (1789), secularizando el derecho, pero entendiendo que sus leyes
son objetivas e inmodificables al igual que las leyes matemáticas, según la
concepción iusnaturalista de Montesquieu. En tal contexto, la ley positiva
adjunta al derecho natural es manifestación de la voluntad de la mayoría.
3.- La tolerancia, que está muy relacionada con la idea de libertad, apunta a un
respeto ideológico-religioso y a la convivencia pacífica de una humanidad
pluralista. Esta noción se efectiviza en el marco jurídico de las nuevas naciones,
siendo los derechos naturales por excelencia la libertad, la igualdad, la
propiedad, la libre competencia y la resistencia a la opresión. La ley es igual para
todos y garantiza la tolerancia interpersonal, es decir, la libertad de palabra,
opinión y religión.
4.- La religión natural fue otra característica iluminista, que fue un movimiento
que buscó secularizar la totalidad del pensamiento. Si bien existió dentro de la
Ilustración una tendencia materialista y atea, en materia religiosa predominó la
adhesión al deísmo, es decir, a una religiosidad natural, racional y laica. Se
descartó todo elemento sobrenatural, buscando el ecumenismo, y así la religión
quedó encerrada “dentro de los límites de la razón”, según la famosa expresión
kantiana.
5.- El mal deja de ser comprendido en función del relato bíblico del pecado
original. El mal no tiene su origen en la voluntad del hombre, sino que se lo
atribuye a un defecto histórico o de la estructura social. El hombre es concebido
como un ser inmaculado que apunta naturalmente hacia cierta perfección que
no logra alcanzar por factores extrínsecos a él. En suma, el optimismo
antropológico es siempre acompañado por un pesimismo histórico o
sociológico, lo cual es claro, por ejemplo, en Rousseau.
25
Karl Löwith, ‘El sentido de la historia’, Aguilar, Bs. As, p 9-36
12
El Iluminismo se alzó como aquella revolución cultural que curaría nuestros
males e iluminaría nuestra existencia. Pero el gran día iluminado nunca llegó a la
noche terráquea. ¿Por qué decimos que el movimiento de las luces produjo
sombras? ¿Por qué el iluminismo produjo lo contrario a lo que originariamente
se propuso? Para responder a esto, veremos como los seis pilares mencionados
se dialectizan.
1.- Las luces de la razón terminaron apagándose. Esto era inevitable ya que la
‘diosa razón’ de la que se valieron los ilustrados no tiene nada de divina: no se
trata de una razón sapiencial o filosófica, entendida como la facultad de conocer
la verdad de las cosas, sino que se trata de una razón instrumental o científico-
técnica, que tiene como fundamento la lógica, la matemática y la experiencia
sensible. La confianza de los ilustrados en la función empírico-calculadora de la
razón, que halla su paradigma en la física de Newton, terminó haciendo
imposible la justificación de sus ideas más importantes: igualdad, justicia,
derecho natural, libertad, democracia, propiedad. La ‘diosa razón’ (que como
Dios Padre es creadora, como Dios Hijo salva a la humanidad y como Dios
Espíritu Santo la ilumina y orienta) pasa a ser la diabólica razón positivista,
pragmatista y nihilista de nuestro tiempo. Surgen así tres nuevos paradigmas
del ser humano: el ‘hombre cerebral’ (positivismo), el ‘homo faber’
(pragmatismo) y el ‘hombre descerebrado’ (nihilismo). La ética pierde su
objetividad y deviene en un emotivismo subjetivista (positivismo), en un
relativismo utilitarista (pragmatismo), o bien desaparece como tal y es explicada
como un epifenómeno que encubre la voluntad de dominio sobre los otros
(nihilismo).
