La Interpretaciòn de La Constituciòn

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EL RANGO NORMATIVO DE LA CONSTITUCIÒN DE LA REPÚBLICA Y LA

INTERPRETACIÓN DE SUS NORMAS.


José Marcelino Vargas.
Exprofesor de la Facultad de Derecho. UNAH.
La Constitución de la República, no obstante ser un instrumento jurídico,
posee, sin embargo, ciertos atributos que la distingue de las demás normas
que integran el ordenamiento jurídico, pues si bien es propio o atributo de
toda ley el mandar, disponer, y regular, la Constitución, como toda ley, lo
hace, pero, por su naturaleza intrínseca, va más allá, pues constituye, funda,
o sirve de marco o límite a las restantes leyes, aprobadas o que pudieren
aprobarse a futuro, de ahí que a ese conjunto de normas agrupadas en su
texto se les dé el calificativo de normas supremas. No existe un enunciado
o disposición en nuestra Constitución que expresamente declare tal
supremacía, pero por principio, por lo que se regula en sus disposiciones, y
por lo requisitos para su reforma, en lo que es reformable, todos asumimos
que así es. Además, al disponer (arts. 284 y 285) la posibilidad de que las
leyes secundarias pueden ser declaradas inconstitucionales, y por
consiguiente inaplicables, no cabe duda que esta es una clara expresión del
principio en alusión. Disposiciones estas que están desarrolladas o
reglamentadas en la Ley Sobre Justicia Constitucional.
Partiendo de esa jerarquía de leyes en el ordenamiento jurídico, diremos
que a veces se discute su rango con respecto a los tratados internacionales
celebrados por nuestro país, y hasta se ha dicho, para asombro de muchos,
que estos prevalecen o tiene mayor jerarquía a la Constitución. La verdad
es que, según lo antes planteado, ello no puede ser así; a lo que se agrega
que según la propia Constitución tal conflicto o antinomia no puede
plantearse, ya que el artículo 17 constitucional estipula que cuando la
disposición de un tratado afecte a una disposición constitucional, esta debe
aprobarse de acuerdo al proceso de reforma constitucional, que lo es por
quórum o mayoría calificada (art. 373), con lo que, por una elemental
lógica, no puede plantearse ningún conflicto, pues en el mismo proceso de
aprobación de la norma del tratado se deroga o reforma la disposición
constitucional; y si la aprobación de la misma no se hace siguiendo tal
procedimiento, la disposición del tratado aprobada es inconstitucional, lo
expresamente está estipulado en el numeral 3) del artículo 76 de la Ley
Sobre Justicia Constitucional.
En cuanto a la interpretación de las normas constitucionales, puede decirse
que la misma no presenta mayores particularidades con respecto a la
interpretación que debe hacerse de las demás normas jurídicas. En tal
sentido, al margen de las múltiples definiciones que proliferan, en forma
bastante sencilla, se puede decir que interpretar un texto legal o una norma
jurídica viene dado por el hecho de asignar o atribuir un significado a esa
disposición o enunciado jurídico. Ahora bien, esa asignación de
determinado significado puede estar condicionado por ciertos aspectos,
entre ellos el criterio o tipo de interpretación o interpretaciones a la que
recurramos, algunas de carácter correctivo, la que en todo caso siempre
debe acomodarse al texto o disposición objeto de interpretación, pues de
no ser así ya no estaríamos ante una actividad interpretativa sino
modificando el sentido, lo que no corresponde a ningún intérprete, llámese
juez, jurista, doctrinario, neófito en la materia, o quien sea. Por cierto,
cuando el Congreso Nacional, en base al numeral 1 del artículo 205 de la
Constitución de la República, interpreta una disposición legal (llamada
interpretación auténtica), lo que propiamente hace no es interpretar sino
crear una nueva norma en base a una ya existente. Norma esta que a futuro
también deberá estar sujeta a interpretación para su eventual aplicación o
consideración para casos particulares o concretos.
Cuando de interpretar la Constitución se trata, decíamos que esta no
presenta mayores particularidades que la interpretación de cualquier otra
disposición normativa; ahora bien, por tratarse de normas supremas o de
mayor rango, son las disposiciones secundarias las que, ante las
interpretaciones posibles, debe preferirse la que mejor se acomode a las
normas o principios de orden constitucional. Al respecto, Karl Larenz, en su
obra “Metodología de la Ciencia del Derecho”, p.343, dejó expresado lo
siguiente: “Corresponde especial importancia, en orden a la interpretación,
la consideración de los principios ètico-jurìdicos de rango constitucional. El
requisito de interpretación conforme a la Constitución exige dar
preferencia, en caso de varias interpretaciones posibles, según el sentido
literal y el contexto, a aquella interpretación en que la norma, medida por
los principios constitucionales, puede subsistir…” De acuerdo con lo antes
expresado, aunque resulte ser una obviedad, diremos que son las normas
secundarias las que deben interpretarse en consonancia con los principios
o normas de rango constitucional, no al revés. La Constitución, siguiendo
los métodos de interpretación aceptados por la doctrina, debe
interpretarse en su contexto y de acuerdo a los principios incorporados por
el constituyente o por el legislador secundario, cuando de reformas al texto
original se trate. Sobre este particular Elisur Arteaga Nava, en su “Tratado
de Derecho Constitucional” volumen 1, p. 434, expresa lo siguiente:” Un
intento interpretativo de la constitución debe partir de la premisa de que
es un documento legal, de naturaleza suprema, que prevé la organización
de un estado bajo una forma determinada, específica y propia, con el
propósito de lograr una convivencia ordenada y pacífica; dispone la
existencia de poderes y órganos de autoridad, con facultades , atribuciones,
limitaciones y prohibiciones y establece derechos a favor de los
