Problemas Platón
Problemas Platón
Problemas Platón
Problema de la realidad
En su teoría de las Ideas propone una dualidad entre el mundo sensible y el
mundo inteligible. Esta teoría sostiene que las Ideas son entidades
absolutas, eternas e inmutables, constituyendo la verdadera realidad. En
contraste, los objetos del mundo sensible son apenas sombras cambiantes e
imperfectas de las Ideas, por lo que no pueden considerarse reales al mismo
grado que las Ideas del mundo de las ideas.
El conocimiento auténtico, según Platón, no se obtiene a partir de los
sentidos, sino a través del recuerdo o anámnesis. La anámnesis es la
capacidad del alma para recordar las Ideas que contempló antes de unirse
al cuerpo, cuando residía en el mundo de las ideas. De acuerdo con Platón,
el alma tiene una naturaleza inmortal que le permite participar de las Ideas
eternas, pero pierde este conocimiento al caer en el mundo sensible, donde
queda "aprisionada" en el cuerpo. Este olvido no es irreversible; el
conocimiento de las Ideas se reactiva en el alma a través de la percepción
sensible.
En cuanto a la jerarquía de las Ideas, Platón organiza las Ideas en un
sistema en cuya cúspide se encuentra la Idea de Bien, la cual es el fin
último de todo conocimiento. Esta Idea es causa y meta de todas las demás,
y representa la máxima realidad, ya que todo tiende hacia ella. Por tanto, el
conocimiento verdadero implica un ascenso dialéctico hacia el Bien.
Platón también se enfrenta a la objeción de quienes argumentan que la
certeza proviene de lo sensible, señalando la falta de permanencia en el
mundo de los sentidos. Para él, lo sensible es solo apariencia, mientras que
el intelecto es capaz de captar las Ideas, que son constantes. Así, el
auténtico conocimiento es de carácter intelectual, mientras que el
conocimiento sensible solo alude, de forma imperfecta, a la realidad de las
Ideas.
Problema del ser humano
Para Platón, el problema del ser humano se centra en su naturaleza dual y
en la búsqueda del conocimiento verdadero, en el cual el alma tiene un
papel fundamental. Este dualismo antropológico divide al ser humano en
cuerpo y alma. El cuerpo pertenece al mundo sensible, está sujeto al
cambio y a las limitaciones del tiempo y el espacio, mientras que el alma es
inmortal, incorpórea y proviene del mundo de las Ideas, el ámbito de lo
eterno y lo verdadero.
Platón describe al alma humana como una estructura tripartita: el alma
racional, el alma irascible y el alma concupiscible. Utilizando la metáfora del
carro alado, compara el alma con un auriga que conduce un carro tirado por
dos caballos de distintas naturalezas. El auriga representa la parte racional
del alma, la cual aspira al conocimiento y la verdad; el caballo blanco
simboliza el alma irascible, asociada con el coraje y la voluntad de superar
obstáculos en busca del bien espiritual; mientras que el caballo negro
representa el alma concupiscible, inclinada hacia el placer y los deseos
sensibles.
La inmortalidad del alma es otro aspecto central en la visión platónica del
ser humano. Platón argumenta que el alma existe antes de su unión con el
cuerpo, habiendo contemplado las Ideas en su estado original en el mundo
inteligible. La nostalgia de regresar a la contemplación de las Ideas y el
impulso hacia el conocimiento constituyen la esencia del ser humano, quien,
para Platón, solo alcanzará su perfección al purificar su apego a lo sensible y
reencontrarse con las verdades eternas que su alma conoció en un tiempo
anterior.
El problema de la ética
Para Platón, la ética y la política son inseparables, ya que solo en una
sociedad justa un individuo puede alcanzar la verdadera justicia. Esta ética,
considerada eudaimonista, tiene como objetivo final el bien supremo del ser
humano, el cual proporciona la verdadera felicidad. La justicia, en el plano
individual, es para Platón la armonía entre las tres partes del alma: el alma
racional (logos), el alma irascible (thymos) y el alma concupiscible
(epithymia). Cada una de estas partes tiene una virtud específica (areté)
que asegura su buen funcionamiento: a la razón le corresponde la
prudencia, al ánimo la fortaleza y al apetito la templanza. La interacción
equilibrada de estas virtudes da lugar a la justicia, la más alta virtud.