2.- Las alas de la libertad individual se elevaron tan alto que terminaron por
envolver al yo en su inmanencia total. Esta actitud, sumada a la concepción
iluminista de la vida como autonomía y no como don, favorecieron un
solipsismo social. Además, esta noción de libertad como ausencia de límites
(que encuentra su expresión filosófica más acabada en el existencialismo de
Jean Paul Sartre), llevó a cuestionar toda autoridad: ¿por qué, si somos
absolutamente libres, pueden haber ciertos hombres que nos pongan
prohibiciones? y ¿en qué se fundan para hacerlo? Toda autoridad y toda
tradición se presentan como factores externos enajenantes para el individuo,
como fuerzas represoras de las pulsiones más profundas.
13
indigentes, Vietnam y tantos otros sucesos, archivaron en el inconsciente
humano aquella máxima de Kant que fundamentaba la idea de tolerancia
ilustrada: “Trata la persona del prójimo como fin y nunca como medio.” 26 En su
lugar aflora a la conciencia colectiva esta otra máxima de Hobbes: “homo
homini lupus”, más actual y sincera que la vetusta de Kant. Siendo consecuente
con la razón instrumental iluminista, se hace imposible fundar la dignidad de la
persona en su naturaleza. Locke, por ejemplo, justificaba la democracia en una
naturaleza común a todos los hombres. Hoy esto es impensable en un
positivismo o en un relativismo, en donde el consenso “se ha convertido en un
poder soberano ante el cual el pensamiento debe inclinarse.” 27
5.- Con respecto al mal primeramente se pensó que con el progreso científico y
técnico se lo superaría, pero al poco tiempo se comprendió que sería imposible.
El optimismo antropológico fue abandonado y se tomó conciencia del poder
autodestructivo de la raza humana: se vuelve a considerar al hombre como
causa del mal (por ej. la Escuela de Frankfurt) o se ontologiza el mal en
concepciones monistas (por ej. Schopenhauer). En nuestros días el tema del mal
pierde su problematicidad y es banalizado: el hombre está “más allá del bien y
del mal”, tal como lo había profetizado Nietzsche.
26
Kant, ‘Fundamentación de la metafísica de las costumbres’, Espasa-Calpe, Bs. As, 1946, p 83
27
Max Horkheimer, ‘Crítica de la razón instrumental’, p 41
14
convirtiéndose en nihilismo, y así “la modernidad, imagen dialéctica del
progreso, se ha consumado en una explosión.” 28
28
Theodor Adorno, ‘Minima moralia’, Taurus, Madrid, 1987, p 240
29
Victor Frankl, ‘Psicoterapia y humanismo’, FCE, España, 1982, p 60
30
Max Horkheimer, op. cit, p. 56 El pragmatismo es la filosofía oficial de los EE.UU. y sus mayores
representantes son Williams James, Charles Pierce y John Dewey. El siguiente fragmento de una
propaganda escrita por un consejero de J.F.Kennedy resume el ‘espíritu’ de la escuela: “La tecnología es
siempre buena; el incremento económico es siempre bueno; las grandes empresas tienen como norma
interna un incremento indeterminado; el consumo de los bienes que producen constituye el óptimum de
la felicidad: y nada debe interferir respecto a la tecnología, al incremento económico y al aumento de los
consumos acordados por nosotros.” Citado por M. Sciacca en ‘El oscurecimiento de la inteligencia’.