individuos…”. A esto debe agregarse que, para el caso `particular de
nuestra Constitución, solo ocasionalmente y para ciertas materias se prevé
la existencia de leyes complementarias, que son aquellas que desarrollan y
complementan el texto constitucional, y en algunos aspectos materializan
las llamadas disposiciones programáticas, que son preceptos
constitucionales de carácter declarativos que consagran ciertos principios,
tal es el caso, por ejemplo, lo que dispone el artículo 122, en donde se
estipula que “La ley establecerá la jurisdicción y los tribunales especiales
que conocerán de los asuntos de familia y de menores”.
Las consideraciones anteriores las hemos hecho para que nos sirvan de
punto de partida del análisis de una situación concreta que se ha
presentado en el Congreso Nacional, lo que ha significado un mal uso de
los recursos de los contribuyentes, al devengar los diputados un salario sin
trabajar, dado que ese poder del Estado, previo al periodo de receso que
se dieron en el mes de junio de este año (2023), estuvo sin sesionar por
algunos días porque se presentó un conflicto en cuanto a la aprobación de
un decreto a través del cual se autorizaba la incorporación de nuestro país
a un ente financiero latinoamericano. El asunto es que en una sesión
determinada el proyecto de decreto se somete a la correspondiente
votación, y el mismo resulta aprobado por la mayoría simple de diputados
requerida para el caso. Como al parecer algunos diputados de la oposición,
que habían contribuido con su voto para la referida aprobación, en una
especie de retractación, hacen público que no están dispuestos a ratificar
en la sesión siguiente el acta de aquella sesión, esto paraliza la actividad
legislativa, pues no se convoca a nueva sesión ordinaria, resultando que se
entra el periodo de receso sin resolver la situación planteada, es decir que
no se ratifica la referida acta, ni el decreto aprobado es enviado a la
correspondiente sanción y publicación por parte del Poder Ejecutivo, de
donde al parecer provenía la iniciativa de ley. Es del caso que, sobre el
particular, algunos sectores, con poco o ningún criterio jurídico, pero en
algunos casos con marcado sesgo, aducen que el decreto no se puede tener
por aprobado, y por consiguiente no se puede enviar a sanción y
publicación por parte del Poder Ejecutivo, y llegan al absurdo de hablar
hasta de cárcel para quienes lo hagan.
Ante esa ausencia de opinión u opiniones medianamente fundamentadas
en criterios jurídicos, lo que debe ser exigible para los abogados, sin
pretender captar la verdad absoluta, pues el derecho es argumentativo, y
sin que nadie nos lo pida o solicite, nos hemos atrevido a exponer nuestro
criterio. En principio diremos que lo relacionado con el proceso de
aprobación de la ley está regulado en el capítulo II del título V de la
Constitución de la República, artículos que van del 213 al 221. Entre los
artículos relevantes para el tema interesa el 213, que regula lo que tiene
que ver con la iniciativa de ley, y que entre otros la tiene la presidencia de
la República a través de los secretarios de estado; mientras que el 214
refiere a los tres debates que debe darse a cualquier proyecto de ley previo
a su aprobación, pero deja la salvedad o excepción de que en caso de
urgencia pueda aprobarse en un solo debate, siempre que así lo decida la
mayoría simple de diputados presentes en la sesión. Pero la disposición que
más interesa para el caso en particular es el artículo 215, la cual, para una
mejor comprensión transcribiremos íntegramente, así: “Todo proyecto de
ley, al aprobarse por el Congreso Nacional, se pasará al Poder Ejecutivo, a
más tardar dentro de (3) tres días de haber sido votado, a fin de que èste le
dé su sanción en su caso y lo haga promulgar como Ley”. La pregunta,
sencilla, por cierto, es, ¿exige la Constitución que una votación en la cual se
aprobó un determinado decreto deba repetirse en la siguiente sesión para
que el mismo se considere aprobado? La verdad es que la propia literalidad
de la disposición transcrita no impone tal exigencia o condición. Ahora bien,
hemos escuchado que quienes sostienen la postura de esa especie de
ratificación en la siguiente sesión, se fundamentan en el artículo 61 de la
Ley Orgánica del Poder Legislativo, llamada así luego de la reforma al
numeral 3 del artículo 205 constitucional, ya que en el texto original se le
denominaba reglamento interior. Disposición que efectivamente estipula
que, al iniciarse una sesión, comprobado el quórum, el secretario dará
lectura a la propuesta de agenda, que debe incluir la lectura del acta de la
sesión anterior. Agrega que antes de ser aprobada puede hacerse
reconsideraciones para que se enmiende, en cuanto a la verdad de los
hechos y se hagan correcciones de redacción.
Razonar o argumentar que esta disposición, contenida en una ley orgánica,
que debe tener como único objetivo el disciplinar o regular lo relativo a la
estructura y funcionamiento del Poder legislativo, al establecer una
ratificación del acta anterior, implica una nueva votación o una ratificación
sobre lo decidido o aprobado en tal sesión, constituye un verdadero
despropósito. Ya lo dejamos expresado, la Constitución no incorpora ese
requisito, y tampoco es ni puede ser el sentido de la Ley Orgánica, que en
todo caso no podría ampliar requisitos a los contenidos en la Constitución.
Es más, el artículo 73 de esta ley reproduce íntegramente el tenor del
artículo 215 constitucional, antes transcrito. Por otra parte, un acta es un
documento en donde se relaciona lo tratado, discutido y aprobado en una
determinada sesión, por lo que eso es un tema de naturaleza
administrativo, y el hecho de no ratificarse no implica que lo aprobado y
consignado en ella no se tenga por válido o se tenga por inexistente, según
alguna de las expresiones escuchadas. Lex Semper loquitur

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