Siguiendo el intelectualismo socrático, Platón sostiene que la virtud está
vinculada al conocimiento: solo quien conoce el Bien puede ser
verdaderamente virtuoso, ya que el mal se comete por ignorancia y no por
voluntad consciente. Así, el ser humano debe esforzarse en dominarse a sí
mismo, resistiendo las inclinaciones y deseos sensibles que perturban el
alma y le impiden alcanzar la virtud.
En la base de toda acción humana, Platón identifica el deseo de alcanzar el
Bien, un impulso profundo que se manifiesta en la búsqueda amorosa de lo
eterno y lo perfecto. Para ilustrar esto, Platón recurre al mito de Eros, el dios
del amor, hijo de Poros (abundancia) y Penia (pobreza). Eros es rico en
anhelos, pero pobre en resultados, y así encarna el deseo humano de
aproximarse al Bien, a pesar de las limitaciones y carencias. De esta
manera, el llamado “amor platónico” representa el anhelo del alma por
unirse con aquello que es connatural a ella: lo eterno e inmutable, como la
Verdad, el Bien y la Belleza.
Esta estructura ética se extiende al ámbito social: así como la razón debe
gobernar las partes inferiores del alma, en la sociedad ideal el filósofo,
conocedor del Bien, debe guiar a los ciudadanos hacia la virtud, asegurando
así una comunidad verdaderamente justa.
Problema de la política
La teoría política de Platón se fundamenta en su concepción del hombre
como un ser social, de modo que la organización de la sociedad debe
reflejar la estructura y las necesidades del alma humana. Para Platón, la
organización política tiene como fin último la justicia, entendida como la
plena realización de los individuos en la comunidad. Esta justicia se alcanza
cuando cada miembro de la sociedad cumple con su función natural,
reflejando así la estructura tripartita del alma: la razón, el ánimo y el deseo.
En este modelo ideal, la sociedad se divide en tres clases, cada una de las
cuales corresponde a una parte del alma y se perfecciona mediante una
virtud particular. Los gobernantes o filósofos, quienes representan la razón,
poseen las virtudes de la sabiduría y la prudencia y, al conocer el Bien y la
Justicia en sus formas universales, son los más aptos para dirigir a la
sociedad. Los guardianes, que encarnan el ánimo, aportan la virtud de la
fortaleza y tienen el deber de defender y proteger la Ciudad-estado. Por
último, los productores, quienes representan el deseo, cumplen con la
función de satisfacer las necesidades materiales de la sociedad, guiados por
la virtud de la templanza. En una organización armónica, cada clase respeta
y complementa las funciones de las demás, logrando una sociedad justa y
equilibrada.
Platón también distingue entre la forma ideal de gobierno y aquellas que, al
no ser guiadas por la razón, se desvían en distintos grados de imperfección.
Cuando la razón no gobierna, surge la timocracia, un sistema liderado por
los guardianes cuyo valor principal es el honor, relegando la justicia. Si el
deseo gana predominio, la sociedad cae en la oligarquía, en la cual el poder
lo ejercen unos pocos motivados por la riqueza y en la que el dinero es el
principal valor. Esta degeneración puede continuar hacia la democracia,
donde Platón critica la falsa igualdad que desorganiza las funciones
naturales de las tres partes del alma y de la sociedad. Finalmente, la tiranía
es el estadio de corrupción más profundo, donde gobierna un tirano que
impone su poder mediante la fuerza y el miedo, reflejando un alma
dominada por el apetito que se vuelve despótica tanto consigo misma como
con los demás.
Para Platón, solo en una sociedad dirigida por el filósofo-rey o un grupo de
gobernantes sabios (aristocracia) se puede alcanzar una armonía entre la
estructura del alma humana y la estructura social, permitiendo que cada
persona y la comunidad en su conjunto se desarrollen plenamente y
alcancen la justicia.