31
Friedrich Nietzsche, ‘El Anticristo’, M.E. Editores, Madrid, 1993, af. 8, p 75
15
Si todo carece de sentido y todas las explicaciones del mundo son en el fondo
falsas, entonces los valores supremos que la humanidad abrazó por siglos
pierden su crédito. Tanto Nietzsche como sus seguidores han insistido hasta el
hartazgo en denunciar la inexistencia de la moral, la cual no es más que una
ficción fundada en metafísicas de mundos superiores presuntamente objetivos:
“mientras creemos en la moral, condenamos la vida.” 32
En suma, la moral ha sido una invención de los débiles para protegerse de los
fuertes. De este modo, “los instintos vitales más poderosos y más fecundos han
sido calumniados hasta aquí, de suerte que sobre la vida pesa una maldición.” 34
Con su doctrina de la nada eterna, Nietzsche llama a la transmutación de todos
los valores, a una vida más allá del bien y del mal, porque “la creencia en la
inmoralidad absoluta de la naturaleza, la falta de finalidad y de sentido, llegan a
32
Friedrich Nietzsche, ‘La voluntad de poder’, Edaf, Madrid, 1981, par. 6
33
Friedrich Nietzsche, ‘El Anticristo’, af. 2, p 30
34
Friedrich Nietzsche, ‘La voluntad de poder’, par. 33
16
ser la pasión psicológicamente necesaria, cuando la fe en Dios y un orden
esencialmente moral ya no son cosas creíbles.” 35
35
Friedrich Nietzsche, ‘La voluntad de poder’, par. 55
36
Sigmund Freud, ‘Carta a la princesa Bonaparte’
37
Gianni Vattimo, ‘Más allá del sujeto’, Piados, Barcelona, 1989, p. 11
17
IV.- EL MUNDO EN QUE VIVIMOS Y SU PARADOJA
38
Tomás de Aquino, ‘Suma teológica’, ed cit, II-II, 109, 3 ad.1
18
IV.2.- El estado de las cosas
Las consecuencias espirituales que ello trajo con el correr del tiempo son
padecidas diariamente por nosotros: la mediatización del mundo, la pérdida de
contacto con la vida, la instrumentalización de lo real, la cosificación de la
persona, la primacía de la praxis, la desinteriorización del hombre, la
insensibilidad ante el sufrimiento, la pérdida de unidad psíquica, la aparición del
hombre masa, la circulación cada vez más acelerada de la información, el
consumo desenfrenado, la lucha despiadada por el poderío planetario, la
automatización generalizada, la manía de la planificación, la tecnocracia, la
cuantofrenia, la estadistofilia y la burocratización. Lo importante aquí es que, en
este proceso de instrumentalización, el hombre ya no puede ver la realidad en
su mismidad: implementó un ‘filtro’ o ‘aparato’ que lo mediatiza de las cosas y
que distorsiona su visión.
He aquí un claro ejemplo del funcionamiento de la razón instrumental bajo la lupa de las ventas. El
ejemplo está tomado del libro ‘Hombres y Engranajes’ de Ernesto Sábato, Espasa Calpe, Bs As, 1993, p
19
19
el 47% de la parte más pobre de la población mundial, esto es,
aproximadamente 3.000 millones de personas, el aparato social no sólo
determina las ocupaciones, las habilidades y las actitudes socialmente
requeridas, sino también las necesidades y las aspiraciones individuales, en
función de la nivelación y la supresión de la libertad de pensar, sentir y querer
autónomos.
Pero, ocurre que esta necesidad desesperada de ‘gozar como sea’ y de ‘llenar
ese vacío’ será satisfecha dentro de las ofertas que el mismo aparato social
consumista pone al alcance de su mano, esta vez en el mundo del espectáculo.
Los programas de TV, las películas, los recitales, los chats en internet, las
discotecas, los pubs, los shoppings, el alcohol, las drogas, entre otras cosas,
vienen a ser el nuevo ‘opio del pueblo’, para un hombre alienado que necesita
un bombardeo de sensaciones y estímulos que compense el vacío que el trabajo
le depara día a día y sin tregua.
Guy Debord ve en este mundo del espectáculo la estructura social resultante del
modo de producción existente. Mientras que el trabajo coloniza al hombre en el
sistema de producción que lo justifica, “el espectáculo es también la presencia
permanente de la justificación, en tanto colonización de la parte principal del
tiempo vivido fuera de la producción moderna.” 40 En este nuevo orden, el
oprimido ya no es el ‘proletario' que debe recibir el mínimo indispensable para
conservar su fuerza de trabajo, sino que su dignidad es elevada a la categoría de
‘consumidor’, pues “el consumo alienado se convierte, para las masas, en un
nuevo deber que complementa la producción alienada.” 41 Se llega así a un
sistema de explotación que consigue una colonización total de la vida social.
40
Guy Debord, ‘La sociedad del espectáculo’, La marca, Bs. As, 1995, p 41
41
Guy Debord, ‘La sociedad del espectáculo’, p. 54
20
Esta dialéctica binaria que avanza desde el trabajo hacia el espectáculo genera
en la persona un dualismo esquizofrénico, pues ante el ‘Super Yo’ represor del
mundo laboral reacciona violentamente el ‘Ello’ del mundo espectacular, siendo
pocos los casos en que el ‘Yo’ logra armonizar estas fuerzas opuestas. Sin
embargo, el aparato social se mantiene indiferente ante la salud de sus
engranajes descartables, ya que, como dijimos, carece de alma. Por el contrario,
tal aparato funciona como un motor, cuya energía apunta a un único objetivo:
que el círculo entre el trabajo y el espectáculo no se detenga.
Ahora bien, en tal círculo vicioso vive el hombre volcado continuamente hacia lo
externo, tanto en su trabajo como en su esparcimiento. Y dada la velocidad con
que vive, está imposibilitado tanto para ver lo real y discernir valores objetivos,
como para reflexionar sobre sí mismo. Puesto que no vive desde el centro, sino
desde la periferia de su yo, no tolera ni la contemplación ni el silencio, y es
atraído casi magnéticamente hacia la hiperactividad y el ruido enajenantes. El
hombre huye de su interioridad, haciéndose más bien adepto a una ética lúdica
y consumista, notoriamente individualista, lo cual se ajusta mejor al dinamismo
de la cultura vigente y lo hace sentirse más en lo suyo.
El gran peligro que esto nos presenta consiste en que el individuo quede
atrapado en este círculo vicioso entre el trabajo y el espectáculo, de tal modo
que reduzca a un mínimo su libertad y se debilite su identidad personal. Si esto
acontece “se abandona la única zona en que cabe una verdadera decisión; uno
ya no es dueño de sí mismo o, al menos, de las capas más profundas del propio
ser, y queda sin la posibilidad de tomar una actitud verdaderamente racional y
verdaderamente libre.” 42
En efecto, si el hombre acepta sin más las reglas del juego y en su vida no hay
un espacio para la reflexión y la deliberación, casi inevitablemente se limitará a
repetir lo transmitido por la familia, la escuela, la sociedad y los medios de
información: “en la ausencia de vida interior quienes toman las riendas de
nuestra actividad son los valores adquiridos miméticamente que
espontáneamente juzgamos como buenos. Aquí yace la verdad de los
determinismos.” 43
42
Edith Stein, ‘Ciencia de la cruz’, Monte Carmelo, Burgos, p. 195
43
Marisa Mosto, ‘En torno a la dimensión social de la conciencia moral’, artículo presentado ante el
Jubileo de docentes Universitarios, en UCA, Bs. As, 2000
21
IV.5.- Narciso
Narciso, modelo del hombre actual, sólo se interesa por su esfera privada, por
su cuerpo, por su salud psíquica, por su éxito, por preservar su situación
material. Goza del presente buscando sensaciones nuevas, mostrando
indiferencia ante todo lo que amenace su ataraxia: huye de los asuntos
políticos, de los compromisos familiares, de las reuniones de consorcio. Su
relación con los otros es una simple solicitud, teñida de cierta simpatía
superficial, evitando todo compromiso profundo que vulnere su independencia
afectiva.
Narciso quiere vivir sólo “en un bunker de indiferencia, a salvo de sus pasiones y
de la de los otros.” 45 Y así como el yo de Narciso se libera de la alteridad del
otro en un ensimismamiento absoluto, así también “su cuerpo mismo ha
perdido su estatuto de alteridad, de res extensa, de materialidad muda, en
beneficio con el ser sujeto de la persona. El cuerpo designa nuestra identidad
profunda de la que ya no cabe avergonzarse.” 46 Narciso es pura materia, ha
superado todo dualismo mitificante, y es por eso que ante el tema de la vejez y
de la muerte huye como de la peste, pues se le presenta como un sin sentido
que no hace más que exacerbar su horror.
Si es cierto que el bien propio sólo puede conseguirse en un orden que posibilite
el bien de todos, entonces es urgente una transformación ético-social frente al
individualismo competitivo del ‘¡sálvese quien pueda!’ que predomina en
nuestras sociedades consumistas, pues ello atenta contra las tendencias
naturales más profundas del hombre. La dificultad de esta empresa reside en
que el narcisismo se va arraigando en el corazón de los hombres como patrón
de salud y normalidad.
44
Giles Lipovetsky, ‘La era del vacío’, Anagrama, Barcelona, 1990, p 51
45
Giles Lipovetsky, ‘La era del vacío’, p 77
46
Giles Lipovetsky, ‘La era del vacío’, 61. Ya decía Nietzsche: “Yo soy cuerpo todo entero y nada fuera de
él.” (‘Así habló Zarathustra’, De los despreciadores del cuerpo, p 258)
22
“El narcisismo ha abolido lo trágico y aparece como una forma inédita de apatía
hecha de sensibilización epidérmica al mundo, a la vez que de profunda
indiferencia hacia él.” 47 Esto se agrava día a día si tenemos presente que el
dinamismo de la sociedad atrapa a Narciso en sus redes del mundo del trabajo y
del espectáculo, dejándole cada vez menos chances de conocerse a sí mismo y
de ser lo que realmente es.
Pensamos que es la educación quien tiene la heroica misión de luchar contra los
flagelos que el orden social nos presenta, entre los que destacan: el espíritu
egoísta, el hedonismo y el goce del presente, la violencia urbana que genera la
competitividad, el consumismo impulsado por la publicidad, el emotivismo que
opaca el lugar de la razón, el desinterés generalizado hacia la política y hacia lo
social, el pluralismo relativista que amenaza la identidad cultural de las naciones
y otros tantos males ya mencionados.
47
Giles Lipovetsky, ‘La era del vacío’, p 52
48
Marisa Mosto, ‘En torno a la dimensión social de la conciencia moral’
49
Aristóteles, ‘Etica a Nicómaco’, 1094 b, 9
50
Giles Lipovetsky, ‘La era del vacío’, p 68
23
En efecto, el ‘yo’ narcisista autoseducido no ve en el prójimo un ‘tú’, sino un
‘ello’. Pero tal distorsión vuelve sobre sí mismo: si el ‘yo’ no ve en el prójimo un
‘otro yo’, su propio ‘yo’ termina quedando indeterminado y fluctuante, porque
el ‘tú’ funciona como un espejo y me ayuda a formar mi propia noción de ‘yo’. El
‘yo’ del narcisismo actual no es más que una ficción: el ‘yo’ real es la persona,
que no es absoluta, que no es autárquica, que es un ser social que anhela la
felicidad y que para alcanzarla necesita de los otros.
51
Emilio Komar, ‘Orden y misterio’, Emecé, Bs. As, 1996, p 153
52
Evangelio de San Juan 13, 34
53
Karol Wojtyla, ‘Amor y responsabilidad’, Razón y fe, Madrid, 1969, p 89
24
intercomunicado informáticamente el planeta, si tenemos problemas a la hora
de cruzar la calle y conocer a nuestros vecinos?
Claudio Marenghi
25
BIBLIOGRAFÍA:
- Guy Debord, ‘La sociedad del espectáculo’, La marca, Bs. As, 1995
26